-Pero. tío: ¿una patraña la Navidad? -dijo el sobrino de Scrooge-. Seguramente no habéis querido decir eso.
-Sí -contestó Scrooge-~. ¡Felices Pascuas! ¿Qué derecho tienes tú para estar alegre?¿Qué razón tienes tú para estar alegre? Eres bastante pobre.
-¡Vamos!-replicó el sobrino alegremente-. ¿Y qué derecho tenéis vos para estar triste?¿Qué razón tenéis para estar cabizbajo? Sois bastante rico.
No disponiendo Scrooge de mejor respuesta en aquel momento, dijo de nuevo: "¡Bah!"
Ya han terminado las celebraciones navideñas, al menos una parte. Ahora sólo queda la pereza de quienes comieron de más, la amargura de quien no recibió nada o al menos no lo que quería, las sonrisas y los abrazos que no se volverán a dar en todo el año, los platos sucios, los buenos deseos; un mosaico que va del optimismo a la desazón. Puede que hayan pasado estos días perdidos en grandes comilonas, envueltos en papel para regalo o celebrando en alguna posada familiar. Tal vez decidieron dejar de lado las actitudes infantiles y se dieron a una gran fiesta entre perfectos desconocidos, o se aferraron al mejor de los espíritus del siglo XXI y proclamaron la fecha bajo el estandarte de farsa. Alegres o depresivos, en compañía o soledad, bajo la nieve o en alguna playa, lo cierto es que nadie le escapa a la Navidad. La ciencia anunciará la importancia del día aludiendo al nacimiento de Issac Newton y la religión pedirá amor y hermandad por el nombre del Salvador, los árboles de navidad se venderán y adornarán muy a pesar del número de protestas ecológicas y figuras plásticas de Santa Claus con sus renos adornarán y alumbrarán techos y jardines sin importar que todo haya nacido de un refresco.
La misma rutina, todos los años; pero las almas van cambiando. El colorido de las calles cada vez nos impresiona menos, las ansias de los regalos –y la gratitud por los mismos– se transforman en exigencias. Es cierto que perdemos la infancia, pero las tradiciones prevalecen, a pesar de las condiciones políticas, sociales o económicas que hayan azotado el año. No escapamos de la Navidad, no tendríamos que hacerlo. No deberíamos renegar de una fecha que ha logrado tanto. Sin importar las connotaciones religiosas (o la inexactitud de las mismas) y comerciales, existe algo más en la palabra ‘Navidad’, algo que abarca todo un espíritu humano que hace un llamado a la tranquilidad y que muchas veces no alcanzamos a ver. Una idea, dice Charles Dickens en su prefacio de lo que se ha convertido en el cuento más famoso de Navidad. “El espíritu de una idea”, siendo aún más precisos. Una canción o Un cuento de Navidad es la idea llevada a las palabras; palabras que se han vuelto míticas a lo largo de casi dos siglos. Probablemente vieron alguna versión en sus televisores. Caricaturas, animaciones y actores de carne y hueso; obras de teatro e incluso marionetas. Esta pequeña novela se ha recreado miles de veces y eso es algo que me alegra mucho, porque ha logrado llegar a miles de personas por medio de pantallas sin perder su valor y su enseñanza primaria.
-Llevo la cadena que forjé en vida ---replicó el Espectro-. La hice eslabón a eslabón,
metro a metro; la ciño a mi cuerpo por mi libre voluntad y por mi libre voluntad la usaré.
¿Os parece rara?
A decir verdad, yo nunca me había interesado por leer esta llamada canción navideña hasta que la responsabilidad de la reseña recayó sobre mí. Tras conseguir un formato PDF y leer las primeras líneas del prefacio, la risa y la alegría me llevó por toda la lectura. Aunque la enseñanza no se pierde, la voz narrativa sí. Probablemente sea eso lo más triste del asunto. Un cuento de Navidad es una historia escrita para sonreír de la manera más sincera, porque el narrador se muestra como un hombre alegre, festivo, preocupado por su decoro y recto en sus enseñanzas. Sus intervenciones al momento de describir las calles y a los torpes compradores que pierden la cabeza entre naranjas y gansos garantizan una sonrisa de comprensión, por habernos visto en situaciones similares en épocas de suma agitación. Si bien, todos conocemos el eje central de la historia, el viejo Scrooge visitado por los espíritus de las navidades, no muchos han conocido al buen hombre que la cuenta. Las versiones que se han creado para televisión eliminan detalles que pueden parecer superfluos: el fantasma de la Navidad Presente sólo hace algunas visitas, mientras que en la versión original viaja por todo el mundo, por ejemplo. Pero si el libro es algo que debe ser leído se debe, por mucho, a la narrativa alegre y contagiosa de su narrador.
¿Quién si no Dickens podría haber creado algo tan emblemático? Scrooge es más que un personaje, se ha convertido en una representación de quien no queremos ser en un adjetivo para describir a quien se encierra en su amargura. El cuento no tiene grandes tintes religiosos, además de las repetidas ocasiones en que el pequeño Tim bendice a todos. El único nacimiento del que habla es aquel en donde todos los corazones y todos los espíritus se unen para celebrar un mismo momento de tranquilidad. Algo que Scrooge no entiende, algo que muchos de nosotros ya no entendemos. Lo gracioso de pasar por la calle y que alguien te desee Feliz Navidad. Feliz aunque las alegrías parezcan escasas, feliz porque desconocidos te sonríen y desean buena noche cuando bajas de un transporte público y porque todos parecen esforzarse un poco en no pelear, no molestarse, no molestar. Todo en nombre de una llamada Nochebuena y en una carrera contra la apatía por llegar a la Navidad. Scrooge no sólo abre su corazón al espíritu Navideño, sino que lo hace al espíritu humano. Con el fantasma de la Navidad Presente es testigo de toda aquella miseria que corroe las almas y de la que trata de ser ciego y sordo. Pero hasta en aquella pobreza existe una sonrisa, un momento en que la armonía, la caridad y la voluntad de mejorar abren las esperanzas.
Un cuento de Navidad, una canción de alegría. Tal vez sólo suceda una vez al año, tal vez sólo seamos así de alegres una vez en todo lo largo del calendario. Se dice que el espíritu de la fecha, el verdadero espíritu, se ha perdido. Se dice que nos hemos arrastrado por el consumismo. Como quiera que sea, como lo creamos ver, lo cierto es que la Navidad no se irá, no nos dejará. Alguien siempre tendrá suficiente espíritu, no navideño, no, sólo basta espíritu humano, para dar gracias por esta pequeña excusa que otorga el calendario para sonreír sólo porque sí, comprar una regalo y ver una sonrisa, murmurar a un desconocido ¡Feliz Navidad! Dickens se enorgullecería, su pequeño libro jamás encontró escondite del mundo. Y nosotros no podemos escondernos del mundo tampoco; ni de esos momentos en que nos concede una sencilla felicidad.
-Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré guardarla todo el año. Viviré en el
pasado, en el presente y en el porvenir. Los espíritus de los tres no se apartarán de mí.
No olvidaré sus lecciones. ¡Oh, decidme que puedo borrar lo escrito en esa piedra!
Múltiples ediciones, múltiples precios.
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