sábado, 4 de noviembre de 2017

Las mentiras de mis maestros

  • Luis González de Alba [México]
  • Primera edición: 2002
  • Historia/Opinión


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La historia oficial de México es una larga serie de derrotas gloriosas y un pesado directorio de héroes derrotados. Comenzando por Cuauhtémoc y su profético nombre, águila que cae, hasta Zapata, veneramos la caída, el fracaso y lo consagramos como símbolo de pureza.

Las verdades incómodas lo son todavía más cuando provienen de personas incómodas. Lo peor es que así suele ser. No en balde la convención dicta desde tiempos de Shakespeare que el bufón de la corte, el loco, el marginado, sea siempre la válvula de escape por donde se desahogan las mentiras y las hipocresías que rigen la vida de los cuerdos, que en otras palabras son aquellos quienes tienen algo que perder y por lo tanto nunca serán del todo libres. Luis González de Alba fue muchas cosas distintas. Dependiendo de a quién se le pregunte, puede emerger como un encomiable divulgador de la ciencia, un admirable líder del movimiento estudiantil del ‘68, un pionero del activismo por los derechos de los homosexuales en nuestro país, pero también como un hombre agrio, difícil, un reaccionario de derecha cuyas opiniones, al pasar de los años, muchas veces devinieron en la virulencia y hasta en la vana obsesión con sus enemigos. Lo que muy pocos podrán negar, eso sí, es que González de Alba fue un tipo que a grandes rasgos vivió y murió como quiso y uso su posición en el foro público para opinar lo que se le viniera en gana (estuviera realmente facultado para opinar del tema o no). No quiero insultar su memoria llamándolo bufón de la corte, pero lo cierto es que su empecinamiento, su incansable voluntad de ser él mismo, no puede sino recordarme a esas figuras tan necesarias en la narrativa universal. En este mundo todos estamos sujetos a varios tipos de esclavitud, pero al menos González de Alba siempre contó con la libertad del atrevimiento.

Así pues, no debe sorprendernos que Las mentiras de mis maestros sea un libro expresamente escrito a contracorriente. A pesar de que así se hace publicidad, su objetivo no es solamente el de desmentir mitos sobre la historia mexicana, tarea para la cual habría bastado un escrito más factual, didáctico y hasta juguetón, lo cual, además, habría permitido cubrir muchos más periodos históricos (al estilo de Lies My Teacher Told Me de James Loewen, libro de 1995 que reexamina la historia de EE.UU. y del cual, supongo, González de Alba o sus editores sacaron el título de este volumen). Pero este libro no es tal cosa. Más bien es un collage que reúne tres diatribas del autor en contra de las visiones y narrativas convencionales que se han fabricado alrededor de tres secuencias históricas en específico —el movimiento estudiantil del ’68, el surgimiento del culto guadalupano y el levantamiento del EZLN— aderezados con una primera sección que pretende compensar la falta de amplitud del libro resumiendo toda la historia de México, de la conquista a la revolución, en 70 páginas de letra grande. Es, por lo tanto, un libro de opinión. González de Alba no se acerca a la historia como un académico taciturno, sino como una versión letrada de los peleoneros que blanden botellas rotas en sus riñas de cantina. Pero a veces eso está bien. A veces eso también es necesario, en sanas dosis.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Opus Nigrum

-Marguerite Yourcenar [Bélgica]
-L’œuvre au noir
-Primera edición: 1968
-Novela

Más allá de aquel pueblo, hay otros pueblo; más allá de aquella abadía, otras abadías; más allá de esta fortaleza, otras fortalezas. Y en cada uno de esos castillos de ideas, de esas chozas de opiniones superpuestas a las chozas de madera y a los castillos de piedra, la vida aprisiona a los locos y abre un boquete para que escapen los sabios…. ¿Quién puede ser tan insensato para morir sin haber dado, por lo menos, una vuelta a su cárcel?

En sus cincuenta y ocho años de vida, el arquitecto italiano Giovanni Battista Piranesi realizó alrededor de dos mil grabados de edificios y paisajes reales e imaginarios para los cuales no nos alcanza la vista. Uno bien podría pasar el día observando una sola de sus obras sólo para descubrir a la mañana siguiente que ha pasado por alto un detalle que conduce a otro espacio: una ventana entreabierta que vulnera alguna intimidad, una cadena que sube por un pilar y nos hace notar un intrincado bajorrelieve, una escalera que conduce a otra y otra y otra más. Entre sus trabajos destacan Le Carceri d'Invenzione (Las prisiones imaginarias), serie de dieciséis grabados donde transformó las ruinas romanas en calabozos, túneles, abismos y escalinatas que no van a ninguna parte y que ponen a prueba la entereza mental de quien los observa. Se preguntaran qué vela carga el italiano en este entierro llamado reseña, y la verdad es que una más bien grade: según Georgia Hooks, Yourcenar estudió la técnica y composición de la obra de Piranesi por más de dos décadas, y es en Opus Nigrum donde finalmente puso en práctica todo lo aprendido durante su larga observación. El laberinto demencial se construye esta vez con capas de filosofía, historia, alquimia, medicina y teología que pueden despistar fácilmente al lector.

¿Qué se esconde bajo toda esa aparatosa maquinaria?, ¿cuál es el propósito de la historia?, ¿en qué deberíamos concentrarnos? Hooks nos indica, con bastante razón, que no existe una respuesta correcta para tales preguntas porque justamente el engaño tramposo es que éstas no deberían existir. Tras cientos de detalles e imágenes que recorren la obra se esconde una escena primordial que desencadenada todo: la de un simple hombre batallando contra su época. Pensado así, Opus Nigrum es un pretexto para recargar de sentidos ocultos y reflexiones sin conclusión una obra de arte que nunca se acaba de construir: el ser humano. Nuestra vista se debe fijar no tanto en la secuencia histórica que nos ofrece la autora, sino en la transformación alquímica que sufre un individuo llamado Zenón, la cual está estrechamente relacionada con su época pero no es exclusiva de la misma. Puede que sea en esta novela donde Yourcenar despliega de la manera más magistral su conocimiento (y entendimiento) histórico al retratar la esfera pública durante el periodo de transición entre la Edad Media y el Renacimiento —el mundo habitado por Zenón y su familia se encuentra en un dramático problema religioso con la Reforma Protestante, así como una ola de violencia proveniente del conflicto entre Francia y España—, pero  también es aquí donde mejor expone el abismo que es el hombre en su esfera privada: la mente atrapada por la prisión del cuerpo, obstruida por la perspectiva y la subjetividad; el alivio y la condena de la introspección; la infelicidad y pureza del ser sin patria ni nacionalidad; la putrefacción y el consuelo de no contar con nadie más que uno mismo.

domingo, 12 de marzo de 2017

Escritor del mes: Marguerite Yourcenar


Marguerite Yourcenar no ganó el Premio Nobel. La noticia no es nueva, pero igual es sorprendente. Pocos la mencionan cuando se habla de la larguísima lista de autores que la Academia decidió ignorar, pero no deja de ser escandaloso que la responsable de Memorias de Adriano no recibiera semejante honor. Para los estándares de la época, tenía a su favor descender de una buena familia aristócrata, un corpus literario sólido y haber destacado por mucho tiempo en el campo de la traducción, llevando al francés Las olas de Virginia Woolf y obras del poeta Cavafis. En su contra estaba su género, pero también su vida amorosa: por cuarenta años vivió en completa dicha, sin ocultarlo de nadie, con otra mujer, Grace Frick. Puede que esto último fuese decisivo para dejarla estancada en la posición de “candidata” y nunca “ganadora”, o tal vez el comité no imaginó que alguien dedicado a hablar del pasado tuviese algún futuro en el canon literario. Lo cierto es que la obra de Yourcenar sobrevivió muy bien sin la publicidad del aclamado premio y eso es lo mejor de todo. Sus libros nos llaman no por una obligación de seguir la lista de ganadores anuales, sino por una admiración general, nacida de sus lectores, que se comparte en librerías y foros de lectura y que no puede entenderse de otra forma que no sea leyéndola. Nadie le regaló a esta autora su lugar en la Academia Francesa ni su derecho de figurar entre las mejores del siglo XX, todo lo construyó ella, poco a poco, con los labios fruncidos y la frente en alto.  

Conocer bien las cosas es liberarse de ellas.

La sabiduría popular dicta que las creaciones más brillantes nacen de las situaciones más oscuras, y nadie mejor para ejemplificar esto que Marguerite Cleenewerck de Crayencou. Cubierta por la fortuna de su familia aristócrata, a la novelista belga nunca terminó por cobijarla la fútil felicidad que brinda el dinero. La pérdida y los secretos fueron una constante en su vida, aunque, como bien señala Lourdes Ventura, fueron muchos sus esfuerzos por limpiar su propio rastro biográfico. Su madre, Fernande de Cartier de Marchienn, murió pocos días después del parto, dejando a la niña sola con su padre, un hombre de 50 años llamado Michel-René Cleenewerck de Crayencour. Siendo el principio de 1900, Marguerite gozó de una educación que sólo estaba reservada a los hombres privilegiados, pues fue criada en casa bajo el halo protector de su padre, quien le compartía sus propios conocimientos e intereses y le dio acceso a las obras griegas clásicas y a escritores europeos de la época. Cuando su hija expresó su interés por convertirse en escritora, Cleenewerck la alentó a perseguir su sueño ayudándola a publicar sus primeros dos poemarios: El jardín de las quimeras (1921) y Los dioses no han muerto (1922). Siendo además un hombre de espíritu caprichoso, los viajes y la exploración fueron una parte importante del itinerario de ambos, con lo cual terminó por cultivarse una mente curiosa e insaciable, capaz de observar lo minúsculo de su propia existencia en el gran marco del tiempo y así dar voz a quienes recorrieron sus pasos cientos de años antes que ella.

jueves, 23 de febrero de 2017

Bringing It All Back Home

- Bob Dylan [EE.UU.]
- 1965
- Álbum

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But though the masters make the rules
For the wise men and the fools,
I got nothing, Ma, to live up to.

Bueno, supongo que primero debería explicarme. Cuando iniciamos este ciclo de reseñas, Bob Dylan era el tema del momento en virtud de su recepción del Premio Nobel de Literatura: ahora que llegamos al final, el tema ya no lo es tanto, por lo cual algunos de ustedes quizá consideren este artículo irrelevante. Están en todo su derecho, y no pretenderé que era mi intención desde el principio que ustedes se vieran obligados a esperar tanto para leer estas líneas, todo lo contrario, mas puede ser que con un poco de optimismo podamos transformar esa tardanza en una dosis de ventajosa perspectiva.

Por un lado, nos permite hablar con la cabeza fría y dimensionar apropiadamente lo que hace unos meses nos tenía con las venas saltadas y la sangre hervida. ¿Ven cómo no se ha desatado el apocalipsis literario? Nadie le ha dado el Príncipe de Asturias a Beyoncé ni hubo actos de terrorismo suicida en la ceremonia de premiación celebrada en Estocolmo, como insinuaran en su momento los más reaccionarios de entre los comentaristas culturales del medio, tanto amateurs como profesionales. La interposición de unos cuantos meses entre el evento y nosotros permite apreciar un poco mejor los aciertos y los deslices dentro de la nutrida gama de reacciones que desbordaron el cuadrante en aquellos días, conformada, entre otras cosas, por congratulaciones, llamadas a la sanidad, análisis traductológicos y la más que ocasional pataleta desesperada del purista quien pareciera preferir encadenarse a una máquina de imprenta y hacer huelga de hambre antes que admitir que la música también puede estar compuesta de palabras. Como espectáculo estuvo bastante bien.

Sin embargo, hasta donde he podido ver, poca tinta ha corrido acerca de la relación lógica entre el reconocimiento de la Academia Sueca (que, como he dicho antes, fue otorgado a los logros de Dylan en el campo de la canción, y no a sus libros Crónicas y Tarántula) y el formato del álbum de música. Pues si el establishment literario ve bien el asociarse con una figura como Dylan e incluso catalogar su obra lírica como “poesía”, así sin más, ¿entonces no estaría implicado que los álbumes de alguien como él, como Cohen o como Van Morrison son algo así como poemarios y que pueden ser analizados o reseñados como tales? A riesgo de provocar la consabida sorna de los fetichistas hardcore del papel, pienso que suena razonable, aunque, como he de admitir, la frase “algo así como un poemario” lleva su acento y lo llevará siempre en el “algo así”. Asociar sin igualar: es esta una de las pocas leyes en el anárquico páramo de la literatura comparada.