domingo, 12 de marzo de 2017

Escritor del mes: Marguerite Yourcenar


Marguerite Yourcenar no ganó el Premio Nobel. La noticia no es nueva, pero igual es sorprendente. Pocos la mencionan cuando se habla de la larguísima lista de autores que la Academia decidió ignorar, pero no deja de ser escandaloso que la responsable de Memorias de Adriano no recibiera semejante honor. Para los estándares de la época, tenía a su favor descender de una buena familia aristócrata, un corpus literario sólido y haber destacado por mucho tiempo en el campo de la traducción, llevando al francés Las olas de Virginia Woolf y obras del poeta Cavafis. En su contra estaba su género, pero también su vida amorosa: por cuarenta años vivió en completa dicha, sin ocultarlo de nadie, con otra mujer, Grace Frick. Puede que esto último fuese decisivo para dejarla estancada en la posición de “candidata” y nunca “ganadora”, o tal vez el comité no imaginó que alguien dedicado a hablar del pasado tuviese algún futuro en el canon literario. Lo cierto es que la obra de Yourcenar sobrevivió muy bien sin la publicidad del aclamado premio y eso es lo mejor de todo. Sus libros nos llaman no por una obligación de seguir la lista de ganadores anuales, sino por una admiración general, nacida de sus lectores, que se comparte en librerías y foros de lectura y que no puede entenderse de otra forma que no sea leyéndola. Nadie le regaló a esta autora su lugar en la Academia Francesa ni su derecho de figurar entre las mejores del siglo XX, todo lo construyó ella, poco a poco, con los labios fruncidos y la frente en alto.  

Conocer bien las cosas es liberarse de ellas.

La sabiduría popular dicta que las creaciones más brillantes nacen de las situaciones más oscuras, y nadie mejor para ejemplificar esto que Marguerite Cleenewerck de Crayencou. Cubierta por la fortuna de su familia aristócrata, a la novelista belga nunca terminó por cobijarla la fútil felicidad que brinda el dinero. La pérdida y los secretos fueron una constante en su vida, aunque, como bien señala Lourdes Ventura, fueron muchos sus esfuerzos por limpiar su propio rastro biográfico. Su madre, Fernande de Cartier de Marchienn, murió pocos días después del parto, dejando a la niña sola con su padre, un hombre de 50 años llamado Michel-René Cleenewerck de Crayencour. Siendo el principio de 1900, Marguerite gozó de una educación que sólo estaba reservada a los hombres privilegiados, pues fue criada en casa bajo el halo protector de su padre, quien le compartía sus propios conocimientos e intereses y le dio acceso a las obras griegas clásicas y a escritores europeos de la época. Cuando su hija expresó su interés por convertirse en escritora, Cleenewerck la alentó a perseguir su sueño ayudándola a publicar sus primeros dos poemarios: El jardín de las quimeras (1921) y Los dioses no han muerto (1922). Siendo además un hombre de espíritu caprichoso, los viajes y la exploración fueron una parte importante del itinerario de ambos, con lo cual terminó por cultivarse una mente curiosa e insaciable, capaz de observar lo minúsculo de su propia existencia en el gran marco del tiempo y así dar voz a quienes recorrieron sus pasos cientos de años antes que ella.

Cambió su nombre de Crayencour a Yourcenar, probablemente en un intento por desligarse de su pasado aristócrata y alcanzar así su ideal de perfección, estrechamente relacionado con la libertad de automodelarse según las propias experiencias. Su primera novela, Alexis o el tratado del inútil  combate (1929), fue publicada poco después de la muerte de su padre, y en ella ejercita por primera vez la escritura epistolar, misma que la llevaría al éxito mundial con la publicación de Memorias de Adriano  veinte años después.  La distancia que separa ambas obras es amplia en el terreno del tiempo, pero breve en el marco de la temática. Tanto en Alexis como en Memorias, dos hombres confiesan que han amado en secreto a alguien de su mismo sexo, y han silenciado sus pasiones y deseos más humanos por un bien mayor. Los biógrafos apuntan al matrimonio Vietinghoff, amigos personales de la madre de Yourcenar, para encontrar a la fuente de inspiración de Alexis, pero el instinto de confesión y deseo de liberación que se expresan en esta obra van mucho más allá de la referencia al barón Conrad von Vietinghoff, y dejan ver el propio infierno que la joven escritora enfrentaba. En una época donde la sexualidad estaba fuertemente reprimida, Yourcenar vivía la incertidumbre de sus propios deseos: había amado hombres, pero también algunas mujeres, y esto último no podía vivirlo con la libertad que hubiese deseado. Su pasión y sensualidad, ocultas del ojo público, fueron proyectadas abiertamente en obras como Fuegos (1935), donde substituye relatos basados en mitos clásicos con algunos fragmentos sobre la pasión amorosa.

El tiempo no cuenta. Siempre me sorprende que mis contemporáneos, que creen haber conquistado y transformado el espacio, ignoren que la distancia de los siglos puede reducirse a nuestro antojo.

En 1937 conoció a Frick, con quien viajó y triunfó hasta que una larga enfermedad la arrancó de sus brazos. Poco se sabe de la relación, pues así lo prefería Yourcenar. Algunos dicen que le faltaban emociones, que no tenía corazón, pero quienes la conocieron aseguran que era una mujer apasionada, amante de la vida, feliz de haber encontrado una compañera definitiva después de un sinnúmero de decepciones amorosas. La discreción y la austeridad forman parte de su carácter y de su estilo literario, no hay adornos ni florituras en sus relatos, lo cual puede hacer que pequen de crudos o incluso violentos, pero esta rudeza parece necesaria para hacernos ver su punto. Su interés por las motivaciones humanas la exime de crear una narrativa bella; le importa el hombre en su más oscuro momento, donde nos es más familiar y cercano, y por ello es imposible volverlo algo agradable de ver. La obra de Yourcenar se interesaba por los silencios del pasado: Grecia y su cultura, Roma y su caída, Europa y su oscurantismo, todos bien documentados pero sin trazas de melodrama. La carta de Adriano a Marco Aurelio, como una respuesta extemporánea a las Meditaciones y el paso del filósofo Zenón (Opus nigrum) por un siglo XVI que está demasiado asustado como para escuchar razones que no sean religiosas ilustran bien este punto. Con sus narraciones llena espacios de tiempo de los que tenemos un registro pobre o somero. Es capaz de hacernos recordar que hubo toda una civilización anterior a la nuestra, un sistema de creencias, una arquitectura y una gastronomía aceptadas y cotidianas, y que quienes habitaron esos espacios estaban tan convencidos de tener certezas y verdades como lo estamos nosotros ahora. Nos recuerda que somos apenas un grano de arena en la historia y que nuestras acciones de hoy poco repercutirán en lo que suceda en quinientos años, pero significarán todo para nosotros en cinco minutos, pues lo único que uno puede granjearse en su paso por el mundo es la propia existencia. 

Marguerite falleció en 1987, víctima de un ataque cardiaco (mismo órgano que alguna vez terminara con la vida de Adriano). Poco nos dejó dicho sobre ella, aunque tres volúmenes dedicados a su pasado familiar vieron la luz entre 1973 y 1988. No es sino hasta el final de esta trilogía, conocida como El laberinto del mundo, que alcanzamos a conocer un poco de su infancia y juventud, apenas suficiente para hacer conjeturas y escribir semblanzas. La casa que compartió con Grace, ubicada en Maine, puede ser visitada en verano y sus documentos están disponibles para consulta en la Universidad de Harvard, pero nada de eso es suficiente para hacerse una idea de su presencia. Sus libros parecen ser el único medio para alcanzarla de alguna manera, sin importar si sólo se ha leído uno o la obra completa. En lo personal, creo que estos me devoraron las entrañas. Creo que me golpearon con la fuerza de una locomotora y que nunca podré explicar el impacto que tuvo y tiene en mi vida. Me siento menos confiada de mi existencia después de haberla leído, más vulnerable al tiempo y a los cambios, más consciente de mis errores y mi futura desaparición. Y, a su vez, más feliz de estar aquí, de ser parte de algo, de una cadena humana que lleva miles y miles de años de formación y que continuará funcionando cuando yo no siga aquí y haya sido olvidada hace mucho. Lo dije al principio y lo repito ahora: su obra sobrevivió. Sobrevivió a los incrédulos que no veían provecho alguno en la novela histórica; sobrevivió a quienes ven en el ahora el único momento que importa y niegan la grandeza de aquello que existió antes que ellos; sobrevivió al desinterés del público lector, quien avanza cegado por la siguiente novedad tecnológica y se avergüenza de los momentos más primitivos de su evolución cultural; sobrevivió a prejuicios, censuras y persecuciones. Sobrevivió y nos espera a nosotros, llena de pasajes que no pueden explicarse en una sola lectura y momentos críticos donde las motivaciones de un personaje responden a nuestros propios impulsos o nos hacen negarlos de manera violenta por miedo a nuestra vileza. Sobrevivió para ponernos en jaque y hacernos volver 18 siglos, 18 años o 18 minutos, tan sólo para demostrarnos que nuestra estructura humana apenas si cambia.

Qué aburrido hubiera sido ser feliz.

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3 comentarios:

  1. Yourcenar es mi escritora favorita, leer su obra ha sido un deslumbramiento, como bien dices, es como ser golpeado por una locomotora, ya que impactó mi vida y le dio un giro a la manera en la que percibo la existencia.

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  2. Hace una semana pase a una de las pocas librerías de ejemplares usados que hay por acá en Cancún, me topé con este libro y ví que la traducción la hizo Cortázar, lo encargue porque no contaba con el dinero suficiente, apenas este fin pase a recogerlo, me entusiasmo mucho, porque la dueña del negocio con alegría me comentó que lo considera un libro maravilloso, no supe que contestar pero por esta reseña comprendo un poco más. Gracias por su tiempo al escribir esto.

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  3. Memorias de Adriano fue un antes y un después de mi vida de lectora. "Cuentos orientales" es un viaje que pretendo retomar por segunda vez, porque la primera vez que los leí me aturdieron con demasiada gracia que siempre yo que me perdí algo.

    Gracias por el texto.

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