
-Federico Moccia [Italia]
-Primera edición: 1992
-Novela…
⋆½
La luna
se asoma, alta y pálida, por entre las ramas de un árbol frondoso. Los ruidos
se oyen extrañamente lejanos. Desde una ventana llegan algunas notas de una
música lenta y agradable. Un poco más abajo, las líneas blancas del campo de
tenis resplandecen rectas bajo la palidez lunar y el fondo de la piscina vacía
espera melancólico el verano. En el primer piso del edificio una muchacha rubia,
no muy alta, de ojos azules y piel aterciopelada, se mira indecisa al espejo.
Todo lo que
necesiten saber sobre Moccia y su novela estelar se encuentra en el párrafo que
acabo de citar. Si lo analizan línea por línea, encontraran que dicho párrafo
no es más que una lista ordenada de clichés ambientales que desemboca en una
rubia de ojos azules con poca voluntad y mucho tiempo libre. De eso va el
libro, del gran amor de tres minutos que vivirá dicha rubia, adornado todo por
descripciones tan vagas y poco imaginativas como el “árbol frondoso” o la
“música lenta y agradable”. Si lo han visto en su formato físico, esta
información resulta alarmante, porque la novela en cuestión ocupa una cantidad
de espacio considerable en el librero, pero su interlineado y tamaño de letra
no son precisamente amistosos. Por lo tanto, no nos encontramos ante un
escritor malo cualquiera, no estamos frente a un John Green en Arial 15
o una Meyer con márgenes de 4.5, estamos frente a un hombre capaz de atiborrar
páginas sin recurrir a trucos de forma, un sujeto capaz de apilar cientos de
escenas irrelevantes por sus simples deseos. Todo ello, además, cargando con
una pinta de trailero.
Voy a ser
honesta, a pesar de que A tres metros
sobre el cielo me resultó terriblemente tediosa y repetitiva, no la odio
por completo. En el fondo me da lástima, porque es un desperdicio auténtico de
papel e ideas. ¿Razón? Moccia sabe (más o menos) lo que hace. Si el hombre
decidiera dejar en paz el ámbito literario y se ocupara de lleno a guiones para
telenovelas, su triunfo no sólo sería demoledor, sino también justo, porque
toda su narrativa se guía por las primicias de dicho formato. Su pluma tiene
defectos al por mayor, empezando por el hecho de que sus sarcasmos dan risa, su
ironía es patética, su descripción sólo sabe dirigirse hacia lugares comunes
como “noche oscura y tormentosa” y que toda su caracterización se centra en
repetir atributos físicos –si son lo suficientemente curiosos, encontraran que frases
como “hermosos ojos azules” o “músculos bien delineados” se repiten de manera
alarmante–. Pero si tuviésemos la oportunidad de no ver estos defectos, y en
cambio encontrarnos con una bien producida serie dramática de horario de las
ocho donde todas las veredas conducen al sexo… pues vaya, no la vería, pero
aceptaría su existencia como algo menos nefasto, porque al menos se ahorraría
papel. Por desgracia, nos encontramos con que todo esto son sugerencias mías,
que no van a suceder, y que, por consiguiente, el libro es una bonita
cochinada.
En silencio,
limitándose a decirle dónde vive, sube detrás de él. La moto arranca veloz, con
rabia, dando un salto hacia delante. Babi, instintivamente, lo abraza. Sus
manos acaban sin querer bajo la cazadora. Su piel está fresca, su cuerpo
caliente en el frío de la noche. Babi siente deslizarse bajo sus dedos unos
músculos bien delineados. Se alternan perfectos a cada movimiento suyo. El
viento le acaricia las mejillas, el pelo mojado ondea en el aire. La moto se
ladea, ella lo abraza con más fuerza y cierra los ojos. El corazón empieza a
latirle enloquecido. Se pregunta si será solo a causa del miedo.
Todo lo que
pasa en este libro es “sin querer”.
Puede sonar
contradictorio que diga me parezca una cochinada después de admitir que Moccia
sabe (más o menos) lo que hace, pero permítanme les explico. El universo que
dibuja este autor está dirigido a un género y a una edad determinados:
muchachas de trece a dieciséis años que fantasean con su primer gran amor, o al
menos con su primer encuentro sexual (dicho esto sin afán de generalizar y
sabiendo que hay jóvenes mucho más inteligentes, con mejores cosas que hacer y
con más respeto por sí mismas). En ese aspecto, Moccia tiene una idea muy clara
de qué hacer: todos sus parámetros se establecen bajo las fantasías de este
grupo de lectoras y les cumple muy bien. Nos encontramos, en primer lugar, con
un elemento femenino sumamente sensual que, a sus quince años, goza de
inocencia y promiscuidad: Babi. Siendo tan pobre su personalidad, aceptamos que
este elemento no es más que un objeto donde cualquier necesitada de afecto
puede proyectarse y fantasearse: cualquiera puede ser una Babi, o pensarse una.
Este personaje se encuentra libre de culpa o pecado, se ha criado entre lujos y
rodeado de seres que le dedican tiempo y cuidados incondicionales. Pero claro,
no conoce el amor, nunca lo ha visto en realidad: su madre desprecia a su
padre, su padre desea a otras mujeres, todo es apariencia e ilusión. En segundo
lugar tenemos a “Step” un elemento masculino con un ethos todavía más débil, pero con un físico que se nos ha vendido
por años y que, por consiguiente, resulta el ideal: alto, moreno y musculoso,
el físico de una porno. Tampoco carece de dinero (ninguna historia de amor es
buena si ambos protagonistas son pobres), pero no tiene un hogar donde ser
cuidado. Ah, claro, además es malo ¿saben?, tiene una motocicleta y hace
carreras y viste de negro y tiene tatuajes y bebe… ya saben, malo. Pero también
tiene un lado sensible que fue arruinado por un pasado tormentoso. Léase: encontró
a su madre en la cama con otro y quedó marcado de por vida.
Lo que sucede
a continuación es que este chico malo con complejos de Edipo se somete
absurdamente a los caprichos “inocentes” de la susodicha Babi. Se ha enamorado perdidamente de ella y, por consiguiente, somete toda su voluntad a sus deseos.
Claro, no había voluntad alguna desde el principio, pero eso es lo de menos.
Todo su carácter matón y agresivo se emplea ahora para sorprenderla y
seducirla, encontramos que este chico va a hacer de todo por ella, por el puro
hecho de que la ama: puede enviarle rosas a mitad de una clase, cocinarle,
secuestrar a un perro, pelearse a golpes por su honor, trepar hasta su ventana
para sacarla a escondidas, allanar una casa, llevarla a una isla escondida,
escucharla, entenderla… todo esto sin convertirse en su mejor amigo gay. La
situación es aún más romántica porque el chico ya ha estado en brazos de
muchas, pero “nunca ha ido en serio”, “nunca ha sentido nada así”, “ella es la
indicada”, etc. Por eso digo que Moccia
cumple perfectamente con las fantasías de su target, pero es también una
cochinada, porque crea una relación unilateral en el que la chica tiene todo el
control y toda la razón, es objeto de adoración sin siquiera mover un dedo,
además de que su inocencia no se ve
afectada después de someter al bravucón más guapo de Italia. Y al final puede
dejarlo atrás y conocer a otro aún más guapo y mejor presentado sin siquiera
rechistar. ¿Quién podría decirle a esos bonitos y frágiles ojos azules que es una
egoísta? Nadie. Ella es demasiado perfecta y sensible como para ocasionar
daños.
Dejemos de
lado el hecho de que Moccia no puede escribir, o que todas sus escenas tienen
desenlaces sexuales, y centrémonos en este ideal de amor que ha ayudado a
difundir. (No digo “ha creado” porque el fenómeno es una constante de la novela
rosa.) Su público se conforma de observadoras muy maleables que encuentran en A tres metros sobre el cielo una serie
de instrucciones para guiarse por la vida, tanto amorosa como familiar y
educativa. Las conozco de primera mano: no van bien en la escuela, mienten a
sus padres y sueñan con un sujeto que haga todo por ellas. No tienen culpa y no
tienen falla. Ellas no son el problema, sino el último novio con el que
cortaron, o lo poco comprensivo del mundo adulto. Como el verdadero amor está
siempre a la vuelta de la esquina, o esperando en un semáforo, están abiertas a
iniciar una relación bajo cualquier circunstancia, así como a terminarla porque
no cumplen con sus expectativas: no hay llamadas de riesgo, no hay rosas a los
dos días, no hay botellas de champán escondidas. La vara que proponen no sólo
es alta, es inalcanzable, y toda presunta muestra de afecto termina por
marchitarse porque no existe ni la más mínima noción de compromiso. Después de
este libro no se van a acercar a otro tipo de historias que no sean exactamente
iguales, porque no existe ni el interés ni la noción de que haya algo
diferente. O se acercarán sin comprenderlas, sin ningún afán de compenetrarse.
Probablemente no se acerquen a otro libro en toda su existencia. Moccia no
despierta la curiosidad lectora, al contrario, la inhibe. El dialogo que
establece con la cultura en general es pobre, su idea de Roma es que todos son
guapos y conducen motocicletas mientas escuchan a Battisti, pero con la
literatura no tiene ninguna noción de comunicarse. Sus ironías y su agilidad
para alargar historias parecen indicar que él mismo nunca ha leído nada además
de sus propias líneas, que no tiene noción de estar repitiendo historias ya
contadas pero sin la más mínima calidad. Si sugiero que escriba telenovelas y
deje el formato literario, no es porque crea que así se vuelve menos nocivo o
menos terrible, pero al menos deja una impresión que se borrará con la
siguiente transmisión televisiva. Como producto literario, en cambio, se vuelve
una Biblia recurrente: un único monolito ocupando la cabecera de una mente,
moldeándola y haciéndola esperar un esclavo motorizado que no llega.
De
nuevo abrazados en la bañera. Saborean el champán mientras charlan alegres,
ligeramente chispeantes de amor. Muy pronto, borrachos de pasión, se aman de
nuevo. Esta vez ya sin miedo, con mayor arrebato, mayor deseo. Ahora le parece
más bonito, más fácil mover las alas, ahora ya no tiene miedo a volar, entiende
la belleza de ser una joven mariposa. Luego se ponen unos albornoces y
descienden a la cala privada. Se divierten inventando nombres que puedan
corresponder con aquellas dos letras desconocidas bordadas sobre el pecho.
Después de haber competido para ver quién se inventaba el más extraño, los
abandonan sobre las rocas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario