lunes, 17 de agosto de 2015

A tres metros sobre el cielo

-Tre metri sopra il cielo
-Federico Moccia [Italia]
-Primera edición: 1992
-Novela…
 ½
La luna se asoma, alta y pálida, por entre las ramas de un árbol frondoso. Los ruidos se oyen extrañamente lejanos. Desde una ventana llegan algunas notas de una música lenta y agradable. Un poco más abajo, las líneas blancas del campo de tenis resplandecen rectas bajo la palidez lunar y el fondo de la piscina vacía espera melancólico el verano. En el primer piso del edificio una muchacha rubia, no muy alta, de ojos azules y piel aterciopelada, se mira indecisa al espejo.
Todo lo que necesiten saber sobre Moccia y su novela estelar se encuentra en el párrafo que acabo de citar. Si lo analizan línea por línea, encontraran que dicho párrafo no es más que una lista ordenada de clichés ambientales que desemboca en una rubia de ojos azules con poca voluntad y mucho tiempo libre. De eso va el libro, del gran amor de tres minutos que vivirá dicha rubia, adornado todo por descripciones tan vagas y poco imaginativas como el “árbol frondoso” o la “música lenta y agradable”. Si lo han visto en su formato físico, esta información resulta alarmante, porque la novela en cuestión ocupa una cantidad de espacio considerable en el librero, pero su interlineado y tamaño de letra no son precisamente amistosos. Por lo tanto, no nos encontramos ante un escritor malo cualquiera, no estamos frente a un John Green en Arial 15 o una Meyer con márgenes de 4.5, estamos frente a un hombre capaz de atiborrar páginas sin recurrir a trucos de forma, un sujeto capaz de apilar cientos de escenas irrelevantes por sus simples deseos. Todo ello, además, cargando con una pinta de trailero.
Voy a ser honesta, a pesar de que A tres metros sobre el cielo me resultó terriblemente tediosa y repetitiva, no la odio por completo. En el fondo me da lástima, porque es un desperdicio auténtico de papel e ideas. ¿Razón? Moccia sabe (más o menos) lo que hace. Si el hombre decidiera dejar en paz el ámbito literario y se ocupara de lleno a guiones para telenovelas, su triunfo no sólo sería demoledor, sino también justo, porque toda su narrativa se guía por las primicias de dicho formato. Su pluma tiene defectos al por mayor, empezando por el hecho de que sus sarcasmos dan risa, su ironía es patética, su descripción sólo sabe dirigirse hacia lugares comunes como “noche oscura y tormentosa” y que toda su caracterización se centra en repetir atributos físicos –si son lo suficientemente curiosos, encontraran que frases como “hermosos ojos azules” o “músculos bien delineados” se repiten de manera alarmante–. Pero si tuviésemos la oportunidad de no ver estos defectos, y en cambio encontrarnos con una bien producida serie dramática de horario de las ocho donde todas las veredas conducen al sexo… pues vaya, no la vería, pero aceptaría su existencia como algo menos nefasto, porque al menos se ahorraría papel. Por desgracia, nos encontramos con que todo esto son sugerencias mías, que no van a suceder, y que, por consiguiente, el libro es una bonita cochinada.

En silencio, limitándose a decirle dónde vive, sube detrás de él. La moto arranca veloz, con rabia, dando un salto hacia delante. Babi, instintivamente, lo abraza. Sus manos acaban sin querer bajo la cazadora. Su piel está fresca, su cuerpo caliente en el frío de la noche. Babi siente deslizarse bajo sus dedos unos músculos bien delineados. Se alternan perfectos a cada movimiento suyo. El viento le acaricia las mejillas, el pelo mojado ondea en el aire. La moto se ladea, ella lo abraza con más fuerza y cierra los ojos. El corazón empieza a latirle enloquecido. Se pregunta si será solo a causa del miedo.
Todo lo que pasa en este libro es “sin querer”.
Puede sonar contradictorio que diga me parezca una cochinada después de admitir que Moccia sabe (más o menos) lo que hace, pero permítanme les explico. El universo que dibuja este autor está dirigido a un género y a una edad determinados: muchachas de trece a dieciséis años que fantasean con su primer gran amor, o al menos con su primer encuentro sexual (dicho esto sin afán de generalizar y sabiendo que hay jóvenes mucho más inteligentes, con mejores cosas que hacer y con más respeto por sí mismas). En ese aspecto, Moccia tiene una idea muy clara de qué hacer: todos sus parámetros se establecen bajo las fantasías de este grupo de lectoras y les cumple muy bien. Nos encontramos, en primer lugar, con un elemento femenino sumamente sensual que, a sus quince años, goza de inocencia y promiscuidad: Babi. Siendo tan pobre su personalidad, aceptamos que este elemento no es más que un objeto donde cualquier necesitada de afecto puede proyectarse y fantasearse: cualquiera puede ser una Babi, o pensarse una. Este personaje se encuentra libre de culpa o pecado, se ha criado entre lujos y rodeado de seres que le dedican tiempo y cuidados incondicionales. Pero claro, no conoce el amor, nunca lo ha visto en realidad: su madre desprecia a su padre, su padre desea a otras mujeres, todo es apariencia e ilusión. En segundo lugar tenemos a “Step” un elemento masculino con un ethos todavía más débil, pero con un físico que se nos ha vendido por años y que, por consiguiente, resulta el ideal: alto, moreno y musculoso, el físico de una porno. Tampoco carece de dinero (ninguna historia de amor es buena si ambos protagonistas son pobres), pero no tiene un hogar donde ser cuidado. Ah, claro, además es malo ¿saben?, tiene una motocicleta y hace carreras y viste de negro y tiene tatuajes y bebe… ya saben, malo. Pero también tiene un lado sensible que fue arruinado por un pasado tormentoso. Léase: encontró a su madre en la cama con otro y quedó marcado de por vida.
Lo que sucede a continuación es que este chico malo con complejos de Edipo se somete absurdamente a los caprichos “inocentes” de la susodicha Babi. Se ha enamorado perdidamente de ella y, por consiguiente, somete toda su voluntad a sus deseos. Claro, no había voluntad alguna desde el principio, pero eso es lo de menos. Todo su carácter matón y agresivo se emplea ahora para sorprenderla y seducirla, encontramos que este chico va a hacer de todo por ella, por el puro hecho de que la ama: puede enviarle rosas a mitad de una clase, cocinarle, secuestrar a un perro, pelearse a golpes por su honor, trepar hasta su ventana para sacarla a escondidas, allanar una casa, llevarla a una isla escondida, escucharla, entenderla… todo esto sin convertirse en su mejor amigo gay. La situación es aún más romántica porque el chico ya ha estado en brazos de muchas, pero “nunca ha ido en serio”, “nunca ha sentido nada así”, “ella es la indicada”, etc.  Por eso digo que Moccia cumple perfectamente con las fantasías de su target, pero es también una cochinada, porque crea una relación unilateral en el que la chica tiene todo el control y toda la razón, es objeto de adoración sin siquiera mover un dedo, además de que  su inocencia no se ve afectada después de someter al bravucón más guapo de Italia. Y al final puede dejarlo atrás y conocer a otro aún más guapo y mejor presentado sin siquiera rechistar. ¿Quién podría decirle a esos bonitos y frágiles ojos azules que es una egoísta? Nadie. Ella es demasiado perfecta y sensible como para ocasionar daños.
Dejemos de lado el hecho de que Moccia no puede escribir, o que todas sus escenas tienen desenlaces sexuales, y centrémonos en este ideal de amor que ha ayudado a difundir. (No digo “ha creado” porque el fenómeno es una constante de la novela rosa.) Su público se conforma de observadoras muy maleables que encuentran en A tres metros sobre el cielo una serie de instrucciones para guiarse por la vida, tanto amorosa como familiar y educativa. Las conozco de primera mano: no van bien en la escuela, mienten a sus padres y sueñan con un sujeto que haga todo por ellas. No tienen culpa y no tienen falla. Ellas no son el problema, sino el último novio con el que cortaron, o lo poco comprensivo del mundo adulto. Como el verdadero amor está siempre a la vuelta de la esquina, o esperando en un semáforo, están abiertas a iniciar una relación bajo cualquier circunstancia, así como a terminarla porque no cumplen con sus expectativas: no hay llamadas de riesgo, no hay rosas a los dos días, no hay botellas de champán escondidas. La vara que proponen no sólo es alta, es inalcanzable, y toda presunta muestra de afecto termina por marchitarse porque no existe ni la más mínima noción de compromiso. Después de este libro no se van a acercar a otro tipo de historias que no sean exactamente iguales, porque no existe ni el interés ni la noción de que haya algo diferente. O se acercarán sin comprenderlas, sin ningún afán de compenetrarse. Probablemente no se acerquen a otro libro en toda su existencia. Moccia no despierta la curiosidad lectora, al contrario, la inhibe. El dialogo que establece con la cultura en general es pobre, su idea de Roma es que todos son guapos y conducen motocicletas mientas escuchan a Battisti, pero con la literatura no tiene ninguna noción de comunicarse. Sus ironías y su agilidad para alargar historias parecen indicar que él mismo nunca ha leído nada además de sus propias líneas, que no tiene noción de estar repitiendo historias ya contadas pero sin la más mínima calidad. Si sugiero que escriba telenovelas y deje el formato literario, no es porque crea que así se vuelve menos nocivo o menos terrible, pero al menos deja una impresión que se borrará con la siguiente transmisión televisiva. Como producto literario, en cambio, se vuelve una Biblia recurrente: un único monolito ocupando la cabecera de una mente, moldeándola y haciéndola esperar un esclavo motorizado que no llega.

De nuevo abrazados en la bañera. Saborean el champán mientras charlan alegres, ligeramente chispeantes de amor. Muy pronto, borrachos de pasión, se aman de nuevo. Esta vez ya sin miedo, con mayor arrebato, mayor deseo. Ahora le parece más bonito, más fácil mover las alas, ahora ya no tiene miedo a volar, entiende la belleza de ser una joven mariposa. Luego se ponen unos albornoces y descienden a la cala privada. Se divierten inventando nombres que puedan corresponder con aquellas dos letras desconocidas bordadas sobre el pecho. Después de haber competido para ver quién se inventaba el más extraño, los abandonan sobre las rocas.

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