martes, 17 de enero de 2012

La carretera

  • The Road
  • Cormac McCarthy (EU)
  • Primera edición: 2006
  • Novela

Frío, gris, roca, niño, nada, comida, roca, frío, niño, pistola, agua, carretera, gris, desierto, nada, comida, mar, carretera, frío, mujer, gris, muerte, mar, gris, gris, gris.

A pesar de no ser ningún viejo lobo de mar en cuanto a la escritura, puedo firmemente declarar que hay pocas cosas más duras que construir una historia basada en la atmósfera. A veces se hace inevitable, para describir un ambiente, repetir palabras. O casi repetir párrafos. A menudo se nos invita a pensar que la escritura descriptiva aburre por su vocabulario rebuscado, el cual usa en un intento desesperado por no sonar repetitivo. Pues bien, al canónico autor americano Cormac McCarthy no le importa parecer repetitivo —se regodea.

La Carretera es una de esas novelas que probablemente no habría sido publicada jamás, si no fuera por la reputación del autor. Eso suena horrible, pero es verdad, y además en éste caso va con la mejor de las intenciones. El mundo editorial está muy interesado en tramas artificiosas y artificiales, melodramas de ínfima manufactura recubiertos en diamantina y azúcar. Un autor nuevo, sin nombre, está pidiendo demasiado si llega a las puertas de una editorial con un manuscrito oscuro, así sea una obra maestra. Es así una fortuna que éste libro haya sido escrito por alguien ya célebre. Si no, quién sabe, lo más probable es que hubiera sido devorado por las fauces de alguna mortecina trituradora de papel.

En ésta carretera no hay interlocutores de Dios. Se han ido y me han dejado aquí solo y se han llevado consigo el mundo. Duda: ¿En qué difiere el nunca será de lo que nunca fue?

Varias veces me han preguntado de qué trata La Carretera, y yo me quedo con la cara en blanco. Suceden cosas, si, y la lentitud con la que suceden hace que cuando llegan el efecto emocional sea catastrófico; pero no trata de eso. Trata precisamente de ese espacio en blanco entre los puntos fuertes de la trama. Trata de la desolación, de la nada, y de la naturaleza de las relaciones humanas cuando el velo celeste de civilización y ley en el que nos cobijamos se colapsa sobre sí mismo. No es una simple historia de apocalipsis por diversión. En un punto de la novela aparecen caníbales, pero ninguna célula de tu cuerpo desea reír o buscar un pasaje gore.

Esto sucede, de forma sencilla, porque La Carretera no es un libro de terror. Eso es lo que lo hace tan aterrorizante. Está unido a nosotros, firmemente, por los huesos. Nos recuerda que somos estrictamente animales, que la línea que caminamos diariamente es muy quebradiza, y se transforma de nobleza en salvajismo pasmosamente rápido. Estoy ahí. Y estoy convencido de que estamos todos, absolutamente todos, retratados. Quienes aparecen en el libro no tienen nombre, porque no son personajes. Somos nosotros, en un escenario diferente. Un escenario que, si se le ve bien, es tan sólo una pizca más crudo del real. Un mañana imaginario que bien podría ocurrir si una pieza del dominó cayera en la dirección aciaga.

El ruido sordo de los arboles al caer y de los montones de nieve explotando contra el suelo pusieron el bosque a temblar. Abrazó al chico y le dijo que todo iría bien y que todo pasaría pronto y así fue al cabo de un rato. La escandalera extinguiéndose en la distancia. Y luego otra vez, aislada y muy lejos. Después silencio.

Hay muchas cosas, incontables, que McCarthy hace bien en este libro. Cosas que lo dejan a uno con la boca abierta. No sólo es un drama arrollador; es un retrato de los instintos básicos en el hombre moderno. No sólo es una historia de interesantísima ciencia ficción; es una ventana al apocalipsis absoluto y sin remedio al que podríamos estarnos abalanzando. No sólo es una lectura emocionalmente atronadora, que cambia tus ojos ante el mundo, sino un espejo que cambia tus ojos ante ti mismo. En doscientas páginas. No más, no menos. Divididas en pequeñísimos párrafos (lo cual se agradece, pues uno podría salir severamente deprimido de un capítulo largo de La Carretera, si los tuviese) que pueden leerse en cualquier sitio, a cualquier hora. Ya en el ejercicio de relectura, pueden leerse hasta salteados. El significado está allí, y es mucho más grande que la historia que narra.

Podría decirles —con orgullo vano en mi buen gusto —que ésta novela recibió el premio Pulitzer. Podría señalar —con un poco de duda sobre mi buen gusto —que ésta novela fue recomendada, ante la sorpresa mundial, en el show de TV de Oprah. De hecho ya lo hice. Pero son corolarios. Porque ninguna corona la enaltecerá más; así como no hay sombra suficiente para mancharla. Es probablemente uno de los libros más oscuros que he leído en mi vida, pero no me deprime. Aun cuando, página tras página, ceniza cae del cielo y no hay descanso para nadie, no considero que al cerrar éste libro haya estado triste. Sólo impactado. De varias formas. Por el escritor, por la historia, pero sobre todo por el mensaje. No es un mensaje con moraleja. De hecho podría decirse que es lo contrario de eso. Es un mensaje que se ríe de las barreras morales que tratamos de plantar ante un universo tan vasto y tan despiadado. Es un mensaje cuya única esperanza es un futuro dudoso, entre penumbra, borroso e impredecible como las paredes de un laberinto sin luz. Y aun así, mientras todo se derrumba, nos muestra nostálgicamente el refugio de la bondad. Una bondad pura, instintiva, que no tiene nada que ver con la moral o el artificio rosa que se ve en las telecomedias.

Frío, gris, muerte. Pero también, escondidas, unas gotas de ésa esencia que nos hace humanos.

Él intentó hablar con Dios pero lo mejor era hablar con su padre y eso hizo y no se olvidó. La mujer dijo que eso estaba bien. Dijo que el aliento de Dios era también el de él aunque pasara de hombre a hombre por los siglos de los siglos.

Editorial DeBolsillo: $149
Editorial Mondadori: $249
Random House (edición en Inglés): $125
Disponible en:
- Gandhi
- El Sótano
-Porrúa
- Fondo de Cultura Económica

NOTA: Edición en Inglés sólo disponible en Porrúa.

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