viernes, 6 de abril de 2012

El ruiseñor y la rosa

  • The Nightingale and The Rose
  • Oscar Wilde [Irlanda/Reino Unido (en aquella época)]
  • Primera edición: 1888
  • Cuento 
“Realmente el amor es una cosa maravillosa: es más precioso que las esmeraldas y más caro que los finos ópalos. Perlas y granares no pueden pagarle porque no se halla expuesto en el mercado.” 

Me cuesta usar la palabra sacrificio –tal vez porque tiene una connotación demasiado fuerte–, además de la terrible ironía de que hoy es Viernes Santo. Así que mientras en la televisión tengo la procesión de los cristos de Ixtapalapa y la misma gastada canción de “se sacrificó por nosotros”, “pagó por nuestros pecados”, etc, etc; en mi reseña tengo un sacrificio más modesto, el de un ruiseñor. No, no pagó por todos nosotros y no tiene todo un Nuevo Testamento dedicado a sus enseñanzas. Tiene cinco hojas, diez páginas, tal vez menos dependiendo de la edición, no es un redentor, es un ruiseñor que cantó toda la noche por una rosa roja, cantó toda la noche porque creía en el amor. 

Son muchos los que están dispuestos a sacrificarse por amor, pero el amor mutuo. Nos sacrificaríamos por nuestras parejas, por nuestros amigos, por nuestras familias; incluso nos sacrificaríamos por un amor no correspondido. Son pocos los que se sacrificarían por un amor ajeno, un amor donde no son partícipes. Mejor aún, son pocos los que se sacrificarían por la idea de amor, la idea de ver el “verdadero amor” consumarse. Y es que ya no se sabe qué fue del “verdadero amor”, de ese que se supone debe durar por siempre, de ese que no se extingue nunca. Para muchos es una ilusión, un mito, una fantasía infantil. Son cuentos de princesas y dragones, son malas tramas de telenovela, son invenciones de nuestra cabeza. Pertenecemos a una generación donde decimos “te amo” a los tres días de un noviazgo que dura una o dos semanas. De repente el “para siempre” se volvió contra nosotros y, es que siendo honesta, “para siempre” es mucho tiempo. Pero el declive parece venir desde hace mucho, algo viene saliendo mal desde nuestros padres. Tendremos hijos que vivirán algo inconcebible para nosotros: abuelos divorciados. Los compromisos se han vuelto algo demasiado sencillo de romper, basta con una pluma y un trozo de papel para terminar con una historia de hadas que nunca tuvo final feliz predicho. Los anillos ya no son una unión, en todos lados vemos como son ocultados en señal de condena. 

Entonces tenemos el amor atrofiado en alguna parte del cuerpo. Preferimos negarlo antes de afrontarlo, y es comprensible. Hay una canción que dice “los corazones rotos duelen, pero nos hacen más fuertes”, muchas veces no estamos dispuestos a fortalecernos, ni a crecer, ni a ninguna de esas patrañas que nos venden en las revistas y libros de segunda. No es un problema de la modernidad, como el estrés y la contaminación, es algo que se remonta desde siempre. Nos gusta el desencanto, nos gusta lamentarnos. Ningún vino va a saciar la sed de un hombre si no incluye su llanto. ¿Quién mejor para narrar el desencanto que Oscar Wilde? Un hombre que fue demasiado para su época, un sarcasmo y una ironía andante. El amor es complejo, misterioso, doloroso, dulce, ingrato, ridículo, cruel, ilógico, espontáneo, amargo y tiene fecha de caducidad. Pero es muy difícil que alguien lo admita, es mejor idealizarlo que plasmarlo tal y como es; una condena. Pero Wilde no pelea lo estético con lo real, mejor aún, los pinta a ambos en sus respectivos extremos y es así como nace una historia tan dulce y sublime, la de un ruiseñor que está dispuesto a dar su vida para ver feliz a alguien más. Ni siquiera es un ser humano aquel que hace el sacrificio, es un ave, un animalillo inocente. Un ruiseñor que quiere ver el amor florecer y un estudiante enamorado. 

“El amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?” 

¿Quién tiene el corazón más pequeño? Hay algo más, no sólo es un ave. Su canto la convierte en un artista, y hay algo muy cruel en todo esto. Porque el estudiante escucha su canto y le dice egoísta a aquel ruiseñor que no sabe que el arte es fría y sin uso práctico, todo estilo pero sin sinceridad, se encierra en sus libros de matemáticas y sus manuales de filosofía, maldiciendo a los artistas por no saber lo que es el sacrificio, mientras el ruiseñor se despide del mundo que tan feliz lo ha hecho. Esto también es universal, muchos tachan el arte de frívola, marcan a aquel que se abandera en ella como egoísta. Los intereses del mundo parecen haber olvidado que tenemos un alma que necesita renovarse, para la medicina somos sacos de órganos, para el derecho somos animales que necesitan reglas para regirse y para la ciencia somos masas regidas por leyes espacio/tiempo. No somos nada, nos han reducido a existir. Es tan importante el arte, tan importante que la negamos, tan importante que en 1888 Oscar Wilde dejó que un ruiseñor se suicidara en nombre de una de las tantas banderas que sostienen el arte: el amor. 

No puedo -no me atrevo-, a contar la historia, al menos no el final. Porque es la culminación de algo perfecto, no es cursi, no es bonito. Es una realidad tan fría que topamos con ella y caemos de bruces. Es lo que nos ha convertido tanto progreso y tanta marcha forzada. Es lo que nos va mejor, no lo que requiera más esfuerzo. A veces paso junto a las tiendas de regalos y recuerdo este cuento, ¿en qué momento caímos tan bajo? ¿Cuándo nos dejó de importar lo que damos? No digo que nos pongamos a hacer peluches, pero antes sacábamos energía para hacer una tarjeta, un dibujo, un detalle que dijera “pensé en ti desde hace dos semanas, lo suficiente para que secara la pintura” y no un “pensé en ti una hora antes de verte”. Pero eso es lo que nos convence ahora, cosas sin ningún valor que pasarán a una caja. Me pregunto si Wilde vivió lo mismo, al menos él no tuvo que ver la desfachatez de una rosa de plástico y una caja de chocolates. 

No es algo que recomiendo si están tristes, no los llevará más que a una tristeza más profunda. Pero sí es una reflexión de nuestros pasos trillados que no llevan a ningún lado. La historia es bella, porque cumple su función dentro del mundo del arte: da un mensaje. Un mensaje claro y triste, y a la vez muy sencillo. ¿Qué es el sacrificio? 

“–Si necesitas una rosa roja–dijo el rosal–, tienes que hacerla con gotas de música, al claro de la luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón.”


Se encuentra en distintas editoriales, a distintos precios, y el texto es del dominio público.

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