sábado, 30 de junio de 2012

Crónicas marcianas




·  The Martian Chronicles
·  Ray Bradbury [EU]
·  Primera edición: 1946
·  Colección de cuentos

El cohete, instalado en la plataforma de lanzamiento, soplaba rosadas nubes de fuego y calor de horno. El cohete se alzaba  en la fría mañana de invierno, creaba verano con cada aliento de los poderosos escapes. El cohete transformaba los climas, y durante unos instantes fue verano en la tierra…

Como ninguna otra obra que haya leído, Crónicas Marcianas es, sin vergüenza a ello, una oda al miedo. ¿Y cómo podría no serlo, considerando el año en que fue escrita? Los inicios de la posguerra y los albores de la guerra fría, que se distinguió por esa carrera de armamento nuclear e indumentaria espacial que llegó a extremos impensados. Eso es, quizá, ese uso de la carrera espacial como arma, lo que otorga a este libro su cariz de temor y desesperanza. En ese sentido —aunque pudiera parecer similar a simple vista— la naturaleza de estos cuentos es muy distinta a la de novelas de aventuras de Julio Verne, o el sci-fi temprano de Wells. El ansia detrás de ellos no es sólo existencial o novelístico, sino tangible: el miedo al choque de dos mundos, a que la guerra nunca se detenga.

Pero no basta con eso para construir una obra de este impacto. Los cuentos no son sólo un grito crudo dado desde el temor, sino que están tejidos con un hilo de misterio y color palpable, pero nunca obvio. El pasaje con que abría la reseña pertenece al primer cuento, por lo tanto le atañe la tarea de construir una atmósfera; y tendríamos que ser muy ciegos para no notar la fuerte influencia de un ambiente marciano: con ese aire rojo, y esa niebla extraña. Asimismo, la aseveración de que el cohete transforma los climas no es tan ingenua como uno piensa. Bradbury habla del calor proveniente de los escapes, pero también del clima dentro de los corazones humanos. A través de la colección se irá observando cómo éste cohete, la interacción espacial, nos transforma en entes llenos de ambición, ira y violencia —sin una razón para ofender, pero una proclividad asombrosa por hacerlo.

La nave vino del espacio. Vino de las estrellas, y las velocidades negras, y los movimientos brillantes, y los silenciosos abismos del espacio. Era una nave nueva, con fuego en las entrañas y hombres en las celdas de metal, y se movía en un silencio limpio, vehemente y cálido.

Al leer el libro hoy, obviamente se observa cierto arcaísmo en la parte científica. Nuestras exploraciones espaciales han dejado atrás esa noción de los cohetes del tamaño de condominios, que escupían fuego y transmitían ondas de calor por kilómetros a la redonda. Pero eso no impide en ningún momento el disfrute de la lectura, o su verosimilitud, pues la ciencia está subordinada al espíritu. No hay problema en que los cohetes que describe Bradbury sean armatostes que pararían en un deshuesadero de existir hoy en día, porque ello nunca obstaculiza la negra savia de terror que corre por las páginas. En La guerra de los mundos, de H.G. Wells, y en incontables historias de Hollywood, el terror deriva de la invasión extraterrestre hacia nosotros, quienes somos pequeños e indefensos ante su armamento. Aquí somos nosotros los malvados, los que exterminan, los que producen odio con sus pasos coloniales. ¿Cómo logra el autor que la empatía se sienta más por los marcianos que por nosotros mismos? Primero que nada, los hace delicados.

Cómo exploramos en su biografía, Ray Bradbury fue un hombre que, por sobre todas las cosas, enarboló la bandera del amor. Eso mismo hacen los personajes que resultan simpáticos dentro de los relatos. Desde una de las primeras historias, Ylla, hasta el mismísimo final de la colección, con el escalofriante El picnic de un millón de años, tanto los marcianos como aquellos humanos inocentes comparten los sentimientos de confusión y pérdida con respecto al amor. Con esto, el único villano es el impulso colonizador y guerrero de quienes ostentan el poder en la Tierra. Y efectivamente, parecería que en ese sentido el libro funcionó como una profecía casi perfecta. No, no descubrimos vida en otros planetas, pero sí estuvimos a punto de que tal ambición nos exterminara a nosotros mismos.

Quisiera darle aquí un pequeño espacio a mi cuento favorito de la colección, y uno que considero puede compararse con los clásicos de Wilde o Poe sin desmerecer. Vendrán lluvias suaves, penúltima historia del volumen, bien podría tener su propia reseña. Es un ejercicio gigantesco, un resumen condensado de toda la desolación del libro, y ello logrado —lo cual me parece impresionante— sin un solo personaje. Sólo hay un hogar abandonado, sufriendo los embates del tiempo; casi como una metáfora del planeta ante una crisis nuclear inminente. Es un cuento lleno de silencio y poesía, y hacia el final, el fuego (de nuevo, haciendo eco a las tonalidades rojas que aparecen desde el principio) viene y arrasa con todo, con esos restos de civilización que dejamos atrás. El tiempo se lleva los restos de nuestra propia desaparición.

Eso es lo que me queda de, probablemente, la colección de cuentos que más hondo me ha llegado. Un enorme y misterioso silencio, tal como el de la última imagen en el libro: un lago ondulante. No es una historia de acción, ni de heroísmo. La sangre sí corre, sobre todo en cuentos relativos a las expediciones, pero el tono general de libro es de oscuridad densa y acallada, el de una civilización que muere a manos de otra, que a pesar de esto no triunfa sobre nada, ni logra alguna alegría. Quizá sea lo más sabio que pueda pensarse sobre la guerra. A veces nuestros enemigos parecen tan lejanos a nosotros como personajes de otro planeta. Pero al destruirlos, también estamos acabando con una parte de nosotros; la que puede sentir empatía entre pueblos, e identificarse uno a uno, de un alma a un alma. Si eso no existe, ¿verdaderamente somos humanos? ¿Es lo logrado una victoria, o sólo una apología al silencio eterno y a la destrucción?

La aurora asomó débilmente por el este. Entre las ruinas se levantaba sólo una pared. Dentro de la pared una última voz repetía y repetía, una y otra vez, mientras el sol se elevaba sobre el montón de escombros humeantes:
—Hoy es cinco de agosto de dos mil veintiséis, hoy es cinco de agosto de dos mil veintiséis, hoy es…

Clásica Minotauro: $478
Minotauro (tapa suave): $69
Booket: $104
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-Porrúa
-FCE

No hay comentarios:

Publicar un comentario