No dejo de pensar ‘en
la que me vine a meter’. Tratar de hacer una biografía de Shakespeare sería tan
innecesario como ponerle otro grano de arena a la playa, sencillamente existen
demasiadas. El libro que estoy utilizando para iniciar esta entrada lo dice ‘mucho
se ha escrito’ y, a decir verdad, lo que ellos escriben, al igual que esta
entrada, es sólo una de las ‘muchas cosas’. Lo más triste del asunto es que,
por más que intentemos, jamás podremos dar una biografía exacta sobre este
autor, ni brindarle todos los créditos de la obra, ya que son muchos los que
argumentan y afirman lo dudoso de su existencia.
Hace poco vi un libro
en cuya portada sólo aparecía ‘Shakespeare’ sin el William, creo que con eso
sabes que has triunfado en la vida, o al menos en la muerte. El nombre de
Shakespeare tiene un eco y una fuerza inigualable. El Bardo de Avon logró ser grabado en el corazón de la cultura
inglesa a tal grado que no podemos imaginar a ningún otro autor cuando se nos
cuestiona sobre la misma. Para mis tías lo único que hago en la carrera es ver
a ‘Cheikspir’ porque, a su criterio, no existe nada más. Pero el renombre del
autor esta grabado en todo el mundo, no podemos imaginar una colección de Clásicos sin la obra de Shakespeare
incluida. Sus sonetos son una ruptura total en lo establecido. Desde la métrica
hasta la forma, las palabras, los versos, los sujetos que brincan de un lugar a
otro; las metáforas cobran vida y las palabras se graban en lo más hondo que
tenemos. Podemos odiarlo, podemos decir ‘no es la gran cosa’, pero no podemos
negar ni su genialidad ni la magnitud de su trabajo. Construir formas tan
fantásticas en una época donde apenas empezaba lo que ahora conocemos como
incunables.
Sin embargo, no son
sus sonetos la cumbre de la literatura inglesa, son sus obras. En el segundo en
que lees esto alguien está diciendo ‘no temas a la grandeza’, en el minuto en
que lees esto alguien está representando a Hamlet, esta semana serán parodiados
al menos unas mil veces Romeo y Julieta,
en este mes veremos a alguna referencia a las brujas de Macbeth y en este año serán miles los estudios que serán publicados
acerca de su obra. Y es que las obras de Shakespeare son poesía escenificada. Los
dramas humanos que representa se muestran con una dureza inusitada. Lo sublime
del lenguaje resulta demoledor cuando recordamos que es un hombre sin educación
alguna cuya mayor finalidad era la de ganar dinero para sustentar su teatro. Es
aquí donde la duda, la fantasía y la realidad, entran en juego. El poeta icónico de Inglaterra es, en
realidad, el dramaturgo icónico de las letras universales.
El nacimiento de
Shakespeare se encuentra marcado en el calendario juliano como el 26 de abril
de 1564. Siendo el pueblo de Stratford-upon-Avon el testigo de este suceso y
creciendo como el tercero de los ocho hijos de John Shakespeare y Mary Aden.
Después de esto tenemos una pintoresca infancia de la que realmente sabemos
poco, pero su gran reaparición es en 1582, cuando contrae matrimonio –a los 18 años– con Anne Hathaway de 26 años. Por
la urgencia con la que se realizó esta boda se deduce que Anne estaba
embarazada y por lo menguante del testamento de Shakespeare –únicamente le dejó
la segunda cama, la segunda– se cree que las cosas entre ambos nunca estuvieron
muy bien.
Pero dejando de lado
el morbo, pasemos al misterio. Se dice que Shakespeare no había tenido mayor
contacto ni con griegos ni con latinos (ojo, latín de Roma), y gran parte de
esta creencia lo podemos atribuir a la manera en que desdeña las reglas estéticas
establecidas por Aristóteles en su Poética.
No obstante, no podemos negar la notable influencia de varios recursos de
la tragedia griega en su obra, las brujas de Macbeth, por ejemplo, son el reflejo de las llamadas Las Moiras.
Así que tenemos a un hombre supuestamente inculto con mucha cultura. Es dueño
de un adjetivo para el teatro el ‘teatro shakesperiano’ y esto no se lo podemos
negar, ya que su estilo constituye un toque único. Para la época no podemos
negar que el teatro era una de las mayores fuentes de entretenimiento, por lo
que a las funciones no sólo asistían personas de alta alcurnia, sino cualquier
habitante con la finalidad de divertirse. Teniendo un público tan variado, las
obras de Shakespeare son reflejo de esta mescolanza. No importa cuanta seriedad
tenga la obra en sí, los juegos de palabras –tales como los dobles sentidos–,
tienden a aparecer en el momento preciso para arrancar una carcajada desde los lugares
más baratos hasta los palcos.
A pesar de todas las
dudas, si era él quien escribía o no, no podemos negar que había un genio
firmando bajo las iniciales W. S., a estas alturas la autoría ya no parece tan
importante, sino el resultado en sí. Quizá Shakespeare no sabía lo que lograba,
para su tiempo sólo necesitaba una obra lo suficientemente buena como para
llenar el lugar por aquella noche. Los folios son piezas de museo invaluables
que ni siquiera fueron escritas por él, muchos actores recrearon sus líneas de
memoria para que el trabajo no se perdiera, así que tenemos la copia de la
copia de algún lejano ayer. Sus obras reflejan instintos humanos de lo más
bajos junto con imágenes de lo más bellas. Desde sus tragedias históricas hasta
sus comedias, de lo vulgar a lo brillante, todos saben su nombre de una u otra
forma. La huella de Shakespeare, –ya sea desde una postura humanista, una
literaria o una, sencillamente, espectadora–, es una marca que no podrá
desaparecer por la magnitud de su grandeza. En éste momento alguien murmura, to be or not
to be.
Hamlet en teatro
Bueno... no siempre somos serios
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