martes, 9 de octubre de 2012

El corazón delator


·  The Tell-Tale Heart
·  Edgar Allan Poe [EU]
·  Primera edición: 1843
·  Cuento

Es imposible decir cómo es que la idea entró a mi mente, pero, ya concebida, me persiguió día y noche. No había motivo alguno. No había ninguna pasión. Yo amaba al viejo. Él jamás me hizo daño. Nunca me había insultado. Yo no deseaba su oro. ¡Pero, el ojo! ¡Sí, eso fue! Uno de sus ojos se parecía al de un buitre — ese azul pálido con una membrana sobre él. Mi sangre se ponía helada siempre que me miraba, y gradualmente, muy gradualmente, resolví quitarle la vida al viejo y así librarme del ojo para siempre.

El comediante Patton Oswalt hace una observación singular sobre Edgar Allan Poe: si uno lee sus obras completas, descubre un estilo desigual en calidad. El tipo escribía a toda hora, cuenta el comediante, así que —por default— algún día le ‘salía’ El cuervo, y al siguiente escribía algo sobre sus pantalones. No he leído las obras completas yo mismo, así que creerle a Oswalt puede ser un acto de fe, pero hay algo más que una ciega creencia para hacerme pensar que tiene razón. En este pequeño cuento —un clásico de la narración gótica— hay cosas que indican que Edgar Allan Poe era una persona que escribía rápido. Todos conocemos una. El tipo que no ha iniciado el trabajo una semana antes de la fecha de entrega, y aparece el día fatídico con algo perfectamente aceptable. ¿Por qué digo esto? Recuerden sus lecturas de este cuento. Les doy diez segundos, o mejor aún: tómense los que necesiten. ¿Listo? Bien. ¿Cómo son los personajes del cuento? ¿Qué relación tienen entre sí? ¿Cómo es la casa en donde viven? Exactamente.

La falta de detalles externos en el texto es impresionante, pero no me gustaría que sólo lo notaran junto conmigo y ya. Pensemos en lo que eso significa, además de una escritura rápida. A Poe no le interesa describir al mundo ni a la gente por sus aspectos externos; prefiere enfocarse en un rasgo mental —una obsesión, si quieren llamarle así— y martillar con fuerza e insistencia hasta lograr su meta. Martillar tal y como el absurdo e infatigable corazón del viejo dentro de la historia. Esta comparación con un martilleo alude a fuerza y sonido —¿y por qué, si no por fuerza y sonido, usa el autor mayúsculas y exclamaciones al por mayor en el cuento? Poe, en estas breves páginas, demuestra de este modo un entendimiento de muchas cosas sobre el terror, sobre la mente, y sobre cómo escribir ‘desde adentro.’ En efecto, nuestra perspectiva nunca deja de ser la del narrador, quien es, a su vez, un paranoico irremediable. Eso es lo que más me espanta del cuento: la espiral inevitable hacia la locura, vista en todo su oscuro esplendor.

Lo vi con perfecta nitidez — todo él azul con un espantoso velo encima, el cual helaba hasta el tuétano en mis huesos, pero no podía ver más del rostro o persona del viejo, pues había dirigido la luz, como por instinto, hacía ese punto maldito. ¿Acaso no les he dicho que lo que en mí llaman locura es solo una exaltación de los sentidos? Entonces, les digo, vino a mis oídos un bajo, monótono y rápido sonido, como el que hace un reloj envuelto en algodón. También conocía bien ese sonido. Era el corazón del viejo latiendo. Incrementó mi furia como el sonido de un tambor llama al soldado a la batalla.

Dudo mucho que tenga que relatarles el argumento, pare algunas cosas sí son importantes de mencionar. El momento en que el cuento está siendo relatado, por ejemplo. A mí me gusta pensar que es el momento justo en que el narrador es arrastrado al manicomio. Otra cosa que me parece interesante —y muestra de lo atemorizante que puede ser la exageración si se le sabe usar— es la escena en donde el viejo despierta y pregunta si hay alguien merodeándolo. Ambos personajes proceden a no moverse, escuchando cualquier perturbación en las tinieblas. Por una hora. No sé ustedes, pero por más fuerte que haya sido el susto, normalmente regreso a dormir unos veinte minutos después; máximo. El que el viejo se haya quedado inmóvil, seguro de su suerte, por tanto tiempo nos habla de otra cosa. Algo que va más allá del susto. Una premonición. 

Es esa relación problemática con el futuro, el pasado y el destino la fuente de la cual surgen muchos horrores. Hace unos días reseñamos El caso de Charles Dexter Ward, en donde todo el horror proviene de personas quienes se meten con influencias demasiado antiguas, demasiado poderosas. En el caso del Corazón Delator, el relato nunca parte a tales distancias, quedándose en el pasado reciente; sin embargo, el terror surge de otra especie de juego con el tiempo. La predestinación. En otro mundo, el narrador podría haber mantenido su cordura, o el viejo podría haber tenido ambos ojos sanos y hermosos. Eso habría detenido la historia. Pero no es así, y mediante la narración tan escueta y desalmada de Poe, da la impresión de que nunca pudo ser de otro modo. Lo descuarticé y metí sus trozos bajo el suelo de la casa, cuenta el narrador. Nosotros nos sentimos aterrorizados porque, dicho así, todo parece tan natural y tan fácil. La muerte como el simple capricho de una mente descarrilada. 

Es curioso sentarse a reseñar un clásico tan leído. No me siento con la obligación de recomendárselos tanto como de hacer que regresen al cuento y lo lean con un interés renovado. Pero el interés por Poe muy rara vez decae. Sospecho que más de uno de ustedes puede recitar parte del Cuervo de memoria. En estos años, Poe está más vigente que nunca, gracias a la estética de gente como Tim Burton o Neil Gaiman. Nuestro autor del mes, H. P. Lovecraft, lo cita como un maestro indispensable. Esto, al menos, es fácil de descifrar. No se trata sólo de que sea tenebroso. El cuento no se trata sólo de un asesinato. Si Poe ha perdurado es porque entendía de un modo instintivo las maquinaciones de la obsesión humana, y las mezclaba con imágenes impactantes e inenarrables: De este modo contribuyó no sólo a espantar gente alrededor de una fogata a medianoche, sino a crear todo un arte poético a base de locura, sombra y soledad.


Se hizo más fuerte — más fuerte — ¡más fuerte! Aun entonces los hombres charlaban a placer y sonreían. ¿Era posible que no escucharan? ¡Dios todopoderoso! — ¿No, no? ¡Lo escuchaban! — ¡Lo sospechaban! — ¡Lo sabían! — ¡Estaban burlándose de mi horror! — eso pensé y eso pienso. Pero todo era mejor que esta agonía. ¡Cualquier cosa más digna que este ridículo! ¡No podía soportar esas muecas hipócritas un momento más! ¡Sentí que debía gritar o morir! — y ahora — de nuevo — ¡escuchen! ¡más alto! ¡más alto! ¡más alto! ¡MAS ALTO!

Múltiples ediciones, múltiples precios. Normalmente disponible como parte de Narraciones extraordinarias, y el texto es del dominio público.


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