viernes, 30 de noviembre de 2012

La multitud errante



  • Laura Restrepo [Colombia]
  • Primera edición: 2001
  • Novela  corta

“Le duele el aire, la sangre quema sus venas y su cama es de alfileres”, son las palabras que escribí al comienzo, poniéndolas en boca suya, y que ahora debo modificar si quiero ser honesta: Me duele el aire. La sangre quema mis venas. ¿Y mi cama? Mi cama sin él es camisa de ortiga; nicho de alfileres.

No sé muy bien si ponerme a hablar de realismo mágico. En las páginas de este libro no encontrarán gitanos haciendo ferias en donde exhiban hielo, pero aun así hay algo aquí, bajo la corriente, algo silencioso, oculto, quizá en el ambiente, quizá en el espíritu, que recuerda muchísimo a García Márquez. Hay algo que me hace pensar que tal similitud está enraizada en la condición de peregrino que tiene el personaje principal, y en que los lugares por donde pasa siempre parecen etéreos, mágicos, como un Comala o un Macondo son mágicos, a pesar de tener esta novela un tinte histórico un tanto más marcado. Y es que esta novela también tiene el sentimiento muy afinado para encontrar las fibras sensibles dentro del corazón latinoamericano —especialmente de esos corazones que palpitaron hace unos 70 años. Nuestros abuelos iban naciendo, quizá. Gente que fue perseguida, asediada por el rigor incansable del tiempo y de los gobiernos militares.

Y en medio de todo eso, tenemos un par de protagonistas que son perseguidos por otra cosa —igual de ruda e inevitable: las pasiones humanas. En el entorno místico e histórico de estos pequeños pueblos destruidos y vueltos a construir, tenemos a dos personas formando un triangulo amoroso. Mis matemáticas no están mal, lo juro; es tan sólo que el tercer vértice del triangulo no está allí. Al hombre le llaman Siete por Tres (puesto que tiene 21 dedos), y está completamente enamorado de una memoria, ya de hace años, y por cuya causa se tortura internamente y se obliga a viajar por el país entero. Y claro, como suele suceder, eventualmente se topa con una chica que no tiene más remedio que perseguirlo a él. El errar del que habla el título no es enteramente atribuible a la condición de nómada a la que te reduce un gobierno que te odia; el errar sin rumbo también se lleva por dentro, y está compuesto de ilusiones, decepciones e ilusiones de nuevo.


A todas éstas, Siete por Tres  parece haberse borrado del mapa; tal vez finalmente se halla reencontrado con Matilde Lina en esos terrenos del nunca jamás que ella regenta. A veces deseo con toda el alma que haya sido así, para que descubra que ella también mide mediana estatura y arrastra pequeñas miserias, como todos nosotros.

¿Ven a lo que me refiero cuando digo que el libro me huele a realismo mágico? No sé si, simplemente, hay un cierto estilo sudamericano que me suena a esos autores gigantescos, pero detecto otra cosa, al menos eso creo. Matilde Lina es una presencia enorme, aplastante, que prácticamente define las acciones y no-acciones de los personajes a pesar de nunca aparecer o de ser parte de otro mundo —mucho como el Godot de Samuel Beckett, pero también como múltiples personajes en Pedro Páramo. La búsqueda incansable que Siete por Tres emprende en pos de ella es trágico en cierto sentido: mientras él trata de retomar la vida que perdió, otras personas buscan hacer que olvide e inicie de nuevo, y otras más —las personas que tienen rifles y a la ley de su lado— sólo quieren que desaparezca.

Otro aspecto que dota a la novela de una nitidez mágica es la paleta de color. La portada de la edición que leí es gris, y aunque bastante linda, no me parece enteramente adecuada. Logra transmitir la antigüedad, eso es cierto, pero la antigüedad que retrata Restrepo no es como la de esas películas en blanco y negro. Es una antigüedad viva, refulgente, en la cual las vírgenes tienen colores inmaculados y las bandas de metal viajan en carritos amarillos. ¿Bandas de metal? ¿Carritos? Sí, y es que ese es el gran momento de la novela, en mi opinión: el salto temporal que llega de pronto, en donde la civilización irrumpe dentro del olvidado albergue para desprotegidos en que toma sitio la historia. En ese momento nos enteramos que no estábamos en donde creíamos, y que el pasado y el presente se interconectan de modos muy confusos en ocasiones. Ocasiones en que podemos hacer algo para ayudar a quienes viven enterrados en lo ya sido —aparentes lecciones de historia.

La prosa de Restrepo en esta novela, que además podría ser leída en un día o dos sin problema, es honesta y pura, como la mente de su narradora. Quizá, sólo quizá, sufre un poco de ese síndrome latino tan notorio que es usar adjetivos a la menor provocación, pero no es nada grave. Por la mayor parte, esta prosa tan descriptiva no afecta, sino que se agradece, pues trae a un lugar que parecería gris a la vida total, y a un amor que parecería —desde fuera— soso y desequilibrado al territorio de la pasión desbordada. Además, si son personas melancólicas, les recomiendo esta lectura ampliamente. Les va a mostrar algo de valor: las personas de esta historia han vivido sin un hogar real, o lo han perdido; sienten amores que no les cuadran; tienen defectos que no los dejan pertenecer; en fin, no se sienten en paz. Pero luego llega algo, una revelación, un cisma temporal y colorido que hace que todo eso quede enterrado bajo una leve capa de ilusión. Dejar ir el pasado da miedo, sí, porque el futuro y sus promesas son de humo. Pero también es cierto que la vida se vive en donde uno está puesto, y si uno aprende a dejar ir y apreciar el presente puede que pase algo lindo. Puede que haya alguien esperándonos, cálido, al final de nuestro largo viaje errante por el mundo.

De momento, ha cedido la angustia que suele gravitar sobre el albergue, disolviéndose con modestia en la amplitud de su contrario, que es el resplandor que me deslumbra en esta noche quieta, y que me regala estas ganas de creer que nos arrullan días ambles, pese a todo. Por primera vez desde que conozco a Siete por Tres, el pulpo de la ansiedad ha dejado de oprimirme el corazón. Esta paz se asemeja a la felicidad, pienso, y como no quiero que el sueño ni el aire la disipen, agradezco la vigilia y apago el ventilador.

La Nación: $80
Alfaguara: $150
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-Porrúa
-FCE
-El Pendulo

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