De vez en cuando saco un volumen y leo una o dos páginas. Después de todo estoy aquí para cuidar de los libros y, en cierto sentido, leer es cuidar. Aunque no son ni lo bastante viejos para ser valiosos exclusivamente por su antigüedad ni lo bastante importantes para despertar el interés de los coleccionistas, los libros a mi cargo significan mucho para mí, aun cuando la mitad de las veces resulten tan aburridos por dentro como por fuera. Por muy banal que sea el contenido, siempre consigue conmoverme, pues alguien ya fallecido en su momento consideró esas palabras tan valiosas para merecer ser plasmadas por escrito.
[¿Me extrañaron? Probablemente no, pero, para efectos prácticos, digamos que sí por el bien de la reseña.]
Hace tres años leí este libro por primera vez. Para haberlo encontrado en un mercado de libros viejos, la edición era casi nueva; su único defecto era el de tener la cubierta rasgada por alguna navaja incauta. Fue esa misma cubierta, dañada y a punto de perderse en el mugriento piso, lo que me hizo llevármelo. Apenas si me importaba el título, y la escritora no me era conocida, pero mi cariño por el nació por el sólo hecho de pensar en su porvenir. Los libros están indefensos. Le temen al fuego, al agua, a la humedad, a los dedos grasosos, a las manchas de café y a su propio contenido, porque ese contenido puede convertirlos en una paria. Y si les relato este primer encuentro, es porque no puedo haber sido más perfecto, ni más eficaz. ¿Cuánto aman a los libros? Muchas veces no caemos en cuenta lo que ese amor significa. No son sólo las ediciones costosas, las portadas brillantes ni las bandas amarillas indicando best-sellers. Es el contenido. Si amamos un libro es por lo que nos dan, porque nos regala un fragmento, un suspiro o una vida de alguien más. Hay un escritor detrás de esas palabras, un escritor que nos ofrece un jugoso premio por cada minuto que le dedicamos. Un escritor que no es un extraño y que, por más que indaguemos, por más que lo amemos, por más que creamos que despliega su alma mediante sus palabras, siempre nos va a mentir.
Sabemos dónde nacieron, qué los inspiró, cuál fue su meta y su motivación. Pero las entrevistas no lo son todo. Cuando la grabadora termina de girar, cuando el micrófono queda en silencio, ellos, a quienes les dedicamos hasta quinientas páginas de nuestras vidas, siguen siendo unos extraños. No leemos más que vagos ecos de sus mentes, no sabemos con exactitud que hubo antes ni que habrá después, y eso no es una equivocación. ‘Dejen mi pasado en paz’, ha decretado Vida Winter. Y tras años de silencio, de engaños y de fantasía, su vida se ha formado a base de un mito. Aquella escritora altiva, de ojos verdes donde no habita alma alguna, ha escondido su pasado por demasiado tiempo. Más que esconderlo, lo ha refugiado bajo una capa de mentiras; diferentes mentiras que regala a cuanto periodista quiera saber la verdad. Una cuentista, una fabulista, una embustera. Si embargo, el cuento ya ha durado demasiado, y el punto final la persigue por cada rincón de su mansión. Entonces decide enviar una carta a quien tal vez sea la única persona capaz de comprender sus silencios. Entonces Margaret Lea escucha y transcribe lo que será la última historia de la señorita Winter, el último cuento −el número trece– que quedo perdido hace décadas. Érase una vez una casa habitada por fantasmas... Érase una vez una biblioteca... Érase una vez dos gemelas…
La vida del escritor necesita tiempo para descomponerse antes de que pueda ser utilizada para alimentar una obra de ficción. Hay que dejar que se pudra. Por eso no podía tener a periodistas y biógrafos hurgando en mi pasado, recuperando retazos y fragmentos, conservándolos mediante sus palabras. Para escribir mis libros necesitaba dejar tranquilo mi pasado a fin de dejar que el tiempo hiciera su trabajo.
Mientras releía este libro tenía mis dudas. Algunos pasajes, dedicados a un tono demasiado solemne, terminan por parecer ridículos y eso me hacía sentir insegura. En tres años mis lecturas han cambiado y muchos libros que en su momento encontré fantásticos ahora me resultan algo chuscos. Si bien, al principio leía cada oración con sumo cuidado y tanteaba el terreno por donde pasarían mis ojos, lentamente me deje envolver por la narrativa. Diferentes tonos para diferentes personajes, para diferentes historias. Margaret Lea ha sido llamada por Vida Winter para convertirse en su biógrafa autorizada, y lo único que Margaret sabe de la escritora inglesa más reconocida de su época es que no ha dicho la verdad a veintisiete biógrafos y que respira. Esa es la primera historia; la historia de alguien que cuida libros viejos y que siente un particular interés por autores del siglo XIX. Autores poco o nada reconocidos, personas que plasmaron sus sueños en pergaminos que quedaron olvidados con el pasar de los años, hombres cuyos mapas cuentan aventuras y mujeres cuyas cartas conforman el bagaje de una vida. Y, sobre todo, la historia de alguien que escribió sobre los hermanos Landier, alguien que entiende de hermanos, que entiende de gemelos. Margaret teme a los vivos y añora a sus muertos.
La otra historia es la de Vida Winter, pero esas son muchas historias. Un pasado que se ha dejado pudrir por tanto tiempo que el hedor ya acorrala a los vivos. Tal y como decía al principio: ¿qué esconden los escritores? Vida Winter está dispuesta a contar su vida, o a inventar una de sus mejores historias; todo dependerá de cuánto podamos confiar en ella. La señorita Winter también teme a los vivos, pero le teme más a sus muertos. Su último cuento, el número trece, es perseguido por un lobo que la carcome. Cada palabra encierra uno y otro secreto, pero ella es sólo un papel secundario. En el centro del escenario está toda aquella vida que se creó antes de que ella existiera. Están Isabelle y Charlie, el ama y el jardinero, la gran mansión a punto de desmoronarse, con un techo por donde se pueden ver las estrellas. Todos los niños mitifican su nacimiento, se creería que antes de nosotros no hubo nada. Dos pares de ojos verdes se han abierto ya, en la mesa de la cocina; son Adeline y Emmeline. A ellas les pertenece esta historia, y la otra historia, le pertenece a Margaret a un nombre sin cuerpo. Y una más, un bebé. Pero todas se tejen por el mismo hilo, en todas existen los 'hubiera' y todos los personajes han sido mutilados por mentiras, por muertes y por silencios.
Diane Setterfield compartió lo más íntimo de su mundo conformado por libros: su propio papel como lectora. Resulta curioso leer mentiras, porque nos olvidamos de que lo son o, mejor aún, nos aferramos a creer que pueden ser reales. Ése es el juego de El cuento número trece, desde que abres el libro sabes que estás en un mundo ajeno a ti; la cita con la que abre Setterfield, ¿o Margaret?, es propiedad de la señorita Winter, un personaje. Incluso el paisaje resulta engañoso. La nieve ha cubierto Yorkshire por tantos días que la luna se confunde con el sol y la niebla con nubes. Y en medio de toda la confusión, dos pares de ojos verdes se asoman, junto con dos pares de ojos almendra. Érase una vez cuatro gemelas. Un bebé. Un incendio. Un jardinero. Una institutriz. Una gran casa. Un carrito plateado. Un fantasma. No en ese orden, realmente nada parece tener un orden concreto, pero también había un gato, llamado Sombra. Y también estaba Margaret, escuchando secretos, pero callando el suyo. Éste es un libro perfecto para quien ama a los libros por su fragilidad y para quien cree en sus narradores, en sus ficticios y embusteros, pero casi reales, narradores.
−Ya veo –dijo con suavidad, asintiendo con la cabeza como si lo comprendiera–- No es asunto mío, desde luego. –Volvió la mano sobre su regazo y contempló fijamente su palma herida–. Usted es libre de no hablar si así lo desea. Pero el silencio no es el entorno natural para las historias; las historias necesitan palabras. Sin ellas palidecen, enferman y mueren, y luego te persiguen. –Se volvió de nuevo hacia mí–. Créame, Margaret, lo sé.
Editorial Lumen: $219
Editorial DEBOLS!LLO: $179
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-El Péndulo
-FCE
Hace como dos años o dos años y medio que leí este libro, quise leerlo desde siempre y un día extrañamente llegó a mi, lo devoré y me envolvió demasiado entre su historia llena de más historias, entre la mentira o la verdad, o la búsqueda de quien vive o muere. Algo fantástico es que este libro logró meterme por completo en el barco del cuento 13 perdido en el tiempo. Cuando lo acabé busqué sobre el, o sobre su autora, creo que este es el primer lugar donde encuentro algo parecido a lo que en mi marcó el libro.
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