Gracias, Dios, por tu creación perfecta, con piel tan suave y pálida como luz de luna, y los huesos bajo ella enredando y reacomodándose, elevándose en la cresta ilíaca y hundiéndose en las clavículas. Gracias por el ritmo de sus movimientos, encogiéndose, estirándose, sus contornos rodeando las sábanas como olas. Ella es tuya. Ella es perfecta. Un templo, con cabello sobre las sienes. Presionado contra ella puedo oír la eternidad —espacios vacíos y solitarios; corrientes que se agitan sin cesar, y la nieve caída recibiendo a la nieve que cae con un callado “hush”.
Disculpen las molestias recientes con
respecto al calendario, hemos estado ocupados a muerte; mas desde este momento
el blog entra en modo invernal/navideño completo. En ese tenor, elegí Blankets porque está situado en un
periodo invernal, pero también por su fuerte tono religioso, con un ojo
agudísimo para captar los momentos en que la vida cotidiana se transforma en
una experiencia mística. Ese ojo, cuentan, se va perdiendo un poco con la
madurez: es por eso que la niñez y la adolescencia son conceptos tan
importantes para el autor y su obra. Una de dos: o Craig Thompson tiene una
gran memoria, o es un mentiroso consumado. Ahora, hay ciertos puntos de la
historia en que uno se pregunta por qué alguien querría mentir sobre algo así,
y se queda en blanco. Hay otros en que la prosa y las imágenes simplemente
transpiran amor, honestidad, lo cual borra sospechas en buena proporción. Así
que optaré por el primer inciso: Blankets
es una memoria perfectamente recordada y honesta hasta llegar al dolor.
¿Una memoria sobre qué? Buena pregunta. La
portada es, en retrospectiva, un gran indicador sobre eso. Tenemos a dos
chicos, jóvenes, enamorados, enfrascados en una pose evidentemente protectora,
aunque no se sabe si del frío o si de algo más. Sin embargo, en sus rostros hay
una total tranquilidad, como si hubieran hallado en ese tímido abrazo un
refugio efectivo, cálido, un techo sólido bajo el cual ver pasar la lluvia, o
la nieve. Alrededor de ellos hay un ligero halo blanco, como el que lucen los
santos en algunas imágenes. Hay nieve en la mitad de la imagen, y la otra
mitad, la superior, está dominada por bosque y cielo, retratados en tonos
oscuros —tonos que amenazan hasta cierto punto, que se ciernen sobre la pareja
como la sábana de la que habla el título, pero también como una posible
mortaja. Suena un tanto ominoso, pero de allí surge la belleza de la historia. Blankets es una historia de amor, sí,
pero también del otro mundo que existe más allá de él —un mundo hostil, realista,
pragmático, en el que lo único que puede salvar a tu alma del marasmo son esos
momentos de amor, de fe, en los que descubres que tu ser, tan terrenal, es
capaz de despedir luz por unos instantes.
La historia sigue dos vertientes —la
relación de Craig con su primer amor, Raina; y su relación, quizá más
problemática y dominante, con Dios. En el libro se cuentan los bemoles de
crecer como un infante rural, con un foco especial sobre el exceso de
religiosidad. El problema, en este caso, no es que la religión sea tonta o
inservible (de hecho, podría decirse que es el único amigo que Craig encuentra
durante su ruda niñez, además de la fantasía), sino que el ambiente rural de
los Estados Unidos suele practicarla con una vehemencia y rigidez glaciales.
Así pues, el niño aprende que no es posible hacer feliz a Dios con dibujos, por
ejemplo, que es lo que a él más le encanta hacer. Pero mientras la iglesia
buscaba inculcarle a Craig un Dios inamovible, él crecía, se hacía un
individuo, y necesitaba otra especie de deidad. Un Jesús personal, en palabras
de Depeche Mode.
Entonces llega Raina, el amor. La historia
es bonita por sí misma, expresivamente dibujada y alcanza momentos de gloria en
algunos paneles. Gloria que Thompson ilustra del único modo que conocía, del
modo que debía haberlo sentido en ese momento: con un brillo religioso. La
belleza suprema que uno alcanza, adentro, en el alma, cuando experimenta ese
primer amor real, es retratada con halos de luz celestial o auras blancas, como
la que cubre a la pareja en la portada. La belleza se convierte así en algo
intocable, fuera del tiempo que transcurre normalmente en el mundo, que lastima
a la gente, que la aparta. No es que eso ya no pueda suceder, sino que siempre
quedarán momentos imborrables presentes en la memoria. Tesoros enterrados bajo
la nieve, a los que siempre podremos volver, y que siempre ocasionarán la misma
ola dentro del espíritu.
En el sitio goodreads.com hay una reseña
que da a este libro únicamente dos estrellas, de cinco posibles. Argumenta que
el final es anticlimático, y que la historia no tiene el peso que debería.
Parecería que el lector en cuestión olvida que esta es una historia real, y que
por lo tanto no tiene porque apegarse a reglas de estructura, orden o
finalidad. Blankets no es un invento
de Thompson, es una rebanada de su vida, elaborada amorosa y defectuosamente en
aras de lograr un entendimiento consigo mismo. Así se siente, como una
confesión profunda, íntima, y en mi opinión debe leerse como tal: de noche, de un
solo jalón, enredado(a) entre las sábanas, sábanas que nos entornan y nos
cubren como nieve; nieve que blanquea, que está en todo, como Dios.
Cuán satisfactorio es dejar una marca en una superficie en blanco, trazar un mapa de mi movimiento. No importa cuan efímero sea.
Astiberri (en español): $581
Harry N. Abrams Inc: $610 (precio de catálogo, yo la he visto por $400 o menos)
Disponible en:
-El Sótano
-El Péndulo
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