miércoles, 5 de diciembre de 2012

Historia de dos ciudades



  • A Tale of Two Cities
  • Charles Dickens [Inglaterra]
  • Primera edición: 1859
  • Novela

Maravilloso hecho para la reflexión, el que cada criatura humana está constituida para ser un profundo secreto y misterio para las demás. Solemne consideración, cuando entro a una gran ciudad de noche, el que cada una de esas casas oscuramente enclaustradas guarda su propio secreto; que cada cuarto dentro de ellas guarda su propio secreto; que cada corazón latiente en los cientos de miles de pechos aquí es, en algún aspecto, un secreto hasta para el corazón más cercano.


Cuando un escritor de la talla de Charles Dickens declara que uno de sus libros es lo mejor que ha hecho, sabes que va en serio, y que te estás adentrando en algo especial. Todos conocemos Historia de dos ciudades debido a miniseries, películas o simplemente esa aparente osmosis cultural que ocurre sin explicación. En mi caso, una versión reducida e ilustrada me llevó a creer por años que ya lo había leído. Agradezco el que tal ilusión no se haya mantenido en pie, puesto que ello me dejó descubrir un libro redondo, con fantástica prosa y emoción a flor de piel. Para empezar, y a riesgo de sonar pedante, leerlo en inglés sí cambia las cosas. Dickens usa pequeños juegos de palabras, se aventura en el hipérbaton, estructura sus oraciones con sonidos deliciosos y el cuidado de un orfebre.

Pero lo que recordamos de este libro, lo que está con nosotros siempre, como una de esas historias clásicas e imposibles de escapar, es la temática privada y pública. El hombre dispuesto al sacrificio más grande por amor, en un entorno que está listo a derramar toda la sangre que sea necesaria para destronar a la nobleza antigua y su prepotencia. Estamos hablando de La Revolución. La que lo significa todo para occidente, la que cambió mentes a través del mundo, la que inspiró ese cuadro hermoso de Delacroix, la que fracasaría, desgraciadamente; la francesa. Pero no está vista desde los ojos de un historiador, ni de un naturalista, vaya, ni siquiera de un francés. Esta es la historia de la revolución francesa contada, en su mayor parte, desde el otro lado del Canal. Lo que tratamos en esta novela es un cataclismo enorme, sísmico, que sacude las vidas privadas de gente que se encontraba viviendo una vida casi tranquila. Pero eso, aunque trágico, no está del todo mal: los ambientes oscuros permiten que almas perdidas encuentren la redención.


"Por usted, y quien le sea querido, lo haría todo. […] Trate de tenerme en su mente por algunos momentos tranquilos, tan ardiente y sincero en este asunto. El tiempo vendrá, el tiempo ya no tarda, en que formará lazos —lazos fortísimos que la unirán a esta casa que usted tanto adorna—, los lazos más sagrados y alegres de su vida. Oh Miss Manette, cuando la pequeña imagen de un padre feliz mire su rostro, cuando vea su propia belleza brillante surgiendo de nuevo a sus pies, piense algunas veces en que hay un hombre que daría la vida para mantenerla junto a alguien que ame.”

Lo curioso acerca de este libro es que es un ejemplo perfecto de todo lo que algunos encuentran como defecto en Dickens. La prosa es demasiado embellecida, hasta el punto del artificio. El diálogo parece exagerado, lo mismo que la bondad, maldad o rencor de los personajes. Incluso el tratamiento que le da a la Revolución es demasiado simplista, blanco y negro. Pero, al leerlo, todo eso se desvanece a favor del vigor y sentimiento incontenibles con que Dickens delineaba todas sus historias. Mas ésta en particular tiene otro as bajo la manga: la trama. No se trata de un bildungsroman, forma novelística de la cual el autor gustaba, pero que puede caer en disparidades entre los episodios, ya que cubre a un personaje por mucho tiempo. Se trata, sí, de una historia desarrollada en mucho espacio y mucho tiempo, pero sin un protagonista claro, y con un momento de brillo para cada personaje; además de constituir una tragedia de enredos deliciosa.

La verdadera magia del libro no yace en un héroe enorme, algún semidios. Aunque los personajes son estereotípicos —la mujer bonita, el padre noble, el amigo fiel—, ninguno es lo que se pudiera llamar perfecto. Son gente hiperbólica, exagerada, que aparentemente habla siempre con el corazón en la mano y un diccionario de retórica en el cerebro —pero al final sus motivaciones y actos son muy reales: el hambre, la injusticia, la amistad. Otro aspecto delectable de la novela es cómo Dickens aprovecha ciertos elementos externos o cotidianos, pequeños o grandes, para construir simbolismos. Cuando Madame Defarge teje, por ejemplo, sabemos que está urdiendo algo. Y cuando la guerra se desata, el autor la compara palabra por palabra con un maremoto y una tormenta de fuego, en capítulos consecutivos. Esto ayuda a crear una atmósfera épica, pero al mismo tiempo muy íntima, en donde cada objeto tiene un significado, pero sería de ningún valor sin ver el panorama completo, la enormidad.

Hay libros que trascienden la labor de un reseñista, y es que yo no puedo pararme aquí a recomendarles Historia de dos ciudades. Es algo universal, porque en realidad no trata ni de Sidney Carton, ni de Londres ni de París. Trata de todas las clases de amor que es posible sentir, y de cómo una situación extrema nos lleva a decisiones insospechadas. Trata de cómo un hombre, cualquier hombre, puede desafiar a una época entera con tal ya no de ganar, sino de perder con la dignidad intacta. Y es un final triste, y si no lloran un poquito en los últimos cinco capítulos dudo que tengan corazón; pero termina por dejar un gusto dulce en la boca, puesto que nada es mejor para el alma que conseguir la redención y saber que, pasara lo que pasara en ese remolino llamado vida, sentiste el amor más puro. Nada es mejor que eso, pero leer sobre ello se acerca terriblemente mucho.

Ella besa sus labios; él los suyos; solemnemente se bendicen uno al otro. La mano no tiembla cuando él la suelta; no hay nada peor que una dulce, brillante constancia en el rostro paciente. Ella es la siguiente en pasar —ya se ha ido; las mujeres cuentan veintidós condenados.
“Soy la Resurrección y soy la Vida, dijo el Señor: aquél que crea en mí, aunque fuese muerto, seguirá viviendo. Y quien sea que viva y crea en mí, nunca morirá.”

Múltiples ediciones y precios. Listo las mejores opciones actualmente en venta a continuación:
Wordsworth Classics (inglés): $70
DeBolsillo: $159
Cátedra: $279 (cara, pero seguramente tiene buena introducción y notas)
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-Gandhi
-Porrúa
-FCE
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