- W.H. Auden [Inglaterra]
- 1937
- Poema
Lay your sleeping head, my love,
Human on my faithless arm;
Time and fevers burn away
Individual beauty from
Thoughtful children, and the grave
Proves the child ephemeral:
But in my arms till break of day
Let the living creature lie,
Mortal, guilty, but to me
The entirely beautiful.
Soul and body have no bounds:
To lovers as they lie upon
Her tolerant enchanted slope
In their ordinary swoon,
Grave the vision Venus sends
Of supernatural sympathy,
Universal love and hope;
While an abstract insight wakes
Among the glaciers and the rocks
The hermit's carnal ecstasy.
Certainty, fidelity
On the stroke of midnight pass
Like vibrations of a bell,
And fashionable madmen raise
Their pedantic boring cry:
Every farthing of the cost,
All the dreadful cards foretell,
Shall be paid, but from this night
Not a whisper, not a thought,
Not a kiss nor look be lost.
Beauty, midnight, vision dies:
Let the winds of dawn that blow
Softly round your dreaming head
Such a day of welcome show
Eye and knocking heart may bless.
Find the mortal world enough;
Noons of dryness see you fed
By the involuntary powers,
Nights of insult let you pass
Watched by every human love.
Siento
como si nunca me hubiese sentado a escribir algo sobre un poema que no fuera a
ser leído por profesores. Lo he hecho, claro, pero en este momento tales
recuerdos aparecen vagos e inútiles. Quizá es porque Auden no es simple de
atacar; sus palabras aspiran a una belleza técnica tan superior que es incierto
cómo debería uno empezar la tarea de reducirlas a una reseña un tanto rústica y
pedestre en comparación. Sé hacerlo cuando es un ensayo académico porque puedo
mantener mi distancia y diseccionar las estrofas, contar sílabas, encontrar
rimas y regodearme en todas esas cosas superfluas que prueban nuestra
inteligencia ante un público casi inexistente. Esto es distinto. Siento como si
sólo existiese el poeta y yo, y ambos debiéramos desnudar todas nuestras
emociones para lograr entendernos. No puedo guardar la distancia. No ante un
poema de esta magnitud. Eso asusta. Aquí vamos.
La
escena es simple, y sin embargo la más involucrada, compleja, de todas las
posibles. Es una escena de amor carnal, o mejor dicho, de los momentos
posteriores a él. ¿Por qué digo que es la escena más involucrada de todas? Debo
remitirme a otro poema, uno mucho más viejo, el cual parafrasearé. Iba algo así
como “brilla sobre nosotros y estarás en todos lados / esta cama es tu centro”.
Le habla al sol, por supuesto. Los momentos posteriores al amor físico son,
cuando la conexión espiritual es verdadera, aquellos en los que el otro amor se
siente con más fuerza. El amor metafísico, inasible, que se atreve a desafiar
las leyes de la física y el tiempo. Eso es lo que nos muestra Auden: un amor
que yace ahí, en un estupor dulce, en un momento permanente, y al cual no le
importa nada. No las culpas que cargue la otra persona sobre sus hombros, no el
que pueda irse o desparecer del todo, no, nada. Un amor que vive sólo para el
momento presente, que se conforma en él como quien encuentra un cálido hogar
hecho de pieles tras pasar años de invierno.
El
poema no define al amor en base a lo que es, sino a lo que logra ignorar gracias
a su magnitud. El cuerpo e incluso el alma quedan atrás para cederle espacio a
un “instinto abstracto”. Algo natural y primitivo despierta en nosotros, una
necesidad guardada desde tiempos inmemoriales. “Every farthing of the cost, / All the dreadful cards foretell, / Shall
be paid, but from this night / Not a whisper, not a thought, / Not a kiss nor
look be lost.” Esto
es,
el
mundo normal, el del día a día,
nos
dice cosas aburridas y tristemente ciertas.
Moriremos,
por ejemplo.
Al
final seremos un olvido, nada;
mas
no sin antes ganarnos, seguro,
algunos
amargos odios en el camino.
Pagaremos
cada céntimo con dolor.
Pero
no es importante ahora.
¿Por
qué habría de serlo? Digan.
Hay
tan sólo una cama húmeda y tibia
en
un cuarto lleno de luna y de espacio.
Y
ese espacio no está vacío, porque es algo:
es
un amor tocable, casi eterno,
que
viola todo y sin embargo es santo.
Que
toma cuerpos, dos, y los arroja
en
frenesí impensado uno hacia otro.
Y
los cuerpos se mezclan, jubilosos,
pensando
que la vida no era nada
hasta
que este momento se cruzara.
¿Y
acaso no el odio parece pequeño ahora? Esas personas, afuera, esas personas que
no son nadie y pretenden serlo, ¿acaso no se ven más diminutas desde las
alturas de un momento tal? Me disculpo si no les di una reseña literaria muy
eficiente, pero es la que puedo dar ante un poema que habla por sí sólo y que además
crea poesía en la mente de un lector. Es lo que puedo ofrecer ante un texto que
me hace sentir, ante todo, humano, y que me recuerda un objetivo vital quizá
más noble que el éxito económico, que el reconocimiento social, que una casa
con tejado a tres aguas en un bonito suburbio. El ser y merecer ser, para alguien que nos ama, por un momento al menos,
contra cualquier marea, solos ante el universo mortal, algo enteramente
hermoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario