- Mario Benedetti [Uruguay]
- Primera edición: 1982
- Novela
Esta noche estoy solo. Mi compañero
(algún día sabrás el nombre) está en la enfermería. Es buena gente, pero de vez
en cuando no viene mal estar solo. Puedo reflexionar mejor. No necesito armar
un biombo para pensar en vos. Dirás que cuatro años, cinco meses, catorce días
son demasiado tiempo para reflexionar. Y es cierto. Pero no son demasiado
tiempo para pensar en vos.
Por azares del destino que
no alcanzo a comprender, los últimos dos libros que he releído e inventariado
hablan sobre confinamientos obligados, sobre exilios involuntarios. El
anterior, Nunca olvides que te quiero,
es de una niña secuestrada por cinco años; este que traigo ahora no se aleja mucho
del tema, porque también son cinco años y también es una especie de secuestro,
aunque aquí se le llama exilio. Los presos políticos podrían considerarse
secuestrados de sus ideales, exiliados de sus familias, su patria y de su
cordura. Al menos eso es lo que me deja Benedetti tras doscientas páginas de
largas cartas, infantiles reflexiones y obscenos diálogos que no llevan a
ninguna parte. Me deja lo catastrófico del alejamiento, no sólo espiritual,
sino físico. Son cinco los personajes que intervienen en aquello primavera cuya
esquina se ha roto, pero también hay una voz extra –la del propio Benedetti–
relatando su experiencia lejos de Uruguay (por cierto, con este libro confirmo
que su tercer nombre sí es Hamlet). El resultado son dos historias que se conectan
en muchas angustias y frustraciones, pero jamás terminan de tocarse.
Quizá la experiencia de
Benedetti sea el primer motor del exilio de Don Rafael; quizá sus temores y
huidas alimenten las imágenes de Santiago, preso en La Libertad. Es probable que
el cuerpo de Graciela sea una extensión del cuerpo de Luz. Lo que sea que
Benedetti haya pensado, temido o alucinado durante su exilio fue plasmado aquí.
En un collage donde nadie parece querer como quisiera o ser querido como
debiera. En cartas y acciones, en esperanzas y miedos, en un exilio de
intramuros y otro de extramuros. Santiago encerrado en cuatro paredes, Graciela
encerrada en una tierra que no es suya. El mar de emociones del primero se
concentra en una sola idea: salir para recuperar a su familia, su patria
primera. Su Beatriz, que tras cinco años lo ha trazado como el héroe
prisionero. Pero cinco años es mucho tiempo y, para cuando Santiago vuelve a
recuperar el cargo de ‘hombre libre’, la espera ha expirado. Don Rafael ve
regresar a su hijo sin la emoción de la esperanza, ya que la realidad que le
aguarda fuera de los muros bien podría derrumbarlo. El amor no ofrece garantía
de distancia ni de tiempo, el hombre atrapado en el infierno sale por unos
minutos y aterriza en un cementerio. Un cementerio donde el duque de endives en
persona lo aguarda con una pala.
En los primeros tiempos el exilio
era, entre otras cosas, el duro hueso de vivir distante. Ahora es también el de
morirse lejos. La lista tiene ya cinco o seis nombres. La soledad, las
enfermedades o los tiros, acabaron con ellos y quién sabe cuántos más son ahora
tantos menos en el vastísimo país errante. […] Nos han quitado nuestra muerte
doméstica, sencillamente nuestra, esa muerte que sabe de qué lado dormimos, de
qué sueños se nutren las vigilias.
Se me dificulta hablar sobre
este libro, sobre todo porque aún no puedo definir si me gusta o no. El
espíritu nacionalista exaltado en este por Benedetti se me dibuja como algo
distante. Tendrá que ver con que nunca me he visto en una situación de escapar
con mis ideas políticas o dar mi vida por las mismas. Podrá verse patético a
mis veinte años, pero habrá que admitir que México vive en una especie de pasividad
donde el mañana no termina de llegar. O llega sin que lo notemos. Pero saliendo
del yugo Priista y volviendo al exilio uruguayo, la distancia es corrosiva.
Benedetti tiene el don de ser terminantemente cruel con sus personajes. Por mucha
filosofía que se maneje a lo largo del libro sobre los azares de la suerte y la
importancia de no delatar jamás a quienes fueron compinches, Benedetti es
simplemente cruel. La lealtad parece no aplicar para quienes no fueron
encerrados, ni torturados. La unidad espiritual entre Santiago y Graciela
continua por muchas páginas, al menos es lo que cree el primero. Las cartas son
el único medio donde su alma se termina de desahogar, donde sus recuerdos se
encuentras y consiguen un escape, a través de la censura, para llegar con ella.
Pero ella no quiere esos recuerdos, quiere una presencia extra en su cama. Lo decía
al principio, la unidad física también es necesaria.
De mis dos opciones, no es
este mi libro preferido de Benedetti. La tregua
también tiene su lado devastador, pero es más una complicidad con el destino
que un desatino orográfico en la habitación. El cuerpo de un amigo cubre a la
susodicha esposa, en todo el sentido de la palabra. El otro, lo llama el narrador; Rolando, le dice Graciela. El duque de
endives en persona. El soltero irremediable, el experto en tangos y sonrisas a
medio ocultar. Rolando Asuero, la casualidad orográfica en la cama de Graciela.
Sería simplista, casi un acto de terrorismo, reducir este libro a un drama de
faldas, aunque tiene mucho de eso. La tristeza en los personajes es grande,
mayor aún es la confusión. Incluso Beatriz, con casi nada de edad, entiende que
aquella no es su patria. Conocerse extranjera sin entender por qué. La pregunta
de todos estos personajes, Santiago, Graciela, Beatriz, Don Rafael, Rolando e
incluso Benedetti, es siempre la misma: ¿volveremos algún día? Pero la
respuesta resulta un problema, porque volver no es sinónimo de normalidad. El trecho
que ha sido abierto en la tierra uruguaya, los asesinatos, las desapariciones y
el miedo, no será jamás saneado. Como tampoco lo será la herida abierta en los
corazones de los personajes. Graciela no recuperará el pasado con Santiago, ni
Beatriz su infancia, ni Don Rafael su vejez, ni Rolando su lealtad, ni
Benedetti su vida.
Algo que llama la atención
es que el lugar de exilio de los personajes nunca es mencionado. Si bien,
algunos modismos o costumbres son agregados de paso, la exactitud geográfica no
parece vital. Podría ser Cuba, podría ser México, podría ser Moscú. La monotonía
del panorama es indistinta, porque sus vidas transcurren lejos de donde
nacieron sus problemas. Los abejorros resuenan a la hora de la siesta igual que
en todas partes y los mendigos piden ayuda por el amor de Dios igual que en
todas partes. La normalidad no parece factible, no hay mayor emoción por aquella
ciudad que los recibe, casi como intrusos. No podría hablar de una violencia física
tangible, no la hay del todo. Para cuando llegamos a las cartas de Santiago las
sesiones de tortura ya han pasado, las torturas que quedan son en sueños. Sueña
con el hombre al que asesino tiempo atrás, sueña con las tardes que pasó en
medio de un río, sin decidir por una orilla. Graciela sueña despierta con otro
hombre y el otro hombre piensa en su amigo encerrado. Es todo un círculo
vicioso donde nada termina por decirse, ni decidirse. El hombre en prisión se
mantiene ilusionado por un amor que ya no existe, tal vez Uruguay tampoco exista
ya y todo aquello que perdió en la lucha se pinta como fracaso. Lo más duro de
todo esto es no haber tenido la razón. Sacrificar cinco años en nombre de una
equivocación. Regresar por fin, a un hogar fracturado, a una mentira mal
representada, a una ilusión clandestina, para ser azotado por la última caída. La
última ventisca de invierno, la del regreso. La primera lágrima de la
primavera, la de la realidad.
después de estos cinco años de
invierno nadie me va a robar la primavera
la primavera es como un espejo pero
el mío tiene una esquina rota / era inevitable no iba a conservarme enterito
después de este quinquenio más bien nutrido / pero aun con una esquina rota el
espejo sirve la primavera sirve
Editorial Alfaguara: $196
Punto de Lectura: $109
Disponible en:
-El Sótano
-El Péndulo
-Porrúa
-Gandhi
-FCE
(hay varias versiones en PDF circulando en internet, pero no digan que les dije :X)
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