sábado, 20 de abril de 2013

Baby H. P.



  • Juan José Arreola [México]
  • Primera edición: 1952 [Confabulario]
  • Cuento

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Señora ama de casa: convierta usted en fuerza motriz la vitalidad de sus niños. Ya tenemos a la venta el maravilloso Baby H.P., un aparato que está llamado a revolucionar la economía hogareña.


Cuentista novel sorprende con una colección fabulosa, poblada de seres plásticos inimaginables que ensancharán las fronteras de su imaginación. El año es 1952, nuestro país ha sido impactado por una tardía ola de modernismo en la figura de Octavio Paz. Pero, ¿honestamente quién tiene tiempo o ánimos de leer Piedra de sol? No, esas son cosas brillantes, pero de pocos. Arreola nos trae cultura de masas, cortada en trozos digeribles, rebosante de sarcasmo y crítica social —el sabor que todos necesitábamos en una época guiada por el dinero afluente, mas quizá por ello un tanto falta de aventura. El cuentista crea productos que mezclan la inventiva económica de los tiempos con el humor tradicional mexicano que tanto agrada a la multitud y nos distingue en el mapa. ¡Cuentos publicitarios para el nuevo mundo de posguerra! ¡Cuentos con picardía pero sin las ataduras geográficas a un México cerrado!

Una de las criaturas más fascinantes del catálogo es una imaginativa —y espeluznantemente creíble— viñeta sobre la forma de canalizar la energía desbordada que despiden los bebés. “Baby H. P.” sugiere, vende en realidad, la idea de un complejo mecanismo metálico que almacene dicha energía y sea capaz de usarla para fines prácticos dentro de un ambiente doméstico. Se pueden encender lámparas, aspirar corredores, refrigerar alimentos, todo con la sola contribución de los infantes. ¡No deje a sus hijos ser parásitos; conviértalos en partes activas del flujo económico del hogar! Uno puede imaginar que, además de los beneficios para la familia, los infantes crecerán ya acostumbrados a ser de utilidad práctica para la sociedad. Hasta el ocio será negocio, es ese nuestro eslogan.

De hoy en adelante usted verá con otros ojos el agobiante ajetreo de sus hijos. Y ni siquiera perderá la paciencia ante una rabieta convulsiva, pensando en que es una fuente generosa de energía. El pataleo de un niño de pecho durante las veinticuatro horas del día se transforma, gracias al Baby H.P., en unos inútiles segundos de tromba licuadora, o en quince minutos de música radiofónica.

De acuerdo a los inevitables preceptos del capitalismo, triunfador de la Segunda Guerra Mundial, por supuesto, todo debe ser utilizado. No es casualidad que en los anuncios publicitarios de esa época tengamos familias al por mayor, siempre disfrutando de los bienes producidos en la industria. No hay desayuno completo sin mermelada Smuckers. No hay celebración adecuada sin un pavo Pilgrim’s Pride. No hay vida que ose llamarse vida sin una afluencia de dinero imparable, y por lo tanto es preciso cubrir las necesidades haciendo uso de absolutamente todo lo que haya a mano. Y bueno, si eso significa que nuestros niños pasen sus años más preciosos e inocentes encajonados en un aparato de metal, que así sea. Bienestar para los más. Progreso energético y tecnológico. Refinación y aprovechamiento de la natural maquinaria humana.

¿Les suenan feas esas palabras? Lo son. En este brevísimo cuento de página y media —dos en mi edición, que parece cuadernito de kinder— un maestro del cuento demuestra lo lejos que una sociedad cegada por el dólar está dispuesta a llegar en su despersonalización. Es injusto y lamentable que Juan José Arreola haya sufrido el mismo destino que Jorge Ibargüengoitia: la regionalización. Y es que con el segundo lo entiendo, pero con Arreola no. Sus cuentos y anuncios falsos son relevantes en cualquier contexto, puesto que se alimentan del espíritu de literatura universal descubierto por los mexicanos de la generación anterior a él, como Alfonso Reyes. Por lo tanto, como tarea, divulguen este cuento y otros del maravilloso Confabulario si es que tienen amigos extranjeros. Sólo tengan cuidado de que uno de ellos no sea un importante magnate capitalista; sería una ironía terrible que alguien descubriera cómo hacer vil dinero real de una fantasía del más delicioso humor negro.

Los rumores acerca de que algunos niños mueren electrocutados por la corriente que ellos mismos generan son completamente irresponsables. Lo mismo debe decirse sobre el temor supersticioso de que las criaturas provistas de un Baby H.P. atraen rayos y centellas.


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