miércoles, 31 de julio de 2013

El Aleph


  • Jorge Luis Borges [Argentina] 
  • Primera edición: 1949 
  • Cuento
⋆⋆⋆⋆½

Oh God, I could be bounded in a nutshell,

and count myself a King of infinite space.
-Hamlet, II, 2

De nuevo ante el estrés que implica reseñar lo irreseñable. Pero esta vez es curioso, puesto que Borges no era dado a las obras de tamaño monumental; de hecho prefería lo diametralmente opuesto a eso. Pero de "El Aleph" se han dicho tantas cosas, y el concepto en sí mismo es tantas cosas, que uno no puede evitar sentir un poco del mismo vértigo que apabulla al Borges del cuento cuando lo ve por primera vez. Además, esta es una reseña que debe tomar por supuesto que ustedes ya leyeron la obra, porque casi todo mundo lo ha hecho. Incluso si estudias Física o Administración, lo más probable es que hayas leído "El Aleph". En palabras tomadas del primer párrafo de la narración, encontrarse con esta historia es “tal vez ineludible”. Dentro de la lengua española, Borges es uno de nuestros más descollantes monstruos —y este pequeño cúmulo de páginas es uno de los puntos más altos en la cordillera de sus letras. Un clásico universal en catorce cuartillas; un cuento que es todos los cuentos, por ponerlo de un modo que a él le hubiera agradado.

¿Qué se puede decir de "El Aleph"? No es como si Borges estuviera haciendo algo muy distinto en este cuento a lo que hace en otros. Para algunos ésta no es siquiera su idea más entretenida u original. Ellos apuntarán hacia "El jardín de senderos que se bifurcan", "Las ruinas circulares", "La casa de Asterión" u otros tantos más, diciendo que la anécdota de esta historia palidece en comparación con la de aquellos. Dirán, quizá, que la narración aquí es muy vaga, que peca de esos abscesos Lovecraftianos de lenguaje en los que se ‘describe’ algo simplemente diciendo que es ‘indescriptible’. ¿Pero cómo más se puede hablar del TODO? Es una noción demasiado inmensa para nosotros, que tan sólo podemos mirar con dos ojos y viajar con dos pies. He ahí la grandeza de "El Aleph": era un cuento necesario. Los clásicos de la antigüedad solían tocar el tema de la totalidad con frecuencia, mas nosotros lo fuimos olvidando. Nos volvimos individuos. Y yo no soy nadie para juzgar si eso está mal o no, pero era necesario que alguien —y nadie mejor que Borges— viniera a recordarnos lo poderosa que es la idea de verlo todo, sentirlo todo, ser el cosmos infinito.

Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca.

Los detalles ya los saben. Un Borges alternativo, enamorado aún de una mujer fallecida, va a visitar la antigua casa de ésta por obligación social. Allí una cosa lleva a otra, y el primo-hermano de ella (que se llama Beatriz, resonando a La Divina Comedia) termina enseñándole su gran obra poética, una parvada de versos torpes en los que planea encapsular la totalidad del mundo. Pero lo que importa no es precisamente el dichoso poema, sino la forma en que ha conseguido ver el mundo. En el peldaño 19 de la escalera que baja al sótano hay algo —no— hay todo. Todos los puntos del universo convergen en una pequeña esfera, “sin superposición y sin transparencia”. ¿Alguna vez alguien (un amigo geek, quizá) los ha retado a imaginar la quinta dimensión? No se puede. No de verdad, como una imagen vívida y tangible dentro de nuestra mente, que no recaiga en términos matemáticos y crípticos como ‘hipercubo’. Pues bien, imaginar la convergencia absoluta y sin abreviaciones de todo el espacio cósmico tampoco es posible por completo. El gran mérito del cuento es que nos ha legado una versión verosímil y encantadora de la confrontación de un hombre con esa inmensidad que nunca comprenderá. Sabemos que es imposible de imaginar, pero nos gusta creer que él lo vio de frente. Es la devoción al universo y el hambre que tenemos de ser uno con él. No es un simple cuento de fantasía; es casi un texto religioso.

Borges siempre lidió con el todo. Ya en su primer libro de cuentos-que-no-son-enteramente-cuentos, Historia universal de la infamia, había recorrido la inmensidad del globo y del tiempo para encontrar las figuras que más acomodaran a su hambre narrativa. Ya en el poema “Tú” había declarado que todos los hombres son un solo hombre, y que ese hombre eres tú y él y yo y un arquero islandés al mismo tiempo. Hay quienes dicen que cada autor no tiene más que dos o tres temas, y que todas sus obras son variaciones sobre ese núcleo único de preocupaciones. Me atrevo a decir que el infinito era el tema principal para Borges. Me atrevo a decir que su obra entera es un manual, o bien un diario de viajero, sobre cómo recorrer el infinito en una sola vida. Si leer e imaginar son actos paralelos a viajar, entonces nadie conoce más mundo, más universo, que Borges. Y es a este punto al que todo ese trajín le llevó: a yuxtaponer en papel las innumerables facetas del ser, pero sobre todo el vértigo, el doloroso asombro del humano que de pronto trasciende su discurrir cotidiano y se da cuenta de que sí, somos una mota de polvo en un espacio inacabable, pero al mismo tiempo somos parte inseparable de ese universo, porque sabemos que somos, porque en nosotros está el ver que todo lo demás existe.

…vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.

Colección El Aleph - Múltiples ediciones, múltiples precios.
Texto del cuento aquí.

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