viernes, 6 de septiembre de 2013

La muerte del poeta: Seamus Heaney, 1939-2013

La muerte de un ser querido nos paraliza. Muchas veces la hecatombe no puede ser expresada con palabras, ni labrada en rostros de duelo, o definida en paños negros de luto. Morir es ausencia y silencio, ambos muros infranqueables que nos vuelven impotentes. Somos conscientes de que nuestros pasos están contados, y que muchas veces no tenemos aviso de cuándo se termina dicha cuenta. Queremos pensarnos como espíritus eternos, pero esa eternidad es paradójicamente limitada: somos eternos en contraste con quienes se fueron y nuestros herederos serán eternos a nuestros ojos de cadáver. Nuestro cuerpo, en todo caso, no es imperecedero, y el alma restante (espíritu, entidad, o como prefieran llamarle) por más inmortalidad que pueda adquirir, no tiende a heredarnos hechos concretos.

Entablar el tema de la muerte nos lleva invariablemente a pensar en amigos, parientes, o conocidos que de un día para otro desaparecieron de nuestro mundo. Humanos con los que compartimos alguna experiencia y a los que después enterramos o calcinamos en alguna tierra lejana –en algún hueco de nuestros recuerdos. Muertes personales, por así decir, que nos hacen pensar que el mundo debería detenerse, aunque fuera por un instante, para darle dignidad a nuestro dolor; para darle dignidad a nuestro anónimo cadáver. Pequeñas muertes que componen los días, que cambian nuestras vidas y muchas veces nos destruyen por momentos: pequeñas muertes que nos paralizan.

¿Y qué sucede con las demás? Con esas muertes que no son pequeñas y que llegan a nuestros oídos como una gran tragedia mundial. ¿Qué pasa con la muerte del poeta?

Lo primero que se nos ocurre decir es que su obra queda viva, que sus ideas estarán en nuestros corazones y mentes, que sus versos lo harán respirar. Nunca he terminado de entender de dónde sacamos semejante tontería –aunque no olvido que somos herederos del romanticismo. No dudo que la obra preserve la existencia del poeta, el mismo Shelley lo dijo en “Ozymandias”; mi problema es ver al poeta, escritor, o cualquier otro artista, como un conjunto de obras inmortales y no como una persona mortal. Mi problema es no ver su muerte como una pequeña muerte, como un dolor personal, como una ausencia eterna.

Damos muchas cosas por hecho, entre ellas, por ejemplo, damos por hecho que a pesar de la muerte de un determinado autor, aún podemos revivirlo con sólo ir al librero y hojear su obra. A final de cuentas, amamos eso, las obras, los libros. Amamos la consumación física del trabajo del autor: las pastas, las hojas, los lomos, las portadas. Desde los formalistas rusos, poco nos importa lo que hay detrás de la creación, poco le creemos a ese rostro que adivinamos como escritor. Quizá indaguemos un poco sobre su vida, pero nunca terminamos de interesarnos por ellos como seres queridos. No se nos ocurre preguntarnos por su salud, por su estado económico o por los pleitos que pueda tener con su pareja. Es un alguien alejado de nosotros, ajeno a nuestras vidas y él ajeno a las nuestras (dudo mucho recibir un correo de García Márquez donde me pregunte cómo me siento hoy), es como una especia de acuerdo de privacidad. Pero, ¿de verdad es alguien tan ajeno? El hecho de que no exista una cercanía física no significa total separación. Quizá nunca podremos detenerlos por las calles para invitarles un café y hablar de recuerdos comunes, pero eso no significa que no compartamos algo. La literatura, los libros, aquellas cosas que amamos tanto, son un espacio y un tiempo en común. Aquellas palabras fueron leídas por ambos, autor y lector; juzgadas e interpretadas por ambos de formas distintas, pero al final fue una acción común.

Compartimos instantes con nuestros autores. Compartimos recuerdos, tal vez no comunes, pero similares. Antes del poeta, antes del escritor, antes del pintor, hubo una persona que vivió y sufrió como nosotros –o como hubiésemos querido nosotros–, y que lo plasmó para ambos. Hubo una persona, quizá con hábitos horribles y una moralidad cuestionable, pero con los pasos contados y con un cuerpo perecedero, tal como nosotros.

Y todo esto no son más que palabras. Words, words, words.

Palabras corrientes que no terminan de expresar la hecatombe, que no acaban de entender mi frustración: Seamus Heaney ha muerto, para hoy se ha cumplido una semana.

Es probable que no lo conozcan, o que sólo escuchasen la noticia como “la lamentable muerte del Premio Nobel de Irlanda”. En teoría no tendría por qué importarme un suceso que no tiene nada de nacional, pero en práctica me duele como una pequeña muerte. Me duele el hecho de que al abrir sus libros, hojear sus traducciones, y buscar todos los documentales sobre su vida y obra no lo harán más cercano a mí. Me irrita saber que su lejanía pasó de ser geográfica a ser completamente física. Él muerto y yo viva: no vamos a terminar de entendernos nunca.

Ya lo dije, compartimos un momento mientras yo leía algún poema o ensayo, pero me duele no poder llevarlo a otro nivel. En mi fuero interno quería invitarle una taza de café y agradecerle aquellos fragmentos de su infancia, o aquellas hojas donde Irlanda fue algo más que una lucha continua. Lo di por hecho. Di por hecho que estaría siempre, produciendo o traduciendo, que estaría siempre como algo inamovible en tierra irlandesa. Di por hecho que su cabello siempre fue blanco y sus lentes así de gruesos, que siempre fue viejo. Lo di por hecho como una figura de autoridad en el estudio de las letras, como un comentador perenne de los poemas de Eliot. Y lo di por hecho como un suceso natural en el librero, como un apellido constante en las antologías. Ahora ha muerto.

Antes de ser el poeta irlandés más querido desde Yeats, antes de ser el premio Nobel de 1995, antes de ser la voz de Irlanda, antes de todo eso fue una persona. Por más que la crítica y el estudio literario quieran concentrar sus fuerzas en la obra y no en el autor, Heaney no deja de estar en su poesía. No es una “voz poética” la que recoge moras silvestres que se pudrirán en un instante, ni una persona la que escucha a su padre clavar la pala en busca de patatas. Al menos no para mí. Terrible fue darlo por hecho y recapacitar hasta que murió. Aspiraba conocerlo con la aprensión de parecerle hueca, aspiraba hacerle saber que lo admiraba aunque sonase absurdo. Es probable que no indagase mucho en su biografía por temor a encontrar los defectos que toda persona tiene; sin embargo, no pensé en todo esto, en el autor como un ser querido, hasta que no lo vi bajo el defecto humano más grande: la mortalidad.

Heaney ha muerto y ni releer sus poemas ni  redactar someras tristezas le dará sentido al impacto que ha tenido en mí su ausencia. La muerte de un ser querido, la muerte del poeta, del gran poeta irlandés, la muerte de Seamus Heaney me paraliza.

[Ar dheis Dé go raibh a anam.]


Digging

Between my finger and my thumb 
The squat pen rests; snug as a gun.

Under my window, a clean rasping sound 
When the spade sinks into gravelly ground: 
My father, digging. I look down

Till his straining rump among the flowerbeds 
Bends low, comes up twenty years away 
Stooping in rhythm through potato drills 
Where he was digging.

The coarse boot nestled on the lug, the shaft 
Against the inside knee was levered firmly.
He rooted out tall tops, buried the bright edge deep
To scatter new potatoes that we picked,
Loving their cool hardness in our hands.

By God, the old man could handle a spade. 
Just like his old man.

My grandfather cut more turf in a day
Than any other man on Toner’s bog.
Once I carried him milk in a bottle
Corked sloppily with paper. He straightened up
To drink it, then fell to right away
Nicking and slicing neatly, heaving sods
Over his shoulder, going down and down
For the good turf. Digging.

The cold smell of potato mould, the squelch and slap
Of soggy peat, the curt cuts of an edge
Through living roots awaken in my head.
But I’ve no spade to follow men like them.

Between my finger and my thumb
The squat pen rests.
I’ll dig with it.


1966

1 comentario:

  1. Hola, siento que no tenga que ver esto pero era para decirles que su blog está entre los ganadores de los Liebster Awards, el premio de los blogs. Aquí la dirección para que visiten.

    http://oorales.blogspot.mx/2013/09/orale-pues-aparece-en-los-liebster_22.html

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