sábado, 31 de agosto de 2013

El retrato de Dorian Gray



·  The Picture of Dorian Gray

·  Oscar Wilde [Irlanda]

·  Primera edición: 1891

·  Novela

 ⋆⋆⋆⋆

Siempre me tendrás en muy alta estima. Para ti represento todos los pecados que nunca osaste cometer.


Las obras que no necesitan presentación son bastante duras de reseñar. ¿Qué puedo poner aquí, en un párrafo de “introducción”, acerca de un libro que seguramente conocen y adoran? Sinceramente no lo sé, así que tomaré la ruta más arriesgada. Este libro es un diamante… con fallas. Lo sé, es como meterte con Jesucristo o algo así, pero en serio no me parece una novela 100% perfecta, como muchos la ven. Es un gran libro, sí, un clásico, y no estoy sugiriendo que esté sobrevalorado. Pero me parece que (al igual que con muchas obras de Shakespeare, por ejemplo) la historia de El retrato de Dorian Gray ha penetrado nuestro inconsciente colectivo hasta tal punto que apreciamos la trama como un monumento intocable en la historia del arte, a veces sin detenernos de verdad a considerar las minucias del libro en sí. Es como cuando digo “Hamlet” y todos sueltan una exclamación de gusto, cuando en realidad la confrontación con las cuatro horas de la obra los aburriría horrores. Entonces confrontemos Dorian Grey como si hubiera sido escrito ayer: sin presunciones ni supuestos.


Por supuesto, decir esto es más fácil que hacerlo. Quizá con cualquier otro clásico el decir “ignoren todo lo externo” sea más válido y sencillo que con éste, puesto que la barrera difusa entre creador y creación es precisamente uno de los puntos centrales del libro. Pero veamos, intentémoslo como ejercicio. Apreciaría muchísimo que me dijeran qué les queda de Dorian Gray una vez que apartan la figura olímpica del CANON del panorama. Por mientras les diré lo que queda para mí: una gran historia, personajes inolvidables y deliciosamente escuetos en número, el lenguaje más exquisito que la era victoriana jamás produjo… pero también algunos capítulos más débiles que otros, y una vaguedad insalvable en el mensaje del libro. Wilde diría, quizá, que los libros no deben tener mensaje alguno, pero es claro que esta novela está escrita de modo muy personal. Se siente como una pelea de 180 páginas contra una legión de demonios internos, de la que nadie sale claramente vencedor al final. ¿Dorian Gray condena el pecado o lo justifica? No lo sé, y terminar por no saber a dónde iba dirigida una historia es (queramos o no) un cierto defecto. ¿Acalla éste la belleza innegable de la obra? No. ¿La hace más humana y menos deidad —más carne y menos éter —más asequible a las manos mortales de un semi-crítico como uno? Sí. Y qué bueno, porque a una obra por entero perfecta no hay nada que reseñarle.

¡Palabras! ¡Sólo palabras! ¡Qué terribles eran! ¡Cuán claras, vívidas y crueles! Uno no podia escaper de ellas. Y aún así, ¡qué magia tan sutil tenían! Parecían poder dar cuerpo a las cosas sin forma y tener una música propia, tan dulce como la de una viola o un laúd. ¡Sólo palabras! ¿Había algo más real que las palabras?


Por si los detalles de la historia se les han empolvado con el tiempo: Dorian Gray es un joven de inconmensurable belleza, quien se ve seducido por la amistad de dos hombres que a su vez son amigos entre sí —de forma inexplicable, cabría agregar, pues no podrían ser más opuestos. Estos hombres son Lord Henry Wotton, aristócrata decadente que pregona un modo de vida hedonista sin realmente practicarlo él mismo, y Basil Hallward, pintor de buen talento y todavía mayor sentido de la ética. Basil ve a Dorian como una musa, un ejemplo de perfección física que le permite crear perfección artística —Lord Henry lo ve como un conejillo de indias con el cual probar sus teorías esteticistas sin ensuciarse las manos. Las acciones del segundo resultan mucho más repelentes durante la historia, y conducen a Dorian directamente a su perdición, pero es válido preguntarse si Basil no está viéndolo del mismo modo en el fondo: como una herramienta para el beneficio propio, o bien para el beneficio de la ideología que arraiga.


Hasta allí todo simple, pero cuando tratamos de leer más allá de la anécdota, la cosa se pone enredada. En apariencia, el relato parece condenar la vanidad y el hedonismo, pero al ver un poco más allá de la superficie se nota que las cosas podrían no ser tan fáciles y edificantes como eso: si Basil ve a Dorian como una herramienta para su ideología, entonces su alta moral no es puesta en mejores términos que la baja moral de Lord Henry. Asimismo, quizá recuerden que Dorian es influenciado por las palabras de un célebre “libro francés” (que, por cierto, es A contrapelo de Joris-Karl Huysmans). Pues bien, ese pasaje, leído sin profundizar, parecería condenar tal influjo de la literatura decadente sobre el hombre; pero luego encontramos que Wilde fue influenciado a más no poder por el libro Estudios sobre el Renacimiento de Walter Pater —un tipo en algunos aspectos muy similar a Lord Henry, además. En suma, creo que debido a la naturaleza trágica del final de la novela, se le ha dado a través de los tiempos una lectura muy simplista: “la vanidad es mala”. En cambio, cuando se profundiza en la vida del autor y en la realidad del tiempo en que fue escrita, Dorian Gray se revela como una obra con un mensaje mucho más difuso, que acaso pueda ser resumido de modo semi-efectivo como “la vanidad es… peligrosa” y con un addendum que diga “pero la moral tampoco es perfecta”.


Puede ser que esté sobre-interpretando todo esto; no sería la primera ocasión que me pasa. Pero al menos me gustaría que esta reseña, correcta o no, sirva para probar un punto muy importante en nuestro acercamiento a las letras: hay que leer los libros y leer sobre los libros; no sólo saber que existen y que son clásicos. Es imperativo para un verdadero apasionado de la literatura el no quedarse en lo eventual y anecdótico, puesto que cada obra valiosa lleva un alma escondida bajo la tinta así como Dorian escondía su verdadero ser bajo una sábana. Mi opinión general del libro es muy positiva, me parece deliciosamente escrito e infinitamente citable, pero me parecía de relevancia incluso mayor a eso el dejar claro que los libros canónicos no son intocables. Han sobrevivido hasta nuestros días porque sin duda son arte de mérito, pero eso no los hace monolitos. Debemos cuestionarlos incesantemente para comprender de qué van, porque muchas veces podemos encontrar que una historia en apariencia simple y concisa es más bien una exploración sin respuestas definitivas. Todo el arte esconde algo, y si hemos de aprender algo de Dorian Grey es precisamente eso: la belleza deslumbrante que ofrecen los deleites artísticos es exquisita, pero también humana, y por lo tanto sujeta a que nosotros, al fin y al cabo humanos también, entremos a la conversación y miremos el verdadero rostro —quizá ajado y defectuoso— de aquello que parecía celestial.


Detrás de toda cosa exquisita que ha existido siempre hubo una tragedia.

Múltiples ediciones, múltiples precios.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario