· Oscar Wilde [Irlanda]
· Primera edición: 1891
· Novela
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Siempre me tendrás en muy alta estima. Para ti
represento todos los pecados que nunca osaste cometer.
Las obras que no necesitan
presentación son bastante duras de reseñar. ¿Qué puedo poner aquí, en un
párrafo de “introducción”, acerca de un libro que seguramente conocen y adoran?
Sinceramente no lo sé, así que tomaré la ruta más arriesgada. Este libro es un
diamante… con fallas. Lo sé, es como meterte con Jesucristo o algo así, pero en
serio no me parece una novela 100% perfecta, como muchos la ven. Es un gran
libro, sí, un clásico, y no estoy sugiriendo que esté sobrevalorado. Pero me
parece que (al igual que con muchas obras de Shakespeare, por ejemplo) la
historia de El retrato de Dorian Gray
ha penetrado nuestro inconsciente colectivo hasta tal punto que apreciamos la
trama como un monumento intocable en la historia del arte, a veces sin
detenernos de verdad a considerar las minucias del libro en sí. Es como cuando
digo “Hamlet” y todos sueltan una exclamación de gusto, cuando en realidad la
confrontación con las cuatro horas de la obra los aburriría horrores. Entonces
confrontemos Dorian Grey como si
hubiera sido escrito ayer: sin presunciones ni supuestos.
Por supuesto, decir esto es más
fácil que hacerlo. Quizá con cualquier otro clásico el decir “ignoren todo lo
externo” sea más válido y sencillo que con éste, puesto que la barrera difusa
entre creador y creación es precisamente uno de los puntos centrales del libro.
Pero veamos, intentémoslo como ejercicio. Apreciaría muchísimo que me dijeran
qué les queda de Dorian Gray una vez
que apartan la figura olímpica del CANON
del panorama. Por mientras les diré lo que queda para mí: una gran historia,
personajes inolvidables y deliciosamente escuetos en número, el lenguaje más
exquisito que la era victoriana jamás produjo… pero también algunos capítulos
más débiles que otros, y una vaguedad insalvable en el mensaje del libro. Wilde
diría, quizá, que los libros no deben tener mensaje alguno, pero es claro que
esta novela está escrita de modo muy personal. Se siente como una pelea de 180
páginas contra una legión de demonios internos, de la que nadie sale claramente
vencedor al final. ¿Dorian Gray
condena el pecado o lo justifica? No lo sé, y terminar por no saber a dónde iba
dirigida una historia es (queramos o no) un cierto defecto. ¿Acalla éste la
belleza innegable de la obra? No. ¿La hace más humana y menos deidad —más carne
y menos éter —más asequible a las manos mortales de un semi-crítico como uno?
Sí. Y qué bueno, porque a una obra por entero perfecta no hay nada que
reseñarle.
¡Palabras! ¡Sólo palabras! ¡Qué terribles eran! ¡Cuán claras, vívidas y crueles! Uno no podia escaper de ellas. Y aún así, ¡qué magia
tan sutil tenían! Parecían poder dar cuerpo a las cosas sin forma y tener
una música propia, tan dulce como la de una viola o un laúd. ¡Sólo palabras! ¿Había algo más real que las palabras?
Por si los detalles de la historia se
les han empolvado con el tiempo: Dorian Gray es un joven de inconmensurable
belleza, quien se ve seducido por la amistad de dos hombres que a su vez son
amigos entre sí —de forma inexplicable, cabría agregar, pues no podrían ser más opuestos. Estos
hombres son Lord Henry Wotton, aristócrata decadente que pregona un modo de
vida hedonista sin realmente practicarlo él mismo, y Basil Hallward, pintor de buen
talento y todavía mayor sentido de la ética. Basil ve a Dorian como una musa,
un ejemplo de perfección física que le permite crear perfección artística —Lord
Henry lo ve como un conejillo de indias con el cual probar sus teorías esteticistas
sin ensuciarse las manos. Las acciones del segundo resultan mucho más
repelentes durante la historia, y conducen a Dorian directamente a su
perdición, pero es válido preguntarse si Basil no está viéndolo del mismo modo
en el fondo: como una herramienta para el beneficio propio, o bien para el
beneficio de la ideología que arraiga.
Hasta allí todo simple, pero cuando
tratamos de leer más allá de la anécdota, la cosa se pone enredada. En
apariencia, el relato parece condenar la vanidad y el hedonismo, pero al ver un
poco más allá de la superficie se nota que las cosas podrían no ser tan fáciles y edificantes
como eso: si Basil ve a Dorian como una herramienta para su ideología, entonces
su alta moral no es puesta en mejores términos que la baja moral de Lord Henry.
Asimismo, quizá recuerden que Dorian es influenciado por las palabras de un
célebre “libro francés” (que, por cierto, es A contrapelo de Joris-Karl Huysmans). Pues bien, ese pasaje, leído
sin profundizar, parecería condenar tal influjo de la literatura decadente
sobre el hombre; pero luego encontramos que Wilde fue influenciado a más no
poder por el libro Estudios sobre el
Renacimiento de Walter Pater —un tipo en algunos aspectos muy similar a Lord
Henry, además. En suma, creo que debido a la naturaleza trágica del final de la
novela, se le ha dado a través de los tiempos una lectura muy simplista: “la
vanidad es mala”. En cambio, cuando se profundiza en la vida del autor y en la
realidad del tiempo en que fue escrita, Dorian
Gray se revela como una obra con un mensaje mucho más difuso, que acaso
pueda ser resumido de modo semi-efectivo como “la vanidad es… peligrosa” y con
un addendum que diga “pero la moral tampoco es perfecta”.
Puede ser que esté sobre-interpretando
todo esto; no sería la primera ocasión que me pasa. Pero al menos me gustaría
que esta reseña, correcta o no, sirva para probar un punto muy importante en
nuestro acercamiento a las letras: hay que leer los libros y leer sobre los libros; no sólo saber que
existen y que son clásicos. Es imperativo para un verdadero apasionado de la
literatura el no quedarse en lo eventual y anecdótico, puesto que cada obra
valiosa lleva un alma escondida bajo la tinta así como Dorian escondía su
verdadero ser bajo una sábana. Mi opinión general del libro es muy positiva, me
parece deliciosamente escrito e infinitamente citable, pero me parecía de
relevancia incluso mayor a eso el dejar claro que los libros canónicos
no son intocables. Han sobrevivido hasta nuestros días porque sin duda son arte
de mérito, pero eso no los hace monolitos. Debemos cuestionarlos incesantemente
para comprender de qué van, porque muchas veces podemos encontrar que una
historia en apariencia simple y concisa es más bien una exploración sin respuestas
definitivas. Todo el arte esconde algo, y si hemos de aprender algo de Dorian Grey es precisamente eso: la
belleza deslumbrante que ofrecen los deleites artísticos es exquisita, pero
también humana, y por lo tanto sujeta a que nosotros, al fin y al cabo humanos
también, entremos a la conversación y miremos el verdadero rostro —quizá ajado
y defectuoso— de aquello que parecía celestial.
Detrás de toda cosa exquisita que ha existido
siempre hubo una tragedia.
Múltiples ediciones, múltiples precios.
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