lunes, 7 de octubre de 2013

La metamorfosis

  • Die Verwandlung
  • Franz Kafka
  • Primera edición: 1915
  • Cuento largo/ Novela corta
Me atrevo a decir que La metamorfosis es la madre de las historias perturbadoras. Claro que soy consciente de la existencia de muchos relatos con premisas más extrañas que le son previas –pensemos tan sólo en un hombre dando vida por medio de trozos de cadáveres– pero lo que me atrae de éste en específico no es tanto lo grotesco de la situación física como lo terrible de la situación social. Dicho de otra forma, lo que me perturba en La metamorfosis no la trasformación de hombre a insecto, sino el de hombre a objeto y de ahí a paria y despojo total en su propia familia. 

No es necesario avanzar mucho en la narración para encontrar la esencia de la historia, a decir verdad nos bastan las primeras líneas:

Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.

(La mayoría de las interpretaciones apuntan a que el presunto insecto es un escarabajo). Es probable que como herederos del modernismo una situación así nos parezca inverosímil por la ausencia absoluta de detalles o algún tipo de explicación: ¿Quién es Gregor?, ¿cuáles fueron sus sueños?, ¿cómo sucedió la trasformación? Kafka nos arroja a la historia sin ningún tipo introducción o advertencia; nuestra situación inicial como lectores es la de desconcierto e impotencia: hemos llegado tarde para ser testigos de un milagro fallido y sólo podemos permanecer para presenciar el desastre y el dolor. No parece haber razones para que un hombre sufra algo así de la noche a la mañana, pero desde el Anigüo Testamento tenemos certeza de que quien nos escribe no tiene por qué darnos motivos: para mejor ejemplo recordemos a Job. De cualquier manera, más que impensable, la condición de Gregor es inalterable y el cuestionamiento fundamental que tiene este personaje al dar cuenta de su situación no es por qué ha sucedido ni cómo saldrá de ella, no. La verdadera desgracia es que no llegará a tiempo a trabajar, podría ser despedido y terminará decepcionando a la familia que depende de él.

Releyendo mi edición he encontrado dos problemas: el primero, de carácter más técnico, es que no marqué ninguna página para señalar algún pasaje que me gustara (lo que hace la selección de citas muy difícil) y el segundo, de origen sentimental, es que me cuesta hablar de este libro de forma seria. Sé bien que la idea de este Blog es abordar libros de manera personal, pero nunca he creído que decir “me pone muy triste” o “me da lástima” cuente como opinión. Sin embargo, cuando releo párrafos como el que ya he citado, o recordando el punzante final, no puedo evitar sentir mucha pena por Gregor. La simple idea de verlo azotado por su propio padre por algo que se sale de su control, o verlo negado a un tazón de leche porque su transformación incluye sus gustos culinarios, es algo que me duele sin explicación aparente. Supongo que esas imágenes, las de violencia y denigración, elaboradas con un lenguaje tan sencillo y causantes de un dolor tan grande en el lector son lo que se denomina un efecto estético. La metamorfosis es una lectura que te hace querer cerrar los ojos, porque la estética de lo grotesco no es algo que nos deleite presenciar pero que nos arrastra a meditar sobre determinadas situaciones. 

Entonces Gregorio se paró justamente delante de la puerta del cuarto de estar, decidido a hacer entrar de alguna manera al indeciso visitante, o al menos para saber de quién se trataba; pero la puerta ya no se abrió más y Gregorio esperó en vano. Por la mañana temprano, cuando todas las puertas estaban bajo llave, todos querían entrar en su habitación. Ahora que había abierto una puerta, y que las demás habían sido abiertas sin duda durante el día, no venía nadie y, además, ahora las llaves estaban metidas en las cerraduras desde fuera.

¿Qué pensar de este libro? Tenemos a un hombre que despierta convertido en un enorme insecto y a una familia cuya primera y última reacción es la del asco y repulsión. Padre, madre y hermana se saben dependientes de Gregor y en cuanto él se ve incapaz de cumplir con su responsabilidad es su padre el primero en abandonarlo: vuelve a trabajar y los años parecen revertirse; sufre una metamorfosis de la que resurge con más energía y juventud. S madre y su hermana, por otra parte, hacen muestra de su carácter femenino y se apiadan de él llevándole comida y acomodando los muebles para que tenga una mejor movilidad, pero sus actos sólo sirven para asegurar lo irrevertible de la transformación. No produce ninguna esperanza sobre Gregor el hecho de comer sobras en el piso, o de perder los muebles que nos dan categoría de civilidad. Como interpretación más recurrente (o al menos la primera que ofrece Wikipedia) se encuentra la del “trato de una sociedad autoritaria y burocrática hacia el individuo diferente, donde éste queda aislado e incomprendido ante una maquinaria institucional abrumadora [la familia cuenta como institución] y la monotonía que ni él comprende ni ésta lo comprende a él”. Semejante teoría suena muy bien y encuentra respaldo en la triste vida de Kafka: un hombre que trabajó toda su vida en un pequeño escritorio como un engrane más del sistema y cuya vida familiar nunca marchó bien. Fallar no era una opción para su vida y eso es justo lo que hace Gregor, falla de la manera más absurda. No obstante, la crítica se resiste incluir la biografía del autor en la obra del mismo (posición francamente tonta) y nos obliga a buscar interpretaciones que excluyan al creador. 

Sorprendentemente, las conclusiones a las que llego cuando excluyo la vida de Kafka son casi las mismas a las que llego con ella: en su trabajo y en su familia Gregor es un objeto, es una parte del sistema, pero no una persona. Su metamorfosis inició hace mucho, cuando se le obligó a ser padre, hijo y hermano y llevar las riendas de toda una familia. Fue en ese momento en que dejó de ser considerado como un individuo y pasó a ser una pieza de un enorme conjunto donde todos dependían de su buen funcionamiento. Su increíble transformación es una falla dentro del sistema, falla que debe ser eliminada porque su existencia sólo crea retrasos. Aquel humano en cuerpo de insecto no puede ser Gregor por el mero hecho de no ser funcional. ¿Entonces? Entonces desaparece bajo una lluvia de manzanas, desaparece con la misma brusquedad con la que terminaría una obra de teatro de moraleja dudosa. La brevedad y frialdad del relato lo vuelven uno de los más emblemáticos de Kafka, también uno de los más difíciles de digerir. ¿Qué objeto tiene nuestro día a día? Quizá buscamos no ser una carga, funcionar con la precisión que se nos exige por la mera esperanza de no ser expulsados de nuestras relaciones sociales. No queremos ser parias ni entrar en conflicto con nuestro paisaje cotidiano. No queremos fallar porque podríamos vernos a la deriva de la noche a la mañana, quizá no con ocho patas, pero sí con la impotencia a cuestas y la memoria llena de lo que fue, la mente que nos repite una y otra vez lo que hemos perdido y lo que no volverá. El recuerdo de nuestra existencia como un objeto funcional y lo terrible de nuestra condición individual.

O todo lo contrario. Encontrarnos a solas, desprotegidos, ignorados, mal cuidados. A solas, con uno mismo, que es la peor de las soledades. 

Gregorio pasaba las noches y los días casi sin dormir. A veces pensaba que la próxima vez que se abriese la puerta él se haría cargo de los asuntos de la familia como antes; en su mente aparecieron de nuevo, después de mucho tiempo, el jefe y el encargado; los dependientes y los aprendices; el mozo de los recados, tan corto de luces; dos, tres amigos de otros almacenes; una camarera de un hotel de provincias; un recuerdo amado y fugaz: una cajera de una tienda de sombreros a quien había hecho la corte seriamente, pero con demasiada lentitud; todos ellos aparecían mezclados con gente extraña o ya olvidada, pero en lugar de ayudarle a él y a su familia, todos ellos eran inaccesibles, y Gregorio se sentía aliviado cuando desaparecían.

¿Recuerdan por qué amamos a Ciudad Seva?
¿No?

1 comentario:

  1. La verdad es que acabo de leer el cuento esperando que lo hubiera hecho sentimental, y casi lo hubiera preferido así. Me encantan sus reseñas, uno aprende mucho.

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