· Jonathan Franzen [EU]
· Primera edición: 2001
· Novela
⋆⋆⋆⋆½
La especie humana recibió el dominio sobre la tierra
y tomó la oportunidad para exterminar otras especies y calentar la atmósfera y
generalmente arruinar las cosas a su propia imagen, pero pagó un precio por sus
privilegios: que el finito y específicamente animal cuerpo de su especie contenía
un cerebro capaz de concebir lo infinito, y de desear ser infinito también.
Este no es un libro de navidad.
Pasa en navidad, y es cierto que la usa como pretexto para desencadenar la
anécdota (si es que puede hablarse de una sola anécdota en lo que es a todas
luces una saga familiar), pero bajo ningún motivo debe ser acompañado con
ponche o leído en un momento de paz mientras uno se acurruca cerca del árbol en
un suéter de lana. Si es que uno en realidad hace ese tipo de cosas utópicas,
claro. Este es un libro enervante. Y lo es precisamente porque te recuerda la
pesadez de las cargas y los símbolos sociales que la navidad ejemplifica y
condensa tan bien. La familia a la que odias pero tienes que atender, la
persecución de un ideal (arbolito-cena-brindis) creado por una cultura
publicitaria reduccionista, la ilusión de que un día bonito en diciembre puede
hacer que las dificultades de la vida se borren y concedan espacio a un nuevo
principio. Y no, eso no es la vida real: es un comercial de Coca-Cola, es un
placebo facilón e ilusorio.
Recuerdo que iba en un avión
leyendo este libro en los ratos en que no estaba comiendo o temiendo por mi
vida. Era un vuelo larguísimo, así que la ley de probabilidad demandaba que
intercambiaras al menos unas palabras con la persona de junto. Resulto que esa
persona de junto venía leyendo Vivir para
contarla, de García Márquez, así que nos pusimos a hablar un poco y me
preguntó de qué trataba mi libro. Mi primera respuesta fue un suspiro. Después
tuve que pedirle que se preparara para escuchar una avalancha de verbo. Las correcciones es así; no es una
lectura resumible; abarca demasiados años, demasiadas almas, demasiadas
emociones. Pero sí, creo que sí hay un núcleo. Un pequeño día predeterminado en
diciembre no puede cambiar mucho, no tiene el poder para eso. La navidad por sí
sola no puede hacer que pare una guerra o aceptemos quienes somos en verdad o
abandonemos adicciones y vicios. Pero el poder existe. No está en una fecha del
calendario, no está en un ideal creado por la cultura de consumo, pero existe.
En nosotros.
“¿Y qué? ¿Tú también
tienes quemaduras de cigarrillo?”, dijo Gitanas.
Chip mostró su palma, "No es nada".
"Te las hiciste tú mismo. Patético yanqui".
"Es otra clase de cárcel", dijo Chip.
Chip mostró su palma, "No es nada".
"Te las hiciste tú mismo. Patético yanqui".
"Es otra clase de cárcel", dijo Chip.
Los Lambert son una familia
originaria de St. Jude, un pequeño pueblo irrelevante a la mitad de los Estados
Unidos en el cual los padres, Enid y Alfred, todavía viven. Sus tres hijos, sin
embargo, escaparon del pequeño empaque provinciano en cuanto tuvieron la oportunidad
y ahora llevan vidas de éxito variable en New York y Philadelphia. Por un buen
tiempo las cosas se mantuvieron así, pero ahora Alfred comienza a sufrir de
Parkinson y para llevar a cabo su tratamiento es probable que deba vender la
casa de St. Jude, sobre todo porque es demasiado apocado como para pelear por
una compensación de dinero que una compañía farmacéutica le debe por robarle
una patente. Mientras tanto Enid, su esposa, hace intentos desesperados de
traer a sus tres hijos a pasar una última navidad en el pequeño pueblo, todos
juntos y en su sitio de origen, antes de abandonar la casa y probablemente
perder a Alfred ante su enfermedad. Pero la historia no está ahí.
La historia está en los sutiles
modos en que esta familia, que parecería no tener nada de que quejarse (“patéticos
yanquis”), ha encontrado miles de maneras a lo largo de los años para dañarse y
humillarse unos a otros, a menudo sin siquiera darse cuenta, y por consiguiente
ha tenido que hallar cómo curarse. Algunos buscan su cura con pastillas y psicología
barata, algunos buscan su cura en escapadas sexuales, algunos se largan a
Lituania con tal de olvidar lo miserable que hace su vida la familia. Los
Lambert se quieren, pero lo arruinan todo con frecuencia. Se insultan, se
cuelgan el teléfono, se desesperan. Cada miembro de la familia va por ahí
buscando una forma de estar en armonía consigo mismo, tratando de separarse de
la familia —y en medio de todos Enid, tratando de juntarlos para una cena, inconsciente
de que sus propios defectos son una gran parte de lo que rompió a su clan desde
el principio. Las correcciones es una
tragicomedia de 500 páginas en la que una señora trata de pegar con pritt lo
que metió años antes a la trituradora.
Si lo logra o no es cosa que Franzen
no resuelve por completo y que cada lector deberá decidir, y eso es parte de lo
que hace al libro tan bueno: no hay villanos, no hay héroes, hay gente. Cada
quien es imperfecto en formas que son únicas y balanceadas con las
imperfecciones de los demás. Como en la vida. Y la felicidad no llega de golpe
sólo porque sea 25 de diciembre, sino que consiste una campaña larga y espinosa
para recobrar territorio que la necedad y el individualismo nos han quitado.
Como en la vida, también. Puede que en la vida los viejos de 80 años no
sobrevivan caer al mar ni tengamos un hermano que se exilia en Europa central,
pero esos detalles disparatados son lo de menos. Los nutrientes están en el
corazón del libro, un corazón que rechaza las múltiples salidas fáciles que la
cultura occidental ofrece al crédulo individuo —llámense éstas Prozac o “Jingle
Bells”— para enarbolar en su sitio la incómoda verdad: que la vida es eternamente difícil y escollada;
que nadie te va a regalar nada; que debes hallar un camino propio que no se motive
en la venganza; y que todas y cada una de las personas en tu familia son un
asco. Bueno, eso si
no estás dispuesto a aceptarlos. Feliz navidad.
Y cuando el evento, el gran cambio en tu vida, es
simplemente una reflexión—¿acaso no es eso extraño? Absolutamente nada cambia, excepto
que ahora ves las cosas de un modo distinto y tienes menos miedo y menos ansias
y eres más fuerte en general: ¿no es increíble que una cosa por completo invisible
en tu cabeza pueda sentirse más real que todo lo que has experimentado antes? Ves
las cosas con más claridad y SABES que las estás viendo con más claridad. Y te
das cuenta que amar la vida se trata de esto; que esto es a lo que se refiere
cualquier persona que habla con seriedad de Dios. Momentos como éste.
Salamandra: $335-$380
Picador (ed. en inglés): $230 (sólo en Péndulo)
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-Porrúa
-FCE
-El Péndulo
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