martes, 25 de marzo de 2014

Esperando a los bárbaros

-Waiting for the Barbarians
-J. M. Coetzee [Sudafrica]
-Primera edicion: 1980
-Novela

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Me despierto antes del amanecer y paso a hurtadillas entre los soldados, quienes se sacuden y suspiran soñando con madres y amadas, a través de las escaleras. Desde el cielo las miles de estrellas nos miran. Verdaderamente estamos en el techo del mundo. Si uno despierta de noche, a la intemperie, se maravilla.

Estar en el techo del mundo implica varias cosas, pocas de las cuales caen del lado agradable del espectro. Implica lo sublime, pero también lo desolado; lo noble, quizá, pero también la falta de pertenencia. Si tuviera que encontrar un tema para disertar sobre Waiting for the Barbarians (y, ya que estoy escribiendo esto, supongo que si he tenido que hacerlo), diría que la novela versa en gran medida sobre una comunidad que combina, con efectos trágicos, las características positivas y negativas de estar en el techo del mundo. Nos encontramos ante una comunidad que cree ser un ejemplo de nobleza y estabilidad, pero que en realidad se halla completamente desconectada de su entorno inmediato. Por supuesto, siendo que el autor es sudafricano, esto no debe ser tomado como una inocentada –una simple historia. ¿Que es mas pretencioso sobre su progreso que el colonialismo? ¿Que es, sin embargo, mas indolente hacia el mundo que le rodea? En pocas palabras, de eso va la novela de Coetzee –sobre la incongruencia y crueldad de los regímenes colonialistas ante sus tierras y gentes colonizadas, pero también ante aquellos colonizadores que se atrevan a simpatizar con el otro lado, a justificar y dar tintes humanos al pensamiento 'salvaje'.

Hasta ahí todo muy bien. Muy de todos los días. Música para los oídos de todos los amantes de lo primitivo, los fans acérrimos de Rousseau y hasta de Levi Strauss. El acierto de Coetzee, o por lo menos su decisión más significativa, recae en no quedarse en ello, en la simple victimización del nativo. Waiting for the Barbarians es ciertamente una novela con trazas de lo alegórico, dado que muchos personajes principales no tienen nombre y pueden así pensarse como símbolos de ideologías enteras, pero eso no significa que estemos ante un libro que se conforma con crear caricaturas o figuritas de cartón. Tal vez nuestro narrador y protagonista sea solo El Magistrado, por ejemplo, pero eso no lo hace menos humano en su proceder. Tanto el como las figuras nativas, colonizadas, que aparecen en el texto se muestran asustados por momentos, crueles por otros; son sabios a veces y animalescos en otras. Coetzee busca romper nuestro estereotipo del Salvaje, pero no lo hace mostrándonos únicamente que 'también pueden ser inteligentes/buenos', como suelen hacer los escritores ingenuos: lo hace mostrándonos que pueden ser inteligentes, buenos, mezquinos, terribles, orgullosos o humillados. Pueden ser todo. Y también los colonizadores pueden ser todo. Coetzee no dice que no hay salvajes porque todos somos buenos en el fondo; dice que no hay salvajes porque, al final, ¿qué diablos es eso? ¿Acaso no somos todos salvajes cuando nos hacen serlo?

“Crees que sabes lo que es justo y lo que no. Te entiendo. Todos creemos saber." Personalmente, no me cabía duda de que a cada instante cada uno de nosotros, hombre, mujer, niño, quizá incluso el pobre caballo viejo que le da vueltas al molino, sabíamos lo que era justo: todas las criaturas llegan al mundo cargando una vaga memoria de lo que es la justicia. "Pero vivimos en un mundo de leyes," le dije a mi pobre prisionero, "un mundo de lo-mejor-que-hay. No hay nada que podamos hacer sobre eso. Somos seres caídos. Todo lo que podemos hacer es honrar las leyes, todos nosotros, sin permitir que esa memoria de la justicia se evapore.”

La anécdota del libro es tan desolada y anticlimática como sus temas. Waiting for the Barbarians es la historia de El Magistrado, que funciona como máxima autoridad en un pueblo a las orillas de El Imperio. Máxima autoridad exceptuando a las mismas fuerzas militares del Imperio, claro. Son estas fuerzas las que de pronto llegan a romper el orden del tranquilo pueblo, declarando que los barbaros nativos que viven a las afueras del pueblo se están preparando para la guerra, y que es deber del Magistrado colaborar todo lo que sea necesario en la campaña para exterminarlos. Al principio acepta, pero pronto comienza a darse cuenta que el trato hacia los barbaros es verdaderamente inhumano, sobre todo cuando se considera que el ejercito imperial en ningún momento ha presentado pruebas que demuestren que las tribus se estaban preparando para la guerra en realidad. Todo parece una gran excusa, una farsa del Imperio para acabar con las etnias que no le placen de una vez por todas. El Magistrado comienza a rebelarse cada vez con más voz, impulsado también por su extraña y profunda relación con una mujer nativa que el ejército dejo ciega con sus torturas. Al ejército no le gusta esto, claro, y no pasa mucho tiempo antes de que el Magistrado se encuentre peleando por su vida ante las mismas fuerzas institucionales que debería representar y servir.

La novela en si es brutal, recordándome la oración inicial de A Frolic of His Own, de William Gaddis: '¿Justicia? En el otro mundo tendrás Justicia, en este mundo tienes la Ley'. Coetzee acentúa el peso del Imperio haciendo que su representante principal, el coronel Joll, sea de los pocos personajes que jamás muestran rango emocional alguno dentro de la novela. Asimismo se acentúa su ceguera e injusticia con el simple gesto simbólico de ponerle unas gafas oscuras que jamás se quita. Y por si esto fuera poco, se le da un nombre propio, dejándonos ver que, a pesar de lo rígido y estrecho que pueda ser, su peso específico es tal que empequeñece y degrada a los demás personajes. El Imperio es estúpido, sí, pero su naturaleza no es tal que alguien pueda gritar en voz alta 'El emperador esta desnudo' y no morir en el intento. Nos encontramos ante una novela alegórica sobre los últimos dos siglos de historia humana, siglos en los que tu opinión solo importa si juegas para el equipo correcto y no cuestionas al capitán del mismo. Siglos en que el silencio obediente es más importante que la humanidad.

A veces me pregunto si en verdad le estamos haciendo un favor al arte creando un canon de literatura feminista, uno de literatura gay, uno de literatura chicana, todos así, separados, en vez de buscar la unificación. Siento que esta práctica se presta para que se cuelen a la fama, o al reconocimiento, obras cuyo mayor mérito estriba en haber sido escritas por un africano o una mujer. Pero luego surge una novela como esta, que concierne a toda la raza humana pero no podría haber sido escrita si no prestáramos atención a los temas específicos de lo poscolonial y africano. Una novela que surgió de situaciones concretas, pero tiene el poder en la voz para conquistar el oído a cualquiera que se digne a escuchar, así sea sudafricano, mexicano, australiano o escocés. Va especialmente recomendada para quienes gustan de los abismos existenciales de Kafka o Sartre, el estilo parco y rudo de Hemingway y el humor árido de Beckett. También va para aquellos que están dispuestos a sacrificar el pasarla bien con un libro en favor de pasarla terriblemente mal, pero salir renovado al final. Pero sobre todo va recomendada para todos aquellos que siempre han sospechado que el sistema no funciona, que el emperador miente, que la propaganda pinta ficciones, que hay una oscura y burocrática bota siempre ofuscando el aire de su pecho.


El dolor es verdadero; todo lo demás está sujeto a duda.

DeBolsillo: $131-$150
Penguin (inglés): $233
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-El Péndulo
-Porrúa
-FCE

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