-J. M.
Coetzee [Sudafrica]
-Primera
edicion: 1980
-Novela
⋆⋆⋆⋆
Me despierto antes del amanecer y paso a
hurtadillas entre los soldados, quienes se sacuden y suspiran soñando con
madres y amadas, a través de las escaleras. Desde el cielo las miles de
estrellas nos miran. Verdaderamente estamos en el techo del mundo. Si uno
despierta de noche, a la intemperie, se maravilla.
Estar en el techo del mundo implica varias cosas,
pocas de las cuales caen del lado agradable del espectro. Implica lo sublime,
pero también lo desolado; lo noble, quizá, pero también la falta de
pertenencia. Si tuviera que encontrar un tema para disertar sobre Waiting for the Barbarians (y, ya que
estoy escribiendo esto, supongo que si he tenido que hacerlo), diría que la
novela versa en gran medida sobre una comunidad que combina, con efectos trágicos,
las características positivas y negativas de estar en el techo del mundo. Nos
encontramos ante una comunidad que cree ser un ejemplo de nobleza y
estabilidad, pero que en realidad se halla completamente desconectada de su
entorno inmediato. Por supuesto, siendo que el autor es sudafricano, esto no
debe ser tomado como una inocentada –una simple historia. ¿Que es mas
pretencioso sobre su progreso que el colonialismo? ¿Que es, sin embargo, mas
indolente hacia el mundo que le rodea? En pocas palabras, de eso va la novela
de Coetzee –sobre la incongruencia y crueldad de los regímenes colonialistas
ante sus tierras y gentes colonizadas, pero también ante aquellos colonizadores
que se atrevan a simpatizar con el otro lado, a justificar y dar tintes humanos
al pensamiento 'salvaje'.
Hasta ahí todo muy bien. Muy de todos los días. Música
para los oídos de todos los amantes de lo primitivo, los fans acérrimos de
Rousseau y hasta de Levi Strauss. El acierto de Coetzee, o por lo menos su decisión
más significativa, recae en no quedarse en ello, en la simple victimización del
nativo. Waiting for the Barbarians es
ciertamente una novela con trazas de lo alegórico, dado que muchos personajes
principales no tienen nombre y pueden así pensarse como símbolos de ideologías
enteras, pero eso no significa que estemos ante un libro que se conforma con
crear caricaturas o figuritas de cartón. Tal vez nuestro narrador y
protagonista sea solo El Magistrado, por ejemplo, pero eso no lo hace menos
humano en su proceder. Tanto el como las figuras nativas, colonizadas, que
aparecen en el texto se muestran asustados por momentos, crueles por otros; son
sabios a veces y animalescos en otras. Coetzee busca romper nuestro estereotipo
del Salvaje, pero no lo hace mostrándonos únicamente que 'también pueden ser
inteligentes/buenos', como suelen hacer los escritores ingenuos: lo hace mostrándonos
que pueden ser inteligentes, buenos, mezquinos, terribles, orgullosos o humillados.
Pueden ser todo. Y también los colonizadores pueden ser todo. Coetzee no dice
que no hay salvajes porque todos somos buenos en el fondo; dice que no hay
salvajes porque, al final, ¿qué diablos es eso? ¿Acaso no somos todos salvajes
cuando nos hacen serlo?
“Crees que sabes lo que es justo
y lo que no. Te entiendo. Todos creemos saber." Personalmente, no me cabía
duda de que a cada instante cada uno de nosotros, hombre, mujer, niño, quizá
incluso el pobre caballo viejo que le da vueltas al molino, sabíamos lo que era
justo: todas las criaturas llegan al mundo cargando una vaga memoria de lo que
es la justicia. "Pero vivimos en un mundo de leyes," le dije a mi
pobre prisionero, "un mundo de lo-mejor-que-hay. No hay nada que podamos
hacer sobre eso. Somos seres caídos. Todo lo que podemos hacer es honrar las
leyes, todos nosotros, sin permitir que esa memoria de la justicia se evapore.”
La anécdota del libro es tan desolada y anticlimática
como sus temas. Waiting for the Barbarians es la historia de El
Magistrado, que funciona como máxima autoridad en un pueblo a las orillas de El
Imperio. Máxima autoridad exceptuando a las mismas fuerzas militares del
Imperio, claro. Son estas fuerzas las que de pronto llegan a romper el orden
del tranquilo pueblo, declarando que los barbaros nativos que viven a las
afueras del pueblo se están preparando para la guerra, y que es deber del
Magistrado colaborar todo lo que sea necesario en la campaña para
exterminarlos. Al principio acepta, pero pronto comienza a darse cuenta que el
trato hacia los barbaros es verdaderamente inhumano, sobre todo cuando se
considera que el ejercito imperial en ningún momento ha presentado pruebas que
demuestren que las tribus se estaban preparando para la guerra en realidad.
Todo parece una gran excusa, una farsa del Imperio para acabar con las etnias
que no le placen de una vez por todas. El Magistrado comienza a rebelarse cada
vez con más voz, impulsado también por su extraña y profunda relación con una
mujer nativa que el ejército dejo ciega con sus torturas. Al ejército no le
gusta esto, claro, y no pasa mucho tiempo antes de que el Magistrado se
encuentre peleando por su vida ante las mismas fuerzas institucionales que debería
representar y servir.
La novela en si es brutal, recordándome la oración
inicial de A Frolic of His Own, de William Gaddis: '¿Justicia? En el
otro mundo tendrás Justicia, en este mundo tienes la Ley'. Coetzee acentúa el
peso del Imperio haciendo que su representante principal, el coronel Joll, sea
de los pocos personajes que jamás muestran rango emocional alguno dentro de la
novela. Asimismo se acentúa su ceguera e injusticia con el simple gesto simbólico
de ponerle unas gafas oscuras que jamás se quita. Y por si esto fuera poco, se
le da un nombre propio, dejándonos ver que, a pesar de lo rígido y estrecho que
pueda ser, su peso específico es tal que empequeñece y degrada a los demás
personajes. El Imperio es estúpido, sí, pero su naturaleza no es tal que
alguien pueda gritar en voz alta 'El emperador esta desnudo' y no morir en el
intento. Nos encontramos ante una novela alegórica sobre los últimos dos siglos
de historia humana, siglos en los que tu opinión solo importa si juegas para el
equipo correcto y no cuestionas al capitán del mismo. Siglos en que el silencio
obediente es más importante que la humanidad.
A veces me pregunto
si en verdad le estamos haciendo un favor al arte creando un canon de
literatura feminista, uno de literatura gay, uno de literatura chicana, todos
así, separados, en vez de buscar la unificación. Siento que esta práctica se
presta para que se cuelen a la fama, o al reconocimiento, obras cuyo mayor
mérito estriba en haber sido escritas por un africano o una mujer. Pero luego
surge una novela como esta, que concierne a toda la raza humana pero no podría
haber sido escrita si no prestáramos atención a los temas específicos de lo
poscolonial y africano. Una novela que surgió de situaciones concretas, pero
tiene el poder en la voz para conquistar el oído a cualquiera que se digne a
escuchar, así sea sudafricano, mexicano, australiano o escocés. Va
especialmente recomendada para quienes gustan de los abismos existenciales de
Kafka o Sartre, el estilo parco y rudo de Hemingway y el humor árido de
Beckett. También va para aquellos que están dispuestos a sacrificar el pasarla
bien con un libro en favor de pasarla terriblemente mal, pero salir renovado al
final. Pero sobre todo va recomendada para todos aquellos que siempre han
sospechado que el sistema no funciona, que el emperador miente, que la
propaganda pinta ficciones, que hay una oscura y burocrática bota siempre
ofuscando el aire de su pecho.
El dolor es verdadero; todo lo demás está sujeto a duda.
DeBolsillo: $131-$150
Penguin (inglés): $233
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-El Péndulo
-Porrúa
-FCE
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