-William Trevor [Irlanda]
-Primera edición: 2009
-Novela
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Una tarde de junio de mediados del siglo pasado, la
señora Eileen Connulty atravesó la localidad de Rathmoye […] en dirección a la
iglesia del Santísimo Redentor. Allí pasaría la noche.
La vida que acababa de llegar a su fin había estado marcada
por sus buenas obras y firmes propósitos, así como por cierta severidad en los
asuntos domésticos y familiares. Las expectativas de satisfacción personal, que
antaño la habían influido a la hora de contraer matrimonio y dar a luz a dos
hijos, se habían frustrado hacía tiempo: su marido y su hija la habían
decepcionado.
Un par de preguntas. 1) ¿Qué clase de novela romántica
inicia con un funeral? Y 2), la cual tiene un poco más de importancia, ¿qué significa que una novela romántica
inicie con un funeral? Responder esto a fondo es hablar del núcleo secreto
de la novela, y ello a su vez es reflexionar sobre el arte narrativo de William
Trevor en general.
Mientras pensamos, me permito retroceder un poco.
Hace unos días pude escuchar, por fin, un disco que había esperado por años: Under Summer, de la banda británica Yndi
Halda, álbum que sigue a su debut, Enjoy
Eternal Bliss, el cual salió en 2007.[1] Qué lleva a un grupo de artistas a
tomarse una pausa de 9 años después de un debut aclamado es en sí también una
pregunta interesante, pero adecuada a otro momento. El punto es el título del
disco, y esta cita del guitarrista James Vella sobre él: “Le llamamos Under Summer por dos cosas […] Es el cielo
limpio bajo el que escribimos y grabamos el álbum. Días interminables de julio,
de perfecta calma y felicidad. Pero también una cierta melancolía. De allí
viene ‘Under’ (“debajo”); de la nostalgia y el pesar. Lo encontramos importante
porque queremos expresar eso en nuestra música. Tristeza y euforia. Qué
significa la una para la otra.” Es curioso cómo el arte al que uno se expone
tiene una manera rara de alinearse, de caer en sucesiones perfectas y atinadas.
Pocos libros acompañarían tan bien este disco como el de Trevor, o viceversa.
Quizá esa sea nuestra primera pista en el misterio del funeral. Tristeza y
euforia.
Nuestro imaginario colectivo a menudo retrata el
verano como una especie de espacio idílico. A ojo de buen cubero, se me ocurren
dos teorías. El verano, tradicionalmente, es época de calor y lluvia, lo cual
en términos agrícolas significa fertilidad, nuevas cosechas, y la renovación de
los ciclos. En términos un poco más prosaicos y modernos, el verano significa
vacaciones y el fin de los años escolares, por lo cual queda constituido como
un espacio indeterminado y libre de rutina, en el cual uno es libre de dejarse
llevar por la vida. Puedo pensar en al menos un libro, de los que hemos reseñado recientemente, que usa al verano como una burbuja dentro de la
narrativa —un tiempo que, al estar al margen de la organización cronológica usual
de las cosas, al estar entre dos
capítulos, marca un momento clave en el crecimiento de los personajes,
momento en que, lejos de la escuela, lejos de los amigos, lejos de los padres,
los personajes se encuentran a sí mismos mediante experiencias nuevas, para
bien o para mal. La novela de Trevor es un tanto distinta. El verano es constituido como un tiempo especial y con experiencias nuevas,
claro (si no, no estaría en el título), pero de renovación o crecimiento hay
poco. ¿Qué clase de novela romántica inicia con un funeral? Les diré: una
tramposa.
A pesar de que algunos personajes secundarios no
cuajan del todo y no es la mejor novela de Trevor ni en términos de trama ni de
belleza de lenguaje, quizá si sea uno de sus trabajos más accesibles, y está
marcado por la misma sutileza psicológica y precisión lingüística que siempre
guía su narrativa. El título rosa va a embaucar a más de un buscador de romance,
pero quizá salgan renovados, menos ingenuos. Y aun si no, es una buena
historia. Bueno, todo esto ha sido una forma, quizá en exceso complicada, de
decirles que no confíen en William Trevor cuando decide titular una novela Verano y amor, o bien que no le
descarten por cursi. Este libro trata más que nada sobre la parálisis, la
convención social y el egoísmo. En realidad, no es mala idea desconfiar de
Trevor siempre que alguna de sus historias parezca dirigirse hacia la
felicidad. Gustar de este autor es más bien para masoquistas, para quienes
sufren de Síndrome de Estocolmo literaria y han llegado a enamorarse de quien
los azota, castiga, despoja de las ilusiones mediante trucos de óptica una y
otra vez.
Verano y amor es la historia de Ellie Dillahan, una mujer joven
criada por monjas, quien se encuentra casada con un granjero que, sin ser el
gran galán, es un buen hombre. Sin embargo, para él éste es el segundo
matrimonio: su esposa anterior falleció junto con su hijo en un trágico
accidente acaecido allí, en la misma granja. Las monjas, compadecidas, mandaron
a Ellie a su casa unos meses después para ayudar con las labores domésticas, y
cuando a él se le ocurrió, pasado un tiempo, que deberían casarse, a ninguno de
los dos se le ocurrió una razón para no hacerlo. Consecuentemente, tenemos en
los Dillahan la unión de dos personas decentes, amenas, pero completamente
exentas de pasión. Él nunca ha superado el duelo por la primera esposa; ella
simplemente se dejó llevar por la expectativa social de tener un marido. El
famoso verano del libro inicia cuando Ellie asiste al funeral de la matriarca
de la familia Connulty, mujer de gran fama en el pueblo de Rathmoye, a cuya
familia ella vende productos de la granja. En el funeral, o más bien alrededor del funeral, como buitre
sobrevolando en círculos, anda un joven llamado Florian Kilderry, tomando fotografías.
Esto, por supuesto, se considera de pésimo gusto en la Irlanda de 1950, así que
nadie tarda en notar su presencia, incluida Ellie. Pero decirle a la gente lo
que se le quiere decir también es de pésimo gusto en la Irlanda de 1950, por lo
que nadie va más allá de apuntarlo y chismear. Es bastante obvio que hemos conocido a
nuestro galán. El problema, en términos de trama, es que Florian está en el pueblo
para vender su casa, pues piensa mudarse de Irlanda al terminar el verano.
Pero acercarse a Florian no es acercarse a un
caballero medieval o a ningún estereotipo romántico del estilo, aunque parece.
El tipo, y en esto yace el meollo del libro, es un fraude. Ellie lo conoce
tomando fotografías, por lo que su primera impresión es la de un artista, pero
en realidad es algo así como un junior
criado por pintores quien, sin embargo, jamás dio muestras de talento en ningún
arte y es incapaz de completar un proyecto. La novela deja en misterio si sus fotografías
son buenas o no. Pero hay un modo más esencial en el que es un fraude. Las
novelas románticas a menudo confían en que el verdadero amor es algo así como
un removedor de pintura cuya aplicación blanquea cualquier mancha anterior sobre
la psique. No sólo un clavo saca a otro clavo, sino que —según la idea— el
clavo adecuado destruye completamente la memoria de los clavos anteriores, si es
que los hubo. El enamorado de las novelas románticas sabe que nunca ha sentido
algo igual y sospecha que nunca lo sentirá de nuevo: ello guía sus acciones
durante la narrativa. Ellie funciona así respecto a Florian, sin duda, pero a
menudo uno tiene la sensación de que él responde con más mesura que pasión. Sin
arrebatarse. Y no es ni siquiera que con él no apliquen los preceptos
tradicionales de la novela romántica, sino que existe la posibilidad de que,
para él, el clavo adecuado, la persona que en verdad ama, sea otra —una
ausente, enterrada en su pasado. Es el objetivo número 1 de la novela romántica
el hacernos desear que la pareja termine junta al final: en Verano y amor uno está tan seguro, al
menos si está leyendo con atención.
Siendo que el libro está situado en la década de los
50s en Irlanda, y que lidia con un enredo extramarital, es imposible que no
existan en él tonos religiosos, que Trevor usa de manera precisa y delicada.
Miren:
Dios estaba siempre a tu lado, dondequiera que
estuvieses, comoquiera que estuvieses. A cualquier hora del día, en cualquier
instante de tu vida. Para confortarte, para aligerar la espantosa carga de tus
pecados. Basta con que te confieses, que te dirijas a Él con el corazón
contrito: Dios no pide nada más.
Ese pasaje aparece en el capítulo 6 de la novela,
cuando Ellie está cavilando sus nacientes sentimientos por Florian y, de
pronto, como un rayo, recuerda sus lecciones en el convento de monjas. Trevor
muestra de manera depurada el peso del adoctrinamiento católico en la mente de
esta joven, e implanta en nosotros como lectores el sentido de una presión
cultural que amenaza y condena a los amantes sin la necesidad de introducir a
ningún villano concreto, ninguna inquisición. Todo está en la mente, en el
sutil condicionamiento social que lleva a la religión como parte inescapable de
la vida irlandesa. En el capítulo 19 hay un pasaje donde Ellie y Florian se escabullen, en secreto, por unas ruinas boscosas. Florian acaba de decirle a
Ellie sobre sus planes de irse de Irlanda y entonces, de nuevo, como un trueno
súbito, “campanadas lejanas anunciaron débilmente la hora del ángelus en el
silencio”. [2] La religión y la sociedad irrumpen en la narración justo en el
momento en el que Ellie es confrontada con su elección final: obedecer los
preceptos o partir con Florian. Es como si todas las señoras devotas, las
monjas y los sacerdotes del pueblo de Rathmoye cayeran sobre sus hombros en ese
momento. La campanada, aparte, es un constructo cultural de tiempo, y en este
caso sirve para recordar a los personajes que su tiempo corre, se termina así
como la velada mágica de Cenicienta. Ese es el poder de una oración en Trevor.
Ese es el poder de los maestros.
Lo siento por quien lea Verano y amor con ilusiones de pasión y perfecto arrebato, ¿pero
qué esperaban? Después de todo, la cosa empieza con un funeral.
Casi todo lo que decía le sonaba mal y por un
momento sintió que pertenecía a un mundo de predadores que él mismo había creado,
y que representaba una variante de la crueldad de éstos. Había cogido lo que
había para coger, y exorcizado, una vez más, el fantasma que lo atormentaba. De
ese modo, a pesar de la ternura, del afecto que sentía por aquella chica a la
que apenas conocía, había convertido la vida de ella en un infierno.
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[1] Si quieren escuchar el álbum, entren aquí.
[2] El ángelus es una oración católica de increíble
arraigo en Irlanda. Cada tarde suenan las campanadas que llaman a su práctica,
y son transmitidas también por la televisión. Como imagen literaria es usada
repetidamente en la obra de Joyce y aparece al final de At Swim-two-Birds (1939), opus absurdista y metaficcional del
infravalorado Flann O’Brien.
Para completar:
-Joyce, James. Dublineses.
-Trevor, William. Two Lives.
-Murdoch, Iris. The Bell.
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