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Primera edición: 1987
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Periodismo / Crónica / Crítica
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Aparentemente
nadie se molestó en explicarle a 9 de cada 10 músicos que la música se trata de
sentimiento, pasión, amor, enojo, alegría, miedo, esperanza, lujuria, DE
EMOCIONES EXPRESADAS DE CUALQUIER FORMA, CON TODA SU FUERZA Y SU DESCARO, y no
de si tocaste mal una nota en el tercer compás. Honestamente, aunque uno crea
que es sentido común, yo no daría por sentado que la mayoría de los músicos
sean capaces de darse cuenta de eso por sí solos, porque es un hecho que 9 de
cada 10 partes de la RAZA HUMANA nunca han pensado por sí solas acerca de nada,
ni nunca lo harán.
No sé ustedes, y aquí podríamos discutir por horas, pero
una de mis 3 películas favoritas de todos los tiempos es Almost Famous (2000) de Cameron Crowe. Aquellos que tengan el
paquete básico de cable seguro la ubican: es la historia de William Miller, un chavito
de 15 años, muy precoz intelectualmente, quien mediante una combinación de
convencimiento y fortuna (tanto buena como mala) termina acompañando a una
banda de rock ficticia, Stillwater, a
lo largo de su tour de 1973 por todo
EE.UU. ¿Ya la recordaron? Bueno, tal vez también recuerden que William conoce a
Stillwater (y por lo tanto pone en marcha la trama) cuando estos últimos fungen
como abridores en un concierto de Black Sabbath a donde él asiste por encargo
de un célebre periodista musical, quien le prometió 35 dólares a cambio de una
crónica o reseña del evento. Ese periodista, interpretado de manera impecable
(¿y cuándo no?) por Philip Seymour Hoffman, es Lester Bangs, el autor de este
libro. A la postre, el Bangs encarnado en Hoffman sirve de gurú para William en
momentos difíciles de su trayecto y pronuncia algunas de las frases más
memorables del filme, como aquella de “I’m always home, I’m uncool”. Lo que
quizá no sepan —lo que incluso yo, habiendo visto la película como 30 veces, no
entendía del todo— es la importancia del ethos
de Lester Bangs (expresado en las 3 o 4 escenitas donde aparece) para la
construcción semántica de la cinta. Pero todavía más: su relevancia y su
agudeza respecto a la construcción de nuestro pensamiento sobre el espíritu, la
poiesis del rock y de la cultura popular del siglo XX.
No es mi intención ponerlos a leer un ensayo de
comparatística cuando les prometí la reseña de un libro, así que abreviaré: Almost Famous es una película que a
todas luces se avoca a exponer algunos de los aspectos menos glamurosos del
idealizado submundo del rock clásico. Eso es obvio. Pero quizá sólo por medio
de un acercamiento a la obra de Lester Bangs es que uno puede ver hasta dónde
llega la crítica. Es fácil ver que la cinta trata de despoetizar facetas hiperconocidas
de dicha escena musical, tal como las drogas, el sexo fácil o la
despersonalización, pero la maraña de crueldad y decadencia, según Bangs, va
mucho más allá. Para nosotros resulta difícil de comprender con tantos años de
distancia a cuestas y habiendo escuchado desde la infancia la reverencia de las
masas al pronunciar nombres como Creedence, Bowie o Led Zepellin, pero para el
crítico nacido en California (y seguramente también para lectores y pupilos
suyos como Cameron Crowe) esa venerada época de principios de los 70s no es más
que una batalla a punto de perderse. En la película, Bangs/Hoffman resume el
problema como el surgimiento de una “industria de lo cool”. El rock de ese
momento, dilucida no sin razón, se ha desconectado de las raíces guturales,
sucias, si uno quiere hasta un poco tontas, que le dieron su grandeza en un
primer lugar. En lugar de corazón, ira y humanidad, Bangs alega que la pose de
dioses nórdicos asumida por bandas como Led Zeppelin derivó en una oleada de
clones suyos que sólo buscan seguir un prototipo ensayado para conseguir
dinero, drogas, sexo y una vida completamente desconectada de la realidad. Stillwater,
la banda de la película, sería uno de esos clones.[1] Pero eso es algo ficticio. ¿Qué tiene que decir el verdadero
Bangs sobre la verdadera cultura popular de la época? Les adelanto algo:
probablemente no les va a gustar.
Lo que
necesitamos son más “estrellas” de rock
que estén dispuestas a hacer el ridículo, perder completamente la cabeza y
hacer que el público sienta pena ajena si ello es necesario para despojarse de
todo indicio de dignidad o aura mítica. Porque sólo así colapsaría todo ese
maldito edificio pomposo de nuestra supremamente ridícula industria del rock’n’roll, el cual está diseñado para atraer
billetes estafando a los jóvenes y fomentando fantasías acerca de una pujante
“cultura juvenil”, y junto con él colapsarían las carreras de los donnadies
sobrevalorados y sin talento que se reproducen a su sombra.
Pero primero: ¿qué es este libro? Psychotic Reactions and Carburetor Dung,
según explica Greil Marcus en su conmovedora introducción al texto, es el título
que Bangs planeaba dar a una compilación de su trabajo que buscaba publicar en
Alemania. Sin embargo, las estrellas de rock
no fueron las únicas personas en fallecer demasiado pronto en aquellas décadas,
atrapados de algún modo u otro en la espiral de los fármacos y las drogas.
Antes de morir en abril de 1982, Bangs se encontraba, de hecho, en un proceso
de renovación y vuelta a la sobriedad (incluso se unió a Alcohólicos Anónimos);
su muerte suele asociarse con una sobredosis o reacción adversa a un fármaco
que estaba tomando para problemas respiratorios. Greil Marcus se atreve a
especular, empero, que su otrora amigo y empleado había desbalanceado tanto así
a su cuerpo al dejar de golpe el alcohol y las drogas que su sistema quedó
frágil, anonadado, presa fácil para cualquier nuevo contratiempo. Esto suena un
poco disparatado, pero bueno: yo vivo en una ciudad donde la gente se
enorgullece de comer tacos en los puestos más insalubres que pueda encontrar pues así demuestran y refuerzan sus “defensas”, y a muchos de ellos parece
funcionarles, así que quién sabe. El caso es que Bangs, quien algunos aseguran
pensaba dejar de escribir sobre música pronto, planeaba recopilar y exponer lo
mejor de su trabajo como periodista de rock en un plano literario, un plano que
valorizara lo que muchos consideran (con razón en la mayoría de los casos,
pues genios como el de Bangs hay pocos) un género de escritura paria,
utilitario y efímero. No pudo conseguirlo, pero afortunadamente Greil Marcus y
un puñado de amigos y herederos de Bangs sí llevaron la empresa a buen término,
si bien el trabajo aquí reunido no es ni por asomo el mismo que el autor
pensaba incluir en su hipotético libro editado en Alemania. Este libro, por
ejemplo, no incluye nada de su trabajo para Rolling
Stone, concentrándose más en sus piezas para Creem, revista que lideró por un tiempo, y The Village Voice, además de la recuperación de notas inéditas de
sus archivos.
Según Marcus, Bangs no escribía muy bien cuando
trataba de explicar su adoración por algo. Por esta razón, la mayoría de los
ensayos que componen Psychotic Reactions…
tal y como ha llegado a nuestras manos son, cuando menos, de intención
ambivalente. La mayor expresión de dicha ambivalencia se da en los textos
dedicados a examinar y criticar la obra de Lou Reed en su etapa posterior a The
Velvet Underground. El asunto es que Bangs amaba como pocos la obra del
conjunto patrocinado por Andy Warhol, y también respaldaba con vehemencia
muchos de los proyectos posteriores de Reed, como Berlin e incluso el infame Metal
Machine Music, pero a menudo se sentía contrariado por la pose bohemia y
“maldita” de su semi-héroe, así como por su coqueteo con la comercialización en
momentos como Sally Can’t Dance. Un punto álgido del libro es sin duda su
entrevista con Reed publicada en Creem
en 1975. Rábido, agudo, le pregunta al artista durante una noche de alcohol y
charla cruda si tiene algún resentimiento contra el público por obligarlo a ser el
prototipo del bohemio, el adicto, el decadente. Reed niega su decadencia, se
hace el loco. ¿Qué consideras decadente entonces?, pregunta Bangs. A ti, le
responde el esquelético creador de Transformer,
porque solías ser un buen escritor y ahora no sigues la música, no sabes quién está haciendo qué. Te estás
volviendo egocéntrico. Bangs podrá sentirse mal por el estado de la cuestión
dentro del rock en esos años, que son
los que conoció, pero para nosotros, presas del pseudoperiodismo inmediato y
esclavo del marketing que inunda los
canales de escritura sobre música popular hoy en día, momentos como estos son
una bocanada de aire fresco. No sólo estamos ante un crítico desvergonzado, atrevido
y dispuesto a hacer que su ídolo se tambalee, sino ante un momento cultural
donde el ídolo también está presto a voltearse y responder la bofetada no con
la vacua arrogancia de la estrella intocable (si bien puede que Reed fuera un
caso excepcional, puesto que esa vacua arrogancia era precisamente lo que Bangs
comenzaba a notar en otros artistas del medio) sino con el reconocimiento real
de un creador que se refleja en otro y le espeta sus verdades en la cara.
He allí una de las mayores virtudes del libro ante
nuestros ojos tan posteriores. La puesta en escena de un ejercicio crítico
libre y soportado por arenas movedizas: en el mundo de Bangs no hay nada
intocable, nada que no se merezca, de menos, unos cuantos golpes. El canon de
la segunda o tercera etapa del rock
clásico todavía no es para él lo que llegará a ser para nosotros o incluso para
la Generación X, sino un campo aún abierto (aunque comenzando a cerrar filas),
donde quedan muchas cosas por decir, pelear y definir. Bowie aquí no es Bowie, sino un
tipo ambicioso y raro comenzando a hacer cosas interesantes [2]; Led Zeppelin no es más que una
banda exitosa y con pretensiones monolíticas sin solidificar del todo; Chicago
queda reducida en una deliciosa reseña a un conjunto que “vio un hueco y lo
llenó. Con plastilina y yeso, pero lo llenó”.[3] Pasajes como estos podrían hacerles pensar en Bangs como un
amargado o uno de esos críticos con muchas objeciones y ni una solución, pero
—aunque en definitiva era un amargado— estarían más equivocados que correctos.
Bangs es uno de los grandes moralistas en la historia del rock y de la crítica cultural, y por lo tanto siempre lleva entre
sus pertenencias una visión utópica. El triunfo de lo genuino sobre lo
prefabricado, de lo visceral sobre lo predefinido, y hasta de lo estúpido, que
es verdadero y universal, sobre lo rebuscado, que es casi siempre producto de
ambiciones encaminadas a la vanidad en una época de culto al mercado.
Quizá el punto culminante del libro en cuanto a su
exposición fragmentaria de una teoría para la moralidad del rock sea su
magistral ensayo de 1977, publicado por el NME,
sobre The Clash. A este respecto deben saber que Bangs y sus colegas de la
revista Creem fueron de los primeros
(si no es que LOS PRIMEROS) en usar el término punk rock para referirse a la vertiente más agresiva y orgánica del
panorama musical, así que puede presumir de un conocimiento enciclopédico y un
involucramiento temprano en las trincheras del hoy canonizado movimiento.
Cualquier persona que haya investigado un poco sobre el punk termina
necesariamente sorprendida por la aparente brevedad de su fulgor. Según nos
ha llegado la información condensada a través de los años, el punk comenzó en
forma con el disco debut de los Ramones en 1976, y ya para el año siguiente
había gente anunciando su muerte. Sin embargo, para Bangs no fue así. Es cierto
que el crítico parece reconocer algo
nuevo en el conjunto neoyorquino, algo que siente que The Clash lleva
todavía más allá, pero para él todo esto es simplemente una evolución natural
de lo que él venía llamando punk desde
1969, con el advenimiento de los Stooges (a quienes hoy denominamos proto punk). De este modo, al momento de
escribir sobre The Clash, Bangs llevaba ya años inmiscuído en una forma u otra de
punk, e incluso estaba harto de ciertos aspectos de su retórica. El nihilismo,
el hastío, el congregar a cientos de chicos para bailar al ritmo de himnos
sobre la decadencia, eso no es suficiente, dice Bangs, no sin alguien quien
logre trascender el marasmo y ayudar a que la juventud crea en algo, se una bajo alguna bandera productiva y marche hacia
adelante con un espíritu de cooperación. Ergo, The Clash, a quienes retrata con
todo candor, humanidad e incluso termina regañando en una memorable escena
después de que permitieran que su chofer maltratara a un fan. En Almost Famous, Bangs/Hoffman le da un
consejo al protagonista cuando no sabe qué hacer con su reportaje sobre
Stillwater: “Si en verdad quieres ser amigo de estos tipos, sé honesto… e
inmisericorde”.
Con todo, mi pieza favorita del libro es un ensayo
muy corto, casi lacónico, de título “Where Were You When Elvis Died”, y que
sirve a modo de no-obituario para El Rey. Aquí, de nuevo y como siempre, la
honestidad, la falta de respeto incólume, la capacidad de no cegarse ante el
poder artístico descomunal de sus objetos críticos y de separar las joyas de
las heces: “un hombre que se acercó más a ser un Dios que Carlos Castañeda
hasta que el servicio militar lo sometió y reveló su carácter como el del
lacayo tonto que fue desde un principio”. Uff. Las 5 páginas de ese ensayo
combinadas con unos cuantos párrafos en otra pieza —las notas inéditas para
una reseña de un libro sobre los héroes del rockabilly
cincuentero— han sido suficientes para llevarme a conseguir una biografía de
dos volúmenes sobre Elvis y ponerme a escuchar sus grabaciones desde "Jailhouse
Rock" hasta From Elvis in Memphis. Tal
es el poder de un gran crítico, reseñista, cronista, etcétera: son gente que te
lleva a ampliar tus horizontes porque tienen la facultad de darle vida y color
a cosas que uno quizá nunca ha visto ni escuchado, o bien cosas a las que uno
nunca ha puesto atención, y son cautivadores incluso cuando están hablando de
la decadencia y de la imperfección en la cultura. Quizá, incluso, son especialmente
cautivadores cuando están hablando de la decadencia y la imperfección en la
cultura. Son gente que te enseña a apreciarlo todo, incluso los pantanos donde
a veces parece que la cultura nos ahoga.
En uno de los puntos de inflexión de Almost Famous, un momento de especial
melancolía y reflexión, el personaje de Kate Hudson, una groupie llamada Penny Lane, aparece sola, girando y bailando sobre
un escenario vacío y oscuro, representación pura de lo real, del arte que en
verdad es sentimiento y desinhibición, mientras el personaje de Lester Bangs
recita fuera de pantalla: “Este es un momento
muy peligroso para el rock’n’roll.
Ellos han ganado. Arruinarán el rock’n’roll
y estrangularán todo lo que amamos de él”. Como les digo, es difícil coincidir con Bangs acerca del fatalismo que siente a menudo respecto a la escena musical de los
70s, pero la verdad es que los resultados del proceso a largo plazo justifican
su opinión bastante. Mas puede ser que haya algunas sendas de escape ante el
soberano aburrimiento, la casi completa falta de heterogeneidad y valentía
reales dentro de la cultura pop hoy en día, tanto en el ámbito de la creación como
en el de la crítica, que también es creación. Y puede ser que la actitud
peleonera (pero justa), irreverente (pero no valemadre) de Bangs —tal y como el
eminente Greil Marcus nos ha hecho el favor de extraer del remolino del
tiempo— no sea tan sólo un recordatorio valioso de lo que fue hace unos años,
sino del impulso y la creatividad que es nuestro deber sacar del hoyo cuanto
antes.
***
[1] En uno de los puntos álgidos de la película, la
banda discute porque las playeras promocionales que encargaron parecen mostrar
al guitarrista como el líder único e indiscutido del conjunto. “Habíamos
quedado desde el principio”, protesta el vocalista, “que yo sería como Robert
Plant y tú como Jimmy Page”.
[2] Tal vez la opinión más incendiaria de Bangs en el
libro sea su repulsión inclemente a la etapa de Ziggy Stardust del famoso Duque
Blanco.
[3] ¿Bob Dylan? Aparece aquí y allá como poco más que
una leyenda caída. No sé si Bangs haya reseñado en persona Blood on the Tracks o Desire,
los mejores discos de Dylan durante sus años de mayor actividad crítica, pero
en todo caso no parecen haber afectado mucho su opinión dudosa acerca del
nacido en Minnesota.
El libro no está traducido, pero sí lo pueden conseguir en Gandhi y El Péndulo.
Excelente reseña! Gracias por compartir.
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