sábado, 4 de febrero de 2017

La ópera de los tres centavos

  • Die Dreigroschenoper
  • Bertolt Brecht, Elisabeth Hauptmann, Kurt Weill [Alemania]
  • Estreno: Berlín, 1928
  • Teatro
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…si muestras tu verdadera miseria, nadie te creerá. Si te duele la barriga y lo dices, sólo eres repugnante.

Crónicas, de Bob Dylan, puede dar al lector una cantidad ilimitada de datos sorprendentes sobre la cultura que rodeó al afamado compositor durante los años más críticos de su carrera. Listas de canciones y artistas populares se desbordan de las páginas con tanta naturalidad que resulta difícil llevar el ritmo, y hasta cierto punto terminan por pasar inadvertidas. Pero en medio de todo el torbellino de referencias, una mención particular hace eco debido a lo extraño de su naturaleza: “Pirate Jenny”, de La ópera de los tres centavos, es posicionada como la pieza crucial de su desarrollo como compositor. La declara su influencia más grande y la canción que le dio un giro a su forma de escribir. Como es natural, Dylan no ofrece más explicaciones. No sabemos qué lo impacto tanto de aquella presentación y no vuelve a mencionarla, pero el nombre queda grabado aún en el menos curioso, pues la imagen de un joven Dylan impresionado por una obra de Brecht no deja de parecer extraña. Claro que sus acercamientos a la literatura, la poesía y la dramaturgia son bien conocidos, Chejov y Eliot son visitas constantes de sus canciones, y La ópera de los tres centavos no es precisamente un título oscuro en los anales de la dramaturgia, pero el inusual valor que le atribuye dentro de su carrera la vuelve pieza de escrutinio y curiosidad: ¿qué encontró Dylan ahí?, ¿qué tiene de especial una obra de tan discreto perfil?

Leyendo únicamente el libreto, podría decirse que no hay nada extraordinario en ella. La ópera de los tres centavos es una adaptación de la ópera de baladas de John Gay La ópera del mendigo, la cual data del siglo XVIII. Lo excepcional de esta primera pieza es que se burlaba de las convenciones tradicionales de la ópera italiana, como sus personajes nobles o su rígida moral, al sustituirlos por rufianes, prostitutas y sus historias de pillería. La música era una mezcla de ópera seria, melodías folclóricas y tonadas populares. Su éxito fue tan notable que dos siglos después Elisabeth Hauptmann la tradujo y se la mostró a Bertolt Brecht como algo que podría interesarle. Éste no dudo en retomar parte de su temática y adaptarla a sus propios intereses, siendo estos (principalmente) el compromiso político y el teatro de tipo social. Su trabajo relata la rivalidad que existe entre dos criminales del Londres victoriano: Macheath, rey de los ladrones, y Preachum, líder de los mendigos, quienes pelean por el territorio y los métodos de extorsión de sus subalternos. El primero es un tradicional asesino a sangre fría cuyos intereses incluyen el robo, la prostitución y el homicidio; mientras que el segundo se dedica a reclutar hombres y mujeres de bajos recursos y hacerlos mendigar por las calles con distintos atuendos. El roce entre estos dos individuos aumenta cuando Macheath contrae  matrimonio con la hija de Preachum, Polly, a espaldas de éste. Toda la obra se concentra en el deseo de los Preachum por encerrar a su yerno y hacerlo pagar su desfachatez, pero su molestia no nace de la pérdida de su hija como un ser amado, sino como una inversión, pues con su juventud y belleza se podía haber hecho un gran negocio.

Nuestros jueces son absolutamente incorruptibles: ninguna suma puede inducirlos a hacer justicia.

Desde la perspectiva de Brecht, ambos hombres guían su vida siguiendo los valores del capitalismo, son empresarios al mando de sus propias compañías y su labor no difiere nada de la de un banquero. La historia que tienen que contarnos es bastante sencilla y a veces un poco absurda en sus giros, y a pesar de las diferentes desventuras que viven, ni Macheath ni Prechum pretenden hacer cambios en su vida. Esta necedad de los personajes por aferrarse a su ethos miserable puede deberse a la visión marxista con la que Brecht acompaña su trabajo, y que se relaciona con la avaricia que los consume. Ni Macheath ni Preachum tienen la oportunidad de disfrutar del dinero que ganan, a pesar de que es mucho, pues están eternamente inmersos en el negocio siguiente. El primero parece acumular bienes y ganancias como una demostración de poder y estatus, pero no para darles uso o conservarlos: prueba de ello es la destrucción de los lujosos regalos de boda que consigue en su unión con Polly. El segundo, en cambio, ni siquiera se ocupa en acumular, sino que parece deshacerse de todo lo ahorrado tan pronto como le llega, pues ningún dinero puede mejorar ya su situación moral. En el mundo que habitan, sus acciones no son reprobables sino legendarias o inteligentes. Ni la mujer de Preachum ni Polly cuestionan las decisiones de vida de sus respectivos maridos o esperan una actitud mejor de la que tienen, pues ellas mismas se benefician de sus tratos y costumbres. La traición existe pero no el rencor o el resentimiento, pues cada quien entiende que es necesario sobrevivir como sea posible.

La necesidad de poner personajes planos en escena también responde a una cuestión de caracterización propia del medio que se produce. En “Notas sobre música y ópera”, el poeta inglés W.H. Auden asegura que la ópera no puede presentar a los personajes como lo hace la novela, o sea como personas que potencialmente son tan buenas como malas o tan activas como pasivas, ya que la música es actualidad inmediata y ni la potencialidad ni la pasividad sobreviven a su presencia. Así, sus personajes tienen que ser planos, sencillos, pues si resultan demasiado interesantes o ambivalentes es imposible traducirlos a música. Si bien en este caso no hablamos de una ópera como tal (aunque su nombre indique otra cosa), la obra de Brecht sí tiene una estrecha relación con la música que la acompaña, y se explota mucho mejor siguiendo una línea constante de caracterización que presentando cambios abruptos en la moral de los personajes. La música, compuesta por Kurt Weill, mezcla ritmos populares y piezas de jazz durante toda la trama. Sin importar la situación, los personajes parecen cantar siempre con una grotesca alegría, cargada de cinismo. La sensación general es la de estar en un húmedo cabaret donde se representa un burlesque. “Pirate Jenny” (en español “Jenny, la de los piratas”), la pieza que atrajo nuestra atención en primer lugar, resalta por ser una de las más solemnes y, quizás, más complicadas en cuanto a vocalización. La canción habla de la destrucción de todo un pequeño pueblo a manos de una despiadada mujer pirata, inspirada en la figura de Jenny Diver, una famosa carterista del siglo XVIII. En la versión original, la canción era interpretada por Polly, durante su fiesta de bodas con Macheath, pero en futuras interpretaciones se trasladó al papel de Jenny, una prostituta, amante del bandido, quien lo entrega a las autoridades para recibir la recompensa. En ambos casos, lo que atrae más de esta composición (además de  lo sangriento de su tema) es que nace de la boca de una joven de apariencia inocente, pero que parece esconder dentro de sí a un alma aún más corrupta que la de Prechum y más sangrienta que la de Macheath, y que espera con paciencia su momento de brillar dentro del bajo mundo.

Cuando se une el libreto con las canciones, el resultado es extraordinario. Resulta genuinamente emocional ser parte de esta representación, incluso si no se la puede ver en directo. La sencillez de la trama deja de ser un problema a cuestionar, pues la música que le acompaña te hace pensar que no podría ser de otra manera. Todo termina bien para todos, porque al final, en ese mundo de negación y poder, nada estuvo realmente mal nunca. La propia reina se toma la molestia de perdonar a Macheath, ya porque sea el día de su coronación y no puede dejar que nada la empañe, ya porque sus acciones forman parte de la economía local. Al final del día, el asesino es también un burgués que da trabajo y ganancias a la corona. La pregunta que queda en el aire es si Macheath, Preachum o Jenny deben ser amonestados por sus negocios, pues a fin de cuentas son su pasado y contexto lo que los une en una misma cadena humana de miseria y hambre, resultado de una sociedad que prefiere no verlos en lugar de tomar medidas de alguna clase. Un toque de cinismo acompaña toda la interpretación, quien lo ve no recibe tanto una lección moral como un golpe de realidad cruda. Nadie aquí recibe su lección o merecido, a pesar de que la educación clásica exige que se castiguen ciertos actos, y dejando de lado lo cómico de sus situaciones y su condición como sátira, la falta de moraleja no deja de resultar desconcertante, incluso angustiante. Tal vez eso fue lo que vio Dylan, la angustia y la crueldad de un mundo sin moraleja.

Señoras y señores, ante ustedes ven, en vísperas de desaparecer, al representante de una clase que también va desapareciendo. Nosotros, pequeños artesanos burgueses, nosotros que abrimos con nuestras honradas ganzúas las niqueladas cajas registradoras de los pequeños negocios, nosotros somos devorados por los grandes  empresarios, detrás de los cuales están las grandes instituciones bancarias. ¿Qué es una llave maestra comparada con un título accionario? ¿Qué es el asalto a un banco comparado con la fundación de un banco? ¿Qué es el asesinato comparado con el trabajo de oficina?

Para completar:

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