miércoles, 21 de marzo de 2012

Cartas a la Señora Z

  • Listy do pani Z.: wspomnienia z teraźniejszości
  • Kazimierz Brandys [Polonia]
  • Primera edición: 1959
  • Ensayos/Crítica Social/Guía Turística (¿?)/Reflexiones/Novela [sinceramente no tengo idea] 


“A donde quiera que vamos los llevamos adentro, nuestros escombros internos, nuestros sentimientos arrastrados hasta el suelo, nuestras épocas destruidas.” 


No estoy segura de como hablar de este libro, ni siquiera me atrevo a decir que lo recomiendo. No sé de dónde salió, estaba en el librero de casa de mis abuelos; lo empecé por mera curiosidad y lo termine por puro orgullo. Recorrí sus 228 páginas en casi un mes, me sentía capturada por unas líneas que no entendía. No es que sean buenas o malas, o no lo sé; pero no concebía la idea de no poder terminar un libro. Cuando llegué al final me sentí liberada de una cadena enorme, pero eso no fue suficiente para dejarlo ir. Mientras lo releía, descubrí que una de mis frases más citadas proviene de este libro, una crítica social a Polonia y toda Europa en los años posteriores a la guerra y las cenizas dejadas por el tiempo. 

El protagonista -aunque es difícil darle este adjetivo- en un escritor, testigo fiel de la caída de su barrio y sus recuerdos que no pueden ser reconstruidos. Al menos el título no miente, son cartas que van de los años 1957 a 1960, además de algunos apuntes sueltos con referencia a Sartre y circunstancias políticas y religiosas que vivió Europa más adelante. Mientras escribo todo esto he caído en cuenta que la señora Z bien podría ser una metáfora de Polonia; de momentos parece contestar las cartas del escritor con alarma, pero muchas veces este le recuerda que sus líneas no deben ser tomadas como críticas relevantes y profundas, sino como meros apuntes sueltos de aquello que ven sus ojos. Que no se diga que no he aprendido nada sobre análisis de textos en la escuela, aunque parafraseando a un amigo “no son enchiladas”, de algo sirve pensar un rato. No es la primera vez que países devastados por la guerra y las invasiones aparecen en mis libros. Al hacer una comparación entre La señora Z y La insoportable levedad del ser encuentro que Praga está en una situación similar que Polonia. Ambos parecen países vistos desde las sombras, lugares que jamás fueron del todo reconstruidos y con un eterno resentimiento hacia el resto de Europa que parece florecer tras cada atentado. 

La señora Z se encuentra lejos y sola, necesita del escritor para no perder contacto con el mundo, necesita de sus cartas para sentir la compañía de un viajero. Nunca leemos sus respuestas, no sabemos quién es, dónde está, ni como se siente. Justo como Polonia: empolvada en recuerdos y enormes parques cubiertos de hojas secas. La visión que nos da el escritor sobre sus viajes no es la típica semblanza rústica de árboles frutales y verdes prados, va más allá de eso. Es diálogo, o tal vez monólogo. Un paseo nostálgico que culmina en una discusión sobre los temas humanos más importantes de entonces y siempre. No es filosofía por que incluye estética, no es estética por que incluye política, no es político por que incluye algo romántico, no es romántico por que nos saca a pasear por las carreteras de Venecia, Roma y Czestochowa. No tengo idea de lo que es, pero sé que no es malo. 

“Querida señora, estoy profundamente convencido de que no es posible describir lo que una ha visto. Se pueden registrar algunos detalles, se puede hacer un inventario, establecer los hechos y basta. Más para recrear la realidad, para darle el mismo valor en la descripción existe sólo un medio: inventar.” 

Abundan libros que no hablan de nada, pero este no es el caso. Hace poco hablábamos en clase de la importancia de los escritores, de las humanidades en general. Más de una vez el arte ha sido tachado de egoísta y perfeccionista, se juzga a aquellos que escapan de la realidad bajo el disfraz de una pluma o se esconden de la misma detrás de un caballete. Pero no es un escape, es una fuga hacia la verdad. Este libro al igual que muchos otros es testigo y retrato de la caída del mundo, del esplendor que se opaca. Es esa en todo momento la mayor función de un escritor, nadie escribe más de lo que tiene que decir, pero todo lo que tiene que decir es una huella del mundo en el que se vive. Los ideales y los errores de cada generación no sólo están plasmados en los libros de historia y en los manifiestos; los encontramos en olvidadas novelas o ensayos dónde las ideas brotan en orden disperso. 

Brandys comienza en Venecia, después se marcha a Roma, pero tiene que huir de aquella ciudad porque no es más que un amor no correspondido; una amante que no solo no lo acepta, sino que se va a dormir a las diez de la noche. Pasa por pueblos, por carreteras, las fronteras son el punto de inicio para una nueva reflexión. Hasta Cuba aparece en su lista de problemas, si, Cuba. A pesar de los miles de kilómetros que los separan, los problemas no son tan diferentes de un continente a otro. Sus cartas culminan en Cracovia y después llegan algunos apuntes para Sartre. Aquí encontramos, de nuevo, una crítica muy dura hacia una sociedad que no acepta las imperfecciones del escritor. Y la responsabilidad del escritor, sus eterno debate entre venderse o no a los convencionalismos que exige su periodo, su estatus y su lugar. No se escribe para uno mismo, los textos, en un libro, una revista, un Blog, siempre caerán en un espiral descendiente hacia un vacío que nos es desconocido. No todos pueden estar de acuerdo con uno. 

Son muchas o pocas las cosas curiosas que decir respecto a este libro. Como ya dije, lo encontré en un librero y nunca supe que opina la persona que lo leyó antes que yo, por las iniciales gravadas a media hoja asumo que fue mi tía. Cuando busqué referencias en internet encontré más información del traductor Sergio Pitol que del escritor. Para encontrar el título original tuve que entrar a la Wikipedia en polaco. No sé donde puedan conseguirlo, tal vez en eBay o Amazon, como alguna reliquia o curiosidad. Tal vez escribí sobre él para darles a entender lo enorme que es el mundo literario; no es una lectura sencilla y puede resultar sumamente pesado el comprenderlo todo. Lo terminé bajo el ideal de que ningún libro me gana jamás, pero realmente no sé que sabor de boca me dejó, tal vez un ligero aroma a tierra.

“Hoy escribo para una veintena de amigos; siento como si mis libros cayeran en un pozo, no sé quien los lee. Pero no soy capaz de escribir otra cosa que no sea lo que tengo que decir.”

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