Antes que nada quiero pedir una inmensa disculpa. Esta entrada debió ser publicada el jueves, pero se me cruzaron dos ensayos en el camino, junto con exámenes y otras tareas pendientes. Es muy normal que me pase esto, –tengo un doctorado en eso de procrastinar–, en general saco tiempo para hacer la reseña una noche antes del día que se supone será publicada. El problema fue que se me acabó el tiempo en la noche, por dos días dormí cerca de cuarenta minutos antes de tener que irme a la escuela. Un panorama algo trágico para alguien que de por si ya tiene insomnio. Si de algo sirve, la culpa que sentí al darme cuenta de que me había olvidado por completo del Blog fue inmensa. Pero algo bueno surgió de semejante olvido, tuve tiempo de aclarar varias de mis ideas y decidirme por un libro.
Cada vez que me planteo el siguiente título de la reseña surge una larga lista de libros que me han gustado. Tras elegir uno viene una pregunta obligatoria: ¿Por qué me gustó? A veces es sencillo encontrar la razón, pero muchas otras no. La trama, la narrativa, los personajes. Sencillamente son muchas cosas que poner a consideración y a veces ninguna parece ser la razón. Esto me sucedió con este libro, traté de iniciar la reseña anoche y al final no supe por donde empezar, sigo sin estar del todo segura. Para plantearme en terreno más firme lo empecé a leer de nuevo, por tercera vez la historia de desvanece en mis manos y las primeras líneas me guían hacia el Caribe, a Cartagena de las Indias.
“Desde el cerro de San Lázaro veían por el oriente las ciénagas fatales, y por el occidente el enorme sol colorado que se hundía en el océano en llamas. Ella le preguntó qué había del otro lado del mar, y él le contestó <<El mundo>>.”
Me gusta este libro por las imágenes. Viajar a Cartagena nunca había sido tan barato y fácil, desde la primera hoja hasta la última siento el calor irremediable de un tiempo ya olvidado. Y es lo que más me gusta de este libro, no sé en qué época estamos, ni el lugar certero. Escucho los gritos del mercado, los negros siendo rematados, las calles llenas de esclavos que duermen bajo las sombras de los árboles y gruesas matronas africanas de fe yoruba, comerciantes de hechizos y remedios ocultos. Las calles de una colonia española, escamoteadas por el pasar del tiempo y las carrozas. El Portal de los Mercaderes, los barcos llegando y partiendo, el mar incierto que esconde al mundo, los gritos de las mujeres encerradas en el manicomio de la Divina Pastora. Es sencillo recrear este paisaje en mi cabeza, aún más sencillo encontrar el inicio de esta historia.
En una breve introducción escrita por García Márquez, al inicio del libro, explica como fue enviado por parte de Clemente Manuel Zabala –jefe de redacción del diario donde hacía sus primeras letras de reportero–, al antiguo convento de Santa Clara; estaban vaciando las criptas. El convento sería vendido y era necesario deshacerse de los cuerpos de generaciones de obispos, abadesas y otras gentes principales. Escombros, ruina y montañas de huesos. Esa fue la recepción que tuvo Márquez al llegar a este lugar. En la tercera hornacina del altar mayor, del lado del Evangelio, allí estaba nuestra historia. La lápida cayó en pedazos al primer golpe de la piocha, junto con fantasmas del convento y la historia de una pequeña marquesita mordida por un perro rabioso, surgió una cabellera viva de un color cobre intenso que se derramó fuera de la cripta. Extendida en el suelo, la cabellera medía veintidós metros con once centímetros. En la lápida sólo se leía el nombre, sin apellidos, de la dueña de aquellos huesecillos dispersos que quedaron en la hornacina: Sierva María de Todos los Ángeles. El maestro de obra no se asombró ante esto, es dicho que el cabello humano sigue creciendo después de la muerte, y aquella niña dejó el mundo hace doscientos años. Sin embargo en los pueblos del Caribe era venerada la imagen de una marquesita de doce años cuya cabellera arrastraba el suelo y que había muerto del mal de la rabia.
Entonces son doscientos años los que nos separan de Sierva María y su casa derruida. Su padre es el marqués de Casalduero y su madre una mulata sin títulos llamada Bernarda Cabrera, quien se dejó consumir por la miel fermentada y las tabletas de cacao, apagando sus ojos de gitana traviesa y dando paso a una mujer amarga. Es aquí donde encuentro lo bello, en las descripciones de estos personajes que parecen vivir en un plano lejos del humano. Son apariciones, sombras. Su ruina es el punto final de un esplendor de antaño. ¿Marqués?, ¿de qué reino? Sus costumbres y sus silencios pertenecen al de los muertos en vida, es el realismo mágico con todo su esplendor. Lo único que unía a esta pareja era una niña a la que no amaban, porque tenía algo que uno odiaba del otro.
Bajo esta condena Sierva María es dejada a la intemperie, donde danza y juega con los esclavos, grita en varias voces y lenguas con más vivacidad que ellos. No es hasta ser mordida por un perro rabioso que su padre se decide a mostrar cierto interés en ella, en salvar su alma mortal. Pero su tardío amor paternal no sirve de nada, al final puede más la orden de un obispo que el mandato de su corazón. A los noventa y ocho días de ser mordida y sin ningún síntoma de la rabia, el marqués empaca un maletín, toma a la niña de la mano renuncia a sus intentos y la lleva al convento de Santa Clara, sólo queda Dios para que se apiade de su alma dándole una muerte rápida.
“No había manifestado la mínima curiosidad por saber para dónde la llevaban vestida de Juana la Loca y con un sombrero de carcavera a una hora tan temprana. Al cabo de una larga meditación el marqués le pregunto: << ¿Sabes quién es Dios?>> La niña negó con la cabeza”
La fragilidad con que se crea un personaje depende de cada autor, Sierva María es y siempre será libre. Pero su libertad será su fin. Su padre la deja en el convento con el ánimo destrozado y agonizando en fiebre, ella no le da ni una última mirada para decirle adiós. Ante los ojos de Dios y la Iglesia ella esta poseída por el demonio, y con sus magias negras aprendidas de las esclavas hechiza el corazón del aquel que ha sido enviado para salvarla, el padre Cayetano Delaura. Sierva María es poco menos que una salvaje, nada de lo que dice es verdad, nada de lo que hace tiene una meditación previa. Pero es este animalillo salvaje el que lleva a Delaura a la locura total, es un demonio, es el amor. Construir un personaje así requiere una maestría asombrosa, no esta loca, no esta enferma, sólo ha sido dejada a su suerte en el camino más oscuro del mundo. Delaura ama lo prohibido, Sierva María ama lo desconocido. Es sobre el amor y otros demonios. La culpa, el olvido, la destrucción, lo opaco del tiempo que los arrastra junto con sus vicios y su amor mal correspondido. Son estas las imágenes, es este el paisaje gris, las historias torcidas que se forman, los recuerdos y los fantasmas que yacen en el piso y bajo la cama. Márquez tiene esa capacidad, la de crear todo en base a un solo color, un solo tono, y mantenerlo hasta en los momentos de mayor dicha.
Delaura es consumido por su fiebre y su deseo. ¿Es un amor prohibido?, ¿es un amor sin futuro? Lo hemos experimentado, lo hemos sentido en el dolor de nuestros amaneceres, pero dudo mucho que con la misma fuerza. Esto es lo que me ha dejado este libro, la lucha por un amor irracional. La frialdad que conlleva el desentendimiento del mundo, por que al fin y al cabo, Sierva María sabe más de lo que aparenta pero no parece importarle en ningún momento. Pero nos encontramos ante una niña que no sabe lo que es Dios viviendo en una sociedad regida por la Iglesia. Es lo irónico de todo el drama, la fuerza que se supone debió controlarla ha caído en pedazos frente a ella, a ella y su belleza, ella y su locura, ella y su liberta. La Iglesia se resume a un padre, un padre que no soporta vivir enamorado de un ser sin alma. Estar enamorado de una idea, de una sombra, de un recuerdo, es morir de amor.
Son pocas las reseñas que encontré de este libro, en cambio resúmenes hay por montón. No es que sea malo, en realidad es excelente, pero habla de muchas cosas que se convierten en algo muy personal. No puedo dar detalle en lo que pienso, por que mis sentimientos hacia esta historia son superfluos, cada quien se forma una posición ante ella. La mía es una posición defensiva, casi con miedo. No busco analizarlo, no quiero explorarlo más a fondo, es sencillamente personal. Sin embargo me ha dejado una máxima, una sentencia terrible que me hace creer en el amor, una condena proveniente de Garcilaso de la Vega:
“Por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir y por vos muero.”
Editorial Diana: $218 o $99
Editorial Diana (Re-edición de bolsillo): $108
Disponible en:
- Gandhi
- El Sótano
- Porrúa
- FCE
Me encanta tu redacción y ese es uno de mis libros favoritos.
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