Mi vida es una historia linda, tanto rica como
afortunada.
Así abre Mit Livs Eventyr, una de las autobiografías dejadas atrás por Hans
Christian Andersen. Y no podemos decir que mienta, pues en realidad su historia
tiene mucho de bonito y motivador; pero no por ello fue perfecta, ni nadie le
regaló el éxito. Nacido en la humilde villa de Odense, tuvo que tragarse las
historias de su padre cuando niño; historias que le hablaban de un parentesco
inexistente con la familia real y de un abolengo perdido. Sin embargo, goza de
su absoluto cariño, y es él quien le lee obras de teatro y cuentos de Las Mil y Una Noches. Mientras tanto,
trabaja como aprendiz de sastre y tejedor. A los 14 años se emancipa,
dirigiéndose a Copenhague con sueños artísticos ya bien engarzados en la mente.
Andersen gusta de relatar historias sobre
cómo gente allegada a él impulsaba sus travesuras poéticas. Y es que, siendo un
hijo único, la imaginación fue su mayor opción. Esto lo puedo atestiguar de
forma vivencial yo mismo; por más distracciones que se creen alrededor, siempre
hay un dejo de soledad que invita a la creación. Pronto, la ebullición de su
mente se desbordó, haciendo imposible que su trabajo quedara encerrado en un
círculo pequeño. Comenzó a escalar la pirámide social y literaria, trabando
amistades provechosas dentro de cortes reales en Escandinavia y Europa.
Eventualmente llega a Inglaterra con el visto bueno de la nobleza, y en una
tertulia conoce a Charles Dickens. Esta cordial relación ya no se rompería
jamás.
Pero entonces, ¿es Andersen un escritor
burgués, descorazonado por sus amigos influyentes? No, no en absoluto. Logra
mantener su visión fuera del mundo semi-rosa a donde su vida lo condujo. A
través de sus cuentos se aprecia una sensibilidad que no sólo entiende lo que
el público literario e infantil desea leer, sino también las penurias de la
vida como parte del pueblo común, y las emociones escondidas de la humanidad en
general. Historias como La Vendedora de
Cerillas o El Patito Feo no son
conocidas por todos nosotros por mera belleza, sino porque tocan notas
importantes —y amargas en ocasiones— dentro de nuestras almas infantiles.
Mi madre está casada con un danés que,
aunque igualmente narizón que nuestro autor, no es ni la décima parte de
poético. Él es un camionero. Sin embargo, esas nupcias me han producido una
lluvia de pequeños souvenirs daneses; lo que sea que mi madre pueda meter en su
maleta de regreso. Así es como tengo chocolates de moras, cuadernos con mapas
escandinavos en las tapas y, por supuesto, llavero, pluma y colección de
cuentos de Hans Christian Andersen. Mi madre no lee, debo agregar, más allá de
biografías de Frida Kahlo y Diego Rivera (una historia para otra ocasión); pero
me compró esas cosas sin que yo las pidiera, o siquiera mencionara. Eso habla
millares acerca de la universalidad de Andersen, que ha sido capaz de permear
hasta en las personas menos pensadas. Su obra nos enseña, con sus trazos
sencillos y palabra clara, que no es necesario rebuscarse para ser profundo; ni
explayarse mil páginas para ser grande.
Pero sobre todo, sus líneas nos pintan un
mundo encantado pero real, donde la vida es tan cruda que ningún hada puede
venir a dar felicidad absoluta. Siempre, así como él hizo, es necesario pelear
para obtener un desenlace bueno; aunque muchas veces ni así se consiga. Nos
muestra que la magia es un arma de dos filos, y que se halla en cada pequeña
cosa que hacemos o vemos —el mar, el pasado, los castillos, las chozas, los
bosques, y un incontable etcétera. Mas la verdadera magia de Andersen no está
en las yemas de los dedos de sus hadas. Está en su propio ser, en su mente, y
en su mano de narrador superdotado. Está en el hombre que nos llevó de la mano
en nuestras infancias, que nos enseñó a sentir el lenguaje en esos años; y que
ahora nos acompaña ya crecidos, clavado como un rubí refulgente en nuestros
pechos.
En el cuarto de un poeta estaba su Tintero parado
sobre la mesa y dijo: “Es genial todo lo que puede salir de un tintero. ¿Qué
será la próxima cosa? ¡Será maravillosa!”
Que loco lo de tu padrastro danés, quisiera que me regalaran esa colección de cuentos a mi XD. Yo diría lo que tú en este escrito pero con palabras coloquiales "Hans Christian Andersen es una cuchitura (algo tierno) de armas tomar". Por cierto, pensé que había leído todos los cuentos de Andersen, pero el que pones en el link no lo conocía. Me gustó mucho, gracias por traducirlo.
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