viernes, 9 de marzo de 2012

El viejo y el mar

  • The Old Man and the Sea 
  • Ernest Hemingway [E. U.]
  • Primera edición: 1952 
  • Novela corta 


Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. 

No, no llega ni a las cien páginas, pero lo tuve en el librero mucho tiempo, esperando. Me pasa bastante con Hemingway, y con los libros clásicos en general. Tiene algo que ver con la atracción. Puede que no sea lo más correcto, pero leo libros nuevos con mayor comodidad. No sabía gran cosa del autor, más que su nombre resonaba fuerte, y todos los libros de texto usaban la palabra “gran” para describirlo. Eso siempre me ha parecido una carga pesada de llevar. Quizá por esto, cuando finalmente lo abrí, no creo que estuviera esperando mucho. Ya había oído sobre el notorio estilo desornamentado (lo cual en mi cerebro significaba aburrimiento), y además, ¿cuánto puede significar una pieza tan corta? Luego, leí ese principio. Hasta hoy creo que es una de las primeras oraciones más efectivas que he leído. De hecho, si tuviera que usar una palabra para la escritura de Hemingway es esa: eficacia. 

En esa pequeña línea de apertura caben muchas cosas. Un inicio interesante para una historia, pero también un hálito inconfundible de soledad, de derrota. Éste nunca se va a través de las páginas. Y es que lo que trata de contar no es acerca de un pescador y un pez, sino de un hombre y su vejez. De la lucha contra el tiempo, y de cómo, de una manera u otra, éste siempre nos derrota. También trata de la comunión de humanidad y naturaleza, y con sus pasajes atmosféricos nos envuelve en ese mar tan poético al que el autor decidió retirarse en esos años de su vida, en la misma locación cubana que usa para la novela; un mar noble pero poderoso, lleno de ritmo y misterio. 

Es una historia que fue publicada por primera vez en una sola edición de la revista Time, pero no pude leerla en una sentada. Leer sobre el cansancio y la vejez no es muy fácil de sobrellevar. Observar el contraste de juventud y ancianidad en los dos personajes del relato; ser testigo de cómo la suerte va abandonando a un hombre honesto al parecer sin más razón que su edad; todo esto es pesado. Uno casi puede sentir la desolación clavarse dentro, mientras al viejo Santiago el mundo lo va dejando atrás, encallado en su pequeña barca. 

Se echó contra la madera gastada de la proa y reposó todo lo posible. Habían salido las primeras estrellas. No conocía el nombre de Venus, pero la vio y sabía que pronto estarían todas a la vista y que tendría consigo todas sus amigas lejanas. 

La contraportada de mi edición —baratísima, por cierto—, habla de un viejo pescador “con el semblante y el cuerpo endurecidos”. No puedo evitar pensar en ese hombre de barba y barriga prominente que he visto retratado en tantos sitios. Un hombre de ojos secos aunque comprensivos. En definitiva, alguien que vivió —tal vez demasiado. Y que terminó hastiado de la lucha, y decidió terminarla él mismo, bajo sus términos. Creo que pensaba en él mismo, mientras su edad reptaba sobre su piel a cada vez mayor velocidad. Si; creo que en menor o mayor medida estaba pensando en él mismo al escribirla. En un punto del relato, por ejemplo, hace que Santiago recuerde cuando derrotó, hace muchos años, a un enorme negro en un juego de vencidas que duró más de un día. No es comparable, pero estas muestras de fuerza me recuerdan a cuando el autor estuvo en la Primera Guerra Mundial, o cuando escapaba de safari al corazón de África. Me parece que no es en balde que ésta haya sido la última gran obra de su carrera; la cual continuó con escasos ensayos e historias inconclusas. Debía sentir los pasos del espectro blanco haciendo mella, por primera vez, en su vigor de hombre heroico. 

Sin embargo, no se siente como una lectura egoísta; ni siquiera autobiográfica. Funciona a un nivel universal y humano. Probablemente anduviera por los 15 años en mi primera lectura, así que si yo lo sentí, cualquiera puede. No voy a decir que lo amo, porque creo que no lo comprendo por completo, pero es un libro que sé que me será importante en mis años posteriores —si llego a tales. Ya lo noto desde ahora. 

Y al final, la imagen que me deja la historia es tan linda como desconcertante. He aquí a un hombre curtido escribiendo sobre uno que lo es otro tanto. Encarnaciones de rudeza. Uno no espera que se hable de sueños. Pero esto es lo que él desea que permanezca en nosotros, y lo logra. Por lo menos en mí. Acaso quiere decir que lo que verdaderamente tenemos dentro —lo único que puede derrotar por un segundo a ese tiempo que nos vence— son esas visiones absurdas y hermosas que ante nuestros ojos se dibujan de la nada, o bien de pasados distantes y futuros deseados. Nuestras tenues ilusiones.

Por una u otra razón, esta reseña estuvo mucho tiempo enlatada, esperando su turno. Es hasta ahora que la releo antes de su inminente publicación que noté algo. No he dicho el título del libro en toda la reseña. Ahora, en realidad no sé qué pueda significar esto. Puede ser negligencia de mi parte; cosa que ustedes juzgarán mejor. Pero, especulando, quizá haya sido por otra cosa. Quizá, en un giro que haría sonreír al propio Hemingway (defensor incansable de la escritura simple y directa), esas palabras no me fueron necesarias. No quiero verme demasiado lírico en mi interpretación de éste hecho, pero si el título no es necesario para loar y comentar el relato, entonces bien podría decirse que el relato se mueve con una fuerza que proviene de sí mismo —que impide comparaciones o generalizaciones. Esto, por supuesto, aunado a que el título es tan simple que no hay nada que explicar: es una perfecta imagen.

El mar impetuoso, con una juventud eterna. El mar calmado de la noche, ese mar que espera. El mar que empequeñece a sus costas. El mar salado, frío, impenetrable. Ese mar, llenando el pasado, el presente y el futuro de un viajero con sus aguas. Arrastrándolo con gentileza hacia los muelles donde ha de encallar al final; dónde hemos de encallar todos.

Allá arriba, junto al camino, en su cabaña, el viejo dormía nuevamente Todavía lo hacía de bruces y el muchacho estaba sentado a sus lado contemplándolo. El viejo soñaba con los leones marinos.

Se encuentra en diferentes editoriales a distintos precios.

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