lunes, 30 de abril de 2012

El principito


  • Le Petit Prince 
  • Antoine de Saint-Exupéry [Francia] 
  • Primera edición: 1943 
  • Historia corta 

Mientras preparábamos la agenda de este mes caímos en cuenta que el Día del Niño coincidía con la última reseña de abril. Por esto decidimos cambiar un poco el protocolo, en lugar de cerrar con una reseña del escritor del mes –Andersen–, optamos por cerrar con un libro que ha marcado a generaciones por más de cincuenta años. Pero no había notado lo titánico de la tarea hasta hace unas horas, cuando terminé de releer el libro. Nunca pensé que estaba poniendo sobre mis hombros una verdadera joya literaria; una responsabilidad enorme. Esta reseña tendrá una pequeña diferencia con las anteriores, no sólo yo daré mi opinión. Les pedí a cuatro personas más que colaboraran conmigo, por que El principito es algo que nos pertenece a todos, demasiado personal como para intentar hacer valer mi punto de vista. 

Si bien, la tarea de escribir sobre él aún me parece pesada, sé que no es imposible. Lo único que tengo es mi propio punto de vista y como respaldo el de alguien más. Pero, ¿por qué tanto temor a empezar de una vez? Pues bueno, empezaré con eso. 

“Dibujé entonces el interior de la serpiente boa, a fin de que las personas adultas pudieran comprender, pues los adultos siempre necesitan explicaciones.” 

El principito cuenta con apenas setenta páginas y eso dependiendo de la edición, además incluye ilustraciones. Su lenguaje es sencillo, su trama no parece nada del otro mundo. Las metáforas que utiliza son fáciles de comprender, en apariencia. Todas son apariencias con este libro. En apariencia pareces ser sencillo. En apariencia parece ser un libro para niños. En apariencia no debería afectarnos tantos el leerlo. Ya he mencionado que lo terminé hace un par de horas, pero ¿les mencioné que lloré? Al parecer me salté ese detalle. No diré que fue un llanto incontenible y desgarrador, pero si solté algunas lágrimas; no de aquellas amargas o saladas. Sólo lágrimas. Al final no supe ni porqué lloraba, si por la historia en sí o por mis esfuerzos de entenderla. Me propuse leerla de manera crítica y ese fue mi primer gran error, el pánico se apoderó de mí ante aquel intento típico de un adulto. 

La historia es del dominio público, pero tampoco me atrevo a resumirla. Empecemos y terminemos con un pequeño príncipe que nos pide un cordero, y nosotros que no sabemos dibujar le entregamos una caja donde está metido el cordero. Empecemos y terminemos con un pequeño príncipe que vive solo en su planeta, deshollina a diario tres volcanes –dos activos y uno que lleva mucho tiempo apagado–, cuida que los baobabs no anclen sus raíces, ve puestas de sol cuantas veces quiere y, ante todo, cuida de una flor que es única en el universo. Empecemos y terminemos con un niño que escapa de esta flor caprichosa, que no entiende a los adultos, que ha venido a parar a la Tierra, se ha hecho amigo de un zorro y ahora nos pide un cordero. Empecemos y terminemos con nosotros, con ustedes, conmigo y con todos; con adultos y niños, pero sobre todo con adultos. Con aquellos adultos que alguna vez fueron niños, pero lo han olvidado. Con aquellos adultos que no tienen tiempo para fijarse en las cosas realmente importantes –aquellas que se ven con el corazón y no con los ojos–, que no pueden ver más allá de si mismos y sus sumas. Empecemos y terminemos con cuanto hemos crecido y lo poco que soñamos ahora. 

“–Hacia delante de uno, siempre derecho, no se puede llegar muy lejos.” 

El principito es un libro que funciona de manera diferente en nuestras cambiante etapas de la vida. La leí al ser niña y le concedí toda la razón; los adultos requieren demasiadas explicaciones, demasiados números y demasiado razonamiento. En su momento quedó grabado como parte de una verdad absoluta y una promesa latente, no iba a crecer y dejarme llevar por esa oleada de responsabilidades ciegas; siempre buscaría lo importante, lo verdaderamente importante, de la cuestión. Hoy, muchos años después, lo he releído. Fue curioso hacerlo, a diversas escalas. Mi edición pertenece a alguien más –alguien a quien estimo mucho, pero que me ha lastimado lo suficiente–, es su libro favorito. Le enseñó a soñar, o al menos a no olvidar como hacerlo; eso supongo yo. Cuando lo leí recordé el día que intercambió su versión con la mía y se me oprimió el corazón. Sin embargo aquella opresión fue mínima comparada con la que sentí al terminarlo. Creo que Exupéry no tenía ni tendrá nunca una idea de lo que logró con este libro; es un poema vertido en prosa y una reflexión tan dolorosa que sencillamente te pone en el piso al terminarlo. 

Lo leí hace años y me prometí no caer en aquel mundo adulto, lo terminé sintiéndome libre de toda culpa. Lo leo ahora y me queda un mal sabor de boca, la impresión de que he crecido y me ha dejado de fascinar aquello que me rodea. Me han dejado de preocupar los verdaderos problemas para esconderme en mis asuntos, dejando a los demás de fuera, ¿será verdad eso? Encuentro una gran diferencia entre El principito y otros libros con una temática parecida como lo es Peter Pan. Y es que El principito nunca descarta la idea de crecer, sólo descarta la idea de “ser adulto”: un adulto de aquellos escondidos en traje y corbata, con gafas gruesas e ideas cuadradas. Mientras que Peter Pan escapa a Nunca Jamás para no crecer y dejar de jugar, El principito sólo hace hincapié en no dejar de ser sinceros; no olvidar la pureza y la felicidad que esconde ser un niño. Un niño que ve con el corazón, para quien cada ser tiene algo de especial y que busca amigos no por conveniencia, si no para no estar solo. La historia no nos reprocha crecer –el narrador es un adulto, pero no “es un adulto” porque se toma el tiempo de entender al principito–, nos reprocha encerrarnos en nosotros mismos. Tal es el caso del Rey, que sólo puede ser por lo que reina; el vanidoso que sólo puede ver por el espejo; el hombre de negocios que sólo puede hablar por sus números; el farolero que sólo entiende lo que le dicta la consigna; el geógrafo que no puede descubrir ni confiar en nadie; y mi favorito, el borracho que ya sólo puede evadirse con el alcohol. Todos mascaras de un adulto, todos encerrados en sus asuntos como para ver a los demás. Todos siguiendo caminos derechos, hacia lugares marcados, sin ir a ningún lugar. 

El viaje que hace el principito inicia por evadir a una flor caprichosa, pero al final debe volver por ella; debe cuidarla porque la ama y porque, como le enseñó el zorro, la ha “domesticado”. Ahora se necesitan el uno al otro, ahora ya no es una rosa más en el mundo; es su rosa. ¿No es hermoso? No es una idea de posesión, no es una idea de dependencia, esta idea de necesitar les causa incomodidad a muchos. Pero la verdad es que, aunque venimos solos y nos vamos solos de este mundo (frase obligada de mi abuela), no podemos solos con el paquete. La soledad es un peso demasiado aplastante y como dice José Martí, una pena compartida, hace media pena. Durante su viaje descubre tanto y descubrimos tanto con él, a través de sus incesantes preguntas. Preguntas, preguntas, sólo quiere entender; entender porque actúan así aquellos adultos. ¿Cuántos de nosotros nos detenemos a entender?, ¿cuántos tomamos ese camino, que si bien no va derecho, nos lleva a algún lugar?, ¿cuántos podemos amar a una flor?, ¿cuántos valoramos el trabajo de alguien más en una acción tan sencilla como darnos agua? 

Esa es la última imagen que me queda del principito. La felicidad de ver trigo por recordar su cabello dorado, dice el zorro; la felicidad de escuchar a las estrellas reír, dice el piloto. La posibilidad de juzgar a una persona por sus acciones hacia los demás, la capacidad de sonreír ante un recuerdo y la solemnidad demostrada ante una flor, digo yo. 

“El principito se desalentó un poco, pero aún hizo un esfuerzo y dijo:
– ¿Sabes? Será placentero. Yo también miraré las estrellas. Todas las estrellas serán pozos con una polea enmohecida. Todas las estrellas me darán de beber. […]¡Será muy divertido! Tú tendrás quinientos millones de cascabeles y yo quinientos millones de manantiales.” 

Ya he dicho que no puedo sustentar esta reseña yo sola; los dejo con cuatro aportaciones extra, cortesía de maravillosas personas que decidieron contestar a mi pregunta “¿Qué es para ti El principito?": 


El principito para mi es esa noción transmutada de la vida a lo largo del tiempo, es esa nota oculta que sólo algunas piezas tienen. La primera vez que lo leí tenia como 6 años y no lo entendí del todo, a los 10 lo volví a leer y lo entendí mejor, había algunas metáforas que no se me hicieron claras hasta que tenia como 12 años; cuando lo encontré en un baúl que tenía mi madre. Jamás olvidaré el espacio caótico en el que me envolvió, el sentimiento de querer engullir cada página y que jamás terminará aún persiste gracias a El principito. Pienso que todos deberíamos sustituir nuestra propia conciencia por sus palabras. Exupéry realizo la mejor poesía en prosa que he leído.” 

– Israel Bistraín 

“– Por favor... ¡dibújame un cordero!
–Eh!
–Dibújame un cordero... 

Después de todos estos años no dejo de recordar esas líneas. Las líneas con las que empieza el primer fragmento de El principito que me leyó mi madre a mis cinco o seis años de edad. Aún en mí día a día siempre pienso en lo que me dejó ese curioso fragmento. Cómo los únicos confines de la imaginación que podemos conocer son los que nos auto imponemos. 

El principito es por mucho mi libro favorito, sin importar cuántos libros más haya leído.” 

-Hans Ramírez 

“¿Qué significa la infancia? ¿Un viaje cósmico y libre? ¿Una lucha contra las ataduras de la edad? ¿Hay una forma de pensar en éste libro que no sea en preguntas? Otro francés, mucho antes, dijo que siempre debemos cuestionar todo. Y eso es lo que pasa aquí, pero no de una forma científica (que simboliza a los aborrecibles adultos), sino con la inocencia a flor de piel. Con la curiosidad que tanto nos hace falta en estos tiempos. Eso es éste libro para mí: una apología del alma descontaminada, del pensamiento diferente, del mantenerse siempre un poco fuera del mundo para verlo más claro, del 

romper 

las 

reglas 

establecidas 

y del no tomarse nada demasiado en serio. 

Así, las cosas toman vida nueva —con más brillo, más espíritu, menos solemnidad— y se transmutan a través de los ojos del Principito. Ese Principito que todos deberíamos ser, aunque sea sólo un poco. Un hermoso niño estelar que, en sus preguntas, contiene todas las respuestas.” 

-DVX 

“Suena extraño decir que lo más importante que sé sobre relacionarme con la gente me lo ha enseñado un zorro y ni siquiera fue un zorro de carne y hueso, fue un zorro de tinta y papel. Tiene más de 10 años que leí El principito, pero no pasa un día sin que tenga en la mente aquel dialogo sobre cómo las personas nos domestican poco a poco, llenando de memorias y dotando de sentido la vida. Hace muy poco sufrí la mayor pérdida de mi vida pero de alguna forma hasta ahora entiendo que no debo tratar de descifrar el dolor que experimento sino sólo comprender que su magnitud es por lo mucho que fui domesticada por esa persona. Ya me he desviado un poco del tema pero sólo me queda decir que este libro es importante para mi porque a través de sus páginas siento que la esperanza no me ha abandonado del todo, cierro esto con mi frase favorita <<No se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos>>.” 

-Dafne Abigail Ramos


El libro se encuentra en diferentes editoriales con diferentes precios. El texto es del dominio público.


Tengamos la edad en el cuerpo o en el corazón:
Feliz día del Niño


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