Stephen Edwin King: Richard
Bachman, John Swithen, el maestro del horror y el suspenso; sobrevalorado,
sobrestimado o no; best-seller mundial; autor de muchas novelas que no puedo
comprar; directos de películas clase Z; propietario de la mayor parte de mis
miedo infantiles y juveniles; traducido en demasiados idiomas; amado y odiado;
pilar de la novela contemporánea. Nacido en Portland, Maine, el 2 de septiembre
de 1947 y con apenas trece años, la carrera de King se hizo latente desde los
cuentos que vendía en la escuela hasta sus posteriores publicaciones en
revistas para hombres.
La ficción es la verdad dentro de
la mentira
La verdad me cuesta
empezar a hablar acerca de King. Pensaba dar por menores de su vida, pero sería
muy trivial. Ya hay demasiada información acerca de él en Wikipedia como para
que intente resumirla aquí. A grandes rasgos les ofrezco la más elemental: Es
hombre casado y con un hijo, se graduó de la Universidad de Maine, como todo
buen escritor sus textos fueron rechazados al principio, no tenía dónde caer
muerto hasta la publicación de Carrie,
tuvo una etapa de alcoholismo y otra de rehabilitación porque fue atropellado
por un auto, fue maestro de inglés y conserje, insulta a otros escritores con
indirectas, y sus reglas para escribir consisten en nunca dejar de hacerlo y no
apartarse del teclado hasta no dejar dos mil palabras aseguradas. O sea que
mientras yo pasaba la tarde cavilando en qué
decir de él y limpiando pelo de gato de mi ropa, él terminaba otra
novela.
El hombre es
prolífico, creo que esa es la palabra. A decir verdad es prolífico y excéntrico.
Sus libros van de toda temática, desde un payaso asesino hasta un auto… también
asesino. Es variado y poco predecible. Los giros que toman sus tramas es lo que
lo convierte en alguien tan emblemático, la verdad no creo que esté
sobrevalorado. El reconocimiento que se ha forjado lo largo de los años lo ganó a pulso. Es
cierto que no todas sus novelas son buenas, pero creo que esto es aún mejor.
¿Qué haríamos con tanto oro?, diría mi bisabuela. Encontrar lo maravilloso de
sus libros es como jugar a las escondidas, no siempre saldremos satisfechos de
sus obras. Algunas son demasiado pesadas, muy místicas o muy saturadas de
paisajes extraños. No siempre es horror y suspenso, a veces son tramas
metafísicos que no nos llevan a ningún lugar. Hace tres años leí la primera
parte de la saga La torre oscura: El
pistolero; la verdad es que, a pesar de tener los dos libros siguientes, no
los he abierto.
Pero no se desanimen
ante el arsenal de libros que van a encontrar cuando pregunten por él. Tampoco
se conformen con las películas que han nacido de sus libros –en su mayoría son
buenas–, pero traten de evitar las que él dirigió. No se puede ser bueno en
todo.
Las personas quieren saber por
qué hago esto, por qué escribo cosas tan retorcidas. Me gusta decirles que
tengo el corazón de un niño… y que lo guardo en una jarra en mi escritorio.
Bajo esta condición de
que no todo lo que escribe es bueno, tenemos libros obligados: El resplandor, La milla verde, Eso, Carrie,
Christine, Apocalipsis y Cementerio
de animales, son algunos ejemplos del canon creado alrededor de King. Sin
embargo existen joyas menos reconocidas e igualmente buenas. Mi mejor ejemplo
es el primer libro que leí de él: Un
costal de huesos, del cual espero hacer reseña. Pero también tenemos El fugitivo, Dolores Claiborne, Rita
Hayworth & the Shawsank Redemption y
On Writing. Para acercarnos a King necesitamos muchas horas dispuestas a la
lectura, ya que introducirnos en su mundo es como caer en una tumba egipcia.
Llena de trampas mortales, claro, y con
un tesoro escalofriante esperándonos.
¿Para qué les miento?
Yo admiro a este hombre más que por su trabajo, por su dedicación. Es escritor
en todo el sentido de la palabra. Las letras lo han sustentado desde el primero
momento y eso es lo que lo acredita ante sus lectores. Tras casi morir por un
auto intentó dejar de escribir y no pudo. Respira la escritura, respira la
tinta y el papel. Sus libros parecen un reto; escribe por que puede hacerlo. Es por eso que encontramos obras suyas escritas completamente
a mano, otras escritas de un jalón o que inician con una idea que parece
mediocre y es recatada con un viraje final de la pluma. ¿Egocéntrico?,
¿presumido? No lo sé y no le doy mucha importancia. Es consciente de su
trabajo, es consciente de lo que nos transmite. Nos sigue recordando, por medio
del miedo y el suspenso, lo humanos que somos. Hace su trabajo y es un trabajo
muy bien hecho.
No desmerece niveles
sociales, sus libros no necesitan una cultura muy elevada para ser disfrutados.
Son, por así decir, para todas las edades. Pone el lenguaje a nuestros pies
para que lo sorteemos pero luego nos hace trastabillar en la trama. Nos aparta
de lo conocido, nos toma de la mano por caminos nuevos y el muy bastardo nos
abandona en el bosque a mitad de la noche. ¿No lo aman? Si no todo lo que hace
es bueno, al menos lo hace con satisfacción. Lo hace sabiendo que ama su
trabajo. Es la dedicación y la práctica le que le han dado esa calidad y ese
don de no levantarse sin dejar, como ya dije, las dos mil palabras.
Cuando me preguntan, “¿Cómo
escribes?”, yo invariablemente respondo, “una palabra a la vez”.
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