viernes, 4 de mayo de 2012

Christine


· Stephen King [EU]
· Primera Edición: 1983
· Novela

Oh, hermano, se enamoró y se enamoró fuerte. Podría haber sido gracioso si no fuera tan triste, si no se hubiera puesto de miedo tan rápido como lo hizo. Habría sido divertido si no hubiera sido tan malo. ¿Qué tan malo fue? Fue malo desde el principio. Y se puso peor con prisa.

Me parece que King buscaba tocar en esta novela la forma en que la sociedad fuerza a chicos frágiles a ser “todos unos hombres”, y el cómo ese sentido de deber incumplido e impotencia puede llevarlos a decisiones muy estúpidas. Pero quién sabe. Quizá sólo se le ocurrió hablar sobre un carro asesino; el tipo es muy capaz de eso. Es uno de los pocos escritores de quien se puede decir, sin temblores de voz, que hace lo que le viene en gana. Debemos hacer eso de vez en cuando, como lectores y como escritores. Tal vez no terminemos ganando el Nobel o haciendo que el New York Times babee con comparaciones a James Joyce, pero nos divertiremos un mundo más. Ese es el punto de todo, ¿no? Y en un golpe de suerte podríamos hasta desenterrar pequeñas joyas de la tierra que parece infértil. Podríamos escribir una historia tan cortante como Christine.

No puedo decir que me hubiera dado verdadero miedo. La idea de un Plymouth rojo poseído por el ánima de un viejo marine ensombrecido me hacía sonreír demasiado para eso. Además, creo que me agrada mucho la región negra del espectro porque cada que encuentro una buena historia de horror o un pasaje sangriento deliciosamente descriptivo, termino riendo más que temiendo. Creo que le debo disculpas a varios escritores por pervertir así su obra. O quizá no, porque la línea es muy delgada entre el humor negro y el horror denso; eso es algo que King siempre ha comprendido y explotado. Pero el caso es que, cuando digo que Christine es cortante, no me refiero tanto al derramamiento de sangre (aunque si vienen buscando eso, saldrán satisfechos) sino al aspecto humano. Los personajes son bastante estereotipados, debo admitir, pero las situaciones en que el autor los pone son tan torcidas y al mismo tiempo tan cotidianas que sus angustias se materializan en nosotros. Ese es el mayor halo oscuro del libro; no el carro asesino en sí: la amistad que nace de la marginación social, la amistad rota por el amor, y el amor destrozado por la obsesión.

Vaya, Leigh no sentía que “viajara” en Christine; cuando se subía para ir a algún lado con Arnie se sentía “tragada” por Christine. Y el acto de besarlo, hacerle el amor, parecía entonces una perversión peor que el voyerismo o el exhibicionismo —era como hacer el amor dentro del cuerpo de 
su rival.

Pero, por supuesto, el carro importa. Christine, ese enorme y viejo tiburón rojo que llegó hecho chatarra a la vida de un descorazonado chico de preparatoria, y le robó cada ápice de su atención, su alma, las almas de quienes le rodeaban. A menos que ustedes sean mucho más interesantes que yo, no es muy común que un automóvil persiga gente que le es inconveniente —o peor aún, que el mismo auto juzga inconvenientes— a su dueño, y los estrelle contra el pavimento. Simplemente es una premisa extraña, que nunca termina de provocar terror en la forma tradicional: “eso podría pasarme a mí.” No, los hechos son inverosímiles, nunca van a ocurrirnos —pero las bases para que éstos sucedan en la novela son reales; y son monstruos con los que todos lidiamos día a día. El “libro del carro asesino” es mucho más que eso. Es un muy buen retrato del lado oscuro de la juventud.

No sé cómo la hayan pasado —o estén haciéndolo— en secundaria y preparatoria, pero creo que muy poca gente podría decir que fue algo enteramente lindo. Por desgracia, mucho de eso tiene que ver con la gente en sí. No me considero cínico ni pesimista, pero encontrar a una buena persona es más difícil de lo que debería. Un amigo en quién confiar; una pareja comprensiva, cuya compañía sea reconfortante; un mullido cojín sobre el cuál caer. Eso sería lo ideal, pero es duro hallarlo en esta red de intenciones ocultas e inexplicables que es la gente. Nunca he podido comprender a las personas que realizan bullying, por ejemplo. Vaya, yo sé que son inseguros, pero… ¿de verdad extender sus vanas plumas de pavorreal y torturar al prójimo es lo mejor que se les ocurre? ¿Acaso no han intentado fraguar una idea, hablar honestamente, expiar sus demonios de una forma responsable? También sé que existe la ley de selección natural, la supervivencia del más fuerte, todas esas cosas. Pero en este mundo hay veces que no sé quiénes son los evolucionados. Deberían ser los inteligentes, como el protagonista de la novela, pero en la práctica muchas veces ganan los idiotas.

Esa desesperación, ese sentirse débil a perpetuidad, es lo que lleva a Arnie Cunningham a comprar el fatídico auto. Es un refugio. Todos tenemos nuestros refugios. Debemos hacerlo, porque la vida es muy fría como para pasarla a la intemperie, mas algunos de esos refugios llevan demonios escondidos, demonios que nos absorben. Hay quienes dibujan o cantan, pero otros fuman o comparten agujas en callejones. Son encrucijadas donde un error desemboca en tragedia; no sólo para la persona en cuestión, sino para todos cuantos le rodean. Eso va a pasar siempre, se halla engarzado en la condición humana y es inevitable. Pero sólo piénsenlo. En el fondo creo que a nadie le gusta la tragedia sólo porque sí. Creo que si esa gente supiera la profundidad de los precipicios hacia los cuales precipita a las personas frágiles, se la pensaría mejor. Al menos quiero creer eso. Pero en todo caso, si necesitan un refugio, una distracción, un búnker —comiencen por buscar en quiénes los aman; créanme, siempre los hay. Las puertas falsas pueden verse tan atractivas y brillantes como autos de lujo, pero uno nunca sabe si el motor funciona con aceite o con nuestra propia sangre.

“Era un perdedor, usted sabe,” dije. “Toda preparatoria debe tener al menos dos, es cómo ley nacional. El basurero de todos. Sólo que a veces… a veces encuentran algo de lo que sostenerse, y sobreviven. Arnie me tenía a mí. Luego tuvo a Christine.”

Editorial DeBolsillo: $199
Plaza & James: $89
Disponible en:
- Gandhi
- El Sótano
- Porrúa

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