· Stephen
King [EU]
· Primera
Edición: 1983
· Novela
Oh, hermano, se enamoró y se enamoró fuerte. Podría
haber sido gracioso si no fuera tan triste, si no se hubiera puesto de miedo
tan rápido como lo hizo. Habría sido divertido si no hubiera sido tan malo.
¿Qué tan malo fue? Fue malo desde el principio. Y se puso peor con prisa.
Me parece que King buscaba tocar en esta
novela la forma en que la sociedad fuerza a chicos frágiles a ser “todos unos
hombres”, y el cómo ese sentido de deber incumplido e impotencia puede
llevarlos a decisiones muy estúpidas. Pero quién sabe. Quizá sólo se le ocurrió
hablar sobre un carro asesino; el tipo es muy capaz de eso. Es uno de los pocos
escritores de quien se puede decir, sin temblores de voz, que hace lo que le
viene en gana. Debemos hacer eso de vez en cuando, como lectores y como
escritores. Tal vez no terminemos ganando el Nobel o haciendo que el New York
Times babee con comparaciones a James Joyce, pero nos divertiremos un mundo
más. Ese es el punto de todo, ¿no? Y en un golpe de suerte podríamos hasta
desenterrar pequeñas joyas de la tierra que parece infértil. Podríamos escribir
una historia tan cortante como Christine.
No puedo decir que me hubiera dado
verdadero miedo. La idea de un Plymouth rojo poseído por el ánima de un viejo
marine ensombrecido me hacía sonreír demasiado para eso. Además, creo que me
agrada mucho la región negra del espectro porque cada que encuentro una buena
historia de horror o un pasaje sangriento deliciosamente descriptivo, termino
riendo más que temiendo. Creo que le debo disculpas a varios escritores por
pervertir así su obra. O quizá no, porque la línea es muy delgada entre el humor
negro y el horror denso; eso es algo que King siempre ha comprendido y
explotado. Pero el caso es que, cuando digo que Christine es cortante, no me refiero tanto al derramamiento de
sangre (aunque si vienen buscando eso, saldrán satisfechos) sino al aspecto
humano. Los personajes son bastante estereotipados, debo admitir, pero las
situaciones en que el autor los pone son tan torcidas y al mismo tiempo tan
cotidianas que sus angustias se materializan en nosotros. Ese es el mayor halo
oscuro del libro; no el carro asesino en sí: la amistad que nace de la
marginación social, la amistad rota por el amor, y el amor destrozado por la
obsesión.
Vaya, Leigh no sentía que “viajara” en Christine;
cuando se subía para ir a algún lado con Arnie se sentía “tragada” por Christine.
Y el acto de besarlo, hacerle el amor, parecía entonces una perversión peor que
el voyerismo o el exhibicionismo —era como hacer el amor dentro del cuerpo de
su rival.
Pero, por supuesto, el carro importa.
Christine, ese enorme y viejo tiburón rojo que llegó hecho chatarra a la vida
de un descorazonado chico de preparatoria, y le robó cada ápice de su atención,
su alma, las almas de quienes le rodeaban. A menos que ustedes sean mucho más
interesantes que yo, no es muy común que un automóvil persiga gente que le es
inconveniente —o peor aún, que el mismo auto juzga inconvenientes— a su dueño, y los estrelle contra el
pavimento. Simplemente es una premisa extraña, que nunca termina de provocar
terror en la forma tradicional: “eso podría pasarme a mí.” No, los hechos son
inverosímiles, nunca van a ocurrirnos —pero las bases para que éstos sucedan en
la novela son reales; y son monstruos con los que todos lidiamos día a día. El “libro
del carro asesino” es mucho más que eso. Es un muy buen retrato del lado oscuro
de la juventud.
No sé cómo la hayan pasado —o estén haciéndolo—
en secundaria y preparatoria, pero creo que muy poca gente podría decir que fue
algo enteramente lindo. Por desgracia, mucho de eso tiene que ver con la gente
en sí. No me considero cínico ni pesimista, pero encontrar a una buena persona
es más difícil de lo que debería. Un amigo en quién confiar; una pareja
comprensiva, cuya compañía sea reconfortante; un mullido cojín sobre el cuál
caer. Eso sería lo ideal, pero es duro hallarlo en esta red de intenciones
ocultas e inexplicables que es la gente. Nunca he podido comprender a las
personas que realizan bullying, por ejemplo. Vaya, yo sé que son inseguros,
pero… ¿de verdad extender sus vanas plumas de pavorreal y torturar al prójimo es
lo mejor que se les ocurre? ¿Acaso no han intentado fraguar una idea, hablar
honestamente, expiar sus demonios de una forma responsable? También sé que
existe la ley de selección natural, la supervivencia del más fuerte, todas esas
cosas. Pero en este mundo hay veces que no sé quiénes son los evolucionados.
Deberían ser los inteligentes, como el protagonista de la novela, pero en la
práctica muchas veces ganan los idiotas.
Esa desesperación, ese sentirse débil a
perpetuidad, es lo que lleva a Arnie Cunningham a comprar el fatídico auto. Es
un refugio. Todos tenemos nuestros refugios. Debemos hacerlo, porque la vida es
muy fría como para pasarla a la intemperie, mas algunos de esos refugios llevan
demonios escondidos, demonios que nos absorben. Hay quienes dibujan o cantan,
pero otros fuman o comparten agujas en callejones. Son encrucijadas donde un
error desemboca en tragedia; no sólo para la persona en cuestión, sino para
todos cuantos le rodean. Eso va a pasar siempre, se halla engarzado en la
condición humana y es inevitable. Pero sólo piénsenlo. En el fondo creo que a
nadie le gusta la tragedia sólo porque sí. Creo que si esa gente supiera la
profundidad de los precipicios hacia los cuales precipita a las personas
frágiles, se la pensaría mejor. Al menos quiero creer eso. Pero en todo caso,
si necesitan un refugio, una distracción, un búnker —comiencen por buscar en
quiénes los aman; créanme, siempre los hay. Las puertas falsas pueden verse tan
atractivas y brillantes como autos de lujo, pero uno nunca sabe si el motor
funciona con aceite o con nuestra propia sangre.
“Era un perdedor, usted sabe,” dije. “Toda
preparatoria debe tener al menos dos, es cómo ley nacional. El basurero de
todos. Sólo que a veces… a veces encuentran algo de lo que sostenerse, y
sobreviven. Arnie me tenía a mí. Luego tuvo a Christine.”
Editorial DeBolsillo: $199
Plaza & James: $89
Disponible en:
- Gandhi
- El Sótano
- Porrúa
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