- Moral Disorder
- Margaret Atwood [Ottawa, Cánada]
- Primera edición: 2007
- Novela/Historias cortas
“Las malas noticias no nos
gustan, pero las necesitamos. Necesitamos estar al tanto, por si se cruzan en
nuestro camino.”
Las personas me
preguntan por qué estudio Literatura Inglesa y, aunque esto hiera mi orgullo,
la verdad es que me ha costado responder. Son muchas cosas o tal vez son muy
pocas, una incertidumbre que me hacía dudar cada semana. ¿Qué hago yo aquí? Tal
vez por eso agradezco tanto haber encontrado un libro de Atwood atravesado en
mi camino. Una coincidencia casi cómica. Conozco a la mujer, he escuchado su
voz en vivo –una privilegio que siento no haber merecido del todo, por que no
conocía su trabajo. Asistió a una conferencia por parte de la UNAM. Tal vez
debí haberle prestado más atención, ahora es ya muy tarde para pensar en ello. Pero
algo me dejó aquella conferencia en la que estaba muy ocupada encargándome de
no desmayarme por el calor, me dejó su nombre grabado en la mente y la
resonancia del mismo. Las personas que hablaban acerca de su trabajo parecían idolatrarla;
es por eso que di un brinco de felicidad cuando encontré un libro suyo a mitad
del centro comercial por una suma muy módica. Es por eso que lo compré sin
pensarlo y lo leí en cuanto tuve oportunidad. Y creo que es por eso –estoy casi
segura– que dudé tanto para iniciar esta reseña.
Atwood tendrá su
merecida biografía aquí, espero que muy pronto. Pero mientras ese momento llega
me toca hacer hincapié en que ella también estudió Literatura Inglesa. Fue ella
quien me dio una respuesta, una que de
verdad me enorgullece. Nos encerramos horas en salones atiborrados, al borde de
la deshidratación, escuchando nombres y fechas, sucesos y batallas, pero sobre
todo, libros y autores. Al final, ¿de qué sirve todo aquello? ¿Qué progreso
damos a la sociedad? Creo que al leer con tanto apremio el libro de Atwood buscaba
una respuesta –y la encontré. La encontré justo cuando sus líneas se me
clavaron en el corazón como flechas, unas demasiado certera. Al final –sea el área de Humanidades y Artes
que sea– servimos para que nadie se
olvide de nuestro primer papel en la existencia: somos humanos, somos
individuos. Tener que urgir a los escritores para que nos lo recuerden es algo
triste, pero despreciar el trabajo de los mismos es aún peor. Un libro de
historia también hace hincapié en fallas
y batallas, pero de una manera lineal. Una verdadera novela, contemporánea o
antigua, nos muestra como seres falibles, decadentes y mortales. Nos recuerda
que sólo estamos aquí una milésima de segundo, nuestra condena a desaparecer
persiste aunque nos aferremos a creer lo contrario.
“A lo largo de los años aprendí
muchas cosas a base de evitar lo que se suponía que estaba aprendiendo.”
Vayamos a la historia,
o bien a las múltiples historias; aún no sé definirlo del todo. Cada una – a
excepción de la última– conecta con las otras, pero no de una manera lineal. Un
juego muy curioso. Leer este libro es como ir pasando hojas viejas de un álbum familiar
enorme. El álbum familiar de Nell y su
hermana, Nell y su familia, Nell y su granja con Tig, Nell y sus novios de la
preparatoria, Nell y su soledad; Nell, sólo Nell atrapada en ella misma. Nell,
como alguien que podría ser cualquiera de nosotros. Una persona sin nada más
particular que su propia existencia; sus problemas y sus dudas se resuelven o
se incrementan. A veces el que parece el peor de los escenarios no pasa de una
rápida resolución. A veces sus dudas nos conducen a vacíos existenciales,
ciudades, suburbios, bosques y granjas se unen y nos dejan bajo la pregunta.
¿Dónde estamos nosotros?, ¿en medio de qué? El tiempo la va tragando y llega un
instante en el que jugar a ser una anciana olvidadiza deja de ser un juego.
El tiempo avanza. Al
final, como dice Mafalda, no sabemos a que va el asunto. Si es uno quien lleva
la vida por delante o la vida va llevando por delante a uno. Al repasar la vida
de Nell nos preguntamos cuantas personas recordarán nuestra vida. ¿Nuestros
hijos, nuestras parejas?, ¿quién más? No quiero abrir paso a una inspección del
ser, la fugacidad y la inmortalidad; al menos no en general y mucho menos en
particular. La manera en la que afrontemos esa certeza de que sólo estamos aquí
un instante y que eso no es tiempo suficiente para dejar marcas en ninguna
parte que no sea con personas que nos aman, corresponde a cada lector. Pero sí
recalco cuán bello es encontrar un libro que nos siente a pensar por un momento
si lo que hacemos aquí vale o no la pena. Es lo curioso de Nell, como personaje
al menos, que parece nunca terminar de definir lo que quiere. Al igual que
nosotros, nunca nos definimos, siempre reinventamos lo que hacemos o lo que
queremos. Nuestras ideas, costumbres, formas, modales, vestimentas; todo está
expuesto a un constante que nos impide limitarnos. Siempre somos una novedad
para nosotros mismos.
Incluso el libro
funciona como novedad. Muchas de las historias ya habían sido publicadas
anteriormente en revistas o recopilaciones. Al parecer Atwood decidió unirlas,
una por una, no como un hermoso mantel: simétrico y exacto; si no como una
colcha construida de retazos –memorias y recueros–, creando una superficie
blanda y segura. La superficie de una vida que se acerca a su final, sin violines
de tristeza ni marchas fúnebres. Tal vez por eso lleva el título de Desorden moral, por el desorden con que
se manejan las historias y por lo cambiante de los sujetos en las mismas. Su
moralidad –impulsos, decisiones y caminos–, se ve afectada por cada nueva
corriente, ya sea interna (la madurez que los atrapa) o externa (movimientos
sociales en los que se sienten perdidos). No tiene atisbos de perfección o
superación personal, de hecho la construcción –tanto de los personajes
como de los lugares– puede llegar a resultar muy fría o cruel. No adorna la
realidad, no maquilla la imperfección; es una fotografía sin marco, a la intemperie.
Lista para ser fragmentada y explicada, por aquellas generaciones, que nos
aguardan y nos recuerdan como historias.
“Toda aquella ansiedad y rabia,
las dudosas buenas intenciones, las vidas enredadas, la sangre. Puedo contarlo
o bien sepultarlo. A fin de cuentas, todos nos convertimos en historias. O bien
en entidades. Tal vez las dos cosas sean lo mismo.”
Editorial Bruguera : $180
Disponible en:
Disponible en:
-Porrúa
Nota: si están atentos lo pueden encontrar en la
Comercial Mexicana por $49
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