martes, 8 de mayo de 2012

Desorden moral



  • Moral Disorder
  • Margaret Atwood [Ottawa, Cánada]
  • Primera edición: 2007
  • Novela/Historias cortas


“Las malas noticias no nos gustan, pero las necesitamos. Necesitamos estar al tanto, por si se cruzan en nuestro camino.”

Las personas me preguntan por qué estudio Literatura Inglesa y, aunque esto hiera mi orgullo, la verdad es que me ha costado responder. Son muchas cosas o tal vez son muy pocas, una incertidumbre que me hacía dudar cada semana. ¿Qué hago yo aquí? Tal vez por eso agradezco tanto haber encontrado un libro de Atwood atravesado en mi camino. Una coincidencia casi cómica. Conozco a la mujer, he escuchado su voz en vivo –una privilegio que siento no haber merecido del todo, por que no conocía su trabajo. Asistió a una conferencia por parte de la UNAM. Tal vez debí haberle prestado más atención, ahora es ya muy tarde para pensar en ello. Pero algo me dejó aquella conferencia en la que estaba muy ocupada encargándome de no desmayarme por el calor, me dejó su nombre grabado en la mente y la resonancia del mismo. Las personas que hablaban acerca de su trabajo parecían idolatrarla; es por eso que di un brinco de felicidad cuando encontré un libro suyo a mitad del centro comercial por una suma muy módica. Es por eso que lo compré sin pensarlo y lo leí en cuanto tuve oportunidad. Y creo que es por eso –estoy casi segura– que dudé tanto para iniciar esta reseña.

Atwood tendrá su merecida biografía aquí, espero que muy pronto. Pero mientras ese momento llega me toca hacer hincapié en que ella también estudió Literatura Inglesa. Fue ella quien me dio una respuesta, una que  de verdad me enorgullece. Nos encerramos horas en salones atiborrados, al borde de la deshidratación, escuchando nombres y fechas, sucesos y batallas, pero sobre todo, libros y autores. Al final, ¿de qué sirve todo aquello? ¿Qué progreso damos a la sociedad? Creo que al leer con tanto apremio el libro de Atwood buscaba una respuesta –y la encontré. La encontré justo cuando sus líneas se me clavaron en el corazón como flechas, unas demasiado certera.  Al final –sea el área de Humanidades y Artes que sea–  servimos para que nadie se olvide de nuestro primer papel en la existencia: somos humanos, somos individuos. Tener que urgir a los escritores para que nos lo recuerden es algo triste, pero despreciar el trabajo de los mismos es aún peor. Un libro de historia también hace hincapié en  fallas y batallas, pero de una manera lineal. Una verdadera novela, contemporánea o antigua, nos muestra como seres falibles, decadentes y mortales. Nos recuerda que sólo estamos aquí una milésima de segundo, nuestra condena a desaparecer persiste aunque nos aferremos a creer lo contrario.

“A lo largo de los años aprendí muchas cosas a base de evitar lo que se suponía que estaba aprendiendo.”

Vayamos a la historia, o bien a las múltiples historias; aún no sé definirlo del todo. Cada una – a excepción de la última– conecta con las otras, pero no de una manera lineal. Un juego muy curioso. Leer este libro es como ir pasando hojas viejas de un álbum familiar enorme.  El álbum familiar de Nell y su hermana, Nell y su familia, Nell y su granja con Tig, Nell y sus novios de la preparatoria, Nell y su soledad; Nell, sólo Nell atrapada en ella misma. Nell, como alguien que podría ser cualquiera de nosotros. Una persona sin nada más particular que su propia existencia; sus problemas y sus dudas se resuelven o se incrementan. A veces el que parece el peor de los escenarios no pasa de una rápida resolución. A veces sus dudas nos conducen a vacíos existenciales, ciudades, suburbios, bosques y granjas se unen y nos dejan bajo la pregunta. ¿Dónde estamos nosotros?, ¿en medio de qué? El tiempo la va tragando y llega un instante en el que jugar a ser una anciana olvidadiza deja de ser un juego.

El tiempo avanza. Al final, como dice Mafalda, no sabemos a que va el asunto. Si es uno quien lleva la vida por delante o la vida va llevando por delante a uno. Al repasar la vida de Nell nos preguntamos cuantas personas recordarán nuestra vida. ¿Nuestros hijos, nuestras parejas?, ¿quién más? No quiero abrir paso a una inspección del ser, la fugacidad y la inmortalidad; al menos no en general y mucho menos en particular. La manera en la que afrontemos esa certeza de que sólo estamos aquí un instante y que eso no es tiempo suficiente para dejar marcas en ninguna parte que no sea con personas que nos aman, corresponde a cada lector. Pero sí recalco cuán bello es encontrar un libro que nos siente a pensar por un momento si lo que hacemos aquí vale o no la pena. Es lo curioso de Nell, como personaje al menos, que parece nunca terminar de definir lo que quiere. Al igual que nosotros, nunca nos definimos, siempre reinventamos lo que hacemos o lo que queremos. Nuestras ideas, costumbres, formas, modales, vestimentas; todo está expuesto a un constante que nos impide limitarnos. Siempre somos una novedad para nosotros mismos.

Incluso el libro funciona como novedad. Muchas de las historias ya habían sido publicadas anteriormente en revistas o recopilaciones. Al parecer Atwood decidió unirlas, una por una, no como un hermoso mantel: simétrico y exacto; si no como una colcha construida de retazos –memorias y recueros–, creando una superficie blanda y segura. La superficie de una vida que se acerca a su final, sin violines de tristeza ni marchas fúnebres. Tal vez por eso lleva el título de Desorden moral, por el desorden con que se manejan las historias y por lo cambiante de los sujetos en las mismas. Su moralidad –impulsos, decisiones y caminos–, se ve afectada por cada nueva corriente, ya sea interna (la madurez que los atrapa) o externa (movimientos sociales en los que se sienten perdidos). No tiene atisbos de perfección o superación personal, de hecho la construcción –tanto de los personajes como de los lugares– puede llegar a resultar muy fría o cruel. No adorna la realidad, no maquilla la imperfección; es una fotografía sin marco, a la intemperie. Lista para ser fragmentada y explicada, por aquellas generaciones, que nos aguardan y nos recuerdan como historias.

“Toda aquella ansiedad y rabia, las dudosas buenas intenciones, las vidas enredadas, la sangre. Puedo contarlo o bien sepultarlo. A fin de cuentas, todos nos convertimos en historias. O bien en entidades. Tal vez las dos cosas sean lo mismo.”


Editorial Bruguera :  $180
Disponible en:
-Porrúa

Nota: si están atentos lo pueden encontrar en la 
Comercial Mexicana por $49

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