miércoles, 30 de mayo de 2012

On Writing


  • On Writing: A Memoir of the Craft
  • Stephen King [EU] 
  • Primera Edición: 2000 
  • Memorias / Teoría literaria 
Este es un libro corto porque la mayoría de libros sobre escritura están llenos de bazofia. Los escritores de ficción, un servidor incluido, no entienden mucho acerca de lo que hacen —ni porque funciona cuando es bueno ni porque no lo hace cuando es malo. Y pensé: mientras más corto el libro, menos la bazofia.

Bam. Las cosas no se ponen mucho más claras que eso. Yo sé que muchos de ustedes sólo leen porque les gusta. Otros lo hacen porque se los han impuesto, o porque piensan ser editores/traductores. Algunos quizá solo necesiten mantenerse un poco mejor en una conversación de sustancia (me ha pasado en más de una ocasión ver a un chico de IQ muy cuestionable leyendo para impresionar a una chica). Pero hay algunos renacuajos raros en el estanque; y me cuento entre ellos. Esos que vieron las letras, las sintieron, y decidieron que la vida iba a ser muy fría y borrosa si no conseguían emular eso que los autores consagrados de los aparadores y libreros hacían. Esos soñadores que piensan, de todas las cosas que consisten una profesión en este mundo, sentarse a escribir historias.

Muchas personas han escrito teoría literaria a través de los años, y King tiene toda la razón cuando dice que nadie sabe de qué diablos está hablando. Quiroga decía que escribir sin una dirección era pecado capital; Kerouac incita a que uno escriba páginas alocadas sin ton ni son, sólo por placer. John Kennedy Toole escribió dos novelas en su vida, si bien fue bastante corta; Philip K. Dick solía escribir 67 cuartillas al día. Todos ellos son escritores muy amados en la actualidad. La verdad es que no hay verdades. Las reglas llegan hasta donde uno las doble. Pero lo cierto es que contar una buena historia no es fácil; requiere lenguaje, claro. Pero también requiere humor. King nos ofrece en este libro una muestra excelsa de su estilo fluido, divertido, inteligente y transgresor. ¿Y qué historia cuenta para enseñarnos a escribir mejor? Muy fácil. Quizá su mejor historia. Su vida misma.

Y siempre que encuentro una novela debut dedicada a una esposa (o esposo), sonrío y pienso, Alguien comprende. Escribir es un trabajo solitario. Tener alguien que crea en ti hace una gran diferencia. No tienen que inventarse discursos ni nada; usualmente basta sólo con creer.

La forma en que la cuenta es deliciosa, envolvente, pues los colores que utiliza en sus personajes normales se ven realzados con el hecho de que ahora son reales. Pero la estrella es la historia en sí. Vaya vida ha tenido este hombre. Si no lo van a admirar por sus libros —que estaremos de acuerdo no son todos en absoluto unas joyas—, admírenlo por haber llegado a donde está después de tanto batallar. No es raro escuchar historias de gente que escaló desde abajo a la cima, pero la de King es distinta por dos cosas: 1) le creo todo lo que dice por más estúpido que parezca, y 2) no está predicando ni inspirando a nadie. Cuando habla de trabajar por el salario mínimo en una lavandería, no lo hace un drama. Sólo lo usa para relatar cómo llegó a él la idea de una historia, o qué aprendió en ese sitio. Cuando narra sus aventuras como maestro, no se está quejando del sistema educativo ni inspirándonos a ser como él; sólo trata de explicar cómo es que la vida lo puso ahí, y el pensamiento lo llevó a concebir Carrie de la nada, un lento día de clases. Esa es otra de las grandes lecciones de este libro. Las ideas no aparecen de la inspiración o del talento divino, sino de una conjunción de vida, pensamiento y trabajo.

He mencionado que a veces tengo problemas para conectar con autores muy clasicistas. Hay excepciones, que no sé explicar muy bien. Dostoyevsky me fascina mientras que Flaubert  me mata. Nunca lo he comprendido y no voy a analizarlo ahora. Pero sí diré que me resulta más fácil leer libros contemporáneos; y creo que es porque no se toman las reglas de antaño tan en serio. Por ejemplo, escribir una novela en prosa en la Inglaterra del s. XVIII era considerado algo casi indigno. La única forma de escritura que valía la pena era la poesía. ¡Y la gente se lo creía! Me parece sencillamente extraño que hayamos vivido tanto tiempo con restricciones tan marcadas dentro de nuestro ámbito literario, el que por definición (al menos la definición que hay en mí cabeza) debería conducirnos hacia la libertad. Pero al menos esos tiempos han quedado atrás, y ahora se nos permite hacer lo que queramos. Claro, eso produce mucha basura, pero es preferible que la haya a que se prohíba una forma de escritura.

Y ya que estamos aquí, hoy, en un tiempo que acepta todo tipo de premisas literarias creativas, ¿qué debemos hacer? Hundirnos en ellas. Si gustas de leer, lee todo lo que puedas, pues las letras sólo sirven para engrandecer. Así el libro sea malo; se van a reír o aprenderán a criticar, y eso es genial. Y si quieren escribir, escriban. De verdad. No se pongan la careta de héroes trágicos ni simulen tener el talento de Baudelaire por haber escrito un par de versos mal medidos que nadie incluiría ni en una antología de haiku experimental. No sientan que ya son Becquer sólo por hablar de “noches oscuras” y “rostros diáfanos”. Sólo siéntense a leer, digieran, y escriban. No es un gran circo. Nadie tiene porque hacerte una estatua (mucho menos al principio), y no hay porque apantallar a nadie. Me he dado cuenta que la gente que pretende mucho, en ámbitos de literatura, nunca logra llegar al meollo humano. Sus letras son vanas, olvidables. ¿Conocen a William T. Vollman? Es posible que uno o dos de ustedes sí. Pero el resto se quedará en la nada. El tipo escribió un ensayo sobre la violencia en América; dividido en 10 volúmenes o algo así; y se reporta que cuando lo acabó, mandó una carta a su editor asegurando que le ganaría el Nobel. No sé qué tan bueno sea el libro (el cual se llama Rising Up & Rising Down, por si quieren darle una ojeada), pero no. De eso no se trata. Por eso no saben quién es. Sólo siéntense y escriban. El resto vendrá sólo, por inercia de la vida, y por el desarrollo de su imaginación.

Es por eso que recordamos lo que King ha escrito. Porque él nunca pretendió ganar nada, sólo trabajó y trabajó y trabajó hasta con los ojos cerrados, siempre sin un solo ápice de presuntuosidad. Quiere contar historias; y lo que se revela en On Writing es la persona detrás de todos esos maravillosos libros —y algunos que no tanto. Un hombre con una infancia ruda, un hermano inolvidablemente extraño, una de las mejores esposas que he visto en mi vida, una retahíla de empleos mal pagados, y una imaginación de oro. ¿Se necesita algo más? ¿No? ¿Suena a sus familias, a sus vidas? Entonces salgan, y cuenten su propia historia.

La escritura es magia; es —junto con las otras artes— el agua de la vida. El agua es gratis. Beban. Beban hasta saciarse.

Parece no estar disponible en México más que por internet, a precios estratosféricos. Sin embargo, la edición existe; es de Plaza & James y se titula Mientras escribo. Podrían buscarla en librerías alternativas.
Pueden adquirir el original en inglés, a buen precio, aquí.

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