lunes, 13 de agosto de 2012

La isla de los Pingüinos



·  L'Île des Pingouins
·  Anatole France [Francia]
·  Primera edición: 1908
·  Novela

Aquel día, San Mael se sentó a la orilla del océano sobre una piedra que estaba muy caliente. Creyó que el sol la había caldeado y dio gracias al Creador del mundo. Ignoraba que poco antes el diablo descansó allí.

¿La intención es lo que cuenta? No si se pregunta en el cielo que describe France en su novela, pues ese mismo San Mael los mete en un predicamento espantoso —con la mejor intención posible. Él es un hombre puro, un verdadero vástago del cristianismo. Ah, pero qué ingenuo es. Y qué miope. La isla de los Pingüinos llegó a mí porque, bueno, la edición está muy elegante y todos aman a los pingüinos. Nunca había leído a France antes, aunque sí me sonaba el nombre. Por un lado el tema se escuchaba prometedor: “desarrolla con gran sentido del humor los momentos más notables de la humanidad en los que entrevera el amor, la guerra, el poder y la religión.” El problema es que eso también suena a alguien tratando de morder un pastel demasiado grande. Por lo menos para 300 páginas. No parecía algo que un autor que prácticamente nadie lee actualmente pudiese lograr, y menos con pingüinos de por medio. Hoy podría pegar un post-it con mi disculpa en la embajada de Francia, porque el señor escribe todo lo que promete, y luego un poco más.

Primero que nada, el humor es la llave para poder relatar toda la historia del pueblo pingüino —desde que San Mael los bautiza por error de vista, convirtiéndolos en hombres por voluntad de Dios y tras un acalorado debate en el cielo (les dije que era complicado), hasta que llega la posmodernidad. Esto sucede porque el libro está escrito en tal tono de farsa que no te deja encariñarte con los personajes demasiado. Siempre sabes que la virgen, el rey, el historiador, la condesa, el vendedor de licor, el sacerdote, todos son peones del mismo juego. Estan allí por 30 o 50 páginas y se van. No los extrañas; eso no cabe en la naturaleza de este libro. Sus muertes no son tan relevantes, porque se limitan a aportar lo que deben dentro del gran esquema —tal como los personajes en la historia de cualquier pueblo. Hay héroes y hay villanos, pero al final todos son vencidos y todos renacen con otro rostro, cien años después. Sólo permanece el pueblo, en una marcha interminable. En el vaivén del bien y el mal.

—Durante treinta años, Trinco ha conquistado la mitad del mundo conocido.
—¿De modo que ustedes son dueños de la mitad del mundo?
—Trinco nos lo ha conquistado y nosotros lo hemos perdido. Grandioso en sus derrotas como en sus triunfos, ha devuelto cuanto había conquistado. Hasta se perdieron las dos islitas que teníamos antes: Ampelófora y Quijada de Perro. Dejó la Pingüinia empobrecida y despoblada. La juventud y la virilidad de la ínsula perecieron en las guerras. A su muerte quedaban en nuestra patria sólo los jorobados y cojos, de los cuales descendemos. Pero nos dejó la gloria.

Uno ríe con este libro no sólo porque sea divertido, sino porque desenmascara. Somos una bola de viciosos y aferrados. Quizá no estemos —todos— arrastrándonos por el suelo y buscando una jeringa de heroína, pero vaya que somos adictos. A la religión, a la guerra, a tener la razón, y a tomar cualquiera de nuestras ideas y forzarla sobre los demás. Nos gusta construir estructuras de poder, escalar la pirámide más rápido que el de junto, tirar al de enfrente por las escaleras sólo porque no nos gusta su ropa, su nariz o su Dios. Y sí, a un monje le cae un urinal en la cabeza, pero no trata de eso. Todos los pequeños stunts de este libro  —algunos de los cuales no estarían fuera de lugar en un show de Monty Python— tienen una razón de ser.

Decía Macbeth que la vida es sólo ruido y furia, pero también es un eterno teatro del absurdo. Al contar la historia de un pueblo, con todos los vicios de siempre, usando un mosaico enorme de personajes que aparecen y desaparecen, France nos demuestra que (aunque siempre pensemos lo contrario) el individuo que busca poder no es tan importante. Lo que importa es el país, y la forma en que el tiempo se desliza sobre sus tierras. ¿Si ubican al tipo este que quiere gobernar México sin haber leído ni 3 libros importantes? Debería leer este. Aunque sea sólo este. Nos salvaría de muchos dolores de cabeza futuros. Pero no se nos da muy bien comprender la mayor lección de este libro: la historia es cíclica, a menos que dejemos de vivir dentro de la ruleta del poder.

Nuestro tránsito es simple. Nuestras ciudades se ensanchan, los ríos se hacen más angostos. Nuestros trajes son más caros, y nuestros cuerpos menos respetados. Nuestro discurso es más bonito, y cada vez decimos menos. La isla de los Pingüinos es la crónica de una civilización como cualquier otra en su camino de un génesis que no debió ser a un final inevitable. Pero no hay porque amargarse, no se trata de eso. Se trata de salir del juego de la mentira y la traición. Se trata de ver la inutilidad de apuñalar al prójimo, puesto que en cien años tanto él como uno serán polvo. Se trata de vivir mejor, mientras podamos; pero también de mostrarnos lo que puede pasar si no corregimos el camino. El libro es de hace 104 años, y su descripción de un futuro horripilante es tan cierta que dan escalofríos:

Quince millones de hombres trabajaban en la inmensa capital a la luz de los faroles encendidos noche y día. La claridad del cielo no atravesaba la humareda de las fábricas que rodeaban la ciudad; pero a veces se veía el disco rojo de un sol sin irradiaciones al cruzar el firmamento ennegrecido y surcado por puentes de hierro […]

La mala noticia es que vamos por la senda equivocada. La buena noticia es que todavía tenemos vida.

Losada: $240
Axial: $146
Hay una edición de Tomo que seguramente ronda los $30, la he visto pero no está catalogada.
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-Porrúa
FCE

No hay comentarios:

Publicar un comentario