viernes, 17 de agosto de 2012

Se permuta esta casa

  • Guillermo Vidal Ortiz
  • Primera edición: 1987
  • Historias cortas

AVISO se permuta esta casa no decimos de los recuerdos que tenemos en las paredes roñosas del pasillo ni el baño de azulejos, nos llevamos el banco del comedor, también las camas, también el juego sala, también. No explicamos que siempre hemos vivido aquí y una vez cuchi cuchi el nene lindo y dicen que había una sola cama que es donde yo estoy desnudo y ahora no me da la gana de enseñar esa foto ni la otra de los seis en que aparezco con una rosquita colorada […]

¿Qué hace bueno a un escritor? ¿Cuál es el elemento que forma a un Premio Nobel y cuál a una Meyer?, ¿qué o quién define un canon literario? Me provoca mucha tristeza pensar que existe todo un cementerio de libros olvidados –muy al estilo de Carlos Ruiz Zafón. Éste que les presento hoy representa, como muchos, una verdadera rareza. Una rareza que encontré en algo llamado Libros Libres, y que será liberada en cuanto termine esta reseña. Pero volviendo a aquello de la grandeza de la literatura, ¿qué hace bueno a un libro? El escritor de éste título es cubano y, según la contraportada, fue acreedor del Premio del Cuento David de 1986 por (y cito) “El acertado manejo de las técnicas narrativas contemporáneas en notable adecuación con los contenidos narrados. Imaginación, lenguaje eficaz y estructura narrativa que violentan los moldes tradicionales del género se combinan en este libro que se inserta dentro de lo mejor de la más joven cuentística cubana y latinoamericana.” Ahora, vuelvan a la primera cita y díganme que opinan.

Marianne Moore decía que el hecho de que no entendamos determinados textos no significa que sean buenos. El lenguaje entrecruzado, los adjetivos flotando en todas partes, las oraciones sin pies ni cabeza; todas aquellas artimañas efectuadas en el lenguaje pueden engrandecerlo al estilo de Shakespeare o dar por resultado novelas modernistas cuyo mérito deviene a que no podemos entenderlas. Este libro se conforma de diversos cuentos, algunos sumamente confusos, otros muy claros y, la gran mayoría, inescrutables. No puedo decirles si me dejó un peso muy grande –el de no haberlo comprendido– o la ligereza de un libro más. Pero la verdad es que nunca me había acercado a la literatura cubana y no puedo tachar ésta primera incursión como una mala experiencia.

Se detiene, apoya las dos manos en el tronco, a esta hora la soga cuelga mientras le viene un vómito se supo, las investigaciones arrojaron todo esto en detalles y los escritores inventaron el resto, que sintió un nuevo vahído y se quejaba, pedía rabioso terminar ya casi sin fuerzas acabó de hacer el alzo y ahí está la soga al cuello, la sillita que los muchachos guardan de reliquia, propiedad de Nelsa Candelaria […] dios mío, ¿diría dios mío? O me cago en esta vida de mierda […]

Las palabras consiguen mucho. En este caso, lo que logré salvar –después de muchas hojas de sucesos que no parecían relacionarse uno con el otro– es la imagen misma de Cuba. Sí. La tertulia, el ruido, el movimiento, los gritos, las calles, las nubes, el polvo y el calor de Cuba. Al final, estos cuentos no son más que una recopilación de muchas escenas cubanas. No es un ámbito político, sino una mirada hogareña. Nos colamos por las ventanas de las casas para saber qué ha sido de aquel árabe que predice amantes, lee futuros y se acuesta con aquella dueña que permaneció virgen hasta los cuarenta años; vemos a la muerte a través de aquel que sabe que muere y nadie más puede comprenderlo; nos llegan noticias de aquel hombre que se ha marchado a Estados Unidos y del que sólo queda una hija.

Es todo un salto cultural, no sólo por lo que se nos relata, sino por la forma. El lenguaje, el español en éste caso, se maneja de diversas maneras. Es curiosa la abismal diferencia que vemos entre Centroamérica y Suramérica, sea por el uso verbal o de determinadas palabras que nos son desconocidas. Tal vez esto sea lo más difícil al leer semejante libro, que la verdad no pasa de las cien hojas: manejar un lenguaje con el que no estamos familiarizados. Dentro de todo, la narrativa no es mala. Sin embargo las historias se desarrollan de una manera que resulta muy difícil de seguir. El título resulta muy curioso. Se permuta esta casa, y parece que lo que se permuta no son sólo las paredes y los muebles, sino los recuerdos y los gritos que encerraron el tiempo. La primera historia inicia presentándonos el lugar, los cuartos y la cocina; pero no como una simple construcción, sino como una cama donde Pura Domínguez cambiaba sus batas perfumadas o donde fue velada América Julia.

Los personajes son sólo nombres. Víctor, Clary, Mesa, Guillo, Manolón, Rubí… el hombre que se ha matado antes de morir de una enfermedad que sólo él ve y la cieguita que ha quedado en el pavimento tras una ráfaga enviada por el ejército. Parecen pinturas, supongo que es eso. Historias escondidas tras una pintura. Hay libros que valen la pena ser descubiertos, aunque sólo sea para acercarnos a un panorama que se ve tan alejado, casi inexorable. No puedo decir si estoy de acuerdo o no con aquellas palabras citadas al principio con respecto al premio que recibió. Pero puedo hablar acerca de lo nocivo que resulta escapar de aquellos autores que están tan escondidos en las estanterías. No se pierde nada con intentar.

Y seguimos creciendo. Cuando regresamos al velorio vimos que los habitantes eran simples susurros que esperaban. Era como si sólo esperaran nuestro retorno, y que nosotros, viejos y enfermizos, fuéramos un punto de partida necesario.

Tengo entendido que éste no es de sus libros más reconocidos.
Traten de buscar en Amazon o busquen algún otro título de éste mismo autor...
Algún afortunado tal vez lo encuentre mañana, pienso liberarlo por metro Universidad.

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