· Jorge
Ibargüengoitia
· Primera
edición: 1979
· Novela
La historia que voy a contar empieza una noche en que
la policía violó la Constitución. Fue también la noche en que la Chamuca y yo
hicimos una fiesta para celebrar nuestro quinto aniversario, no de boda, porque
no estamos casados, sino de la tarde de un trece de abril en que ella “se me
entregó” en uno de los restiradores del taller de dibujo del Departamento de
Planeación.
Hay autores latinoamericanos que tienen
una habilidad innata para crear mundos que no son precisamente estos, pero
tampoco dejan de serlo por completo. Me vienen a la mente los gigantes de
siempre. García Márquez y Juan Rulfo —tan ligados entre sí por la admiración
del colombiano al mexicano. Mientras uno lee su obra, se siente viviendo en
Macondo o en Comala, aunque reconoce que hay ciertos elementos sobrenaturales,
fuera de lugar. Con Ibargüengoitia sucede un efecto distinto. Su siempre
revisitado estado del Plan de Abajo es, a un tiempo mismo, un lugar literario
habitable por nosotros, como puede ser Macondo; pero también es un reflejo fiel
de México, en todo su esplendor ambivalente. Comala también es México, claro, pero
no nuestro México. En el Plan de Abajo, en Pedrones y en Cuévano, hay siempre
una noción de que uno podría salir a la calle y comprar un tamal, por ejemplo.
Eso cuando la policía no se metiera a tu casa a arrestarte por rojillo, por
supuesto.
La vivacidad con la que el autor retrata
al México príista de antaño —y de ahora, lamentablemente— no es inexplicable,
ni atribuible sólo a un don divino. Es indudable que ese toque de narrador
dotado lo tiene; además de que todos conocemos sus tendencias humorísticas
comparables a los grandes sátiros de la historia universal; pero al mismo
tiempo cuenta con otra herramienta de su lado: la sensibilidad de un
periodista. Otro libro de él que he leído, y que ya no reseñaré este mes por falta
de tiempo, recompila una buena parte de sus columnas en Excelsior, y creo que
es importante tener esto en mente. Quién habla dentro de estas páginas —que
construyen una novela sardónica, oscura, sensual, atrapante, como siempre— no
es sólo un mexicano corriente: es alguien que sabe cómo funcionan los círculos
podridos de nuestro país, incluyendo los de nuestras propias mentes.
La revelación que hizo don Pepe, más que
escandalizarme, hizo más interesante, y mucho más clara, la figura de mi tía
Leonor. Aunque claro, esto no impide que a partir de ese día, cuando algo sale
mal y me da la melancolía, diga para mis adentros:
—Nací en un rancho perdido, mi padre fue agrarista, me
dicen el Negro, la única parienta que llegó a ser rica empezó siendo puta:
estoy jodido.
La historia es folclórica y verosímil como pocas. Marcos y la Chamuca son
honrados, hasta cierto punto, y ese cierto punto se ve rebasado cuando sus
tendencias socialistas son descubiertas, y ellos tienen que huir. El problema
es que deben hacerlo por caminos distintos, y Marcos terminará en casa de su
familia, proponiéndoles un negocio ficticio. Su tío, cariñoso, ingenuo, le
concede dinero prácticamente a manos llenas —y después las circunstancias
dentro de la familia le van concediendo otras cosas… hasta que alguien envenena
a Don Ramón. El manejo que el autor hace de la realidad nacional es admirable,
ya que en alrededor de 150 páginas logra representar tanto las tendencias
represoras de un gobierno sometido a filosofías ajenas, dentro de la Guerra
Fría, como la mecánica enredosa de la familia distante y política —situación
tan constante en un país que da tanta importancia a esa unidad social—; una
mecánica que en muchas ocasiones resulta incómoda, y que se presta para
multitud de traiciones.
Del primer lado, se retrata con pericia a
los ciudadanos y a su malavenida fuerza policial. Todos aparecemos —porque en
este tipo de novelas sociales es imposible separarse de la trama y pretenderse
limpio— como seres corruptibles, cada uno en modos distintos. Hay quienes
parecen ser tus amigos y en realidad buscan detectar si eres un rojillo
agitador, quienes te proponen negocios en aras de que les prestes dinero,
quienes te disparan por la espalda, quienes te engañan sentimentalmente
mientras estás lejos… justo como los hay aquí, en nuestra tierra tangible y
sublunar —tan llena de pecado. Da miedo pensar que es a este tipo de corrupción
constante a la que seguimos sujetos, treinta años después. Da pavor considerar
que, con los resultados electorales recientes, no hay visos de cambio. ¿Es
México una tierra con esperanza? ¿O seguiremos por siempre supeditados a
intereses ajenos, saliendo a la calle con desconfianza, dando golpes ciegos
unos a otros en un esfuerzo sobrehumano por seguir a flote? Creo que es esa una
de las preguntas más legibles en el mundo de Ibargüengoitia.
Si acaso nos leen desde otra latitud, no se
asusten de entrar a este universo. A través de las redes sociales, entablar
amistades fuera de nuestros propios países es mucho más sencillo que antaño —y
encuentro que el panorama no es precisamente un lecho de rosas en ninguno de
nuestros estados vecinos: Centro, Sudamerica, y hasta España. En ese caso valdría la pena que ustedes se acerquen
a este narrador, uno de los mejores que tenemos para ofrecer, así como nosotros
leemos a Benedetti, a Bolaño o a Marías. Ibargüengoitia es —ante todo— un
glorioso escritor en lengua española, y un crítico excepcional de la vida hispano-parlante. Sería genial que se esparciera más allá de las fronteras
mexicanas. Y esta novela, con su dosis de intriga policial y falta de
referencias demasiado oscuras para extranjeros (a diferencia de Las muertas, por ejemplo, que se basa en
casos reales que casi todo mexicano conoce; sin mencionar su obra periodística)
es quizá la puerta más accesible. Para nosotros, aquí en esta tierra que tanto
recuerda a estas páginas que uno termina por no saber en cuál de las dos vive,
Dos crímenes resulta una lectura más que obligada. Habrá que leerlo donde sea y como
sea para entender y criticarnos mejor; aunque el gobierno nos diga agitadores;
aunque la eterna gravedad descendiente de Latinoamérica se nos venga encima.
Dicen que alguien vio pasar tres agachonas volando y
que las señaló. Dicen los que estaban cerca del gringo que lo vieron levantar
el rifle y que creyeron que iba a dispararles a las agachonas. Dicen que cuando
oyeron la descarga y vieron que las agachonas seguían volando, miraron el rifle
y se dieron cuenta que estaba apuntando en otra dirección. Dicen que vieron el
bulto cubierto con el jorongo de Santa Marta.
Joaquín Mortiz: $150
Booket: $119
(Multiples ediciones en librerías de viejo)
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-Porrúa
-FCE
-El Péndulo
-Casa del Libro
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