Nada ha parecido fascinarme tanto como el pensamiento de alguna curiosa
interrupción de las prosaicas leyes de la Naturaleza, o alguna intrusión
monstruosa en nuestro mundo familiar por parte de cosas desconocidas de los ilimitados
abismos exteriores.
Cuenta la pequeña biografía con que Editorial Tomo adereza su antología
de H. P. Lovecraft (1890-1937) que nuestro autor de Octubre fue criado en un
ambiente demacrado, si bien no violento. Su padre murió cuando el escritor era
apenas un párvulo, y su madre lo usó desde entonces como receptáculo de todas
sus frustraciones. Afortunadamente, como no siempre ocurre en esos casos, el
pequeño Howard sí logró encontrar un refugio que le cubriera de estas tribulaciones
(y de su frágil salud) con relativa seguridad. El refugio fue aquél que muchos
de nosotros hemos hallado, y aquél que nos tiene aquí congregados: los libros.
El infante solía pasar días enteros soterrado en la biblioteca de su abuelo,
consumiendo por igual libros clásicos del siglo XVIII, historia antigua y
distante, y —sobre todo— cualquier cosa que tuviera que ver con astronomía. Esto le sería
importante después, cuando comenzó a escribir por su cuenta y fue requerido
para aportar pequeñas cápsulas de tal ciencia a los periódicos locales. A lo
largo de su vida nunca abandonaría por completo esa ocupación, además de
escribir artículos varios e interesarse por la arquitectura. Su salud mejoró y viajó por todo el país. La vida del hombre
no suena precisamente como un infierno. ¿Por qué es entonces que surgió de él ese
genio irremisible del horror? O dicho en sus términos, ¿de qué cenagal
profundo, de qué caverna grotesca, de qué calabozo de sombras sempiternas trepó
el monstruo aberrante de su fantasía?
Tal cosa es algo que ni el mismo
Lovecraft parece saber, ya que, deduciendo desde la forma en que relata su
vida en el texto Algunas notas sobre algo que no existe, parece verse a sí mismo con un dejo de desinterés e indiferencia. A lo
largo de su breve autobiografía, el núcleo de su ser parece estar en otro lado,
mientras que él habla de cosas terrenales con frialdad y mecanicismo. Nos
cuenta de sus viajes, por ejemplo, o de la arquitectura de la casa en que vive
y en la cual se inspira —pero todo se siente desenfocado, como si en realidad
estuviera pensando en otra cosa. Y es que Howard Philips Lovecraft, porque ese
es su elegante apelativo completo, siempre estuvo más interesado en lo que no estaba allí. No es de extrañar que
ese niño, quien tuvo que buscar un escape en mundos ficcionales y lejanísimos
desde su infancia más tierna, hable de este mundo como si fuera cosa de nada.
Bueno, para que les quede claro, en resumir su vida Howard se lleva 6 cuartillas:
La llamada de Cthulhu se extiende por
34. Así que —ya que éstos fueron el lugar en dónde la persona retraída
desembocaba sus pasiones—, hablemos de los cuentos.
La “gracia” de un cuento verdaderamente extraño
es ser simplemente una violación o superación de alguna ley cósmica fija, una
escapada imaginativa de la tediosa realidad, por lo tanto son los fenómenos,
más que las personas, los héroes lógicos.
Los cuentos de Lovecraft revelan a
un tiempo mismo los dos aspectos predominantes de su personalidad, los cuales
son paradójicos entre sí: la necesidad de escapar de este mundo, y el arraigo a
su pasado conflictivo y solitario. De la primera no tengo que decirles mucho;
salta a la vista que el autor privilegia la rareza y la antigüedad sobre lo que
él llama “lugares comunes”, y quizá es por esas creaciones tan vívidas que lo
amamos. La segunda, sin embargo, queda impresa en su recurrente uso de
locaciones cerca de su pueblo natal de Providence, RI para crear sus atmósferas
fantásticas. Incluso cuando habla —como en Las
montañas de la locura— de lugares distantes, siempre están descritos bajo
una excusa ligada a este mundo cotidiano (por ejemplo, una expedición a la
Antártida pagada por una universidad de Nueva Inglaterra) del que Lovecraft
nunca se deshizo. A pesar de estas amarras geográficas, logró desarrollar una
obra prolífica, variada, y nunca aburrida.
En efecto, Lovecraft es uno de los
pocos cuentistas quienes han logrado trascender la barrera anti-cultural que
nos corroe. En un círculo de personas que leen, es casi imposible preguntar por
su cuento Lovecraftiano favorito y no obtener al menos 5 respuestas distintas.
E incluso fuera de tal ambiente, el nombre del autor suscita una reacción
comparable a la de algunos otros nombres de aquellos que él consideraba mucho
mejores escritores que él —Poe, por decir uno. Mi tía nunca ha leído terror más
allá de Agatha Christie; prefiere novelitas con temas lindos, tipo Jane Austen
o Charlotte Brontë. Pues bien, incuso ella recuerda noches en vela escuchando
cuentos de Lovecraft por una pequeña radio de AM. Tengo un amigo que cree poder
predecir el futuro y lanzar hechizos
basándose en los textos del Necronómicon
y varios mitos de los Antiguos. ¿Yo? Bueno, yo no puedo entrar a un bosque sin
tratar de encontrar puertas ocultas. No puedo soñar sin sentir que se me
revelan mundos ocultos, mundos que se abren con una llave de plata. ¿Y ustedes?
Quizá alguno de ustedes haya sentido al susurrador de las tinieblas detrás de
sus espaldas, o incluso descubierto el imposible color que cayó del espacio. No es casualidad que la gente se
tome tantas libertades con sus fotografías, tampoco: a través del terror, éste
hombre se ha ganado nuestro respeto, pero también nuestro cariño. Y es que
quien sabe hacernos temblar, nos conoce; y quien nos conoce es parte de
nosotros.
Siempre hemos tratado de enfocarnos
en este tipo de autores, Los que nos tocan a todos, estemos o no involucrados
de lleno en el mundo de las letras; y es por ello que hemos decidido hacer a
Lovecraft baluarte de nuestro primer Mes de Terror. Todo terror, todo el mes.
No cobramos la entrada, preparen sus disfraces. Preferentemente de Cthulhu.
No está muerto aquél que eternamente puede
yacer,
y con el paso de los eones, la muerte misma
puede perecer.
Links de interés:
¡Saludos! Me ha parecido uno de los artículos más inspiradores escritos por el genio. Leí por allí un epónimo con el que se referían a él (creo que de Molina Foix) como el Copérnico de la literatura de terror. Es más que eso, creo yo.
ResponderEliminarNunca me ha interesado el terror, ni en la literatura ni en el cine, pero este autor me ha conquistado hasta tal punto de hacerme disfrutar del terror.
ResponderEliminarEl link del documental no sirve.
Muy interesante blog, felicidades.