Y por desear, deseó también alzar la cara, en un
supremo esfuerzo, para saber dónde, quién, por qué le habían dado muerte, pero
sólo había logrado mover un párpado y abrir un ojo a ras de suelo. Abrir el
otro, acaso lo impedía la tumefacción de la ceja o el pómulo mallugados en la
caída, o acaso el designio burlón de ese rey que nos sueña, como sucedía en
aquellos cuentos de infancia relatados por su madre.
—Somos el sueño de un rey, y si ese rey se despertara,
nosotros desapareceríamos.
Me duele escribir el título. Es un título
terrible, como de película pulp de
los años 50. Lo curioso es que cuando uno abre el libro y ve el índice, se da
cuenta que el autor no es completamente inepto al escribir títulos: le ha dado
uno a cada capítulo, uno más a cada “parte”, la cual consta de 3 capítulos, y
otro todavía a cada “libro”, que consta de 3 partes (¡hurra por la simetría!),
y el 90% de ellos son mucho mejores que el que eligió para comandar la obra.
Pero bueno, eso simplemente quedará como una lástima. Lo que nos atañe es el
libro. Les contaré que lo encontré en un botadero; una de esas cajas de las
librerías de viejo que tienen rarezas y clásicos olvidados a $10. Mi copia está
en perfecta condición, aunque supongo que tenía una funda en su presentación original,
la cual se perdió en algún momento. Fuera de eso, no sé nada sobre él porque no
hay nada que saber. El autor ganó un premio literario en 1978 y no ha vuelto a
destacar entre los grandes círculos. La novela es prácticamente imposible de
hallar, y creo que terminaré mis días sin saber cuál era la portada de la funda
que se perdió, pues Google no tiene idea de qué le hablo cuando busco por ella.
Mientras leía este libro, me preguntaba
por qué algunos autores son enaltecidos y otros perdidos, cuando su calidad de
escritura es similar. Uno puede repasar los bestsellers de una librería sin
encontrar uno solo que rebase el nivel de lenguaje en esta pieza. Sin embargo,
mientras más pasaba las páginas, me daba cuenta porque este libro en particular
ha sido tan relegado: es simplemente enfermo. Supongo que bastantes de ustedes
gustan de leer a Sade, Bataille y esas cosas. Bueno, esto les compite muy bien.
El problema es que allí donde esos célebres eran perversos y eróticos, Sánchez
prefiere el lado de lo patético, lo grotesco, y lo enfermizo. ¿Qué más se puede
pedir de un protagonista pasado de peso, medio calvo, y llamado Celestino? Mas
aun con todo esto en cuenta, la historia trapa; del mismo modo que la tarántula
atráx que Celestino tiene de mascota
acorrala a su víctima.
Dejaba a un lado bruscamente el bordado y atendía el
hervor de la olla. A veces sacaba un cuchillo largo, desproporcionado, que daba
miedo en sus temblorosas manos de niña violada, para trocear con denuedo una
cebolla que le arrancaba unas lágrimas pensativas, poco atribuibles a la
cebolla, que nadie sabía cómo podían brotar de unos ojos herméticamente
cerrados desde hacía casi cincuenta años.
La historia parecería simple
desde arriba. Un hombre sueña que una mujer lo mata con un cuchillo y,
convencido de que es una premonición, trata de parar el curso de las acciones.
Lo que complica todo son los personajes en sí. Celestino es un hombre
simplemente patético; es bibliotecario, vive con su madre, es virgen y gusta de
tocarle los pechos a estatuas, imaginando cómo será uno de verdad. Ah, sí,
también puede ver a los muertos de su familia rondando por la casa, y ha
trabado amistad con algunos. Y luego está su madre; la ciega. No quisiera dar
demasiados ejemplos, pero la relación edípica que estos dos desarrollan pondría
a Freud tan orgulloso que lloraría. Baste con decirle que todos los domingos le
prepara flanes en la forma de sus pechos. Gulp.
Podría decirles que este libro
es sólo eso, una historia medio enferma que encontré en una caja y que pagué
con lo que pude comprar un refresco, pero no. El escritor es hábil, y tiene un
vocabulario voraz y muy efectivo. Sus personajes podrían parecer caricaturas,
de no ser por la descripción que hace de ellos, y por los pasajes reflexivos
que hace sobre el tiempo y la predestinación; pasajes que en verdad son
atrapantes y provocan una desazón muy parecida al miedo en el lector. Si acaso
mi única queja con el escritor es su obsesión con esta noción de que todo en la
vida está definido de antemano. De verdad maneja esta idea con una mano muy
pesada —lo repite hasta el hartazgo, hasta el punto de parecer un dramaturgo
griego nacido fuera de tiempo (teoría interesante en sí misma, pues llega a
mencionar la tragedia de Medea). Se
lo perdono, sin embargo, porque en verdad disfruté de su prosa y de algunas de
las imágenes que logra construir mediante la interacción del mundo terrenal y
el fantástico: las descripciones de los fantasmas, la explicación a la ceguera
de su madre, la mariposa de papel que sale volando de un álbum…
Si he hecho alguna vez una
recomendación con reservas, es esta. Se necesita una mente muy abierta para
sobrevivir la lectura. En muchos momentos se preguntarán porque no están
leyendo algo más importante, menos torcido, algo que por lo menos no contenga
flanes eróticos. Sin embargo, si gustan de lo gótico, lo sexual, el suspenso y
—sobre todas las cosas— la rareza, les aseguro que pasarán un buen rato con
este libro. Además, ese es un extra, el rato que deben dedicarle ni siquiera es
uno aplastante. Puede ser en el tren, en la fila del banco, lo que sea. Son 150
páginas divididas en una miríada de capítulos muy pequeños. Así que anímense, y
luego me cuentan qué tal les fue. Bueno, eso si pueden encontrar el libro. Se
los dejo como reto; así como Celestino revolvió la ciudad para encontrar a la
fémina que habría de terminar con sus días —y que terminó estando demasiado
cerca, en el lugar menos pensado, acechando bajo las cubiertas del destino.
Todos los objetos, todos los actos, estaban comprendidos
en la primera explosión del Universo, eran reales en el primer aliento gaseoso
de la primera nebulosa. Únicamente había que esperar. El crimen se estaba formando.
El embrión no puede detener su propio crecimiento. El pollo está en la yema del
huevo. Sólo falta el ingrediente del transcurso, el requisito de la paciencia.
Ya les he explicado la situación, pero si logran encontrarlo les compro una paleta.
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