- Jorge Ibargüengoitia [México]
- Primera edición: 1982 (?)
- Novela
¿Qué tal
sus fiestas patrias? Después de un buen plato de pozole, tal vez pambazos, tal
vez tostadas; después de engullir el nacionalismo, derrochar aliento en el
grito e invocar el himno. Después de los vasos de tequila con limón; cuando
comenzamos a levantar los platos y a quitar los adornos verde, blanco y rojo.
Cuando la euforia termina y volvemos a la cotidianidad de nuestra existencia.
Cuando apagamos los corridos y ponemos a Lady Gaga a todo lo que da; cuando
volvemos a ser todo menos México. La última bandera es guardad, todo
cuidadosamente empaquetado para el siguiente año, ¿y mientras? ¿Qué hacemos los
otros once meses en que no nos revestimos de colores y gritamos "¡Viva México!"?
Los más
pequeños aprenden de memoria los nombres de nuestros héroes y los más grandes
los olvidamos. El nacionalismo se pierde en proporción con los años. En la edad
más temprana el 15 y 16 de Septiembre se nos presentan como el día más decisivo
de México, el inicio de la lucha independista que nos libraría de España y nos
formaría como nación; después experimentamos el desencanto de conocer la nación
tal y como es: un plan fallido, nos aferramos a querer salvarla, a luchar, a
movilizar la cultura y lograr aquel gran paso que el pueblo no da. Decimos
librarnos por fin del yugo opresor, volar como el águila de la bandera, ¿y
después? Después nada. Después seguimos bajo el yugo del PRI, después prendemos
la televisión; después llegamos a la plena madurez y el primer instinto de
inocencia, en que vitoreábamos a nuestros héroes, muere bajo el tufo de alcohol
y desvergüenza. Y después somos México.
No es
encono, es el desencanto ya mencionado, será cosa de esperar algunos años para
ver si logro cambiar al mundo o el mundo logra cambiarme a mí. Vendrán días
mejores, se dice. Pero mientras todo eso pasa, mientras algunos celebran y
otros se visten de luto, les presentaré una joya de la literatura mexicana.
Después fuimos a un
salón en el que había un candil muy grande y allí me presentaron a la reunión.
Al recodar este acto a la luz de los treinta años pasados, me asombra la
variedad de suertes que el destino nos reservaba a los que estábamos allí. La
mayoría están muertos, pero mientras unos descansa en el altar de la Patria,
los huesos de otros yacen en tierra bruta porque en ningún cementerio quisieron
recibirlos.
Ibargüengoitia,
por supuesto. Sólo él podría tomar el estandarte de la virgen del cura Miguel
Hidalgo y rebajarlo hasta los estragos que es la literatura. Porque eso es la
literatura, mucho ruido. Un ruido que más que dejarnos sordos nos hace
despertar; despertar y buscar lo que en verdad pasó, lo que pudo ser o no.
Todas las naciones se conforman de mitos, mitos que las sustentan y que las
validan. La historia de Estados Unidos se guarnece con el Primer Día de Acción
de Gracias, por ejemplo. La nuestra se asegura en la lucha independista. El
coraje de figuras como Hidalgo, Allende, Aldama, Morelos y Doña Josefa es algo
que no se cuestiona. Ellos forjaron la patria, sin temor a lo que podría ser de
sus vidas, sencillamente dieron un 'hasta aquí' a los abusos de la Nueva España
e intervinieron en la historia de México dándole un giro de trescientos sesenta
grados.
Ajá. ¿No
sintieron miedo alguno, de verdad? Vayan a cualquier libro de texto de su secundaria
o primaria y encontrarán lo mismo. Lo único que cambia a lo largo de los años
es la cantidad de datos que se nos ofrecen. Unas cuantas fechas más, unas
cuantas conspiraciones extras, nada más. Nos presentan el discurso de Hidalgo y
las cartas de la corregidora, y en eso los convertimos: en papel y tinta que
más parece una historia de ficción que una historia nacional. Por eso Los pasos de López se me figura como un
libro tan indispensable. Deberían darlo en las escuelas, así de sencillo. Y es
que mientras los historiadores se esfuerzan por conseguir más libros de cuentas
e ignorar las cartas de amor, Ibargüengoitia roba estas últimas y, junto con
ellas, roba el mito entero. No humilla a nuestros héroes nacionales, no se mofa
de ellos ni les quita mérito alguno; hace algo más puro, algo que nos ayuda a
comprender los errores de la lucha y los errores del país en general: los
vuelve a lo que eran en aquél año de 1810, los vuelve humanos.
¿Es
ficción?, ¿es realidad? Hasta qué punto estaban nuestros héroes dispuestos a
combatir y perder la vida en la lucha, es algo que jamás sabremos. Los pasos de López son los primeros –y
fallidos– pasos del cura Periñón y de
los corregidores de Cañada hacia una Nueva España más justa con los criollos,
ojo, criollos; no indios.
“Entonces me presentó
aquel panorama que debería haberlo hecho famoso. Primero expuso las causas del
descontento: las desigualdades, las injusticias, la frustración de los criollos
en todas las disciplinas –yo, por ejemplo, no podía aspirar a ser coronel ni
aunque viviera cien años–, el mal gobierno, etc. Pero si en México la situación
era mala, en España la cosa estaba peor: el rey prisionero, el país ocupado por
los franceses, la Junta de Cádiz no sabía lo que quería…
La Junta,
La Tertulia, La Casa del Reloj. No seré yo quien les diga quién es quién,
indaguen acerca de los más desastrosos, los más cobardes y los más recios.
Matías Chandón es el único cuya existencia puede ser puesta en duda, pero no lo
creo. Son tantos los hombres que quedaron a mitad de la historia sin una tumba
ni un nombre. Ibargüengoitia nos presenta una corregidora coqueta y
despilfarradora, una cura que visita casas de prostitución y arma cañones,
héroes traidores y traidores que se vuelven héroes. Proezas
inalcanzables, como
llegar a la Ciudad de México, y planes mil veces frustrados por falta de
comunicación. La gloria es robada por uno y la vergüenza cae sobre otros. La independencia la proclamé yo. Con todo eso, tal vez sea éste
el mejor libro de Ibargüengoitia: es leerlo de la manera más honesta, más
fiable, leerlo a manera de un mexicano que ve su pasado y se pregunta lo que
sucedió. No es un trago amargo sobre la
historia del país, no es una sátira ni una comedia; sencillamente es una historia
armada de muchos despojos y de muchas habladurías. Reirán, claro que reirán. Es
difícil no reír de la condición humana. Pero no es sólo el humor lo que define
a Ibargüengoitia, sino la verdad que no queremos ver.
Hacia el
final uno se pregunta cómo fue todo eso posible, cómo un grupo tan pequeño con
ideales tan reducidos pudo movilizar toda una nación. Pero, peor aún, ¿la
movilizó de verdad? ¿Gritamos cada año ¡Viva México! con plena conciencia de lo
que ese viva significa? Ahora memorizamos
sus nombres, las fechas de nacimientos y muerte, sus hazañas antes que sus
derrotas; pero no retomamos su espíritu, no vemos qué está mal, y si lo vemos
no buscamos arreglarlo. Reclamamos su nombre como una empresa que define
nuestra patria, pero, ¿cuánta patria queda por definir? Al final la historia no
son más que nombres, fechas y luchas; saberlas o no implican ningún cambio ni
avance, porque sólo es la memoria quien las retiene, pero la razón no se toma
la molestia en analizarlas. Prendan de nuevo sus televisores, suban el volumen de
la música, omitan las portadas del Gráfico
y ¡viva México!
Hizo que yo pusiera la
mano en la empuñadura del sable que Periñón sostenía a medio desenvainar y
luego me hizo jurar, si mal no recuerdo, guardar lealtad eterna a la Junta “y a
cada uno de sus miembros”, no revelar jamás lo que se tratara en las reuniones
y librar a mi Patria del yugo español. Cumplí mal ese juramento pero otros lo
cumplieron peor.
Y nuestro
juramento, ¿se ha cumplido?
Booket: $108
Joaquín Mortíz: $158
Disponible en:
- Gandhi
- El Sótano
- FCE
- Porrúa
-El Péndulo
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