martes, 23 de octubre de 2012

No tengo boca y debo gritar


·  I Have No Mouth and I Must Scream
·  Harlan Ellison [EU]
·  Primera edición: 1967
·  Cuento

Gorrister se puso pálido como la nieve. Fue casi como si hubiera visto un ídolo de vudú y se sintiera temeroso por el futuro. "¡Dios mío!", murmuró, y se alejó. Tres de nosotros lo seguimos durante un rato y lo hallamos sentado con la cabeza entre las manos. Ellen se arrodilló junto a él y acarició su cabello No se movió, pero su voz nos llegó dura a través del telón de sus manos: 
- ¿Por qué no nos mata de una buena vez? ¡Señor! no sé cuánto tiempo voy a ser capaz de soportarlo. 
Era nuestro centésimo-noveno año en la computadora. 

No tengo idea de cómo llegué a este cuento, pero la culpa fue del internet. Es increíble la cantidad de cosas que uno puede encontrar si se avoca a buscar rarezas, puesto que hay más autores enterados que estrellas en el firmamento (por lo menos en el urbano). Harlan Ellison no es precisamente un autor enterrado; es más bien uno que se considera “de culto.” Esto significa que de cada 100 personas, 3 lo conocen y 1 lo venera como un semidios. En realidad lo que le ha dado mayor fama han sido sus desplantes de viejillo loco; como declarar que él había inventado el concepto de Terminator 20 años antes. Eso —aunque entretenido— es una pena, pues ha oscurecido en parte su obra, la cual contiene trazas de maestros del horror como Lovecraft o Blackwood, pero también del sci-fi crudo producido en los años de posguerra —caso en punto el de Ray Bradbury.

Estos dos géneros se distinguían antaño por hacer sus publicaciones en revistas periódicas llenas de pequeños cuentos extrañísimos. Esto era el equivalente de los cines de permanencia voluntaria en dónde se proyectaban películas como Invasion of the Bodysnatchers o The Attack of the 50-feet-tall Woman. En ocasiones estas publicaciones han traído superestrellas, como King o Bradbury; pero tendemos a olvidar a los otros autores. Ellison es uno de los otros autores, y uno que merece mayor prominencia en nuestro idioma. Ésta es su obra más famosa, y se entiende por qué. Es un verdadero tour-de-force, escrito con vigor, sin miedo y con un entendimiento sublime de lo que nos hace temblar. Aparte, es una muestra perfecta del sci-fi terrorífico de la posguerra, puesto que muestra el mayor temor de ese tiempo: el pavor a las ilimitaciones de la tecnología. El horror producido por una simple computadora.

ODIO. DÉJENME DECIRLES TODO LO QUE HE LLEGADO A ODIARLOS. DESDE QUE COMENCÉ A VIVIR MI COMPLEJO SE HALLA OCUPADO POR 387.400 MILLONES DE CIRCUITOS IMPRESOS EN FINÍSIMAS CAPAS. SI LA PALABRA ODIO SE HALLARA GRABADA EN CADA NANOANGSTROM DE ESOS CIENTOS DE MILLONES DE MILLAS NO IGUALARÍA A LA BILLONESIMA PARTE DEL ODIO QUE SIENTO POR LOS SERES HUMANOS Y EN ESTE MICROINSTANTE POR TI. ODIO. ODIO. 

Esa cita suena un tanto melodramática, lo admito, pero no la están viendo como debe ser vista. En su edición original, las partes en que la computadora —llamada AM— habla fueron impresas en código Baudot (algo muy parecido al Morse). El misterio que logran evocar así es impresionante: el lector ve el código impreso allí, tan inofensivo, tan frío, y se da a la tarea de descifrarlo. Lo que descubre es, bueno, odio concentrado y sin adulterar. Odio embriagante y fúrico. Odio que tiene muy poco que ver con los sentimientos normalmente atribuibles a una máquina. El impacto es mayúsculo, y te hace temer en serio por los desventurados personajes. Pero bueno, ¿de qué trata esta cosa? 

Tenemos a cinco tipos atrapados dentro de esta computadora. La computadora ha destruido la civilización humana excepto por ellos cinco, y los mantiene vivos indefinidamente con el objeto de torturarlos y divertirse un poco. Aunque, por momentos, parece que lo que AM obtiene de sus juegos es algo más que sólo diversión psicópata: es una expresión de verdadero rencor. No es darle martillazos a una rata porque sí: es machacarla sin cesar, hasta que no quede absolutamente nada, por efectos de puro desprecio. La trama sigue a estos personajes cuando emprenden la búsqueda de comida, puesto que la máquina no les ha dado nada por 5 días, y saben que cuando lo haga serán gusanos o tierra coagulada. Uno de ellos ha tenido una premonición: hay latas de comida verdadera en las “cavernas de hielo.” El problema, claro, es llegar a las malditas cavernas. Y el otro problema, aún peor, es no poder confiar en lo que su compañero les ha dicho —bien podría ser una visión puesta en su cerebro por la máquina, una broma negra más a su historial. No hay forma de huir. No hay nadie que escuche lamentos. Sólo hay viento, tierra, sangre y un deseo imposible por un poco de piedad. 

El encanto de la historia proviene de lo que implica. No es sólo ver a cinco personas ser torturadas cual película snuff; es observar como cada uno de ellos va lentamente perdiendo sus cualidades humanas hasta convertirse en una extensión más de la máquina endemoniada. Y es que, sin dolor, sin placer, sin esperanza, e incluso sin muerte, ¿qué te aferra a tu condición humana? ¿La mente? Eso es lo que parece decir el personaje principal a través del texto, pero hay una trampa. ¿Por qué confiaríamos en su mente? Es una mente que ha sido torturada por más de cien años, una mente sin sensibilidad, dormida, y sujeta a los caprichos de un ser que no puede ser llamado por completo vivo. Ah, y el final. EL FINAL. No sé si pueda conseguir un libro con varias historias de Harlan Ellison algún día, pero sé que siempre tendré ese final para enmudecer, temblar y pensar en él como un escritor increíble. Un maldito desquiciado, quizá, pero también un escritor increíble. Cuando se escribe horror, combinar las dos cosas suele ser lo más coherente. ¿No creen? 

Por cierto, la edad posmoderna le ha traído una deliciosa ironía extra al texto, la cual está a punto de suceder: leer esto en la pantalla de una computadora. Tengan el botón de reset a la mano, por si comienzan a escuchar voces.

En ese instante, sentí una terrible calma. Rodeado por las blancas extensiones, por el hambre, rodeado por todo menos por la muerte, comprendí que éste era el único modo de escapar. AM nos había mantenido vivos, pero existía una forma de vencerla. No sería una victoria completa, pero al menos significaría la paz. Estaba dispuesto a conformarme con esto.

Para variar, las librerías no tienen idea de qué es esto. Pueden pedir la colección de historias por Amazon o leer el texto en inglés aquí, o en español acá.

Me parece que no es del dominio público, pero si ustedes no dicen nada, yo tampoco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario