sábado, 27 de octubre de 2012

El fantasma de Canterville

  • The Canterville Ghost
  • Oscar Wilde [Irlanda]
  • Primera edición: 1887
  • Cuento

–Milord –respondió el ministro–, adquiriré el inmueble con el fantasma por el mismo precio. Vengo de un país moderno, en el cual podemos obtener todo cuanto nos puede proporcionar el dinero, y como nuestros jóvenes son muy avispados y recorren divirtiéndose todo el viejo conteniente, quitándoles a ustedes sus mejores actrices y sus mejores cantantes, estoy seguro de si aún queda un auténtico fantasma en Europa, vendrán a buscarlo inmediatamente para colocarlo en uno de nuestros museos públicos o para pasearlo por los caminos mostrándolo como un fenómeno.

–Me temo que el fantasma existe –dijo Lord Canterville sonriendo–, aunque quizá se resista a las ofertas de los osados empresarios de su país. Hace ya más de tres siglos que se tiene noticia de él. Data, con precisión, de 1574, y no deja nunca de mostrarse cuando está a punto de ocurrir alguna defunción en la familia.

Para quien no haya leído aún este cuento, le imploro que vaya corriendo a la librería más cercana, porque la risa es remedio para muchos males y este es el cuento ideal para soltar una carcajada. La elección de la obra fue un asunto de fechas más allá del llamado “Mes de Terror”; pero sólo es un dato personal. Muchas cosas nacerían hace exactamente un año y el Blog llegaría a ser una de ellas, así que tomen la recomendación como un guiño personal y una propuesta a que sonrían. ¿Por qué reír? ¿Por qué llorar? Por las penas de un fantasma, el fantasma de Canterville, un ser tenebroso que ha dedicado los último miles de años de su no-existencia a atormentar a los habitantes del castillo, pero quien se olvido de lo terrible que es el cambio. La aquejada  ánima en busca de venganza y profeta de la muerte, es ahora un patético espíritu que se asusta hasta con una sabana, ¿cómo ha llegado a semejante descarrilamiento del deber? ¿Cómo ha sido vencido el miedo? La modernidad, señores, la modernidad.

El diálogo con el que abro esta reseña es ejemplo de dos caminos de racionamiento que parecen separados por siglos y, sin embargo, son paralelos. Por un lado el tradicional pensamiento inglés, sigilosos y alerta, soñador y profético, temeroso y lleno de leyendas pertenecientes al medievo. En la otra vereda transita, en un auto último modelo–sin hacer caso a las nimiedades del camino– conducido por el radical norteamericano, el hombre que no le teme a lo antiguo, la costumbre americana que no carga con un pasado más legendario que el de las brujas de Salem y cuyo único miedo es no seguir en movimiento; fuera del yugo inglés y capaces de dominar todo lo que los rodea, no hay nada que el dinero de las exitosas plantaciones –hace ya mucho, traidoras a la corona–  no pueda comprar: incluso el miedo. Entonces, “Me llevo el castillo con todo y fantasma” dice aquel americano impasible, y así lo hace. La mente fría y racional de América (la misma frialdad y racionalidad que encontramos en Lovecraft y sus muy meditadas, y estudiadas, convocatorias fantasmales) contra el ensueño de Europa.

­–Es sangre de lady Leonor de Canterville, que fue asesinada en ese mismo lugar por su propio marido, Sir Simon de Canterville, en 1565. Sir Simon la sobrevivió nueve años, desapareciendo de repente en circunstancias misteriosas. Su cuerpo no se encontró nunca, pero su alma culpable sigue hechizando la casa. La manca de sangre ha sido muy admirada por los turistas y por otras personas, pero quitarla… es imposible.

–Todo eso no son más que tonterías –exclamó Washington Otis–. Hay un producto “quitamancahas”, el incomparable “campeón PinKerton”, que hará desaparecer esa mancha en un santiamén.

No sólo es un producto “quitamanchas”, es toda una familia, enteramente republicana, dispuesta a terminar con el mito y desmanchar la alfombra, o cualquier otra cosa que pretenda ser poseída por el dichoso fantasma. Es una guerra abierta contra las imposibilidades de la naturaleza. En contraste con Washington desmanchando la alfombra, tenemos la beldad de Virginia. Virginia, la tierra prometida hace dos siglos a los colonos, ahora es la tierra prometida del fantasma. Pero, antes de llegar a la salvación, tenemos que pasar por el castigo. No es que la familia niegue al fantasma, tan sólo no lo toman en serio, lo cual complica todas las cosas. Después de trecientos años muerto un hombre puede esperar cierto respeto hacia su alma errante: cadenas, manchas de sangre, risa escalofriante, todo el repertorio está ya planeado para dar su mejor actuación y esperar que su público salga despedido hacia la puerta. No obstante, el público puede llegar a ser muy ingrato.

La descripción familiar puede dar mucho de que hablar. A pesar de los patrióticos nombres, Washington y Virginia acarrean, junto con su madre, la nobleza y el porte de la tradición inglesa. Aquella que exige cortesía y modales; más que esto, Virginia aún mantiene la severidad puritana que le permite regañar al fantasma por su mal comportamiento, –y vaya que es de mala educación eso de andar manchando alfombras. Para equilibrar la balanza tenemos al señor Otis y a sus dos pequeños gemelos, pequeños infantes que rompen todo mito de que los niños pequeños le temen a la oscuridad, siendo que estos pequeños niños americanos dedican su tiempo libre a fastidiar todo truco del fantasma. Desde hacerlo caer de las escaleras hasta crearle falsas esperanzar, y aunque esto último resulte difícil de imaginar, Wilde nos presenta a un fantasma con ilusiones. La ilusión de no estar solo. Habiendo sido el asesino de su esposa, siendo un cadáver desaparecido en alguna cantera, podrá ser un ser flotante que se divierte al volver locas a damas isabelinas, pero eso no quitará la soledad de sus días. Días que ya han sido muchos.

Apaleado, humillado y eternamente solitario, el fantasma de Canterville se sostiene más por orgullo que por ánimo de seguir. Si asustar es lo  único que tiene en su muerte, en el momento en que renuncia a aquella recia familia se ha quedado a la deriva, con sus culpas y sus quejas. El romanticismo del siglo XIX, dispuesto a enmendar los sentimientos y no apelar mucho a la razón, convertirá el terror de antaño en la pena del siglo. Pero Wilde no permitirá que América gane así de fácil, aunque tampoco permite las ensoñaciones Europeas. A pesar de lo cruel que pueda llegar a ser el hombre con sus personajes –véase Elruiseñor y la rosa– no le negará al fantasma su mayor anhelo: dormir. Dormir que, como dice Dr. Johnson, reúne a las almas en un solo sopor y nos hace humanos a todos. Y será Virginia quien lo lleve por fin al reposo, quien le permita descansar después de sus tormentos. El cómo y el por qué serán la sorpresa. La empatía creada con el fantasma crece a lo largo de las páginas, siendo este un cuento un poco largo, su lectura es rápida porque una y otra vez esperamos que gane alguna partida con los gemelos, una y otra vez caemos en la risa cuando debería ser tragedia y una y otra vez el fantasma escapa de la gloriosa América.

Desde esa noche renunció para siempre a espantar a aquella recia familia de americanos y se limitó a vagar por el pasillo, con zapatillas de orillo, una gruesa bufanda alrededor del cuello, por temor a las corrientes de aire, y provisto de un pequeño arcabuz, en caso de que fuese atacado por los gemelos.

(Habrá que hacer una mención especial sobre este nuevo tipo de ánima que puede sufrir de gripes y sabe tejer pantuflas.)

Muchos precios, muchas ediciones y disponible aquí.

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