“La literatura es una forma de
hacer política aunque no se aborde directamente el tema, porque hablar de la
dignidad humana, de la entereza del ser humano es hacer política. Son distintas
maneras de hacer lo mismo y toda la vida he seguido en ese camino”
Pensar en Laura Restrepo
me remite a tres cosas: mi primer gran acercamiento a la literatura
latinoamericana femenina, el Premio Alfaguara 2004 y párrafos enormes. Sobre el
primer y tercer punto debo aclarar que fue un exitoso primer acercamiento,
aunque me inculco algunas malas mañas con respecto a la puntuación. El segundo
punto –que también abarca el primero y el tercero– se refiere a la novela Delirio, merecedora del aplauso del
señor Saramago, quien fungió como jurado en aquella entrega. Sin embargo, esa
no fue la primera novela de Restrepo; ya había publicado antes al menos cinco
títulos que llevan tras sí el mismo sello político que la caracteriza. Basta con
mencionar que su primera novela, La isla
de la pasión, es una alusión a su propio exilio político en México, debido
a que durante el gobierno de Belisario Betancur, formó parte de la Comisión de
Paz, Diálogo y Verificación que debía negociar con el movimiento rebelde M-19. Pero
las cosas no marcharon tan bien y situaciones delicadas la llevaron a salir de
Colombia. Y es que la mujer lleva tras sí los grandes años de activismo
político no solo en Colombia, sino también en España y Argentina; militó en
cada uno de esos países y toda esta experiencia ha dejado marca en sus letras. Comenzó
en el trotskismo al estar en la Universidad Nacional, no por las razones que
esperaríamos, sino por causas de pertenencia, tal vez no muy pertinentes:
“Era la época de la revolución cubana, Mayo del 68, el movimiento campesino en Colombia, era casi ineludible entrar en esa euforia... el boom latinoamericano, muy ligado a todos estos procesos de renovación social. Ahí entré al trotskysmo. Al principio no tenía mucha idea, me metí porque uno de los dirigentes estaba leyendo En busca del tiempo perdido y me pareció que ese era mi sitio. No fue un mal criterio para elegir....”
Y bueno, en algún lado
tenía que empezar. Lo interesante al leer alguna obra de Restrepo es que no
leemos las extravagancias del socialismo aplicadas a la vida general, sino las
consecuencias de algo que funciona o no aplicadas a una vida en particular. Sus
personajes viven con lo que les ha tocado, viven con un dedo de más en el pie o
con una mujer perdida en su propia mente; sin quejas, sin rencores más grandes de lo necesario. Buscando lo que necesitan para sobrevivir, por que nadie más se los va a dar. Muy parecidos a ella, que ha tenido que vivir en tantos lugares, sin sentirse extranjera en ninguno. Su preocupación por una paz que parece cada vez más lejos de Latinoamérica
es muy visible. Una país perdido, el Sur ahora reinventado de Isabel Allende y
el realismo de Vargas Llosa. Aquella parte de América que ahora se hunde en
drogas y lavado de dinero, no solo aquella parte, sino este pueblo mexicano
también, aunque nos duela. La novela sicareca, como la conocen algunos, o la
narco-novela, como es vendida en México, no es tema reciente. Si algo tiene
la literatura es la capacidad de hacernos notar lo que va mal antes de que
nosotros mismos nos demos cuenta. América latina existe. Un mismo idioma, una misma cultura y un mismo cáncer que nos carcome. Afinidad, dice ella, la misma carga histórica llena de revoluciones e independencias que no han salido del todo bien.
Antes de que fuera un
tema comercial capaz de acaparar los puestos de revistas con promociones de “Historias
del narco” a tan sólo setenta pesos, mujeres como Restrepo ya habían encontrado
camino en esta clase de literatura, pero de una forma mucho más elegante. Mirar
a su país como algo que todavía puede cambiar. Su carrera, y en muchos términos
su vida, se complementa con periodismo. Periodismo auténtico, de aquel en el que
se investiga en serio antes de emitir alguna opinión. Entonces tenemos obras
frescas, al alcance del público, con toda la gama de coloquialismos que puede
ofrecer Colombia, pero sin falsear y sin dudar ni un momento. Su uso del
lenguaje, ya sea en novelas o en entrevistas, es siempre lo bastante sencillo
para ser bueno, y también viceversa. Usando el humor sin llegar a la burla, sin
romper la seriedad del tema pero tampoco dándole una solemnidad que no merece. Es
raro seguir encontrando escritores a quienes les importe lo que hacen y no sólo la
fama que les da. Más raro aún encontrar una mujer escritora que no
esté encaramada en el feminismo sólo porque le brinda la oportunidad de ser
notada. En pocas palabras, es un lujo poder dar con una escritora lo
suficientemente sobria como para seguir reconociendo el papel primordial del
escritor, aquel donde todavía se cree poder hacer algo por que al final de
cuentas las palabras son capaces de conseguirlo todo.
No reviste la caída de
un partido con la tragedia de una muerte. Nadie ha fracasado aún. No encubre los errores del marxismo
sólo por defender el orgullo. Sencillamente ve por aquellos que deben pagar los
platos rotos de una guerra que no empezaron ni sustentaron, lo ve todo sin
falsas esperanzas, pero tampoco con negros vaticinios.
"Mírennos como un espejo de lo que puede
llegar a pasar; mírennos como un espejo de lo que todavía están a tiempo de
cambiar."
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