viernes, 2 de noviembre de 2012

Escritor del mes: Laura Restrepo


“La literatura es una forma de hacer política aunque no se aborde directamente el tema, porque hablar de la dignidad humana, de la entereza del ser humano es hacer política. Son distintas maneras de hacer lo mismo y toda la vida he seguido en ese camino”

Pensar en Laura Restrepo me remite a tres cosas: mi primer gran acercamiento a la literatura latinoamericana femenina, el Premio Alfaguara 2004 y párrafos enormes. Sobre el primer y tercer punto debo aclarar que fue un exitoso primer acercamiento, aunque me inculco algunas malas mañas con respecto a la puntuación. El segundo punto –que también abarca el primero y el tercero– se refiere a la novela Delirio, merecedora del aplauso del señor Saramago, quien fungió como jurado en aquella entrega. Sin embargo, esa no fue la primera novela de Restrepo; ya había publicado antes al menos cinco títulos que llevan tras sí el mismo sello político que la caracteriza. Basta con mencionar que su primera novela, La isla de la pasión, es una alusión a su propio exilio político en México, debido a que durante el gobierno de Belisario Betancur, formó parte de la Comisión de Paz, Diálogo y Verificación que debía negociar con el movimiento rebelde M-19. Pero las cosas no marcharon tan bien y situaciones delicadas la llevaron a salir de Colombia. Y es que la mujer lleva tras sí los grandes años de activismo político no solo en Colombia, sino también en España y Argentina; militó en cada uno de esos países y toda esta experiencia ha dejado marca en sus letras. Comenzó en el trotskismo al estar en la Universidad Nacional, no por las razones que esperaríamos, sino por causas de pertenencia, tal vez no muy pertinentes:

“Era la época de la revolución cubana, Mayo del 68, el movimiento campesino en Colombia, era casi ineludible entrar en esa euforia... el boom latinoamericano, muy ligado a todos estos procesos de renovación social. Ahí entré al trotskysmo. Al principio no tenía mucha idea, me metí porque uno de los dirigentes estaba leyendo En busca del tiempo perdido y me pareció que ese era mi sitio. No fue un mal criterio para elegir....”

Y bueno, en algún lado tenía que empezar. Lo interesante al leer alguna obra de Restrepo es que no leemos las extravagancias del socialismo aplicadas a la vida general, sino las consecuencias de algo que funciona o no aplicadas a una vida en particular. Sus personajes viven con lo que les ha tocado, viven con un dedo de más en el pie o con una mujer perdida en su propia mente; sin quejas, sin rencores más grandes de lo necesario. Buscando lo que necesitan para sobrevivir, por que nadie más se los va a dar. Muy parecidos a ella, que ha tenido que vivir en tantos lugares, sin sentirse extranjera en ninguno. Su preocupación por una paz que parece cada vez más lejos de Latinoamérica es muy visible. Una país perdido, el Sur ahora reinventado de Isabel Allende y el realismo de Vargas Llosa. Aquella parte de América que ahora se hunde en drogas y lavado de dinero, no solo aquella parte, sino este pueblo mexicano también, aunque nos duela. La novela sicareca, como la conocen algunos, o la narco-novela, como es vendida en México, no es tema reciente. Si algo tiene la literatura es la capacidad de hacernos notar lo que va mal antes de que nosotros mismos nos demos cuenta. América latina existe. Un mismo idioma, una misma cultura y un mismo cáncer que nos carcome. Afinidad, dice ella, la misma carga histórica llena de revoluciones e independencias que no han salido del todo bien. 

Antes de que fuera un tema comercial capaz de acaparar los puestos de revistas con promociones de “Historias del narco” a tan sólo setenta pesos, mujeres como Restrepo ya habían encontrado camino en esta clase de literatura, pero de una forma mucho más elegante. Mirar a su país como algo que todavía puede cambiar. Su carrera, y en muchos términos su vida, se complementa con periodismo. Periodismo auténtico, de aquel en el que se investiga en serio antes de emitir alguna opinión. Entonces tenemos obras frescas, al alcance del público, con toda la gama de coloquialismos que puede ofrecer Colombia, pero sin falsear y sin dudar ni un momento. Su uso del lenguaje, ya sea en novelas o en entrevistas, es siempre lo bastante sencillo para ser bueno, y también viceversa. Usando el humor sin llegar a la burla, sin romper la seriedad del tema pero tampoco dándole una solemnidad que no merece. Es raro seguir encontrando escritores a quienes les importe lo que hacen y no sólo la fama que les da. Más raro aún encontrar una mujer escritora que no esté encaramada en el feminismo sólo porque le brinda la oportunidad de ser notada. En pocas palabras, es un lujo poder dar con una escritora lo suficientemente sobria como para seguir reconociendo el papel primordial del escritor, aquel donde todavía se cree poder hacer algo por que al final de cuentas las palabras son capaces de conseguirlo todo.

No reviste la caída de un partido con la tragedia de una muerte. Nadie ha fracasado aún. No encubre los errores del marxismo sólo por defender el orgullo. Sencillamente ve por aquellos que deben pagar los platos rotos de una guerra que no empezaron ni sustentaron, lo ve todo sin falsas esperanzas, pero tampoco con negros vaticinios.

"Mírennos como un espejo de lo que puede llegar a pasar; mírennos como un espejo de lo que todavía están a tiempo de cambiar." 

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