jueves, 8 de noviembre de 2012

La pesca de salmón en Yemen



·  Salmon Fishing in the Yemen
·  Paul Torday [U.K.]
·  Primera edición: 2007
·  Novela

Este año ha sido muy parecido al pasado, que fue a su vez muy similar al anterior. Si en alguna ocasión echo en falta un poco más de pasión o entusiasmo en nuestra vida, suelo achacarlo a no seguir las pautas dietéticas que las personas de mi grupo sanguíneo (A) deben seguir: no consumir demasiada carne […] No lo sé muy bien. ¿Estoy aburrido, quizá? Imposible.

La primera vez que oí sobre este libro fue en clase de inglés; mi profesora lo recomendó. No suena muy extraño, pero dejen que lo matice. Mi profesora de inglés y cultura de las islas británicas en ese tiempo era una viejecita a quien le calculo no menos de 75 años, cuyas manos tiemblan mientras sostiene los papeles. Cualquier persona con un compromiso lo suficientemente grande con la literatura para seguir dando clases a esa edad, claramente cuenta con un criterio de respetarse. La recomendó con una sonrisa en la cara, puesto que “está compuesta enteramente de e-mails”. La idea sonaba ingeniosa, así que la anoté en mi cuaderno. Poco después, Editorial Quinteto sacó una traducción al español bastante económica (probablemente impulsados por la versión en cine), y eso decidió todo. ¿Estoy de acuerdo con la sonrisa de mi maestra? Sí y no.

Para empezar, la novela no está completamente compuesta de e-mails. En realidad éstos son una parte pequeña, ya que son intercalados con artículos de la supuesta prensa, y escritos personales de los personajes, entre otros tipos de testimonio escrito. Aun así, debo decir que la idea me atrae mucho. Es un juego interesante, puesto que parecería no haber un narrador, sino que uno mismo va descubriendo la historia abriendo ciertos cajones y archivos de papeles clasificados por el gobierno. Porque no dejen que el título los engañe, La pesca del Salmón en Yemen no es un libro de completa broma —es más bien una sátira del gobierno británico mezclada con una historia de amor/desamor un tanto sencilla. Y hay peces; eso le da un punto positivo. Sin embargo, el sabor que me dejó es el de algo incompleto. Una gran intención con resultados un poco dudosos.

Mis compatriotas se alinearán en las riberas, codo con codo, y pescarán salmones. Y su manera de ser cambiará también. Experimentarán el hechizo de este pez plateado y el irresistible amor que tanto usted, doctor Alfred, como yo sentimos por el salmón y por el río en que habita. Y así, cuando la conversación derive hacia lo que dijo tal o cual tribu, o que si los israelíes y los americanos, y la cosa suba de tono, alguien dirá “Levantémonos y vayamos a pescar.”

Alfred Jones es un aburrido científico piscicultor, que normalmente se toma las cosas muy en serio. El Dr. Jones tiene una reputación que sostener, y una esposa horrible a quien mantener relativamente contenta, así que no está para bromas. Es por eso que cuando una extraña compañía inmobiliaria le ofrece participar en el proyecto Salmón en Yemen a nombre de su lugar de trabajo (que no es otro que la división de ciencias del gobierno británico), él se apresura a decir “no, gracias” y soltar alguna carcajada. Pero resulta que no puede deshacerse del proyecto tan fácil: hay fuertes intereses económicos y políticos detrás de él —especialmente después de que el mismísimo primer ministro de la isla se entera, y decide que financiar la absurda pesca le traería grandes dividendos en su imagen como hombre de estado. Además, el Dr. Jones enfrenta circunstancias personales que lo llevan a creer cada vez con más fervor en el proyecto —la personalidad magnética del hombre que concibió la idea, su orgullo científico herido por los insultos de su esposa, y la compañía de una bella asistente que le asistirá en el trabajo.

Esa es la historia, y si les atrae por sí sola ya pueden anotar el título del libro para buscarlo en las tiendas, porque les aseguro que en ningún momento se pone aburrida, a pesar de sus tintes políticos. El pecado que sí comete, y de forma recurrente, es el de la inverosimilitud. No estoy hablando de la premisa arriba descrita, ya que los jeques árabes son personas excéntricas y los políticos europeos tienen la suficiente vanidad como para hacer la situación creíble. Me refiero más bien a la forma en que la novela está escrita. Como les dije, el texto se compone sólo del testimonio escrito que los personajes involucrados (y quienes los observaron) pudieron dejar sobre papel o en archivo electrónico. El gran problema es que Paul Torday parece no confiar demasiado en la inteligencia del lector en algunos puntos, y termina produciendo escritos totalmente exagerados en la cantidad de información que proveen. Por ejemplo, el Dr. Jones es cuestionado por la policía acerca de su relación con un ministro. En vez de responder “era un conocido” o “nunca me cayó bien, era un arrogante” como lo haría cualquiera, Jones relata una semana entera que pasó en compañía del referido. Incluye diálogo recordado a la perfección y digresiones sobre cómo se sentía emocionalmente esos días. Nadie habla así en un interrogatorio policiaco, y todos lo sabemos. Cosas como estas terminan por hacer que la fachada del libro decaiga con rapidez.

Aun así, me gusta el mensaje final de la novela; aunque sea muy cursi. Primero que nada, es encomiable ver a un europeo haciendo un retrato tan positivo de un hombre árabe; resulta refrescante. Pero no se queda allí, sino que usa a ese personaje para soltar sentencias sobre el amor al prójimo, y bueno, son sentencias que todos hemos oído mil veces, pero dentro de la anécdota suenan entonadas. Y es que algunos clichés terminan por ser absolutamente ciertos, allí, en el fondo. Todos necesitamos algo en qué creer, algo que le dé sentido a nuestra vida, algo por lo que nuestra patria y el mundo entero nos recuerden —aunque sea una cosa absurda, imposible y hasta, por momentos, soberanamente estúpida.

“Le enseñé a dar el primer paso: aprender a creer en el hecho de creer. Un día usted dará el segundo paso y descubrirá qué es en lo que cree.”
Suelto los juveniles en el arroyo cascajoso y poco profundo, y le digo: “¿Cómo lo sabré?”
La respuesta, más tenue que el murmullo de los riachuelos sobre el lecho de piedras, es: “Lo sabrá.”

Quinteto: $62
Salamandra: $300-360 (no tiren su dinero allí)
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-Porrúa
-El Péndulo 

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