martes, 20 de noviembre de 2012

La vida es sueño

  • Pedro Calderón de la Barca [España]
  • Estreno: 1635
  • Teatro barroco 
Nota: por motivos de "tengo que hacer tarea" les dejo el ensayo que escribí sobre esta obra para mi clase de Literatura. Disculpen la formalidad. 

ROSAURA: Hipogrifo violento
que corriste parejas con el viento,
¿dónde, rayo sin llama,
pájaro sin matiz, pez sin escama, 

 y bruto sin instinto natural, 
             al confuso laberinto de esas desnudas peña,
            te desbocas, te arrastras y despeñas? [...]


El teatro del Barroco español, firme por la gran importancia social que mantuvo como medio de entretenimiento, resulta ser la perfecta representación de la estética y el imaginario del siglo XVII. Sin importa que fuese popular o cortesano, la admirable construcción de realidades imaginarias realizada en la mayoría de las obras[1], junto con el amplio repertorio de cambiantes personajes, la fugacidad de sus temas y el solemne ­­–y a la vez doble– discurso que brindaba cada espectáculo, plasman con profundidad el conflictivo y contradictorio mundo del hombre –tanto en su parte espiritual como en su parte humana. Sus personajes no son ya simples y llanos hombres en busca de divertir, sino vacilantes peones en una lucha constante donde su voluntad parece ir en contra de su destino. Es, sin más, la puesta en escena del conflicto interior en el alma del hombre.

¿Qué mejor obra para hablar de este conflicto que La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca? Desde el título mismo nos sabemos en presencia de una de las grandes cuestiones barrocas: el sueño. El sueño, perteneciente al campo semántico de la fugacidad –junto con la vida, el amor y la belleza–, y la fugacidad, que pareciera ser una preocupación y, a su vez, un deleite. La preocupación de lo efímero que es nuestro transitar por este mundo y de lo rápido que seremos olvidados, y el deleite de tener semejante carga emocional encima para provocar el desencanto. ¿Qué hacer hoy si mañana puedo ser polvo? Temas tan particulares comienzan a residir en almas especialmente sensibles y esta alma especialmente sensible resulta ser la del artista. En este concreto caso es Calderón de la Barca quien lleva la cuestión a escena, la cuestión del sueño, sí, pero también del libre albedrío y la libertad. Temas decisivos en toda época[2] donde los modelos de educación, el poder y la justicia son siempre cuestiones escabrosas y que son desarrollados por el autor a lo largo de tres jornadas. 

SEGISMUNDO: Pues en eso,
            ¿qué tengo que agradecerte?
               Tirano de mi albedrío,
            si viejo y caduco estás,
            ¿muriéndote, qué me das?
            ¿Dasme más de lo que es mío?
               Mi padre eres y mi rey;
            luego toda esta grandeza
            me da la naturaleza
            por derechos de su ley. [...]

La primera escena nos adelanta la violencia de los hechos. Un caballo desbocado decide volverse “pez sin escama y bruto sin instinto natural”, saltando de un barranco, arrancando su vida por su propia pezuña y dejando a Rosaura a su suerte, la cual nunca le ha sido muy grata. El discurso de la infeliz criatura se llena de profundidad y complejidad, propios del arte barroco: abundancia de metáforas, referencias mitológicas, imágenes hiperbólicas y, sobre todo, el violento paisaje aludido, tan diferente de aquel paisaje bucólico renacentista. Violento como el deseo de Rosaura de vengar su deshonra y como el dolo de Segismundo por verse privado de su libertad. Ella, en lo alto del monte, contemplando el abismo donde descansa la torre que atrapa al hijo de Basilio, único heredero de Polonia cuyo hado dictó como un tirano.  Como un descenso al infierno, así es como Rosaura, en sus vestiduras de hombre, se presenta por primera vez ante Segismundo. Toda la escena recuerda, más que un sueño, a una pesadilla, donde dos fuerzas se encontraran por vez primera en el corazón mismo de la tragedia: la torre maldita donde el príncipe destronado no consigue más compañía que la de Clotaldo.

Ahora bien, este primer encuentro tendrá repercusión a lo largo de toda la obra, ya que desde el inicio todo se nos presenta como un juego de engaños. Las tinieblas que rodean la torre, el disfraz de Rosaura, las penurias de Segismundo, ¿cómo discernir entre realidad y sueño? ¿Cómo saber que aquel hombre ataviado de bestia no es sólo su propia fantasía? El primer monólogo de Segismundo nos ayuda a tener nociones básicas de su personalidad, anunciándose desde este momento su carácter impulsivo y violento, ya que jura muerte hacia Rosaura y compañía. Pero este instinto violento es muestra de su disposición para luchar contra un destino que no ha sido forjado por él sino por su padre, a quien la “ciencia” de los astros ha sesgado el amor natural que debiera sentir por su hijo. La estructura paralela utilizada en el monólogo rebela lo mísero de su condición al compararse con seres de rango mucho menor en toda escala: “Nace el pez, que no respira, / aborto de ovas y lamas, / y apenas bajel de escamas / sobre las ondas se mira […] ¿y yo, con más albedrío, / tengo menos libertad?”. Junto con estos paralelismos también encontramos una serie de paradojas propias del barroco llama la torre en la que vive encerrado “cuna y sepulcro” y a sí mismo “esqueleto vivo”, “animado muerto”, “monstruo humano”. 

Siguiendo el curso de sus palabras no nos resultará extraña su primera y desastrosa incursión al mundo. No es sólo son sus pasiones mal contenidas las que desatan al tirano que las estrellas ya habían pronosticado, sino el efecto de la droga que lo ha puesto a dormir y su abrupto despertar en un lugar extraño donde se le dice hijo de un rey. Aquí el papel del sueño repercute en todos sus comportamientos. Sus sentidos están desorientados y viéndose por fin liberado, Segismundo asesina a un criado, trata de violar a Rosaura y jura venganza contra su padre; el único seguro que tienen Basilio y Clotaldo es el de devolverlo a su torre, ya que el joven cree despertar de una terrible pesadilla y aquellos otros le prometen que tan rico palacio no es obra más que de un sueño dulce que terminará pronto por sus impertinencias. Y así lo hace. Segismundo vuelve a su torre de donde parece no volverá a salir, pero su tono ha cambiado. Los fugaces placeres de aquel que parecía su sueño no se borran de su mente y su miseria aumenta tanto que no parece posible que pueda recuperarse de un golpe de gracia semejante. La ilusión lo ha vuelto un sabio, ha sido desterrado del paraíso para volver a sus cadenas; su cólera se apaga ante la vergüenza de haber perdido tan fugaz momento. La experiencia le ha enseñado que “le hombre sueña lo que es, hasta despertar”. Pero su mayor conflicto es no saber cuando ha soñado y cuando ha estado despierto, por lo que el arrepentimiento bien podría ser vano por haber sólo soñado ser rey. Ha sido la fiera su guía durante el palacio y es ahora el hombre quien reflexiona acerca de tan absurdo espejismo: cenizas, muerte, ilusión, sombra, ficción, son estas palabras clave de la desengañada visión del mundo que campea en este movimiento artístico. 

Entonces el príncipe no puede hacer más que debatirse con lo que recuerda, la duda de no saber que es lo que vive y que lo que sueña acabará por transformarlo.No deja que sus pasiones dominen de nuevo su rumbo. El temor a volver a ser despertado, o de volver a dormir, lo mantienen alerta en su comportamiento. En contraste, vemos a Rosaura, que corre a luchar junto con Segismundo sólo por la promesa de venganza. Pero el temor al sueño, a la ilusión, a lo fugaz dominan finalmente los actos de Segismundo. La última reflexión de la obra se siembra en base a esta calma de aquel supuesto a ser una bestia. Así, La vida es sueño funciona, en su integridad, como una suma de los múltiples aspectos de la estética barroca. Plagada de un sentimiento de desengaño y confusión, mismos que son tomados con violencia y amargura, con la presencia en una fuerte crisis espiritual donde el libre albedrío y el destino parecen chocar. Un escenario donde la felicidad del hombre parece negada y donde todo es un engaño, no puede confiar en ninguno de sus sentidos ya que todos pueden ser manipulados en su sueño, lejos de su realidad, o viceversa.


...Yo sueño que estoy aquí
            de estas prisiones cargado,
            y soñé que en otro estado
            más lisonjero me vi.
            ¿Qué es la vida?  Un frenesí.
            ¿Qué es la vida?  Una ilusión,
            una sombra, una ficción,
            y el mayor bien es pequeño;
            que toda la vida es sueño,
            y los sueños, sueños son.

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[1] E, incluso, el fin último de todas ellas 
[2] Lo cual parece ser una contradicción, o bien una particularidad casi cómica, del Barroco. Siendo que su estética reside en lo fugaz, sus obras han sobrevivido el paso del tiempo, siendo útiles para todo momento, volviéndose inmortales y mostrando lo poco que pueden cambiar las cosas.
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Múltiples precios, múltiples ediciones.
El  texto es del dominio público y lo encuentran aquí.

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