domingo, 10 de febrero de 2013

El gran Gatsby



    • The Great Gatsby
    • F. Scott Fitzgerald [EU]
    • Primera edición: 1926
    • Novela

    Era una de esas raras sonrisas con un toque de eterno alivio en ellas, que sólo se encuentran cuatro o cinco veces en la vida. Veía —o parecía ver— el mundo entero en un instante, para luego concentrarte en ti con un irresistible prejuicio a tu favor. Te entendía justo hasta donde querías ser entendido, creía en ti como te gustaría creer en ti mismo y te aseguraba que tenía de ti la impresión que, en el mejor de los casos, desearías proyectar. Y justo entonces desapareció…


    Sí, me parece que es momento de meterse con un grande. El momento justo. Como todos saben, ya viene la película de El gran Gatsby, y con ella en el panorama quizá estos sean los últimos meses en mucho tiempo que tengan para leer el libro sin imaginar a DiCaprio y compañía como los personajes. Aprovéchenlos. No digo que el casting de la película esté mal hecho, pero siempre será mejor formar la imagen por uno mismo, además de que la materia prima en tal caso serán las palabras de Fitzgerald sin filtro ni interpretación de un director de cine. Esto es importante, porque la novela se ha definido como el mejor retrato de los años 20 —años que Fitzgerald vivió en persona y con toda intensidad. Durante la primera fiesta de Gatsby que vemos en el libro, el narrador nos dice que hay que estar allí, presentes, bebiendo, bailando, charlando, para que de pronto toda la banalidad de la escena se transforme en algo bello y trascendental. Es claro que no podemos estar allí, pero las impecables líneas del autor son lo más cerca que jamás estaremos.
     
    He de decirles que soy un fanático irredento de las listas. Me gusta juntar datos, ordenarlos, reordenarlos y jerarquizarlos una y otra vez. Y me gusta leer listas, claro. Cuando uno busca listas sobre las mejores novelas escritas en lengua inglesa, o más específicamente, en Estados Unidos, normalmente la competencia se reduce a menos de cinco contendientes. Moby Dick, Las uvas de la ira, El sonido y la furia, El arcoíris de la gravedad… y El gran Gatsby. Pero todas menos Gatsby y El sonido y la furia son asuntos interminables, mastodónticos, que abarcan desde las 500 a las 1000 páginas. Y la otra sobreviviente, obra de William Faulkner, no es precisamente fácil de leer. Hemingway acusaba a su autor de usar palabras de diez dólares cuando hay una de cinco centavos que bastaría y sonaría mejor. Eso ya es cuestión de gustos, pero lo innegable es que Gatsby es, de todas las Grandes Novelas Americanas, la más accesible, modesta, y simplemente bella. No hay ballenas metafísicas ni armas nucleares ni trozos densos y filosóficos que puedan espantar a lectores que no crean estar hechos para la literatura fuerte. Sólo hay hombres y mujeres lidiando con la hipocresía de sus presentes y tratando de recuperar un pasado imposible.


    ‘Desperté con un sentimiento de total abandono y le pregunté a la enfermera de inmediato si había sido niño o niña. Me dijo que era una niña, así que volteé la cabeza al otro lado y lloré. ”Está bien”, me dije, “me alegra que sea una niña. Y espero que sea una tonta — eso es lo mejor que una niña puede ser en este mundo, una hermosa tontita”.

    Nick Carraway es un tipo realista, centrado, honesto, pero con esos sueños económicos que todo americano tiene. Del seco oeste viene a NY buscando fortuna, y se instala en una isla frente a la costa. El vecino, Gatsby, es un millonario esquivo que da fiestas inacabables, caóticas, cada fin de semana, además de pasar algunos minutos nocturnos mirando hacia la luz verde que hay en el puerto del otro lado del agua. Allá, en la isla de enfrente vive una pareja de viejos amigos de Carraway, gente peculiar y adinerada con la que él espera reconectar. Por azares del destino, resultan ser precisamente la gente que Gatsby buscaba. Y Nick, por consiguiente, se convierte en el puente perfecto entre ellos; el camino que Gatsby usará para llegar a donde busca; tratar de recuperar lo perdido.
     
    Como siempre en las grandes novelas, todo es más complicado que eso. Jay Gatsby es un personaje Trágico con mayúscula, del modo que el mismo Sófocles solía escribirlos. Es un hombre encantador, con fortuna y lo que parecerían ser millones de amigos —pero está solo. Y al buscar escapar a esa soledad, que sólo tiene una puerta de salida, se arma un intrincado plan que lo lleva por caminos dudosos legal y moralmente. No creo que haya alguien que salga de la lectura pensando que Gatsby es un villano, y sin embargo queda muy claro que violó al menos dos leyes y cinco convenciones sociales en busca de su objetivo. Quizá por eso la novela habla tanto de la identidad nacional norteamericana: Carraway tiene sueños discretos y los persigue así, discretamente, pero Gatsby tiene sueños enormes, casi inalcanzables, y aun así pelea por ellos con todo lo que tiene, sin importar nada en el camino, como un verdadero self-made man, lo que todo estadounidense desea ser. Especialmente uno viviente en los Años Locos, con el dinero ascendiente revoloteando a todo lo que daba, con la música de jazz embriagando, excitando las emociones en remolinos de arte, y el cine haciendo a todos soñar con un mundo nuevo.

    Pero esto es más que un libro que debe leerse porque sea una Great American Novel, o porque aparezca en las listas que a mí tanto me gusta consultar. Ni siquiera hay que leerlo por haber visto al personaje de Fitzgerald en Midnight in Paris o porque ya venga la versión cinematográfica de la que les hablé.  Hay que hacer una lectura desde el corazón. Hay quienes leen este libro como asignatura escolar, y usan sólo la cabeza, terminando así decepcionados. Pero El gran Gatsby no tiene el hálito de la gran literatura porque se necesite de un genio o de cien horas libres para comprenderla. Tiene el hálito de una novela más bien abierta a todos, tremendamente legible, y que habla del amor y el pasado universales todavía más de lo que retrata la llamada Era del Jazz.

    A veces nuestros sueños llegan en momentos inoportunos. A veces no somos lo suficientemente fuertes para lograr aferrarnos a ellos. A veces se van. Pero estos sueños nos definen, estén o no allí, sean o no posibles, y el seguir nadando contra la corriente en pos de ellos es tal vez parte de lo que nos hace humanos. Ese poder de ver una luz verde del otro lado del agua y pensar Llegaré. Llegaré. Llegaré.

    Gatsby creía en la luz verde. En el futuro idílico que año con año retrocede ante nosotros. Nos eludió entonces, pero no importa —mañana correremos más rápido, estiraremos más los brazos… y entonces, una bella mañana—
    Y así seguimos, botes contra la corriente, empujados sin tregua hacia el pasado.

     Múltiples ediciones, múltiples precios.
    Gandhi vende dos ediciones en inglés muy económicas: Wordsworth editions y Transatlantic Press, ambas por debajo de los $90. Las traducciones son más caras, pero no prohibitivas a menos que sea la de Anagrama. Las hay de Alfaguara y DeBolsillo, si no me equivoco, además de muchísimas en librerías de viejo.

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