- The Great Gatsby
- F. Scott Fitzgerald [EU]
- Primera edición: 1926
- Novela
Era
una de esas raras sonrisas con un toque de eterno alivio en ellas, que sólo se
encuentran cuatro o cinco veces en la vida. Veía —o parecía ver— el mundo
entero en un instante, para luego concentrarte en ti con un irresistible
prejuicio a tu favor. Te entendía justo hasta donde querías ser entendido,
creía en ti como te gustaría creer en ti mismo y te aseguraba que tenía de ti
la impresión que, en el mejor de los casos, desearías proyectar. Y justo
entonces desapareció…
Sí,
me parece que es momento de meterse con un grande. El momento justo. Como todos
saben, ya viene la película de El gran
Gatsby, y con ella en el panorama quizá estos sean los últimos meses en
mucho tiempo que tengan para leer el libro sin imaginar a DiCaprio y compañía como
los personajes. Aprovéchenlos. No digo que el casting de la película esté mal
hecho, pero siempre será mejor formar la imagen por uno mismo, además de que la
materia prima en tal caso serán las palabras de Fitzgerald sin filtro ni
interpretación de un director de cine. Esto es importante, porque la novela se
ha definido como el mejor retrato de los años 20 —años que Fitzgerald vivió en
persona y con toda intensidad. Durante la primera fiesta de Gatsby que vemos en
el libro, el narrador nos dice que hay que estar allí, presentes, bebiendo,
bailando, charlando, para que de pronto toda la banalidad de la escena se
transforme en algo bello y trascendental. Es claro que no podemos estar allí,
pero las impecables líneas del autor son lo más cerca que jamás estaremos.
He de decirles que soy un fanático
irredento de las listas. Me gusta juntar datos, ordenarlos, reordenarlos y
jerarquizarlos una y otra vez. Y me gusta leer listas, claro. Cuando uno busca
listas sobre las mejores novelas escritas en lengua inglesa, o más
específicamente, en Estados Unidos, normalmente la competencia se reduce a
menos de cinco contendientes. Moby Dick,
Las uvas de la ira, El sonido y la furia, El arcoíris de la gravedad… y El gran
Gatsby. Pero todas menos Gatsby y
El sonido y la furia son asuntos
interminables, mastodónticos, que abarcan desde las 500 a las 1000 páginas. Y
la otra sobreviviente, obra de William Faulkner, no es precisamente fácil de
leer. Hemingway acusaba a su autor de usar palabras de diez dólares cuando hay
una de cinco centavos que bastaría y sonaría mejor. Eso ya es cuestión de
gustos, pero lo innegable es que Gatsby
es, de todas las Grandes Novelas Americanas, la más accesible, modesta, y
simplemente bella. No hay ballenas metafísicas ni armas nucleares ni trozos
densos y filosóficos que puedan espantar a lectores que no crean estar hechos
para la literatura fuerte. Sólo hay hombres y mujeres lidiando con la
hipocresía de sus presentes y tratando de recuperar un pasado imposible.
‘Desperté
con un sentimiento de total abandono y le pregunté a la enfermera de inmediato
si había sido niño o niña. Me dijo que era una niña, así que volteé la cabeza al
otro lado y lloré. ”Está bien”, me dije, “me alegra que sea una niña. Y espero
que sea una tonta — eso es lo mejor que una niña puede ser en este mundo, una
hermosa tontita”.
Nick Carraway es un tipo realista,
centrado, honesto, pero con esos sueños económicos que todo americano tiene.
Del seco oeste viene a NY buscando fortuna, y se instala en una isla frente a
la costa. El vecino, Gatsby, es un millonario esquivo que da fiestas
inacabables, caóticas, cada fin de semana, además de pasar algunos minutos
nocturnos mirando hacia la luz verde que hay en el puerto del otro lado del
agua. Allá, en la isla de enfrente vive una pareja de viejos amigos de
Carraway, gente peculiar y adinerada con la que él espera reconectar. Por
azares del destino, resultan ser precisamente la gente que Gatsby buscaba. Y Nick,
por consiguiente, se convierte en el puente perfecto entre ellos; el camino que
Gatsby usará para llegar a donde busca; tratar de recuperar lo perdido.
Como siempre en las grandes novelas,
todo es más complicado que eso. Jay Gatsby es un personaje Trágico con mayúscula,
del modo que el mismo Sófocles solía escribirlos. Es un hombre encantador, con
fortuna y lo que parecerían ser millones de amigos —pero está solo. Y al buscar
escapar a esa soledad, que sólo tiene una puerta de salida, se arma un
intrincado plan que lo lleva por caminos dudosos legal y moralmente. No creo
que haya alguien que salga de la lectura pensando que Gatsby es un villano, y
sin embargo queda muy claro que violó al menos dos leyes y cinco convenciones
sociales en busca de su objetivo. Quizá por eso la novela habla tanto de
la identidad nacional norteamericana: Carraway tiene sueños discretos y los
persigue así, discretamente, pero Gatsby tiene sueños enormes, casi
inalcanzables, y aun así pelea por ellos con todo lo que tiene, sin importar
nada en el camino, como un verdadero self-made
man, lo que todo estadounidense desea ser. Especialmente uno viviente en
los Años Locos, con el dinero ascendiente revoloteando a todo lo que daba, con
la música de jazz embriagando, excitando las emociones en remolinos de arte, y
el cine haciendo a todos soñar con un mundo nuevo.
Pero esto es más que un libro que
debe leerse porque sea una Great American
Novel, o porque aparezca en las listas que a mí tanto me gusta consultar.
Ni siquiera hay que leerlo por haber visto al personaje de Fitzgerald en Midnight in Paris o porque ya venga la
versión cinematográfica de la que les hablé.
Hay que hacer una lectura desde el corazón. Hay quienes leen este libro
como asignatura escolar, y usan sólo la cabeza, terminando así decepcionados.
Pero El gran Gatsby no tiene el
hálito de la gran literatura porque se necesite de un genio o de cien horas
libres para comprenderla. Tiene el hálito de una novela más bien abierta a
todos, tremendamente legible, y que habla del amor y el pasado universales
todavía más de lo que retrata la llamada Era del Jazz.
A veces nuestros sueños llegan en
momentos inoportunos. A veces no somos lo suficientemente fuertes para lograr
aferrarnos a ellos. A veces se van. Pero estos sueños nos definen, estén o no
allí, sean o no posibles, y el seguir nadando contra la corriente en pos de
ellos es tal vez parte de lo que nos hace humanos. Ese poder de ver una luz
verde del otro lado del agua y pensar Llegaré.
Llegaré. Llegaré.
Gatsby
creía en la luz verde. En el futuro idílico que año con año retrocede ante
nosotros. Nos eludió entonces, pero no importa —mañana correremos más rápido, estiraremos
más los brazos… y entonces, una bella mañana—
Y
así seguimos, botes contra la corriente, empujados sin tregua hacia el pasado.
Múltiples ediciones, múltiples precios.
Gandhi vende dos ediciones en inglés muy económicas: Wordsworth editions y Transatlantic Press, ambas por debajo de los $90. Las traducciones son más caras, pero no prohibitivas a menos que sea la de Anagrama. Las hay de Alfaguara y DeBolsillo, si no me equivoco, además de muchísimas en librerías de viejo.
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