- Vita Brevis: Floria Aemilias Brev til Auriel Augustin
- Jostein Gaarder [Noruega]
- Primera edición: 1996
- Novela
¡Qué infidelidad, Aurelio! ¡Qué gran traición cometiste al repudiarme! Y tu corazón, rasgado por donde más unido estabas a mí, quedó llagado y manando sangre. Lo mismo sucedió con mi corazón, si acaso a alguien le importa, porque éramos dos almas que fueron separadas violentamente, dos cuerpos, si quieres, o dos almas en un mismo cuerpo. […] La causa era que amabas más a la salvación de tu alma que a mí. ¡Qué tiempos aquellos, honorable obispo, qué costumbres!
No debe ser fácil ser profesor de filosofía. Ni estudiante de ella, ahora que lo considero. Los textos son áridos, salvo excepciones muy honrosas, y encima debes soportar que —tras las horas de estudio necesarias para entender lo que dice Heidegger, Husserl, Foucault, etc.— casi nadie quiera discutir contigo de ello. Debe haber un orgullo intelectual en ello, claro, pero quizá también se transforme en soledad e impotencia al ver que todos estos pensamientos y estructuras, diseñados para esclarecer la vida humana, no son del interés o comprensión de la mayoría de hombres. Imagino que esto termina por convertirse en un gran dolor de muelas para alguien que dedica su vida al estudio filosófico. ¿Cómo no sentir que uno vive en una esfera apartada del mundo práctico? Jostein Gaarder propone una respuesta, que es bastante presocrática en su simplicidad: tomemos a los filósofos, esas figuras intocables y crípticas, y hagámoslos personas de nuevo.
Hay quien dice que la literatura de ficción es acerca de lo que se siente pertenecer a la raza humana. Por lo tanto, insertemos a nuestros filósofos en la ficción. Es por algo que Jesús usaba parábolas: todo se aprende mejor por medio de historias, ya que se vuelve más asequible y cercano. Y lo mejor de todo, ni siquiera necesitan ser historias solemnes; de hecho, en ocasiones lo que se necesita es una buena dosis de chisme de lavadero. Si tomamos la filosofía ya no sólo como el producto de mentes privilegiadas, sino también de momentos vitales particulares, reflejos de la experiencia humana, podremos sentir que pertenecemos al mismo mundo que esas ideas tan elevadas. Y lo que es aún mayor, la actividad filosófica recupera —por virtud de esta fricción directa con la vida— ese cariz de discusión que tiene en origen. Y es que cualquier par de amigos con enfoques contrarios sobre un asunto y un par de horas libres son filósofos en potencia; a veces olvidamos eso. Entonces, Vita Brevis: una novela, sí, pero también y sobre todo una pelea a quince rounds. En la esquina azul, San Agustín de Hipona y la continencia; en la esquina roja, Floria Emilia y el Carpe Diem. Suena la campana.
Hay quien dice que la literatura de ficción es acerca de lo que se siente pertenecer a la raza humana. Por lo tanto, insertemos a nuestros filósofos en la ficción. Es por algo que Jesús usaba parábolas: todo se aprende mejor por medio de historias, ya que se vuelve más asequible y cercano. Y lo mejor de todo, ni siquiera necesitan ser historias solemnes; de hecho, en ocasiones lo que se necesita es una buena dosis de chisme de lavadero. Si tomamos la filosofía ya no sólo como el producto de mentes privilegiadas, sino también de momentos vitales particulares, reflejos de la experiencia humana, podremos sentir que pertenecemos al mismo mundo que esas ideas tan elevadas. Y lo que es aún mayor, la actividad filosófica recupera —por virtud de esta fricción directa con la vida— ese cariz de discusión que tiene en origen. Y es que cualquier par de amigos con enfoques contrarios sobre un asunto y un par de horas libres son filósofos en potencia; a veces olvidamos eso. Entonces, Vita Brevis: una novela, sí, pero también y sobre todo una pelea a quince rounds. En la esquina azul, San Agustín de Hipona y la continencia; en la esquina roja, Floria Emilia y el Carpe Diem. Suena la campana.
La vida es breve, demasiado breve. Y tal vez sólo vivimos aquí y ahora. Si fuera así, espero que no hayas estad dando la espalda a esos días, que al fin y al cabo tienen luz, para adentrarte en un oscuro y sinestro laberinto del pensamiento del que yo no puedo rescatarte. No vivimos eternamente, Aurelio. Eso significa que debemos aprovechar los días que nos son entregados.
Suena trillado, ¿no? Bueno, en realidad, a Agustín de Hipona no podrías habérselo dicho lo suficiente —jamás lo hubiera escuchado. Pero antes veamos la arquitectura del relato, porque es harto interesante para un librito tan corto. Gaarder se inserta dentro del texto, haciendo un juego quijotesco en el que pretende encontrar un manuscrito latino en una librería perdida de Buenos Aires. El manuscrito resulta ser (y aquí el noruego parece alardear un poco de que sabe latín, pero se lo perdono) una copia de una carta rarísima, escrita por la antigua amante de Agustín de Hipona, a quien él abandonó para dedicar su vida a Dios. Lo que se nos presenta como cuerpo principal de la novela es la “traducción” de Gaarder, con ocasionales notas al pie para indicar cuando Floria alude a algún libro específico o usa un vocablo inusual. Lo que tenemos, entonces, es un frontón entre tres: el hombre esencial de la virtud católica, la mujer tentadora y desfachatadamente astuta, y el traductor posmoderno que los filtra a ambos. Esto convierte al texto en una guerra ideológica incitante y deliciosa.
Esta guerra, por supuesto, está cargada a favor de Floria. El hombre del siglo XX o XXI ve la filosofía de Agustín como se ve a un bicho viscoso trepando por la cacerola de guisado. Nos es muy difícil imaginar a un hombre dispuesto a despreciar las pasiones y los impulsos —en especial si estos no son especialmente malignos— para lograr un estado de gracia con la divinidad suprema. Nos parece repulsivo que alguien sacrifique al amor (¿no les dije que éramos hijos de los románticos?) en busca de una vida sosegada y respetable desde todos los puntos. Y el argumento se levanta con convicción: es fácil encontrar en Agustín, o Aurelio, como es llamado aquí, a un hombre inseguro y obsesivo. Pero lo que es mejor, el novelista construye, en Floria, a un personaje que apela a nuestras emociones modernas perfectamente, sin dejar de lado el estilo de escritura que debía distinguir a alguien de tiempos tan arcaicos. Aún por medio de filosofía, Gaarder crea personajes que nos hacen removernos en nuestro asiento y exclamar cuando se revelan los aspectos más fuertes de sus destinos entrecruzados.
Si son católicos de pura cepa, eviten el libro, a menos que busquen hacer un buen coraje. Por lo demás, me parece que Vita Brevis puede ser leído por cualquiera, y en ello recae su mayor mérito. Las Confesiones de Agustín, enfrentémoslo, no son un bestseller ni están escritas en la prosa más bella del mundo. Los estudios e interpretaciones posteriores, como suele pasar, son todavía más enredados. Lo mejor para nosotros, simples mortales (y asumir la mortalidad es parte inseparable de este libro), es enfrentarnos a estas ideas —que podrían parecer inalcanzables para nosotros hoy día— por medio de esta ficción. Vita Brevis no me parece el ejercicio más brillante de Gaarder, pues tiene algunos pasajes repetitivos, por ejemplo, pero sí es uno de los más encomiables. ¿O es que hay algo más noble, más elevado, que tomar a aquellos que el tiempo a convertido en estatua y devolverles su condición de hombres? Quizá Agustín no estaría de acuerdo, pero eso, como siempre, se puede discutir. Para eso está el espíritu humano, el espíritu de la filosofía.
Esta guerra, por supuesto, está cargada a favor de Floria. El hombre del siglo XX o XXI ve la filosofía de Agustín como se ve a un bicho viscoso trepando por la cacerola de guisado. Nos es muy difícil imaginar a un hombre dispuesto a despreciar las pasiones y los impulsos —en especial si estos no son especialmente malignos— para lograr un estado de gracia con la divinidad suprema. Nos parece repulsivo que alguien sacrifique al amor (¿no les dije que éramos hijos de los románticos?) en busca de una vida sosegada y respetable desde todos los puntos. Y el argumento se levanta con convicción: es fácil encontrar en Agustín, o Aurelio, como es llamado aquí, a un hombre inseguro y obsesivo. Pero lo que es mejor, el novelista construye, en Floria, a un personaje que apela a nuestras emociones modernas perfectamente, sin dejar de lado el estilo de escritura que debía distinguir a alguien de tiempos tan arcaicos. Aún por medio de filosofía, Gaarder crea personajes que nos hacen removernos en nuestro asiento y exclamar cuando se revelan los aspectos más fuertes de sus destinos entrecruzados.
Si son católicos de pura cepa, eviten el libro, a menos que busquen hacer un buen coraje. Por lo demás, me parece que Vita Brevis puede ser leído por cualquiera, y en ello recae su mayor mérito. Las Confesiones de Agustín, enfrentémoslo, no son un bestseller ni están escritas en la prosa más bella del mundo. Los estudios e interpretaciones posteriores, como suele pasar, son todavía más enredados. Lo mejor para nosotros, simples mortales (y asumir la mortalidad es parte inseparable de este libro), es enfrentarnos a estas ideas —que podrían parecer inalcanzables para nosotros hoy día— por medio de esta ficción. Vita Brevis no me parece el ejercicio más brillante de Gaarder, pues tiene algunos pasajes repetitivos, por ejemplo, pero sí es uno de los más encomiables. ¿O es que hay algo más noble, más elevado, que tomar a aquellos que el tiempo a convertido en estatua y devolverles su condición de hombres? Quizá Agustín no estaría de acuerdo, pero eso, como siempre, se puede discutir. Para eso está el espíritu humano, el espíritu de la filosofía.
Tal vez no exista ningún Dios que negocie con nuestras pobres almas. Tal vez exista un Dios cariñoso que nos ha creado el mundo para que vivamos en él. Ay, Aurelio, si estuvieras tumbado ahí fuera bajo la higuera, con uno de sus frutos en la mano, yo acudiría a besar tu frente cansada. […] Quizá lo único capaz de salvarte sea un abrazo mío. ¿Por qué habrá tanta distancia entre Cartago e Hipona Regia?
Siruela: $275
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-Porrúa
-FCE
El Péndulo
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