domingo, 3 de marzo de 2013

Escritor del mes: Mario Benedetti


Acá hay tres clases de gente: la que se mata trabajando, las que deberían trabajar y las que tendrían que matarse.

[Paso de los Toros, 1920 - Montevideo, 2009] Por si una curiosidad nada razonable los trajo aquí, el nombre completo de este hombre es: Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farugia. (Por cualquier cosa, me deslindo de la información de internet). Su nombre se puede reducir a Benedetti y con eso extenderse por páginas sobre una vida considerablemente atareada. No quiero transcribirles aquí lo que bien encontrarían en Wikipedia, por lo que me iré a datos un poco más concisos. Perteneció a la Generación del 45 (el cual fue determinante en el desarrollo cultural uruguayo), fue Director del Departamento de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Humanidades y Director del Centro de Investigación Literaria en La Habana (cuando estuvo exiliado). Entre sus múltiples afanes de encuentran, además del de poeta, novelista, dramaturgo, cuentista y crítico de cine. Hacia 1973, tras el Golpe de Estado en Uruguay, se decide por el exilio, dejando a su familia por un período de diez años. Residió en Perú, Cuba y España, hasta que finalmente pudo regresar en 1983. 

La obra de Benedetti se puede dividir en dos etapas, ambas cuentan mucho de su vida. La primera, la militante, abarca mucho de la burocracia social y movimientos izquierdistas que buscaban mejores en el nivel de vida. Aquí se encuentran poemarios como Poemas de la oficina (1956) y Montevideanos (1959), ambos como un retrato social bastante amargo; pero dicha amargura está más presente en El país de la cola de paja (1960). En cuanto a sus novelas, en este primer periodo se encuentra una de las más famosas, La Tregua (1960) y Gracias por el Fuego (1965). La segunda se determina por el exilio y el regreso. Experiencias en la Habana, la extrañeza de la lejanía y la añoranza de su país. Aquí destacan El cumpleaños de Juan Ángel (1971), Pedro y el capitán (1979), Vientos del exilio (1982) y Geografías (1984). Sus memorias sobre el exilio se pueden leer en Primavera con una esquina rota (1982), más que la memoria de la lejanía, el miedo al regreso mismo; también en Andamios (1997).

Un sociólogo norteamericano dijo hace más de treinta años que la propaganda era una formidable vendedora de sueños, pero resulta que yo no quiero que me vendan sueños ajenos, sino sencillamente que se cumplan los míos. 

No hace mucho que murió Benedetti; cuatro años se van a cumplir. Recuerdo cuando recibí la noticia, lo escuche por la televisión que se encontraba en el cuarto contiguo al mío. Recuerdo que sentí algo semejante al vacío, a la derrota, pero, sobre todo, a la desilusión. Recuerdo esa pequeña sacudida en el estómago encargada de hacerte consciente de cierto dolor en cierto momento por ciertas razones. El problema es que las razones no me quedaban del todo claras. Apenas conocía a Benedetti: cuatro poemas, a lo mucho. Ni siquiera sabía que tenía novelas o cuentos; lo conocía como el uruguayo de gran bigote que escribía sin puntuación. Y aun así me sentí terminantemente mal. 

Ahora que puedo escribirlo y pensarlo, con la claridad que sólo el tiempo puede brindar, creo saber lo que pasaba por mi cabeza. La desilusión es ya el recuerdo de un dolor y, como casi todos los recuerdos, puedo explicarlo. Me desilusionaba pensar que no lo conocería jamás. Lo sé, es tonto y muy absurdo, pero de mi parte tiene sentido. Me duele no haber vivido en la época de Tolstoi o de Borges, porque no tuve ni la más mínima oportunidad de conocerlos en persona. Leo sus libros y poemas pensando en las miles de preguntas que pude haberles hecho y que jamás haré. Murió Benedetti y, con ello, mi oportunidad de hacerle preguntas. Ni siquiera un buenos días, nada. Me quedo con la intriga de porque escribía sin puntuación o si él era alguno de los trece hombres que miran. Y me quedo con la ansiedad de que no volverá a publicar nada. Dentro de todo mi trágico panorama, al llegar a la universidad descubrí el desprecio que la academia puede tener por casi cualquier cosa que no tenga teoría de algo. 

A mis profesores no les gusta Benedetti. Tanto en inglesas como en hispánicas se le considera cursi e insulso. Algunos optan por decir que hizo ninguna aportación para su época, y yo no dejo de preguntarme a qué se refieren. Probablemente hablen del lado teórico, de aquellos pesados y caros (caros, caros, caros) libros que nadie quiere leer (y que realmente casi nadie lee) pero que adornan todo librero que se quiera dar a respetar. En teoría no lo conozco, ni quiero hacerlo, pero el lado social y humanitario –eso que, supuestamente, hacen las artes– es asunto diferente. Benedetti es querido, no sólo en Uruguay, sino a nivel Latinoamericano. Es de aquellas joyas que el idioma nos ha regalado. Es también exiliado de las letras universales, al menos en poesía, porque traducirlo es perder la magnífica entonación de sus palabras. Un poema que se estima, así de sencillo. Sus poemas pueden leerse en una sola tarde, sin llegar a ser cansados. Sí, es cursi. Pero no de aquel cursi rosa que el modernismo de esforzó por pintar en cisnes. Son palabras que evocan algo, algo tangible y que logran armonizar. Algo que no siempre se logra y que él dedicó su vida a regalar.

Después de todo, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida

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