sábado, 30 de marzo de 2013

La tregua


·  Mario Benedetti [Urugüay]
·  Primera edición: 1960
·  Novela



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Ella me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que erabien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor. 

Recuerdo que alguna vez —cosa que parecerá ridícula a mis años— escribí sobre un escenario hipotético en el que yo perdía al amor. No perdía a una persona en específico, aunque por supuesto ese era el catalizador, sino que con esa persona se me iba el color de los días futuros, la capacidad de amar otra vez, o tan siquiera de enfrentarme a un amanecer cualquiera con algún resquicio de fuerza o entusiasmo. Era un escrito muy melodramático, pero tremendamente honesto según lo recuerdo. La cosa es que a veces uno encuentra un libro que parece haber partido de una idea, de un momento germinal, idénticos a los que uno tuvo. Son libros que se relacionan con miedos tuyos, ansiedades tuyas, que quizá quisiste poner en un diario o en una carta perdida, pero que ahora ves entre dos pastas, desarrollados con una mano más elegante y pulcra que la tuya. La tregua llegó a mi por recomendación de alguien con una sensibilidad muy afín a la mía, y a quien quiero muchísimo, porque estábamos jugando a hacernos llorar con libros. Nunca lo consideré más tarde, pero creo que ella ganó. 

Dirán, ¿y eso qué les importa a ustedes? Pues bueno. El libro no tocó una fibra tan sensible en mí, o al menos no lo creo así, porque yo sea un romántico empedernido o porque la coincidencia temática entre Benedetti y ese yo pasado fuera increíblemente fuerte e inesperada. De hecho, es una coincidencia apenas, ya que el espacio para el poeta uruguayo a desarrollar tiene mucho más que ver con el crecimiento y la edad que con la juventud exaltada e ignorante de mi escrito aquél. Muchos dicen que Benedetti es cursi: es cierto. Pero no es ignorante, ni ingenuo. No creo que Mario Benedetti sea sólo un viejillo con lumbre ignorante en los ojos, que pasara los días pensando en el poder del amor. Pienso más bien que le intrigaban los momentos, los periodos, en que el alma humana se siente engrandecida por el amor ideal que tanto desea. Ojo, se siente. El mundo real, el cínico, el que tanto se regodean en poblar los críticos del uruguayo, sí está presente. Los personajes de Benedetti tratan de escapar de él y buscar la luz por medio de ideales y palabras lindas, por lo que se les considera cursis. ¿Pero consiguen su escape? ¿Es todo miel sobre hojuelas cuando el poeta y el amor se juntan ante un papel? Creo que por eso me llegó el libro. No es sólo que sea romántico, sino que es romántico y real a la vez. Quizá más real que romántico, a pesar de las palabras bonitas. 

El tiempo se va. A veces pienso que tendría que vivir apurado, que sacarle el máximo partido a estos años que me quedan. Hoy en día, cualquiera puede decirme, después de escudriñar mis arrugas: «Pero si es usted todavía un hombre joven.» Todavía. ¿Cuántos años me quedan de «todavía»? 

Martín Santomé: hombre de mediana edad, pronto a retirarse de la oficina en que sirve como jefe intermedio, viudo con una hija y ente desesperanzado que de pronto se ve de nuevo en el escenario principal de la emoción, enfocado por las luces destelleantes de la pasión amorosa. Se supondría que ya es tarde en su vida para estar pensando en eso, y más para un hombre que ya ha perdido todo una vez, pero el caso es que una chica llega a la oficina. Laura Avellaneda no es muy bonita, ni tampoco excesivamente brillante. Pero es, está, tiene sustancia y encanto. De pronto Santomé se encuentra siguiendole los pasos, y lo que es más sorprendente, ella recibe su acercamiento con gusto —después de una pequeña ayudadita de las circunstancias, de esas pequeñas ayudaditas que aparecen de pronto en la vida de uno disfrazadas de destino cuando en realidad son ajenas a nosotros. Todo parece caer en su lugar, y ellos entablan una relación carnal y amorosa tan tórrida como un hombre tan maduro y de propensiones tan melancólicas puede permitirse. Por momentos cree que es feliz, pero pasa la mayor parte del tiempo cuestionándolo o declarando que este momento de belleza no puede ser eterno. Pero todo parece indicar que sí, que esto es el amor verdadero, y que lo ha encontrado ya en su atardecer. Parece que se queda. 

No hablaré más, puesto que es una novela de giros abruptos, ayudada por su estructura en forma de diario, la cual nos acerca no sólo a la historia sino a la psique tan peculiar del personaje. Martín Santomé no debería ser un romántico; sabe demasiado del mundo para ello. Pero lo es. Avellaneda no debería, con su físico promedio y su sonrisa un poco simpática, ser un objeto de deseo tan irrefrenable para él. Pero lo es. En ocasiones, cuando pasa el tiempo sobre las personas a nuestro alrededor, pensamos que su castidad es un deber ético que le deben al mundo. Pensamos que más allá de cierta edad ya no hay cabida para perder la cabeza por amor. Pero la hay. Y es quizá más dulce, porque al caer en ese amor se busca no un ideal nunca probado, creado de la nada, sino recobrar un paraíso perdido que ya se tuvo alguna vez, y que es por lo tanto más sustancial. Martín Santomé ya no busca a una princesita rosa en su historia de amor, sino a una mujer imperfecta con la cual vivir; y eso dota a estas páginas de una conexión mucho más profunda a la verdad. 

No sé qué más pueda decirles ahora. Que se anden con cuidado, porque el libro muerde cuando no lo esperas. Que vale la pena vivir con ese toque de romanticismo que tiene Santomé y que tiene Benedetti, simplemente porque hace las cosas más trascendentales, elevando así al mundo de lo mundanal. Que la chica que me prestó el libro se ha convertido, ella misma, en mi tregua —aún sin duración definida. Ah, cierto, no he explicado el título. Hay personas que nacen con un corazón suave y un camino de piedra implacable que recorrer. Personas para las que no existe el descanso, ya sea por suerte, destino, malos pasos que nunca vieron en su momento. Pero si hemos de creerle a Benedetti, el ver la vida de un modo sentimental, bajo el velo de un amor encandilado, aunque sea sólo a veces, puede justificar nuestra existencia, enriquecerla para el futuro. El amor puede ser un espacio de paz en el cual nada te toque. Una tregua con los demonios que juegan de arquitectos en el futuro de tu ser. Y puede ser que todo acabe, un día, de pronto; o puede ser que no. Lo importante es cada día cuidarlo. Ser nosotros ante el amor tengamos la edad que tengamos, ni lo ridículos que creamos vernos. No hay generaciones para esto. No hay finales que valgan en el alma. Sólo hay un corazón, universal, latiendo. Y si al final el amor es cruel, al menos fue vivido; y si al final el pozo lo traga todo, al menos la oscuridad llevará el tono inconfundible de otro ser.

En otras palabras, sí, es cursi. Mas espero a quien me diga qué hay de malo en eso. Y díganme si lo siguiente les suena a simple novelita rosa. No lo creo: 

Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que se me concedió una tregua. Al principio me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me dí por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era sólo una tregua. Ahora estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro, mucho más.

Debolsillo: $119
Alfaguara: $199
Alianza: $171
Cátedra: $205
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-Porrúa
-FCE
-El Péndulo

3 comentarios:

  1. identicos (idénticos)
    vez (ves)
    mi (mí)
    afin (afín)
    suvida
    cicunstancias
    con si físico
    pincesita
    rosaen
    daia
    queno
    menosla
    ssimple

    No es mala onda pero me dan menos ganas de leerlos cuando me distraen tantos errores.

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  2. Hola, los errores de palabras juntas y acentos no están en mi manuscrito (bueno, documento) original de Word; deben ser un problema de Blogger. Me disculpo por los demás y lo corregiré a la brevedad; esta reseña fue escrita con prisa y en una máquina que tiene el teclado en alfabeto danés. Gracias por llamarme la atención a ellos, pero no es necesario que me digas cómo decir las cosas, juro que sé deletrear y hay otras 50+ entradas para comprobarlo.

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  3. Ya había escuchado sobre Benedetti, ya había visto muchos posts con sus frases bonitas, desde entonces tuve curiosidad, pero hasta hoy despertó mi interés.

    Muchas gracias.

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