sábado, 13 de abril de 2013

Catedral

  • Cathedral
  • Raymond Carver [U.S.A.]
  • Primera edición: 1983
  • Cuento
⋆⋆⋆⋆½

   
Ahora ese hombre ciego iba a venir a pasar la noche en mi casa.
"Quizá pueda llevarlo a los bolos," le dije a mi esposa. Ella estaba en el escurridor preparando papas al horno. Soltó el cuchillo que estaba usando y se volteó.
"Si me amas," dijo, "harás esto por mí. Si no me amas está bien. Pero si tuvieras un amigo, cualquier amigo, y viniera de visita, yo lo haría sentirse cómodo." Se secó las manos con la toalla.
"Yo no tengo amigos ciegos," dije.


Vienes de buena cepa, buena familia. Una educación protestante, blanca, tradicional. Casa con porche de madera y jardín al frente. Un perro, dos. Mermelada de fresa y pan tostado por las mañanas. A’s y B’s en la escuela. Sonrisas rubias alrededor. Un poco tímido, un poco sarcástico, nada serio. No dentro de un mundo así, que te acepta por completo, que incluso voltea la vista hacia el otro lado ante tus toques de hierba ocasionales. Al fin y al cabo eres un hombre que no le hace daño a nadie. Una linda casa y una linda esposa. Quizá tienes un poco de frío, a veces, y no sabes de dónde viene ese viento extraño que lame tus huesos con soledad. Nada grave. La vida es un camino recto, pavimentado, señalizado, una autopista perfecta, relajada. En ocasiones puedes ver nubes desde el retrovisor, pero las disuelves con el solo poder de voluntad que te da saberte un hombre que ha ganado, relativamente, en el juego de la vida. No tienes por qué cambiar. No tienes por qué ninguna otra persona, ni por qué interesarte en ellas. En tu autopista privada, cierras las ventanillas de tu ser y ves al frente. No puedes ver tu amargura. No puedes verla.

A todos nos gusta pensar que somos buenas personas, y puede ser que algunos de nosotros incluso lleguemos a serlo. Pero es difícil saber. Es muy común ir por la vida sin hacer daño a terceros —daño exterior, tangible— y creer que en ello consiste la bondad. ¿Es verdad? No es por denigrar el hermoso concepto Live and let live, pero si en ello radica la virtud humana entonces ésta suena un tanto pasiva e insustancial.  Y lo que es peor, abre la puerta para que nuestros odios y hedores silenciosos se regodeen. Si alguien parece no hacerle daño a nadie, ¿por eso se le condona el que sienta rencores injustos, emita prejuicios atenazadores, o ría mientras el prójimo se desbarranca? No quiero ser moralino; son preguntas reales. Pregunto porque la línea es delgada. Pregunto porque yo lo hago. Pregunto porque Raymond Carver seguramente lo hacía. Pregunto porque en el alma de este cuento yace algo más que una historia: ¿cómo se ve el mundo cuando uno sale de sí mismo? ¿Es posible cambiar una vida de egoísmo? ¿Es posible, en este mundo a veces tan falto de poesía, llegar a una epifanía en el curso de una noche extraña?


"Tendrás que disculparme," dije. "Pero no puedo decirte cómo se ve una catedral. Simplemente no está en mí. No puedo hacer más de lo que he hecho."
El ciego estaba sentado muy quieto, con la cabeza gacha, mientras me escuchaba.
Dije, "La verdad es que las catedrales no significan nada especial para mí. Nada. Catedrales. Son algo que ver en la TV de madrugada. Es todo lo que son."

Como en casi todos los cuentos de Carver, tenemos a un narrador masculino con un caso preocupantemente común de egoísmo y desapego. Es posible pensar que las catedrales no significan anda para el en parte porque eran trabajos colectivos y devocionales —mientras que él es individualista y escéptico. Su esposa ha mantenido una amistad a distancia con un hombre ciego desde antes de conocerlo, y ahora, debido a circunstancias oscuras, el ciego necesita compañía. A él no le gusta la idea. No le agrada tener gente dentro de su casa, no le agrada que su esposa tenga amigos, y parece detestar todo lo que le hable de otredad. Los ciegos son personas que deambulan por allí con una paleta sensitiva y perceptiva totalmente distinta a la de él; eso le asusta y le repugna. La esposa le cuenta tiernas historias sobre la vida de este hombre, que el retuerce hasta encontrarles el lado más espantoso y, en sus palabras, ‘patético’. Para ponerlo de un modo simple, es un hombre que no pasa más de treinta segundos al día pensando en los demás, y menos en aquellos que viven fuera de su microcosmos.

Pero resulta que el hombre ciego no es precisamente lo esperado. Se suponía que vendría a charlar, cenar y después se acostaría temprano en el cuarto de huéspedes, como suelen hacerlo los enfermos. No. Habla y come y ríe con entusiasmo; declara tener dos televisiones en su casa. Se queda levantado hasta tarde sin importar que la mujer, su amiga, se haya quedado dormida. El anfitrión comienza a perderle el miedo, a pesar de que las pupilas vacías del hombre lo siguen perturbando. Quizá para relajarse, saca la hierba. El ciego acepta fumar con él y observar (es un decir) un programa irrelevante sobre catedrales que pasaban en la TV. El ciego parece prestar atención, pero el anfitrión se da cuenta de algo: este hombre no puede contemplar una catedral, jamás ha podido. ¿Qué diablos imagina dentro de su cabeza cuando escucha la palabra? ¿Qué hay en la mente de las personas que no son nosotros? ¿Cómo percibe el mundo aquél, enfrente de mí, tan extraño, tan opuesto?

La recomendación se basa en su capacidad y gusto por leer cuentos en los que la acción está subordinada a los personajes [1]. Carver es un realista y un minimalista. En sus cuentos no hay explosiones, nadie grita, casi nadie llora; sólo hay humanos llevando vidas grises, que de pronto pasan momentos de una significancia rara para bien o para mal. Digo que es rara porque uno la siente y los personajes parecen sentirla también, a pesar de que para un observador externo que no leyera el cuento, la anécdota parecería nula o banal. Al final de esta historia todo se reduce a una habitación, dos hombres, una catedral y una cartulina. Nada espectacular. El verdadero espectáculo de este cuento —y es un espectáculo suficiente para colocarlo como uno de los cuentos más amados del siglo XX— es la magia que este momento de apariencia intrascendente causa en el interior de los personajes y de los lectores. Vivimos en un mundo cínico, pesado, amargo incluso. Es inútil negarlo, y es inútil buscar una solución absoluta. Pero si podemos cerrar los ojos para ver la cruel nada que ven otros, si podemos sacrificarnos un poco cada día, quizá los afortunados y los desafortunados puedan congeniar de un modo más recíproco. Quizá podamos ser un coro en vez de hombres dispersos. Quizá las catedrales, entonces, esas montañas de logro humano conjunto, signifiquen algo a nuestro corazón incrédulo. 

"Mantente así," dijo. "No pares ahora, dibuja.”
Así que seguimos. Sus dedos montaban a los míos mientras mi mano se deslizaba sobre el papel. No se parecía a nada que hubiera experimentado en mi vida.
Entonces dijo, "Creo que eso es. Creo que lo hiciste," dijo. "Dale un vistazo. ¿Qué te parece?"
Pero yo tenía los ojos cerrados. Pensé que los dejaría así un rato más. Pensé que era algo que debía hacer.
"¿Entonces?", dijo. "Estás viendo?"
Mis ojos seguían cerrados. Estaba en mi casa. Sabía eso. Pero sentía que no estaba dentro de nada.

[1] En otras palabras, ¿les gusta Hemingway? ¿Chejov? ¿Joyce?

Texto en inglés: http://nbu.bg/webs/amb/american/6/carver/cathedral.htm
Texto en español: http://www.cuentosinfin.com/catedral/ 

Colección de cuentos Catedral
Anagrama: $161-$215
  Vintage (inglés): $237
Disponible en:
-Porrúa
-El Péndulo

2 comentarios:

  1. Creo que antes ya había visitado tu blog. ¿Estás en goodreads? ¿Y aquí publica reseñas tu novia y tú? O me ando confundiendo de blog?

    Ahora sí en cuanto a la reseña quiero decirte que me gustó, y me recordó las sensaciones —que casi siempre son las mismas— que me provoca el leer un cuento de Carver. Y como mencionas, todos los elementos de sus historias, tanto lo que cuenta en sí (algo común), como los personajes(cotidianos) y el lenguaje sencillo y diseccionado hasta el más mínimo detalle, todo ello puede parecer vacío o sin mucho chiste, pero lo que te deja al final de leerla es increíble, en verdad te conmueve.

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  2. Sí, es este mero, gracias por re-visitar en ese caso :)

    Yo digo que todos los fans de Murakami deberían leer a Carver, es increíble lo que hace con la cotidianeidad. Mi otro cuento favorito de él es Intimidad; me encanta porque juega consigo mismo —el escritor desconsiderado que extrae material de su vida sin importarle lo que sientan las otras personas que vivieron con él. Es precioso.

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